No es que sea viejito. No, todavía no llego a esa categoría, aunque estoy en la etapa inmediatamente anterior. Soy viejo. Es decir, ya tengo los achaques propios de la edad, como diría mi abuelita, pero todavía ando por ahí ronroneando como carro deportivo. Si fuera viejito estaría postrado en una silla bebiendo café y comiendo champurradas, acompañado de mi mujer o algún nieto que me limpie las babas. Pero todavía camino. No corro porque me descalabro, aunque a veces hago el intento. Es ahí cuando me doy cuenta de que estoy viejo porque todo me rechina y a veces debo aplicarme hielo para mis dolores o algo caliente para poder seguir usando mis extremidades.
Sin embargo, dentro de lo que cabe, aunque a veces ya no cabe, me siento bien. Cuando veo algún viejito me compadezco y pienso “ojalá nunca llegue a esa edad”, pero sé que el camino empedrado por el que irremediablemente desplazo mis huesos conduce a ese destino.
El otro día, por ejemplo, alguien con buenas o aviesas intenciones, no lo sé, me ayudó a cruzar la calle. Lo vi de reojo y pensé “este cree que ya estoy entregando el equipo”, pero me dejé llevar y al final le dije “gracias, joven”, pensando para mis adentros “este cerote está peor que yo y se siente muy de a huevo”. Pero a los pocos metros tropecé, y si no es por una señora nalgona de la que me agarré, estrello mi linda cara en el asfalto.
Todavía soy un viejo de a huevo. Hago y deshago lo que me da la gana, jodo en mi casa, la oficina y en cualquier lugar…
Así son las cosas cuando uno ya no tiene veinte años, época en la que parrandeaba de lo lindo, tomaba licor en cantidades industriales, jugaba al futbol, montaba bicicleta, jugaba al volibol y otros deportes sin cansarme, tenía lindas amigas y otras de confianza, en fin, era el hombre más feliz del mundo sin los dolores que ahora me aquejan cada mañana.
Pero he de decir que ahora, con dolores y todo, me levanto temprano, contento, sin pereza, pero ya no hago el mismo ejercicio de antes. Camino tres o cuatro kilómetros y por la noche me aplico todos los ungüentos habidos y por haber para eliminar los dolores que me dejó la caminata matinal. Eso me indica que estoy viejo, mas no viejito porque como sin ayuda, voy al baño por mi cuenta, no me cago en los pantalones ni me mancho la camisa al comer. No me gusta el café ni me siento en una silla, en cualquier rincón, a disfrutar de una champurrada mojada en esa bebida destinada a los viejitos.
Si ahora escribo esto es porque todavía estoy lúcido, no se me traban los dedos ni me duelen, como sí lo hacen los pies o las rodillas después de las caminatas matutinas previas a mi viaje a la oficina. Conduzco mi carro por cualquier lado sufriendo a veces de bocinazos porque voy muy despacio o una que otra mirada de otros conductores que han de pensar “este viejo ya no debería conducir”.
Pero todavía soy un viejo de a huevo. Hago y deshago lo que me da la gana, jodo en mi casa, la oficina y en cualquier lugar… puta, me salió como los versos de alguna canción.
Cuando ya no sea viejo sino un viejito de verdad, que ya no pueda caminar, sufra porque no hay un baño cerca y ya no llego a tiempo para hacer mis necesidades, que las placas de los dientes se me aflojen y las carnes tan sabrosas que comía las tenga que chupar porque ya no puedo morder, cuando ya no pueda degustar bebidas espirituosas porque no aguanto las gomas y tantas otras cosas más que ahora hago y ya no podré hacer, ese día, muy a mi pesar y sabiendo el destino final que me espera, los invitaré a un rincón sentado en una silla cómoda, a tomar una taza de café con champurrada mojada, para poder degustarla como Dios manda.
Qué remedio.
- De ministro a viceministro - martes 7 de marzo de 2023
- El tren - jueves 9 de febrero de 2023
- De paseo - martes 10 de enero de 2023