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Un mordisco más doloroso que la muerte

martes 1 de febrero de 2022
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“¿Y usted está seguro de que esto que le voy a contar es para un periódico? ¿No me está cayendo a muelas?”. Wilmer asintió con fastidio por las veces que le había repetido el nombre del diario al que pertenecía. Tuvo que ponerle otra vez la credencial en los ojos e invitarle un trago para que lo tomara en serio.

Rogelio lo llevó a su sitio preferido de La Candelaria, una taberna llamada El Ruedo, fundada en 1942. Su ubicación discreta, acogedora, con gente tan servicial y carismática, lo hacía sentirse como parte de una gran familia. Cuando empujaron la gruesa puerta medio barroca, de cristales ahumados, un bartender rechoncho y de bigotico lo saludó muy efusivo. “¡Uuuich, mira quién está aquí, mira quién vino hoy, pues…!”. “Tampoco es que tengo siglos sin venir, Colombia, hace sólo tres meses que me eché unos palitos aquí con Ramirito, tu jefe, ¿o no lo recuerdas? No me digas que ya estás sufriendo de alzhéimer… Mira, este es el señor Wilmer Poleo, un periodista de sucesos”. “¿Qué se dice, champion, bienvenido; mira, men, por estos días me enteré del caso de La Pastora, juemadre, qué triste, pero qué bueno que todo acabó bien, ¿veldá?”. Rogelio volteó los ojos como si le hicieran perder su bendito tiempo, y Colombia captó las señales… “Y bueno, ¿qué se le pide al niño?”. “Tráenos dos birritas bien frías y una vainita aquí para picar, y nos dejas tranquilitos, por favor, que me van a entrevistar…”.

—¿Entrevistar? Vérsiale, Rogelio, estás a poco del Madison Square Garden, y que no.

Se sentaron en el lado de la barra que daba hacia la puerta, el ambiente opaco pero agradable, refrescado por el aire acondicionado, compensaba el maratón que se echaron desde La Pastora, aunque no por falta de carro, sino que a Rogelio le encantaba caminar.

Cada vez le quedaba menos sangre en las venas y no veía la forma de hacerse un torniquete o simplemente aplicar presión en las heridas.

—Sí, vale, pobre Donato, con todo el corazón te digo que era una buena persona, nunca se metía con nadie, ayudaba a sociedades benéficas, a mucha gente, incluyéndome… Cuando me saquearon en el 89 me prestó un capital sin garantía, para que empezara de nuevo. Es que tú le pedías algo, cualquier cosa, claro, explicándole bien por qué lo querías, y no te lo negaba, es por eso que creo que a veces se pasaba de pendejo, pero a personas como él la muerte no debería llevárselos tan pronto, y menos pasarle lo que le pasó. Pero te lo voy a contar desde el principio para que entiendas, porque esto es algo que requiere de una mente bien amplia… En este mundo pasan cosas más allá de nuestra comprensión.

Wilmer aproximó el grabador cerca de su boca.

—Sí, vale, cuando Donato despertó al fondo de un voladero en el Cementerio del Sur, se palpó, y le dolía todo, en eso miró con espanto la cantidad de cuerpos a su alrededor. Lo único que lo consolaba era la obviedad de sentirse todavía vivo y respirando, después de haber caído varios metros de altura por los plomazos que le dieron; no se supo cuántos, pero fueron suficientes para que se diera cuenta de que no saldría de esa. De sus sesenta y pico de años en esta tierra, él se sentía conforme, pero lo que le daba impotencia era pensar que la bestia esa de ElJhonder se fuera a quedar con su amada esposa, la bella Yohana. Eso lo hacía no querer morirse, pero cada vez le quedaba menos sangre en las venas y no veía la forma de hacerse un torniquete o simplemente aplicar presión en las heridas porque ya ni tenía fuerza, y ni podía darse abasto con tantos orificios. Sólo le quedaba tratar de gritar a ver si alguien lo escuchaba, aunque eso era un imposible porque a esa hora de la madrugada ni siquiera los vigilantes estaban despiertos; y mucho menos, tan paloteados como solían estar los viernes, se tomarían la molestia de llegar al punto donde se encontraba, en uno de los márgenes más solitarios y escalofriantes del cementerio, en una fosa donde se deshacen de aquellos que como mínimo, hace medio siglo, respiraron nuestro mismo aire, y debido al tiempo que tiende a borrarlo todo, ya ningún familiar se acuerda de visitar. Sin embargo, qué podía hacer, ya nada le costaba gritar, y qué podía perder… Eso fue lo que hizo por un largo rato, y luego descansó y lo volvió a hacer y así, hasta que en medio de ese silencio desesperante, y cuando se disponía a gritar de nuevo, escuchó una voz: “¡Cállate, pana, que me aturdes, si sigues así voy a tener que zamparte cuatro tiros, pa’ que agarres mínimo!”. Cuando buscó de dónde venía la voz, concluyó con pavor que no sólo venía del mismo hueco donde se encontraba, sino que el fulano no estaba tan distante. Es decir, que a menos que fuera un espanto tendría que ser de alguien que, como él, había caído del vértice del barranco y, por milagro, quedó vivo. Dominando lo más que pudo ese estremecimiento de sus tripas y nervios, le preguntó la pregunta más lógica que podía decir alguien en ese instante: “¿Quién es usted?”, y luego le soltó con la lengua medio lerda: “¿Puede levantar la mano para ubicarlo?”.

Bueno, resulta que el tipo no sólo tenía energía para levantar la mano sino que se paró y comenzó a caminar hasta él. Pero a medida que se acercaba se le fue el aliento, la luz de una luna llena le reveló que ese tipo no estaba en condiciones físicas como para que estuviera vivo. Era como un ser de otro mundo: el parietal izquierdo de su cráneo estaba partido, mostrando las capas meníngeas y el área verdosa de la masa encefálica que debería ser blanca, ah, pero el rostro, el rostro, señor Wilmer, ese sí que le sacó el susto definitivo al compadre, con decirle que se le notaban unas larvas asquerosísimas saliendo por cuanto hueco había.

El monstruo ese como que notó que su interlocutor estaba en una especie de shock que no le dejaba hablar y comenzó a dialogar en tono conciliador; le dijo, para que se tranquilizara, que sí, que era un zombi, pero que no era de esos que salían en las películas, comiendo gente, que a él le seguía gustando su bistecito encebollado con arroz y tajadas, y claro, su bienmesabe combinado con café con leche, igual que cuando estaba vivo. Que, es más, si él no se hubiera puesto a ladillar con esa gritadera, nunca hubiera salido de su rinconcito. Porque estaba esperando que él terminara de morirse a ver si le quitaba un cigarro, porque tenía unas ganas locas de fumar. Y que aunque fuera difícil de creer, cuando la gente se muere algunas cosas nunca cambian.

Donato hizo lo propio, metiendo sus manos temblorosas y ensangrentadas en el pantalón para sacar una caja de Marlboro; luego, haló un cigarrillo y se lo encendió con su yesquero. Donato también comenzó a fumar y se formó una atmosfera saludable de confianza que lo tranquilizó y lo hizo entonces hablar de lo que lo había llevado a ese lugar, de sus ganas de vivir para estar con su Yohana y quizás también para vengarse del malandro ese que azotaba La Pastora. El monstruo también entró en confianza: “Mira, pana, puedes decirme Ortega, como me llamaban antes en mi barrio”, también le dijo en tono medio paternal: “Yo te voy a ayudar, vas a ver, aunque no lo creas puedo darte la posibilidad de evitar que peles gajo en este momento de tu vida, porque es evidente que puedes morir con ese sangrero que estás botando, muchacho…”. Instantáneamente en el rostro de Donato se advirtió un mínimo explayamiento de labios que podía convertirse en sonrisa, si el otro no le suelta rápido: “Claro, claro, con una condición, como todo en esta vida, y en la otra, ¿me entiendes, Méndez?”.

Le dije al principio que tuviera la mente bien abierta, señor Wilmer. Mire, Donato, el Donato que yo conocí, dejó de existir ese día.

Como es lógico, Donato preguntó que cuál condición, y entonces el extraño ser miró a ambos lados, como si alguien aparte de ellos dos pudiera escucharlo, y le dijo: “La condición es… la condición es, hermano, que no vayas a olvidarte de este pana que acabas de ganarte en el Cementerio del Sur, ¿me captas? Por lo tanto tienes que venir todos los viernes a la misma hora a traerme de estos cigarrillos, además, comida sabrosa como café, cervecitas, y otras vainas que tengo añales que no como”. Donato lo miró de arriba abajo y movió la cabeza con aquiescencia, porque desde lo más hondo pensaba que sería una pesadilla morirse y tener que olvidarse de su Yohana, aunque, por otro lado, tenía miedo de terminar con el aspecto de ese zombi, porque ahí sí que se tendría que despedir de su amor para siempre. Pero Ortega, muy perceptivo, le dio confianza: “Tranquilo, mi pana, que lo que me pasó a mí no debería pasarte a ti si cumples todos los viernes a la misma hora”. En ese instante le agarró el brazo y le dio un mordisco en la mano que hizo que cayera inconsciente por varias horas. Cuando despertó, ya no estaba Ortega por ningún lado, pero sí sentía en verdad una fuerza y una vitalidad increíble. Ya no tenía las troneras de los tiros, ya no había sangre en su cuerpo, en fin, estaba listo para hacer lo que había pensado hacer.

—Ya va, Rogelio, explícame algo, ¿tú quieres decir que la mordida del supuesto zombi tuvo un efecto regenerativo en el cuerpo de Donato?

—Así mismo como lo escucha. Por eso yo le dije al principio que tuviera la mente bien abierta, señor Wilmer. Mire, Donato, el Donato que yo conocí, dejó de existir ese día y se convirtió en otra persona, en una muy peculiar que no puede medirse bajo los estándares humanos.

A Wilmer le provocó lanzar una estruendosa carcajada pero, por respeto, se limitó a explayar los labios y mover con escepticismo la cabeza.

—Mira, Rogelio, yo no sé… pero es que esta historia me parece tan…

—Sí, puede verse como algo increíble o ficticio, pero es tan verídico como esta conversación que tenemos aquí. Además, fue un alivio que contáramos en La Pastora con un zombi genuino para que nos librara de la joyita de ElJhonder y su banda.

Esa gente tenía un mercado grande de drogas, o es que tampoco le interesa el tema del narcotráfico. Mire, se lo cuento desde el principio: todos los viernes sacaban sus cornetas inmensas hasta la acera y se ponían a celebrar con unas muchachitas que parecían sufrir de desnutrición, si no fuera por los pinchazos de heroína que se daban dentro de un carro abandonado. Qué triste cómo los jíbaros destruyen el futuro de este país. Si usted hubiera visto a esas niñas un mes o una semana antes de que las corrompieran, no se lo pudiera creer. Por eso esa banda era como un cáncer que carcomía nuestro sector lentamente. Dejaban la calle llena de botellas, colillas, hediondez y jeringas por todos lados. Habían invadido la casa de los Negrón, unos vecinos que tenían meses en el exterior, y no había forma de sacarlos, usted sabe cómo estamos con la propiedad privada en este país. Ya no se respetan ni los derechos de frente de las casas, una desprotección total. Bueno, todas las noches eran unos escándalos y una música a niveles abusivos, intolerables. Pero aguantábamos la pela, quién se iba atrever a acercarse a la guarida de esos malandros y decirles que bajaran el volumen, mucho menos llamar a la policía. Todos sabemos que es como un suicidio denunciar a un malandro en este país. ¡Pero qué rabia me dio con Donato, vale! —Rogelio soltó un golpe en la barra—. Él como que nunca reconoció que los venezolanos no tenemos estado de derecho y por lo tanto debemos ser sabios y quedarnos tranquilitos hasta que pasen las cosas. Y se lo advertí enfáticamente: “No se te vaya a ocurrir llamar al 911, tú sabes el riesgo de que se filtre la información de alguna forma y nos vengan a malograr”, pero Donato hizo todo lo contrario. Tomó el celular y marcó las tres teclas, luego soltó todo con lujo de detalles.

A la media hora escuchamos el sonido de las patrullas.

Por unos minutos todos pensamos que las cosas en el país no estaban tan mal después de todo, y que la policía controlaría la situación desde el principio. Pero aún no se habían estacionado cuando salieron de la guarida de ElJhonder quince tipos caminando como si los filmaran en una película de acción, escupiendo ráfagas de fuego con sendas armas. No pasaron ni diez minutos para barrer a los tres tristes cerditos uniformados que suplicaban por su vida. Sólo uno quedó medio muerto en la calle, levantaba las manos gritando que le prolongaran el preciado bien de la respiración.

Bueno, fue justo a ese policía chorreado al que le sacaron toda la información sobre quién había sido el sapo que metió la denuncia; bastaron unos instantes para que le tumbaran la puerta al compadre y lo sacaran como un perro, con patadas y cachazos. Fue cuando lo llevaron al Cementerio del Sur y luego, como por un maravilloso milagro, regresó con sus poderes a liberarnos de ElJhonder.

La luz que dejaba pasar la puerta abierta reveló a un hombre con atuendo ordinario pero inexplicablemente pálido.

Poleo se le quedó viendo a Rogelio por un rato con ojos chiquiticos.

—Okey, Rogelio, yo estoy dejando que me cuente el soberano embuste desde el principio para ver cómo sale del enredo, pero siento que no respeta mi trabajo, yo estoy aquí por una crónica de la vida real y no por ficción, porque si no, yo mismo hubiera inventado un cuento en la comodidad de mi hogar. Lo que falta es que me le pongas a Donato una capa y que vuele por los aires, no sé cómo voy a lograr una historia creíble de todo este asunto.

Rogelio agachó la cabeza varias veces, colocando los ojos dentro de su cerveza, y luego veía al periodista como si quisiera provocar una especie de conmiseración. Pero al ver otra vez en dirección a Poleo, su movimiento coincidió con la entrada de otro bebedor que miró con evidente sorpresa. La luz que dejaba pasar la puerta abierta reveló a un hombre con atuendo ordinario pero inexplicablemente pálido, de ojeras muy hundidas y moradas, cuyos globos oculares eran de un fuerte tono amarillo. Se le quedó viendo a Rogelio por un instante y se sentó lejos de la barra, en el área de mayor oscuridad.

—Si es legítima su historia, ¿por qué nadie en su comunidad me lo dijo? Todo el mundo asegura que el señor Donato está muerto, no que se convirtió en un monstruo, hasta su señora me confirmó que su marido estaba en el otro mundo. ¿Por qué inventa estás cosas?, ¿ah? Mire, yo entiendo que era su compadre y lo quería mucho, pero no puede volverlo a la vida con esos cuentos.

—Donato no está muerto, sólo que nadie lo quiere en La Pastora, su propia esposa no quiso vivir más con él. Cuando se vino del cementerio aquel día fue grande verlo luchar con esos malandros, las balas no le hacían nada, y eso que le perforaban por todos lados. Lo vi luchando con esas escorias con mis propios ojos, no le miento, señor Wilmer.

—Si es así, ¿por qué los demás no se convirtieron en zombis también? No, no, señor Rogelio, yo también he visto películas.

—No, usted se equivoca, Donato evitó morderlos para que no se contaminaran, los vencía con sus propias manos, arrancándoles la cabeza, los brazos, golpeándolos mortalmente. Pero con ElJhonder hizo una excepción, fue como para consumar su furia por haber secuestrado a su esposa. Lo engulló completico para que ninguna parte cayera al piso y pudiera regenerarse. En el éxtasis del suceso todos los vecinos de La Pastora lo felicitaron, yo mismo, estábamos tan orgullosos de que uno de los nuestros nos salvara. Y así estuvo por un tiempo con nosotros, hasta que su aspecto comenzó a cambiar. Rápido se dio cuenta de que Ortega no le dijo toda la verdad; pobrecito el compadre, vale. Cada viernes que llevaba al cementerio la comida y las otras cosas, Ortega le daba otra mordida regeneradora, cada vez más dolorosa que la anterior, y quizás eso lo hubiera soportado si su aspecto no hubiera cambiado. Resulta que no es que su carne no se descomponga, sí lo hace, lo que pasa es que la mordida de Ortega logra que sea muy lentamente, pero pasaron varios meses y el cambio fue demasiado evidente. Y como le dije antes, ya nadie lo quiere. Nadie soporta su olor. Ni siquiera su mujer. Pero quizás lo que no soportó ella no fue el olor, o su aspecto, sino que la dignidad del compadre se partiera en uno de esos días cuando hacían el amor. Creo que eso sobrepasó su autocontrol y parsimonia, como dicen…

Poleo comenzó a reírse y ahora sí, sin disimulo.

—Ya no siga con el cuento, don Rogelio, que no le creo pero nada. Fue divertido, de verdad. Usted me ha entretenido mucho, he disfrutado la cerveza, pero prefiero irme.

—Yo no le estoy mintiendo, señor Wilmer, y se lo puedo probar ahora mismo.

Wilmer congeló su movimiento y se acomodó otra vez en la butaca, revisó el tiempo del formato de la grabadora, apretó play para revisar la edición de los últimos segundos, y nuevamente pause. Se le quedó mirando fijamente a Rogelio y dijo:

—Según el informe policial los cuerpos que se encontraron en la escena, aparte de los policías asesinados, fueron los de la banda de ElJhonder, y sí, en condiciones de evidente mutilación. Pero eso no quiere decir que fue causado por un zombi. Puede haber sido una banda enemiga. Es más, el mismo Jhonder tenía fama de sanguinario, un tipo que según algunas fuentes había sido entrenado por la guerrilla matando por puro placer y con machete.

Mientras Poleo hablaba, Rogelio le hizo una seña al tipo de horrenda apariencia que hacía unos instantes había entrado al local. Al aproximarse, el periodista notó una fría presencia y no pudo disimular su expresión de asombro al verle el rostro.

Axel Blanco Castillo
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