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El lenguaje del silencio

sábado 16 de abril de 2022
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Una tenue luz se asoma detrás de la cortina iluminando la sábana envuelta entre sus piernas. Él la abraza por detrás, y absorbe el olor de su pelo. Ella mira fijamente la manivela de la puerta.

—He vuelto a soñar con él.

Roberto se remueve, incómodo.

—¿Otra vez?

—No es algo que yo planee.

Sus manos se tensan. La garganta se endurece, así como su voz.

—Quiero escucharlo.

—¿De verdad es necesario?

—Quiero escucharlo.

—¿Por qué me torturas?

En lo único que ella piensa es en liberarse de sus brazos. En dirigirse hacia la puerta. Abrirla. Salir.

—Marta, cuéntamelo.

—Es lo de siempre, ¿quieres volver a oír lo mismo?

—Sí, quiero.

Un suspiro atraviesa el silencio.

—Estaba en el tren. Casi anochecía. Se sentó a mi lado. Yo estaba leyendo, pero no lograba concentrarme. Cuando me decidí a cerrar el libro lo miré a los ojos. Sentí un escalofrío…

—¿Dónde sentiste el escalofrío?

—Ya lo sabes.

—¿Dónde?

—En el estómago.

—¿En qué parte?

—En la parte del ombligo.

—Exactamente dónde.

—Donde está el ombligo.

—¿Abajo del ombligo?

—Sí, Roberto, abajo.

—¿Por qué lo omites?, ¿ha sido placentero?

—No, no lo ha sido.

—¿Por qué no te cambiaste de asiento?

—Porque era un sueño, y no controlo lo que pasa, ¿tú sí?

—No desvíes el tema. Estamos hablando de ti.

—…

—No has respondido, ¿por qué lo omites?

—¿Por qué omito qué?

—Que el escalofrío lo sentiste en la parte baja del estómago, la última vez tampoco lo dijiste.

—Porque es un detalle sin importancia.

—¿No te parece significativo? Podrías haberlo sentido más arriba, pero fue abajo.

—¿Y cuál es la diferencia?

—¿Me vas a hacer decirlo?

—¿Qué más no me estás contando?

—Me asustas.

El silencio cae con todo su peso sobre ambos. El aire se vuelve denso. Roberto la sujeta con más fuerza. Ella sigue inmóvil.

—Al mirarlo a los ojos, ¿quién apartó la mirada primero?

—Yo.

—¿Sabías que él seguía viéndote?

—Sí.

—¿Continuaste leyendo?

—No.

—¿Por qué?

—Porque no me podía concentrar.

—¿Estabas nerviosa?

—Sí.

—¿Te excitaba sentir su mirada sobre ti?

—No lo sé.

—¿Entonces, el escalofrío era excitación?

—No lo sé.

—¿En algún momento pensaste en mí?

La luz del día pierde suavidad. Los rayos del sol penetran con violencia en la habitación. No hay lugar para las sombras.

—Claro que pensé en ti.

—¿Sentiste algo de culpa?

Ella no ha dejado de mirar el pomo de la puerta.

—¿En qué piensas, Marta? Es evidente que hay algo que no me estás contando.

—El libro que estaba leyendo fue un regalo tuyo. Es curioso cómo te las arreglas para no soltarme. Ni siquiera en sueños.

—Si mal no recuerdo, eras tú quien sostenía el libro entre las manos.

—Tienes razón. Y pesaba…

—¿Qué insinúas?

Ella se ve incapaz de articular palabra. Quizá ahora sí se libere de sus brazos. Quizá ahora sí salga por esa puerta.

De sólo escuchar sus pensamientos un repentino escalofrío la atraviesa.

Alicia Trujillo Aragón
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