Detrás de la ventana
El vecino sale de la casa en dirección a su trabajo. Pobre vecina, me apeno mucho por ella, se ve que es una buena mujer, cristiana con todos sus sacramentos y comulga cada domingo sin falta, aunque eso signifique que el vecino no la acompañe, nada más sus gemelas de nueve años marchan junto a ella a la parroquia en la que invierten la jornada matutina.
¡Muévase de ahí, muchachita!, esa es mi suegra, condenada a una silla de ruedas y yo a ella para atenderla en todo lo que se le plante, ¿qué hace fisgoneando detrás de la ventana?, sin ninguna culpa le diría qué le importa, pero es una pobre vieja que se debate entre la demencia, el alzhéimer y sus ratos de cordura, que casi siempre terminan en llantos y pataletas renegando por su condición.
Francamente no tiene sentido vivir para llegar a esta meta en la que mi suegra está, la pobre no sabe en qué lugar se encuentra, ella se pierde en los laberintos o huecos de la memoria. Ignora si ganó o perdió en la vida o en la última palabra de su expresión, porque aquí no hay conversación, sólo frases sueltas que se lanzan al vacío y terminan estrellándose en las paredes y al verlas tiradas le da un enojo que la hace hasta vomitar; o peor aún, desconoce en qué demonios se ha convertido mientras la observo tomar una muñeca y decirle a una vieja en el espejo que tiene doce años y que por eso no deja aún de jugar con sus amiguitas imaginarias.
Entre mujeres debe prevalecer una amistad básica que puede volverse entrañable, si eso no ocurre, no estamos obligadas a brindar apoyo por las sinvergüenzadas de la pareja.
Me alejo de la ventana con el conocimiento de que el vecino le es infiel a su mujer. Ella no es mi amiga, la verdad es que no es amiga de nadie, mantiene a raya a todos aquellos que desean propasarse de la cortesía limitada que ella ofrece con el saludo, sin preguntar aquello que fuera tan evidente como el que una mujer esté llorando por los golpes que tiene marcados en la cara por el puño de su marido. No pregunta ni agrega más de lo que la comunicación fáctica establece.
A mí me parece que su falta de gregarismo lo que oculta en realidad es una soberbia muy profunda que disfraza con su parquedad al hablar, por eso no siento un dejo de lástima por ella y parecerá una falta de solidaridad con su situación, pero entre mujeres debe prevalecer una amistad básica que puede volverse entrañable, si eso no ocurre, no estamos obligadas a brindar apoyo por las sinvergüenzadas de la pareja.
¿Por qué no avanzas con las cosas del hogar y dejas de actuar como estúpida?, no puedo evitar sonreír y parece que eso la altera más, ¿de mí te estás riendo?, ¿qué te has creído, piojosa igualada? Algunos de sus insultos me recuerdan las telenovelas de Televisa con sus familias de pinta noble denigrando a los de clase baja con frases despectivas y enlatadas, pero no tengo más opción que soportarla a ella o enfrentarme a la cárcel y la verdad no me atrae nada el compartir una celda saturada de congéneres; y cuando menos lo espero la lucidez vuelve a su cara; ¡vos mataste a la niña que yo quería!, ¡Y por eso te vas a podrir en el infierno, maldita!
Todo estaría bien si no tuviera que gritarlo, este es un pasaje en una colonia bastante tranquila o aburrida, según el gusto de los habitantes, aquí hasta la caída de una hoja se considera en el límite del escándalo y escuchar a esta vieja loca diciéndome eso es la fuente de un carnaval dantesco. Miro por la ventana por si alguna vecina vigilante de mi causa haya corrido sus ventanas francesas para tener mejor audio o si giran las manecillas de sus solaires y con ello ganar en visibilidad y escucha, pero nada, ni mi vecina que es víctima de infidelidad ha salido con el pretexto de regar el jardín a estar más atenta de las frases de la demente en silla de ruedas.
Otras veces se ha aproximado hasta mi pórtico con la excusa de un pastel de manzana para la pobre viejecita y cerciorarse de que no estoy maltratándola, en esos casos me parece más odiosa e hipócrita por su sonrisa inventada de interés, le agradezco con una cortesía en la que me siento asqueada pero ya no necesito sumar más problemas a mi causa:
1111-12-2000
TRIBUNAL DE SENTENCIA, SAN ROMERITO, DEPARTAMENTO DE…, a las diez horas con diez minutos del día once de diciembre del año dos mil
Causa Penal número TS066/2000, instruida contra la imputada GERTRUDIS MERCEDES…, de treinta años de edad, casada con Obdulio Hernández, de oficios domésticos, hija de Tomás Hernández y de Jesús Gómez, originaria y residente en el Caserío Copinoles, Cantón Angulo, Jurisdicción de… de este departamento; por el delito de HOMICIDIO AGRAVADO, tipificado en el Art. 128 en relación con el 129 Nº 1 Pn., en perjuicio de su hijo recién nacido ******************.- La Vista Pública se realizó el día treinta y uno de mayo del corriente año, ante el Tribunal de Sentencia integrado por las Honorables Jueces, María Alejandra Hernández Robles, quien presidió la audiencia, Ernestina Jovel Alvarado y Juana Carla Reyes; actuando como Representantes de la Fiscalía General de la República, las Licenciadas Luisa Antonia Amaya García, Pedrina Ángela Leonor Romero y Fanny Carolina Echeverría Reyes, y como Defensora Pública de la imputada, la Licenciada Evelia Amaya Díaz.
Todas mujeres y ninguna consideró mis argumentos en el tribunal, ni siquiera el hecho de tratarse de un aborto espontáneo dictado por la señora Hilaria Hernández sirvió para quitarme el delito de “aborto intencional” y con ello las condenas penales que corresponden.
Pero esta señora que hoy me insulta fue el único ángel que creyó en mi causa, claro, todo fue antes de que empeorara su problema mental, y tuvo el valor de denunciar al responsable de mi tragedia: su hijo.
Pedro Arcaras, el apellido suena muy bien, pero de eso y de la imagen inicial que me enamoró, todo se desvaneció en un ser arrogante, violento y alcohólico, sin minimizar sus escenas de amante de otras mujeres que destruyeron la poquita fe que alguien puede sentir por un ser así.
Doña Margarita de Arcaras relató en el juzgado el maltrato que su primogénito me propinaba cada noche al regresar de los bares que frecuentaba. Y una noche que no volvió, mis sentimientos de dolor y culpa me prolongaron una vigilia en la que colapsé para descubrir al amanecer que mi pareja no estaba. Y fue cuando descubrí, extrañada, un hilo de sangre entre mis piernas. La menstruación había desaparecido hacía diez semanas, por lo que era la señal de haber perdido a mi bebé.
Me afectó que mi familia creyera el cuento de la fiscalía sin darme oportunidad de contarles mi escena.
Del hospital pasé a la cárcel y ahí estuve por tres meses recibiendo la única visita de Margarita, sin amigas ni vecinas que no dudaron en escupir toda clase de anatemas por mi supuesta falta.
No me dolía que Pedro no comprendiera mi causa, total sólo probó la basura que era, pero sí me afectó que mi familia creyera el cuento de la fiscalía sin darme oportunidad de contarles mi escena, nada valió ni que la jueza al final se decidiera por un arresto domiciliario por diez años y que dicho tiempo sería empleado para cuidar a mi suegra o ex suegra, por su condición de persona adulta mayor y con discapacidad motriz, si es que la pareja no decide separarse de la asesina.
Estoy segura de que Pedro no solicitó el divorcio por llevarse la ventaja de contar con una sirvienta para su madre. Al final el trato no me molestó, pero el infierno que me esperaba no sería distinto al que ya había vivido.
¡Dónde estás, estúpida! Nuevamente doña Margarita, era esto o la cárcel, y me lo pensé mucho y, justo cuando creí que tenía decidida una respuesta, la Colocha, una enorme mujer piel canela con su pelo afro, me tomó cariño y se compadeció de mi causa y fue la que me animó a optar por cuidar a mi suegra y me asesoró lo que debía hacer con mi Pedro, porque hoy sí es mi Pedro, lo que unas gotas de diazepam hacen en la bebida de un hombre es un milagro, deja a los imbéciles sin más voluntad que la de su captor.
Y es así como terminó en la bodega, encadenado. Eso sí, le cumplo con sus comidas y bebidas sin dejar de darle su ración de Valium para que no vaya a andar de loco, mientras la madre ya ni lo menciona e ignora que su tesoro, el maldito que desgració mi prole, nada más respira como un animal.
Ya con el teléfono en mano, descubro que mi vecina de las gemelas era una de las queridas de mi Pedro, ¡vaya con la sorpresita de formal!
Desde ese día sé que su marido le es infiel y mientras ella se va a la iglesia con sus niñas por los sacramentos, él se deja venir hasta la puerta de la casa, momento en que mi suegra sigue entregada a los brazos de Morfeo.
Sacrificio
La sala estaba llena aún de clientes, a pesar de que solicité cita, tal y como recomiendan las autoridades para evitar aglomeraciones y con ello contribuir a minimizar el riesgo de contagio de este virus. Pero no me funcionó. Verónica, mi pedicurista, tenía atraso de atención a sus clientas debido a que había estado hospitalizada durante varias semanas, por nada que ver con la enfermedad, decía ella. Y ahora estaba atascada con los uñeros de una señora que me resultaba una completa desconocida, a pesar de estar registrada como clienta premium desde hace diez años en Dalillas Salón y la pobre se veía cómo sufría, me refiero a Verónica, porque la doña estaba dando dificultad con sus extremos inferiores a mi casi podóloga hecha no en la facultad, sino en el manejo cotidiano de esos miembros.
Hacía poco se había instalado, en sustitución de una farmacia, un bar, y eso me había tentado a moverme a otro lado por no que tener encontrarme con alcohólicos, eso de tener familiares, como mi padre, esclavizados por su influencia, no es algo grato de recordar de mi niñez, mientras mamá intentaba calmarlo y él mostrando la ferocidad de un animal queriendo golpearnos, por lo que huíamos a la casa de los vecinos, usando sus espacios bajo la cama como escondites por el miedo a que nos atrapara.
Pero no me resultó. Me presenté a una nueva sala de belleza al norte de la capital y la experiencia fue terrible, terminé con mis pies maltratados a tal grado que no pude volverme en el autobús y tuve que pagar taxi hasta la casa.
Y heme aquí de frente, observando a los visitantes de la cantina, en este momento que dan las diez de la mañana, una bebedora ubicada en el balcón que da a la calle, mirando extraviadamente, seguro que por el contenido etílico en su sangre.
Y es bueno que las mujeres que quieran embriagarse lo hagan y eso deje de ser un privilegio de los hombres, a mí me choca que otra fémina señale a las embriagadas como algo inmoral, disolutas y renegadas de su compromiso con su familia y mal ejemplo para sus hijas e hijos y acepte como de buena ley que ellos lo hayan hecho por siglos. Cuesta creer de qué lado están esas prójimas.
Creería que mi borracha será una mujer de unos cuarenta años, aunque con el alcohol no se sabe con eso de que te roba años, piel canela, su pelo caído en cascada sobre un suéter gris y una gorra de pescadora sobre su cabeza y ésta sobre un cuerpo que daba la impresión de una anoréxica, debía seguir con mis pensamientos para no perder mi turno por enfocarme en una ser que no me importaba o eso creí hasta este momento, cuando se levanta para golpear a un perro hambriento entrando a su territorio.
¡Eso no lo puedo soportar! Gente maltratando a los animales, es que siento que me levantan de las orejas, y no recuerdo cómo ya estaba frente a ella gritándole que lo dejara en paz, ¿qué le está haciendo el animalito?, ¿y a vos qué te importa?, ¡Cómo que qué me importa, señora!, ¡seguí en lo tuyo, mujer, y no estés molestando gente!, ¡lo mismo le digo a usted con respecto al animal!: embriáguese hasta caerse, ¡pero no maltrate al perro!
La borracha sonrió burlescamente mientras Verónica me arrastraba fuera de la cantina hasta el salón de belleza.
Esta discusión habría continuado a límites insospechados por mi falta de paciencia, pero Verónica ya me estaba tomando del brazo y un vigilante de la taberna se acercó para saber lo que pasaba: ¿Qué estás haciendo, mujer?, ¡Es que no viste que la señora le pegó a un perro de pura gana!, ¡deja eso, mujer, no le busques más pleito a eso!, ¡precisamente eso es lo malo: dejar que las cosas pasen sin que nadie haga algo!, ¡pero si sólo es un perro, mujer, que no se te vaya la vida en ello!
¡Por favor, señoras, el vigilante a nosotras, no estén molestando a la clienta!, estas cosas sí que me sacan de mis casillas, ¡ya estoy libre, vas en el turno de atención!, la borracha sonrió burlescamente mientras Verónica me arrastraba fuera de la cantina hasta el salón de belleza.
Ya no estaba de ánimos para seguir con mi tratamiento de uñas y Verónica me adivinaba en la cara el enfado que me cargaba. Me dio un vaso de agua y luego me indicó que me relajara, que de lo contrario los uñeros no iban a estar fácil de sacarlos. Y para dar más coraje, desde donde estaba podía ver con más detalle a la causa de mi molestia.
Verónica coincidió en el objeto de mi vista y enfocada en lo suyo empezó un relato suave que tuve que hacer mucho esfuerzo para no perder el hilo, por lo bajo de su voz.
Lo que has visto en realidad no es lo que parece. Esa mujer se llama Enriqueta y tras de ella hay una tragedia que no es imaginable ni perceptible. Cuando llegó la pandemia ella tenía una familia, dos hijas mayores de edad y un esposo trabajando en la fábrica de papel del gobierno, antes tenía una sobrina por parte de una vieja hermana suya que la apoyaba para que estudiara en la capital, pero ella se fue. Sin embargo, la enfermedad se los llevó, uno por uno, y recordarás que nadie podía dar entierro a los enfermos, por lo que su luto se lo tragó. Seguro te preguntarás qué tiene que ver eso con el perro. A medida que avanzaba la infección, más personas se contagiaron y más murieron, por lo que el gobierno decretó encerrarnos y restringir las salidas. Enriqueta se quedó por compañía con un perro al que llamaba Piedra, el nombre es curioso porque en perros jamás se me habría ocurrido aplicar uno así, y más para uno que era de la raza Husky siberiano, Piedra era un perro muy hermoso, con profundos ojos claros que parecía te estaba hablando. Él fue su única compañía durante todos los meses que duró el encierro. El encierro, el luto, la soledad, quizás no hubiera sido más grave de lo que fue si ella hubiera tenido ingresos. Ella, dedicada a su familia y a sus hijas estudiantes universitarias, no contaba con los medios para seguir sin el sueldo del esposo, y la comida de a poco se fue acabando, a lo que se fueron sumando los recibos de la renta, la energía, el agua, el gas, fueron momentos desesperantes.
Piedra resintió todo esto debido a que su alimentación sustentada en carne desapareció inmediatamente del menú. Enriqueta compartía lo poco que conseguía con los vecinos: harinas y galletas, azúcar, un poco de café y nunca leche. Pero cambiar la dieta para Piedra no fue fácil de aceptar, el perro olía los trozos de pan e incluso azucaradas que le preparaba, pero no probaba nada y su peso fue disminuyendo rápidamente con el paso de los días.
Piedra llevaba en la familia unos ocho años, para Enriqueta significaba un familiar más, por ello al verlo tan desmejorado por el hambre optó por sacarlo a la calle, esperando que alguien lo adoptara antes que se perdieran las características físicas del animal. ¿Sabes que el Husky no acostumbra a ladrar? No porque no pueda hacerlo, son de un poco más de gruñidos y aullidos, estos últimos Piedra emitía frente a la puerta de Enriqueta, los vecinos salieron a preguntarle por qué lo había echado y ella con vergüenza tuvo que contarles la verdad: que el animal se estaba muriendo de hambre. Nadie hizo más por él que lo que hizo ella, al final todos tenían sus problemas: necesitaban dinero para la leche de sus hijos, pañales desechables, medicinas, la lista es inmensa cuando pierdes el trabajo y no hay recursos económicos. Sobre esta pandemia hay una verdad secreta y enterrada por los dramas humanos, pero también las mascotas fueron sacrificadas en estas circunstancias tan extremas para la sobrevivencia.
Muchas familias vieron una salida con unos paquetes de alimentos que el gobierno entregó, pero esa ayuda fue más para las zonas rurales o en las afueras de la capital y el interior de la república, las zonas urbanas de la pomposa clase media no recibieron nada.
Enriqueta arrepentida por su estrategia dejó que Piedra entrara a la casa. La escena es difícil de recordar por los sentimientos elevados que se ponen de manifiesto: el perro entró lentamente, Enriqueta se arrodilla a abrazarlo, Piedra le lame la cara y cae exhausto a sus pies. Quería morir en casa.
Los vecinos dan cuenta del caso y todos coinciden en lo mismo: el dolor de Piedra se sumó al de los anteriores muertos, los gritos desgarradores partían el alma de escucharlos. Nadie recuerda cuántas horas estuvo Enriqueta en el suelo con Piedra, lo que sí recuerdan es el tiempo de impotencia que tuvieron que enfrentar ante la tragedia de Enriqueta.
Me senté frente a ella y estaba a punto de hablar cuando arrojó su bebida en mi cara.
Rechaza a los animales porque no quiere volver a encariñarse de ninguno, incluso evita la compañía de las demás personas, así como la miras, desde que se acabó la cuarentena, ella sale con cosas de su casa para venderlo y lo que obtiene, pues ya sabes para qué lo utiliza.
¡Eso es terrible, Verónica!, lo sé y me da mucha pena por ella, ¿pero nadie puede ayudarle?, ya lo intentaron y no la acepta, ¡esa mujer está afectada mentalmente!, estoy de acuerdo contigo, pero es muy difícil hacerla entrar en razón, yo lo voy a intentar…
Sin más me levanté y fui en busca de Enriqueta quien se despachaba su tercera botella de cerveza. Me senté frente a ella y estaba a punto de hablar cuando arrojó su bebida en mi cara. Verónica se quedó en fotografía y le indiqué con un ademán que no se preocupara; ¿para qué me traes a esta entrometida, Verónica?; Verónica niega con la cabeza, insisto con mis ademanes que no se preocupe, pero mi cara estaba hecha de multicolores por el maquillaje corriéndose en mis mejillas, suspiré y con las servilletas de la mesa limpié el daño en mi rostro; llamé al mesero para que sirviera tres bebidas más y unos bocadillos de carne y le indiqué a Verónica que se sentara junto a mí pero ella eligió a la agresora, lo que no dejó de incomodarme un poco. Con las tres cervezas en mesa, hice un brindis y nuevamente la bebedora con la intención de arrojarme la botella; ¡Por favor, tía, ya basta!, ¿cómo, tu tía?; Verónica asintió, ¡soy la que estuvo en el hospital ausente de su tragedia! y ahora intento ocuparme de ella, pero no me deja; ¿y yo puedo ayudarte, Enriqueta?, en ese instante empezó a llorar y no pude menos que seguir su ejemplo.
Y entre las lágrimas compartidas el perro hambriento apareció nuevamente, ¡vaya con los animales! Y nuevamente se acercó, pero ahora Enriqueta le pasaba suavemente la mano por la cabeza y con la otra le extendía trozos de carne que el perro tomó con rapidez.
Mientras nos concentramos en el pobre peludo, unos tipos pasaron fijos en nosotras y entre sus murmullos capté algo sobre la ebriedad de las mujeres, son unos estúpidos, pensé, y pedí más cervezas para nosotras y más bocadillos, al tiempo que el perro se echaba junto a los pies de Enriqueta.
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