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La distancia al sur

lunes 23 de mayo de 2022
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La distancia al sur, por Luis Alfredo Castellanos
En breve terminará todo esto y podré ver mi película sin más interferencias.

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2022 en su 26º aniversario

(Al levantarse el telón, en el escenario una sala pequeña, con mesa de centro con papeles que cubren por completo un teléfono. Un matrimonio acercándose a los sesenta años. Estarán sentados frente a frente con actitud pensativa).

Él: ¿Cuándo llegaron los papeles? (sin mirarla).

Ella: Creo que ayer, antes de eso vi el buzón y solamente estaba la TV Guía (le mira con poco entusiasmo).

Él: ¿La TV Guía? (sin verle, busca en la mesa), quisiera saber qué darán esta semana en la televisión…

Ella: ¿De qué puede servirte eso ahora? (suspira).

Él: …nunca he logrado terminar la película de Ben-Hur…

Ella: Otra vez.

Él: …ojalá dejen de ponerla en el canal 2 a la noche y la programen una tarde…

Ella: Siempre te duermes a los treinta minutos de mirar la televisión. Es una ventaja que ya no dejarás la televisión en la sala, al independizarse los chicos, sino en la habitación.

Él: …es una película muy hermosa…

Ella: Y muy larga.

Él: …¿dónde estará? (la encuentra y se la muestra con una sonrisa)… ¿Qué de bueno habrá en la televisión en la Semana Santa? (hojea la revista y se detiene en algunas páginas).

¡No hay mejor escena que las cuadrigas en el circo romano!

Ella: (suspira) No entiendo por qué le das tanta importancia a esa revista.

Él: (sin escuchar el comentario) ¡No me lo creo!, ¡la pasarán hoy a las 5! ¡Hay que ver la suerte que tengo!

Ella: Te prepararé la comida en ese momento.

Él: (sin escucharla) ¡No hay mejor escena que las cuadrigas en el circo romano!

Ella: (se levanta) Iré a la cocina.

Él: (la mira con desconcierto) ¿Cómo, no me darás la cena al momento de la película?

Ella: Estás muy ocupado y no escuchas lo que te digo.

Él: (lanza la revista a la mesa, molesto, de pie) ¡Si no deseas verla no tienes que hacerlo!

Ella: (negando con la cabeza) Existen asuntos un poco más preocupantes en este momento, creo, que ver una película de hace más de setenta años que seguirán repitiendo cuando hayamos muerto o que puedes comprarte el VHS y verla en el reproductor en otro momento.

Él: Si no te gusta el cine clásico no tienes por qué ser egoísta, hay más de una persona en esta familia todavía.

Ella: ¿No te das cuenta de que la frase al devolvértela seguiría teniendo sentido para ti también?

Él: Estás molesta porque no hago lo que dice Alberto.

Ella: No.

Él: Por lo menos, por treinta años de matrimonio deberías darme la satisfacción de reconocer tus sentimientos.

Ella: ¿Para qué serviría? En el fondo sabes bien que nunca te ha importado y ya dejé de preocuparme por tu falta de interés.

Él: Te estás confundiendo, esto no es sobre nosotros.

Ella: Es sobre Alberto, sobre Ana, sobre nosotros, es sobre todo.

Él: ¡No metas a Ana en esto!

Ella: Como gustes.

Él: (busca en la mesa, luego muestra un sobre que rasga y extrae una página, y pasados unos segundos empieza a leer) ¡La carta de Alberto! (leyéndola con entonación): “…deben alejarse de la ciudad, las tropas están prontas a llegar y masacran a todos los que encuentran…” (deja de leer y le mira con reproche). El gobierno los contendrá y les dará su lección, ¿sabes?

Ella: (busca en la mesa, mueve papeles y encuentra otro sobre que rasga, extrae una página y pasados unos segundos lee sin entusiasmo) La carta de Ana: “Los ejércitos serán sometidos a la autoridad del gobierno, los ciudadanos deben mantenerse en sus casas y confiar en que sus funcionarios resolverán a la brevedad estos intentos golpistas de los revoltosos manipulados por maniáticos irrespetuosos de la ley…”. Ahí tu confianza.

Él: Ana sabe lo que escribe.

Ella: También Alberto.

Él: Tu favorito.

Ella: En una guerra no hay favoritos, se trata nada más de vidas en riesgo. Veo que no estás entendiendo la situación.

Él: Claro que lo entiendo, y como veo las cosas: ¡los invasores merecen morir!

Ella: Lo mismo se dice acerca de los invadidos.

Él: ¡Y quieres ponernos en medio de eso!

Ella: Nos están poniendo en esa posición las circunstancias que no hemos creado.

Él: ¡Eres fatalista!

Un pleito matrimonial por los hijos enfrentados en una guerra, ¡qué cosa para ser teatro!

Ella: Tu pecado es nada más ser idealista en eventos de este tipo.

Él: ¡Ya basta de peroratas! Hablas como si estuviéramos en una obra de teatro.

Ella: Nuestra historia no es digna para tal cosa, un pleito matrimonial por los hijos enfrentados en una guerra, ¡qué cosa para ser teatro!

Él: ¡Harás que pierda mi película! (consulta su reloj de puño).

Ella: Cierto, la película.

(A la lejanía se escuchan disparos aislados y de metralla, detonaciones fuertes que recuerdan a las producidas por cohetes o bombas; ambos se miran, ella, distante, ajena; él, inquieto, casi preocupado).

Él: ¿Cuánto crees que dure eso?

Ella: (sarcástica) Lo mismo que tu película, me imagino.

(Suena el teléfono, ambos se miran, ella decide contestar, mueve los papeles con parsimonia, toma el auricular).

Él: (nervioso) Pregunta quién es.

Ella: Hola… sí… hemos leído ambas… también… me imagino que hay preocupación y por eso la ha enviado… lo hemos escuchado… no lo veo decidido aún… ¿quieres que te lo…? Entiendo, no te preocupes (cuelga).

Él: No necesitas decirme que era Alberto.

Ella: Ahórrate la pregunta y el coraje. Es mejor para todos.

Él: ¿Es mejor para todos? ¡Es un traidor y jamás les perdonaré su alianza contra el sistema! ¡El sistema funciona y si es tan malo como suelen calificarlo los opositores, aprovechan los espacios para demostrar su descontento! ¡Pero no la guerra contra la familia y la tierra que te vio nacer!

Ella: (Sentándose) Como veo que conoces todas las respuestas, responde, ¿cuál es el límite para el amor filial?, ¿hasta dónde es permitido el amor de una madre a su hijo?, ¿acaso debe supeditarse a la legalidad de sus actos para tener derecho al amor materno o a la moralidad vigente de la sociedad para ser amado?

Él: Te estás confundiendo (sentándose), no se trata de ser hijo, se trata de ser ciudadano. Piensa en Ana…

Ella: …también pienso en ella…

Él: (sin escucharla) …una oficial del ejército de su excelencia contrarrestando a los alborotadores.

Ella: (suspira) Mi hija enfrentada con su hermano…

Él: Alberto ya no pertenece a esta familia. Solamente tuvimos una hija y punto.

Ella: Le he parido a Ana y Alberto, los dos expulsados de mi vientre, tienen la marca de sangre que me pertenece y ambos son míos.

(Las detonaciones se escuchan más fuerte, a la lejanía gritos, más ruidos de metralla).

Él: En breve terminará todo esto y podré ver mi película sin más interferencias.

(Suena el teléfono).

Ella: (intenta tomar el teléfono).

Él: (la detiene con un ademán y toma el teléfono) ¡Ana! ¡Tenía el presentimiento de que serías tú, querida! ¡Sí, en casa…! ¿Me pondrás al día sobre cómo avanza la fuerza armada del presidente repeliendo a los terroristas? Pues ya sabes que las noticias están prohibidas… (extrañado) ¿Cómo… estás segura…?, sí, ella está aquí… no importa… la cuidaré yo… sí, hace unos minutos… pues… no lo sé, no hablé con él… ¿cómo que por qué? ¡Eso ya lo sabes de memoria! ¡No me digas eso!, hoy pasan la película… está bien… adiós.

Desde hace una semana el edificio se ha ido vaciando de vecinos yéndose al sur.

Ella: Es un alivio saber que Ana está bien.

Él: (incrédulo) …ella dice que nos marchemos…

Ella: Desde hace una semana el edificio se ha ido vaciando de vecinos yéndose al sur.

Él: (sin escucharla) …dejar el apartamento por el que trabajé más de treinta años…

Ella: …trabajamos, trabajamos.

Él: ¿A dónde iré a parar? (mirándola) ¡Alberto! (con ira, de pie). ¡Gente como Alberto está arruinando mi vida al traer la guerra hasta mi hogar! ¡Maldito su nacimiento!

Ella: (de pie) No deberías hablar de esa manera…

Él: ¡No me digas lo que tengo que decir!

Ella: No cuestiono tus sentimientos ni tus palabras, son tus emociones las que pueden afectar tu corazón (se pone en pie). Siéntate, traeré agua…

(Nuevas detonaciones y gritos de personas más cercanos a ellos).

Él: (la detiene con un ademán, se sienta) Ya está aquí, como dijo Ana… ya llegó…

Ella: (suspira) La guerra sólo tiene una misión y es destruir lo que se pone frente a su paso, debemos apartarnos si no queremos terminar abrazados por ella.

Él: (de pie) ¡Toda nuestra vida está aquí!

Ella: (de pie) A la guerra no le importa.

Él: ¿Cómo volveré a tener una familia?

Ella: La guerra te lo quitará si la dejas, yo no voy a dejarle la memoria de mis hijos a que los desaparezca con su cortina de oscuridad.

Él: (sin escucharla, se desplaza lentamente por la sala) ¿Por qué, por qué, por qué? Debí hablar más con Alberto y quitarle las locuras de la facultad de derecho de sus sueños de justicia infinita para todos…

Ella: No te lastimes, eso era parte de crecer, de encontrarse como ser humano con sus pasiones.

Él: ¿Y si ambos hubieran ingresado a la Escuela Militar y se hubieran formado como cadetes de artillería? Ana comandaría seguro un batallón y Alberto otro y juntos pelearían en el mismo bando y no habría que preocuparse.

Ella: La guerra tomará sus vidas, al margen de donde se encuentren. No podíamos dejar que siguieran el proyecto del otro si no lo deseaban, y ambos están en el lugar donde eligieron quedarse, aunque eso significara rechazar nuestros deseos.

Él: (mirando al horizonte) ¿A dónde irá todo esto? (mirando a su alrededor, pero sin reparar en ella).

Ella: (caminando en dirección contraria a él) Lamentas perder tu sentido de la vida, no de nosotros.

(La energía se corta, la sala queda en penumbra, lo suficiente para identificar los elementos que forman parte de la escena).

Él: ¡Diablos! ¡Mi película! ¡Me la perderé otra vez!

Ella: Es una pena que eso te ocurra otra vez. Me voy al sur con los demás, debería decir tantas cosas en este momento… quizás reproches… o a lo mejor gracias… cuídate.

Él: ¿Y la comida?

Ella: (no responde, sale).

Él: ¡Maldita…!

(Golpes en la puerta, gritos ininteligibles, disparos, ráfagas de metralla, detonaciones).

Él: ¡Me han quitado la película!

(Cae el telón).

Luis Alfredo Castellanos
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