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La Lola, el jueves

viernes 14 de julio de 2023
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La Lola descorre la cortina azul. La ducha, la enfoca en un close up, la inmortaliza en la portada de Playboy. El agua la purifica de los espíritus perversos de la noche. El jabón inmacula el cuerpo nacarado. Rejuvenece la piel de diosa de Venus. La toalla teme rasguñar la perfección de las deidades. En la habitación, el Leonisa goza de alegría en su ascensión al monte Divino. El brasier Playtex se enorgullece de sostener las hijas predilectas de las Tetas de Cayey que provocan desvelos en la inmensidad de la medianoche. El vestido disfruta ajustándose a la cintura avispa de bombón y a las caderas que recuerdan leyendas de Dímelo tú. El perfume francés desata pasiones borrascosas. Se acerca el instante profetizado por la fanaticada enmudecida. Las persianas miami imitan el medio luto de las banderas. Las cortinas, baratas, compradas en una abarata con un descuento de 70 por ciento en Capri y en la europea Me Salvé, ocultan los fantasmas del alba. Los relojes antiguos y modernos, los caros y los baratos, los de manos y de las paredes, los de leontina, conviven confabulados. El silencio exige quietud y prudencia. Prohibidos los excesos y las frases soeces. Los ciegos viejos abrigan las esperanzas de recuperar la vista y releer Marianela. Los bizcos de ojos verdes presagian un milagro medieval. “Abracadabra”, murmura la Lola y se despliega la puerta antigua de caoba. El sol reluciente le da la bienvenida. La Lola responde con su mejor sonrisa y su dentadura perfecta recibe alabanzas de la grey. La brisa fresca le acaricia el rostro cósmico. Las hojas muertas reviven. Los pájaros componen versos, cantan y alaban el Lancome en los labios. Las palomas del milagro comentan el maquillaje Maybelline y el peinado es una imitación de Miss Clairol. Los limitados de mente argumentan: “Sus pies en la tierra y sus zapatos en La Gloria”. Las avezadas sentencian que los compró en La Favorita. La cartera, pequeña y fina, es de marca, regalada, y comprada en González Padín. El vestido, rosa, apretado, Gloria Vanderbilt. La Lola camina, baja los siete escalones, como si ascendiera al Olimpo, gira a la izquierda, recorre la calle, a paso lento, calculado y preciso. La Lola, la simétrica. Para las patinetas, las bicicletas, las motoras, los autos y los troces. Los conductores agrandan los ojos como el lobo de los muñequitos y se les cortan las respiraciones. Sus corazones son velocistas de cien metros. Los piropos frescos se los lleva el viento y los deshace el mar Caribe. La Lola no mueve los pies. La Lola peregrina. La gente reza. Implora que no se termine la calle ni doble la esquina. A las 3:00 pm, se detiene la guagua pública de don Colo, la Lola desciende en la esquina del mangó, aunque el árbol es un recuerdo que les pertenece a todos, lo arrancaron un 25 de diciembre, pero sigue siendo una leyenda viviente en Buenafortuna. La Lola reaparece en la esquina. El cabello sol desacomodado. Corrido el maquillaje. Los labios, despintados. El vestido, estrujado. La cabeza, baja. Los ojos, apagados. El cuerpo, decaído. El andar, lento, de cangrejo. Los zapatos retozan con el polvo. La Lola trepa la escalera, abre y cierra la Welcome. Las miradas suben y bajan, como los wiper de mi Corvetta. Se evaden. Se esconden en la presencia. Las respiraciones entrecortadas. Buscan los rosarios, escudriñan la Biblia y rezan como si asistieran a la misa de domingo. Se derrumban en el sofá y en las butacas. Se sepultan en las camas de pilares y en las eléctricas. Y se doblegan de la baranda del balcón. La Lola se santifica con el agua caliente. Se jubila debajo del chorro purificador. Se coloca la bata terapéutica. Agapito aterriza a las 5:00 pm. La comida es exquisita, una obra de arte decorada en la bandeja de oro antiguo. La Lola, la Chef, lo agasaja con una mariscada señorial que invisibiliza a los cocineros expertos de La Guarida del Pirata. Agapito sonríe como el caimán que se fue para Barranquilla, le agradece con versos modernistas de Neruda, se instala en el trono, como el rey Arturo, y devora el manjar. Las langostas exclaman: “¡Devórame otra vez!”. Agapito se allana como el corderito del escudo. Agapito es un barco de hondo calaje. La Lola lo lookea de soslayo, de medio lao, con un silencio socarrón y cómplice. La Lola saborea los elogios culinarios de Agapito. A las 7:00 pm, La Lola y Agapito se hipnotizan con la telenovela de Telemundo. Bembetean la trama. La Lola censura inquisidora el comportamiento errático de la protagonista. La Lola escala el Sermón de la montaña. Cita verbatim versículos y capítulos de la Biblia. Condena como Torquemada las debilidades de la carne de la bastarda, que a la mujer que más odia en la vida es su madre. Agapito la refuta con ternura: “Es un alma zarandeada por los embelecos de los dioses”. Agapito saca el as de la empatía. La Lola no tercia, se desplaza como Elizabeth Taylor en la película ¿Quién le teme a Virginia Woolf? y truena el portazo de la habitación. Agapito se arrepiente de haberse metido a redentor y le incomoda sentirse abandonado en el Gólgota. Agapito traspasa el umbral, divisa una ciudad de velas aromáticas, lo embruja la fragancia lavander. Agapito se turba y se más turba cuando contempla imantado a la maja desnuda en una actitud Avant Garde que empequeñece a la mítica diva Emmanuelle. La Lola se enternece y danza el baile de los siete velos. Agapito se despoja del vestuario milenario de Superman. La Lola, La Mantis, lo convida a comulgar en su sagrado templo. Agapito no resiste el efecto de la chochonita y se rinde a los pies aporcelanados de la santa majestad egipcia. La Lola solloza, solloza y solloza. Agapito le vacuumclena las lágrimas benditas con sus labios compasivos y le singa. Ocurre el jueves, todos los jueves, sacralizando los Jueves Santos.

Carlos Canales
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