Servicio de promoción de autores de Letralia Saltar al contenido

La mujer del lienzo blanco

jueves 16 de noviembre de 2023
¡Comparte esto en tus redes sociales!

La vi bajar del ferry con más equipaje del que puede transportar una sola persona. Caminó por la rampa cargada con un puñado de bolsas que dejó en el muelle, luego, volvió a subir para bajar de nuevo con más bolsas y un lienzo blanco. Caminó unos metros desde el barco y allí, en el suelo, dejó las bolsas y el lienzo; después volvió a por el resto del equipaje que había dejado en el muelle, y mientras el ferry zarpaba, ella se reunía con todas sus cosas cerca de la taquilla. Y ahí estaba yo, esperando la llegada de mi barco. Dionysia, que así me dijo que se llamaba, me contó que viajaba desde Rodas y que debía llegar hasta el otro lado del puerto para coger otro ferry que la llevaría hasta su casa, en la isla de Hydra. Y, como aún me quedaba más de una hora de espera, decidí acompañarla. Nos repartimos todos los bártulos, menos el lienzo, que se lo quedó ella, y mientras caminábamos me esbozó “Constantinopla”, de donde me dijo que era, transportándome a un lugar que ya sólo existe en los libros y en las películas, luego, me dibujó su juventud y también me trazó líneas de sus viajes y de sus exposiciones por Grecia y Turquía. Y a brochazos, pintó risas y carcajadas, con colores estridentes y explosivos que parecían salir de las entrañas de su cuerpo. Decidimos hacer una parada y me ofreció un trago de Raki, en un tapón de una pequeña botella que llevaba camuflada entre sus cosas y, por unos segundos, dudé sobre sí debía o no aceptar aquella invitación. Pensé en los 45 grados de aquel licor y confié en que eran suficientes para aniquilar cualquier bicho viviente, aun así me encomendé a los dioses, a los de “Lo limpio” y a los del Oráculo de Delphos. Y mientras brindábamos, entre bromas y risas, me confesó que aquella era una bebida mágica, porque cuando la tomaba podía tocar el cielo. ¡Y la creí! Hablamos de la vida, de la muerte y de los sueños; hablamos de Leonard Cohen y de cuando lo conoció en Hydra, me habló de sus viajes y también de su marido, su íntimo enemigo, al que temió durante años y al que un día, de repente y sin avisar, se lo llevó la parca. “¡Vaffanculo!”, le dije. “¡Stronzo!”, añadió ella. ¡Y nos reímos! Pero aquella mujer lo hizo con esa risa que sale del dolor que habita en los recuerdos. Hablábamos en francés y jugábamos a entendernos en griego, a traducir al español y a insultar en italiano. Y nuestras palabras y risas parecían quedar flotando en el aire y elevarse a nuestro paso, como esos pequeños globos chinos que vuelan a lo más alto. Cuando nos despedimos, miré el lienzo y ya no era blanco.

Matilde Rubio
Últimas entradas de Matilde Rubio (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio