La lluvia que cae
Días cenizos.
Agua percutiendo en el asfalto,
efímeras huellas de los transeúntes borradas.
Los frenos desgastados propician los alcances,
los urbanos bajo techado, vigilan.
Horas indefendibles.
Grises tonalidades en los viejos sueños
aumentan las fugas de esperanza.
Me faltan pétalos para colorear
un mes tras otro.
La lluvia me persigue.
Las utopías las pierdo,
los recuerdos los olvido.
Gritos silenciosos.
En segundos.
El agua diluye, derivándose al océano
primigenio donde se coció la vida.
El cuenco planetario
colma la bebida del Titán.
Te llamo y no me respondes.
Y la humedad se aposentó en mi corazón.
Representaciones del submundo
Vivimos en el sueño del ente cartesiano.
El cielo gálico se derrumba sobre nuestras cabezas.
A las puertas de los templos rondan gentes con vasitos de plástico.
En la era del infortunio,
extraños que se suben a barcas inconsistentes,
en un submundo tejen mis prendas de vestir.
Allí, la tierra reseca clama por la lluvia.
Aquí, una riada se llevó la última tierra fértil.
Suelos agostados.
Los venenos vertidos emponzoñan nuestra comida.
Condenados andamos hacia la muerte.
Los uniformados buscan vestimentas improcedentes.
Estallan a tu lado los otros.
Nos refugiamos ante la pantalla de un televisor,
donde los improperios de esos nos divierten.
Hoy también retransmiten un encuentro clásico.
Otra vez han pillado a unos sin papeles saltando el muro.
Aquí se han quedado mis cuitas cotidianas.
Estamos tomando pastillas para dormir.
Los días son demasiado largos y las noches tan cortas.
Así lo quiero
I
Hay algo que atenaza la víscera del pecho,
ese músculo especial donde se atesoran,
donde se almacenan,
donde se guardan
los sentimientos.
Enlaces formados por invisibles atractores
atestiguan las cadenas que nos unen irremisiblemente,
esa urdimbre que no altera la distancia,
ese segundo detenido cuando cruzamos una mirada.
Dos hojas de otoño suspendidas para siempre.
Cubiertos por las luces del ocaso,
unidos por el día a día.
Así lo quiero.
Así te quiero.
II
Hay un algo que atenaza la víscera del pecho.
Ese músculo especial donde se acumulan sentimientos,
donde guardo,
donde almaceno mis emociones.
Enlaces formados por atractores invisibles
justifican los enlaces que nos unen irremisiblemente.
Ese engaste que no altera la distancia,
ese soplo detenido cuando cruzamos una mirada.
Así lo quiero.
Así te quiero.
Cubierto por las luces del ocaso,
vivimos el día a día unidos.
Dos hojas de otoño suspendidas.
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