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Poemas de Adolfo Marchena

miércoles 2 de mayo de 2018
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Alicia y yo

Me desvisto ante
el espejo mientras
Lewis Carroll escribe
sentado en la bañera.
Los naipes caen
como gotas de agua.
Paseamos en barca
por el Támesis
buscando la idea o
ese sueño que se pliega
como una cortina vieja.
Me visto con harapos
después de que el tren
olvide en sus vagones
el baúl con mis trajes
nuevos. Es hora
del comercio entre
prestamistas y usureros,
es hora de cicatrizar
la tarde en su estruendo
de tormentas inacabadas.
Cuando ya no me veo viejo
y la edad está de sobra,
salgo a la calle
y los cocheros
ignoran mi presencia
porque voy vestido
con cortinas
que son del baño,
con alhajas
que están prohibidas.

 

En mis bolsillos

No busques
en mis bolsillos
lo que yo no encuentro,
lo que no encuentras
en los tuyos.
Temblamos,
temblábamos entonces
y no de miedo
ni de frío
y vendrán todos
los pájaros
a exigirnos
su jornal
antes del viaje.
No busques
en mis bolsillos
los licores
que gobernaron
mi hacienda,
dentro del cansancio,
dentro de la ausencia,
lo que mis pantalones
sostienen cuando
ya no los ocupo.

 

Desde el bostezo

En este espacio,
donde habitan herejes
y han prohibido
la esclavitud, las rebeliones
adquieren el sabor
a confianza, lapicero,
densidad de roca
que se despierta
disuelta entre los dedos.
Caminábamos con otro aire
menos pálido
que la muerte
de la tarde y su creencia
a agonizar en pozos
de indulgencia y sal.
En esta espera
sin cotización
a las afueras de la bolsa,
tal vez el dentista
dispuesto a extraernos
el último poema
desde la boca,
desde el bostezo,
el estómago,
después de una derrota
desprovista
de equinoccios
y a renglón seguido
tu sonrisa
como un bostezo
mostrándome el camino.

 

Como Shelley

Como Shelley en la tempestad
de regreso a Lerici todos
hemos remado alguna vez
contra corriente, contra el viento
en esas noches que pasaron
sin que nos diéramos cuenta,
nubes plegadas en los pantalones,
presagios atrapados por pinzas
en un espacio donde las plantas
se ahogan también en sus macetas.
Como Shelley hemos escrito
contra corriente, contra el viento,
contemplando muy de cerca
esa guadaña, los ojos de una muerte
que hemos resuelto desde el aire
de la boca, con algún apero
secuestrando el maíz de los campos.
Para dejar la embarcación lastrada
en el olvido, en las rarezas de los calendarios
y esos baúles cargados de panfletos,
como si fuéramos únicos,
contra corriente, contra el viento,
pensando, tal vez que lo único
que cuenta es vivir, vivir sencillamente.
………….(o sencillamente, vivir)

 

Rosa blanca

Descendemos en silencio
con la rosa blanca
en nuestras manos.
Ocupándonos del aire
que es idea, la idea
que todo lo transforma,
lo que el dolor requiere,
lo que el reloj sin agujas
oculta al orfebre torpe.
Los pájaros ya se habían
alejado y quedaba el silencio
que es idea, o temor
a no volver a abrir los ojos.
Regresamos con la rosa
blanca por un camino poco
transitado, apenas las huellas
de la mitología, que es idea,
sensación de que la noche
entierra las distancias, lejano
el cloro donde huele a agua
y es idea, para pernoctar
como los peces y la rosa.

 

En un cielo distante

No importa
si este silencio
opaco y triste
nos traspasa.
O trata
de ahuyentarnos
en el despertar
cotidiano
de nuestras
mañanas cristalinas.
Conocemos la bondad
de las persianas,
el desasosiego
que nos regalan
los espejos
y su penumbra.
No importa
que te demores
cuando los demonios
llaman a la puerta.
Somos objeto
sin asideros
en un cielo distante
como la tierra
de las trincheras,
la mortaja,
el violinista
sin tejado,
el preludio
y su fuga.

 

Aquiles en el recreo

Lentamente, como
un músculo agarrotado,
esa fracción de vida
en el congelador.
Cuando jugábamos
a ser héroes
en el patio del colegio,
tal vez Aquiles,
conocedor por boca
de su madre
de que nunca
regresaría a sus playas.
Poco importaba
la pedrada en la cabeza,
cuando el amigo
erraba el tiro
y en urgencias
te cosían la cabeza.
Luego llorabas
porque te habías
perdido la clase,
porque se había
demorado la tarde,
porque tu talón
permanecía intacto
y el camino de regreso
a casa colgaba de un plano
desperdigado en las aceras.

 

Como de musgo

Después del tiempo,
ese mal despertar
de los relojes,
como de musgo
creciendo en los lavabos
después de perderte
en mis sueños,
no juzgo ya
la poesía y sus retoños,
que andan descalzos,
anónimos, dispuestos
a perderse en la naturaleza
de los árboles
y de las cosas,
de lo infantil
y lo terrible.
Después del tiempo
las conclusiones son otras,
el poema desnudo,
sin su abrigo
de pertenencias frías.
Después de todo
quedan las puertas
abiertas o cerradas
donde uno puede
equivocarse de salón,
después del tiempo,
aunque ya no importa,
porque todas las almohadas
boicotean mis sueños,
y ando así, buscándote,
después de los recreos.

Adolfo Marchena
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