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Presentación de Sostener la palabra, antología de poesía costarricense contemporánea

viernes 6 de diciembre de 2019
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“Sostener la palabra: antología de poesía costarricense contemporánea”, de Adriano Corrales Arias (compilador)

Sostener la palabra
Antología de poesía costarricense contemporánea

Adriano Corrales Arias
Segunda edición
Editorial Arboleda
San José (Costa Rica), 2018
ISBN: 978-9968-536-55-4
254 páginas

La poesía costarricense cuenta con nombres distinguidos tales como los de Lisímaco Chavarría, Roberto Brenes Mesén, Max Jiménez, Eunice Odio, Alfredo Sancho, Isaac Felipe Azofeifa, Carlos Rafael Duverrán, Antidio Cabal, Jorge Debravo, Virginia Grütter, por citar los más reconocidos. Sin embargo, y es lo extraño, no ha logrado posicionarse en el panorama literario hispanoamericano, como sí lo han hecho países vecinos, caso de Nicaragua. Son múltiples las causas que se han señalado para ese “escaso desarrollo lírico” en nuestras letras; mejor dicho, para ese enclaustramiento o ensimismamiento de nuestra breve producción poética. Rubén Darío, a su paso por nuestro país, subrayaba que “Costa Rica intelectual posee más savia que flores”; aludía a la precaria producción y valoración del hecho poético en la construcción intelectual de nuestro país. Para aquella época, finales del siglo XIX e inicios del XX, la sentencia aplicaba muy bien, pero, trasladada a nuestros días, de seguro que el maestro se equivocaba.

En los últimos cincuenta años la poesía costarricense ha avanzado con un rigor y una fortaleza inusitados. La herencia de los experimentos vanguardistas que van de 1925 hasta bien entrados los años cincuenta del siglo pasado, con poetas fundadores y de transición como Rafael Estrada, Max Jiménez, Francisco Amighetti, Joaquín Gutiérrez, Alfredo Sancho, Mario Picado e Isaac Felipe Azofeifa, entre otros, y de los años sesenta y setenta, hasta bien entrados los ochenta (cuya poesía se podría dividir en tres grandes tópicos: la social con Jorge Debravo al frente; la trascendentalista —que, de alguna manera, se reconoce a partir de los años ochenta hasta bien entrado el siglo XXI como la poesía “oficial” o dominante—, con algunos acompañantes de Debravo escapados por la tangente: Laureano Albán, Rodrigo Quirós, Carlos Francisco Monge, Julieta Dobles y Ronald Bonilla —los tres últimos en los primeros años del nuevo milenio se desmarcaron de ese “movimiento”—, y una poesía experimental, contestataria, iconoclasta, alucinada, que denominaremos provisionalmente como contracultural u “outsider”, la cual se encuentra dispersa en pocos libros, muchas revistas y efímeras antologías en espera de algún investigador; sin olvidar la cima solitaria de mediados de siglo: la gran Eunice Odio, misma que, en justicia, debería denominarse “trascendente”), se expresa y sintetiza, en nuestros días, en un amplio y variopinto abanico, con la creación de talleres y grupos, la generación de nuevos espacios para la lectura de poesía (recitales, “lunadas poéticas”, encuentros, festivales, presentaciones de libros) y la edición de múltiples revistas.

Es probable que la “juventud” de la poesía costarricense y la relativa ausencia de “maestros” con quienes pugnar para cometer parricidio simbólico y ocupar sus espacios, permita a la lira nacional contemporánea desplegarse por múltiples vías estéticas y formales.

Por lo demás, el surgimiento de nuevas editoriales y librerías, especialmente en los años noventa y al inicio del nuevo milenio, y de la participación de poetas nacionales en diversos eventos internacionales, así como la constante visita y estancia de poetas extranjeros reconocidos, ha permitido que un nutrido grupo de jóvenes haya venido estructurando su trabajo poético con una nueva visión y un renovado compromiso. Por supuesto, antes hubo y hay poéticas novedosas que propiciaron ese asombroso despegue tales como las de Virginia Grütter, Carmen Naranjo, Juan Antillón, Ana Antillón, Antidio Cabal, Guillermo Sáenz Patterson, Mayra Jiménez, Joaquín Soto, Alfonso Chase, Mía Gallegos, Osvaldo Sauma, Mario Matarrita y Ana Istarú, entre otros.

A partir de lo expuesto, es probable que la “juventud” de la poesía costarricense y la relativa ausencia de “maestros” con quienes pugnar para cometer parricidio simbólico y ocupar sus espacios, permita a la lira nacional contemporánea desplegarse por múltiples vías estéticas y formales sin que el peso de la tradición la agobie, es decir, sin prejuicios, culpas ni temores. En ese sentido, es saludable revisitar compilaciones anteriores para observar tal despliegue desde sus inicios. Para el caso antológico que nos ocupa, menciono los ilustres antecedentes de esta tentativa: La lira costarricense (1890-1891), de Máximo Fernández; Parnaso costarricense: selección esmerada de los mejores poetas de Costa Rica (1921), de Rafael Bolívar Coronado; Escritores y poetas de Costa Rica (1923), de Rogelio Sotela; Antología de poetas costarricenses (1946), de Rosario Meza de Padilla; La poesía de Costa Rica (1963), de Manuel Segura Méndez; Poesía contemporánea de Costa Rica (1967), de Alfonso Chase; Poesía contemporánea de Costa Rica (1973), de Carlos Rafael Duverrán; Evolución de la poesía costarricense, 1574-1977 (1978), de Alberto Baeza Flores; Antología de una generación dispersa (1982), de Carlos María Jiménez, Jorge Bustamante e Isabel Gallardo; Antología crítica de la poesía de Costa Rica (1992), de Carlos Francisco Monge, y Voces tatuadas: crónica de la poesía costarricense 1970-2004 (2004), de Jorge Boccanera; para no hablar de las muestras en las Lunadas Poéticas (2005-2006) acopiadas por el poeta colombiano, asentado en nuestro país, Armando Rodríguez.

Hoy, con una prolífica producción y un desparpajo ideoestético y discursivo casi iconoclasta, las nuevas generaciones indagan en diversas formaciones socioculturales como fuentes y paradigmas de sus producciones, sin temor a la vigilancia y el castigo de sus predecesores, el canon o la academia. Ello da como resultado un movimiento poético vigoroso y plural que posiciona, como nunca antes lo había hecho, el quehacer poético patrio en el concierto centro y latinoamericano y de más allá. Sin poses ni aspavientos, jóvenes poetas organizan talleres, editan revistas y publicaciones, ganan premios en Europa y en diversos certámenes latinoamericanos, participan activamente en encuentros, festivales y congresos, o aparecen en variadas antologías a lo largo del continente. La mayoría de ellos ya no esperan la dádiva del padrecito Estado con el favor del burócrata de turno, la oportunidad de las editoriales oficiales ni la “ayuda” de los “consagrados”, para salir y dar a conocer sus producciones. He aquí una nueva visión con un genuino compromiso artístico.

Describir ese impetuoso movimiento de amplio espectro y sus principales características socioculturales y estéticas es tarea que sobrepasa las intenciones y posibilidades de este texto. No se intenta analizarlo a profundidad ni realizar estudio crítico alguno. Por ahora, al margen y a la espera de estudiosos e investigadores que aborden integralmente el proceso, se pretende, sencillamente, reunir en una muestra a quienes consideramos los principales precursores y actores de ese movimiento que, dadas sus expectativas y coordenadas históricas, podría conceptuarse como el más intenso, sorprendente e innovador de la actual poesía centroamericana. Y presentar la selección en un volumen suficientemente representativo sin que se intente fijar nombres o producciones para canonizarlos, sino más bien en una perspectiva colectiva de obra en construcción (work in progress). Como bien señalara el maestro Carlos Rafael Duverrán en su compilación Poesía contemporánea de Costa Rica (Editorial Costa Rica, 1973), “esta no es, pues, en sentido estricto, una antología de la poesía costarricense contemporánea representativa, sino una antología representativa de la poesía costarricense contemporánea”.

Debemos entonces dejar constancia de los criterios de selección y los límites conceptuales de la misma, de manera tal que el amable lector, el estudioso o el crítico, comprendan, y toleren, de alguna manera, los excesos y exclusiones. Inicialmente la propuesta consistía en agrupar en un cuadernillo a los participantes del programa Miércoles de Poesía que cada quince días se dan cita en la Casa Cultural Amón del Instituto Tecnológico de Costa Rica en su Centro Académico de San José. No obstante, conscientes de la necesidad de un documento mucho más amplio que articulara ese nutritivo proceso poético reseñado más arriba, nos planteamos entonces la tarea de compilar una antología de la “nueva poesía costarricense”. Pero, dado ese carácter ambiguo y cajonero de lo nuevo (¿en poesía qué es nuevo, qué no lo es?), se optó por ordenar la selección con ciertos criterios temporales para armar una antología que partiera de los años 50 del siglo pasado hasta el año de edición de la misma.

Subrayamos el esfuerzo arduo para, dentro de nuestra concepción del panorama poético, lograr la mayor inclusión posible.

Sin embargo, a medida que fuimos buceando en la amplia producción lírica de la época, fuimos tropezando con producciones que sobrepasaban el método establecido. (Se debe manifestar, de inmediato, que no se trata de una selección de generaciones poéticas: debido a lo expresado anteriormente y a otras consideraciones conceptuales, es difícil eslabonar la producción poética autóctona con ese criterio dada la dispersión y el cruce de estilos, “movimientos” y discursos de la historia lírica criolla. Como se verá, la aparición de los poetas seleccionados va, sencillamente, de acuerdo a sus fechas de nacimiento). Aquella situación obedeció a que algunas de esas producciones han sido invisibilizadas por el canon, o, lo que es más grave, excluidas por los instituyentes culturales o el statu quo literario, a pesar de su calidad estética y de su influencia posterior, o a que algunas han sido tardías, extemporáneas o muy “maduras” en términos de la biobibliografía del autor.

Así, hubo de incluirse a poetas nacidos antes de 1950 como Mayra Jiménez, Juan Antillón, Laureano Albán, Helio Gallardo, Julieta Dobles, Rodrigo Quirós, Guillermo Sáenz Patterson, Alfonso Chase, Joaquín Soto y Osvaldo Sauma, productores notables, no sólo por su poesía, sino por el influjo en las nuevas generaciones. Afrontando esas circunstancias, y aunque no en todos los casos, me guie por la tenue frontera (border line) de ese criterio de exclusión tan reiterado y caro a la cultura costarricense, de tal manera que se pudiera ampliar el abanico de la poesía nacional en cuanto a sus representantes y sus procedencias. El espectro, ciertamente, se expandió, encontrando en las “provincias” a una serie de autores no afectos a la “vallecentralización”, o “vallecentrismo”, de la literatura y del quehacer sociocultural de nuestro país (Joaquín Soto, Francisco Rodríguez Barrientos, Miguel Fajardo, Nidia María González, Carlos Villalobos, Adriano de San Martín Corrales, entre otros). Igual circunstancia se cumple con los “extranjeros”, residentes o naturalizados (Helio Gallardo, David Maradiaga, Américo Ochoa, Carlos Calero, Camila Schumacher), los cuales, por mérito propio, han enriquecido el espectro y por lo tanto merecen un puesto en la poesía “nacional”.

Naturalmente, la selección delata el “gusto” y la concepción ideoestética del compilador, así como la posición que ocupa en el dinámico y complejo campo literario. Ninguna muestra artística es objetiva en ese sentido. Aun así, subrayamos el esfuerzo arduo para, dentro de nuestra concepción del panorama poético, lograr la mayor inclusión posible. No obstante, sabemos que hay límites y limitaciones. La realización de la muestra se concibe entonces como un “corte” necesario en el tenaz e incesante proceso de la producción poética costarricense y como un homenaje a quienes la hacen posible. A su vez, pretende acentuar la amplitud temática, la diversidad y la profundidad estéticas de esa producción, la cual, como ya lo he señalado, luego de sobrepasar un período “trascendentalista” con reminiscencias románticas y posmodernistas, cruzado por la poesía social, se lanza, como nunca antes lo había hecho, a la búsqueda y a la experimentación aprovechando todas las posibilidades de las vanguardias, pos y transvanguardias literarias y artísticas del siglo XX, así como el reconocimiento de poéticas de otras culturas y lenguas (precolombinas, nórdicas, orientales, árabes, africanas, etc.) y de otros quehaceres artísticos (música, cine, video, artes escénicas y visuales, etc.) que estuvieron, hasta hace poco, vedados al quehacer poético nacional.

Aunque parezca de Perogrullo, se debe apuntar, como corolario a los criterios de selección, que se ha optado por creadores con, al menos, una obra publicada. Queda por fuera una serie de jóvenes talentos cuya poesía, lastimosamente, aún no ha sido impresa en libro. Cuando eso suceda, dada la cuantía y la disposición que se atisba en esas bisoñas sucesiones, el panorama poético, es de esperar, variará sustancial y cualitativamente.

Adriano de San Martín
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