Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Etimologías literarias:
leer

lunes 19 de diciembre de 2022
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Etimologías literarias: leer, por Daniel Buzón
En Roma, al lector se le halagaba, se le apostrofaba, candide lector, se le temía, se le pedía benevolencia, se le advertía que se le ahorraban farragosas exposiciones, etc.

(…dialéctica, diálogo, epílogo, filólogo, lector, lectura, léxico, leyenda, lógica, prólogo)

Demasiados términos, pensará el benigno lector, del que también vamos a hablar. La mitad son vocablos latinos y la otra, griegos, que tienen origen común en el étimo indoeuropeo *leg-, cuyo significado era recoger con las manos. Este lexema y su semántica siguen vivos en castellano, italiano, portugués, catalán, sólo con la adición de un prefijo: de col-ligere se desarrolla coger, cogliere, colher, collir. Es un famoso tópico alternativo al carpe diem el siguiente:

Collige, uirgo, rosas…

Precisamente, el verbo legere latino se empleaba para hablar de elementos de la primera civilización humana, acaso la recolectora, del Paleolítico: olivas, flores, nueces… El griego legõ conserva esa misma significación todavía en Homero y se mantuvo en derivados, como el que aún preservamos hoy día en el cultismo eclecticismo: de ek-legõ, elegir, se entiende que distintas tendencias filosóficas a la vez. También quería decir contar y enumerar. Algo parecido ocurre con otros derivados latinos que vienen a significar escoger: eligere, seligere, diligere (querer), etc. La inteligencia es tomar entre una cosa y otra: inter-legere, intelligere. Asimismo, significó recoger: las Parcas legebant los hilos de la vida humana e igualmente una nave legebat las velas al llegar a puerto.

Hay, sin embargo, un desplazamiento semántico, en ambas lenguas clásicas, pero divergente. En griego pasó a significar decir porque se recogen, juntan o se enumeran palabras al hablar o eso afirman los diccionarios, por más forzado que parezca. Aunque no lo digan los etimologistas, puede que en tiempos arcaicos a los vocablos se les concediera una entidad propia, casi física, independiente del hablante: recuérdese aquello de las “palabras aladas” con que Homero se refiere a los parlamentos de sus héroes.

El logos es una variante de la misma raíz, que quiere decir recuento, cuentas, razón y, por último, palabra.

Había otros verbos acaso más usuales: phemí, eípοn, el primero de los cuales ha dado profeta y el segundo, épica. Pero legõ se introdujo con fuerza en el presente y ahí se mantiene hasta nuestros días: põs se lene? dicen hoy en Grecia para preguntarte cómo te llamas (¿cómo te dicen?). El logos es una variante de la misma raíz, que quiere decir recuento, cuentas, razón y, por último, palabra, aunque ganó pronto un valor metafísico y teológico que acaba recalando en el neoplatonismo y en el Nuevo Testamento.

El diálogo es, pues, la conversación, y la dialéctica una de las tres partes de la filosofía clásica, siendo las otras la física y la ética. La lógica no se diferenció hasta el XVIII de la dialéctica, que fue en el Medievo una de las tres disciplinas del Trivium. Ya Cicerón menciona la filología (amor a la palabra y las letras) de uno de sus cultos acompañantes y Vitruvio comenta que los reyes de Pérgamo abrieron su famosa biblioteca inducidos por las dulzuras de la filología. Léxico no aparece en latín de manera decisiva hasta el Humanismo: recuérdese el léxico hispano-latino de Nebrija. El prólogo griego y romano era el teatral, dedicado a resumir el argumento, aunque Terencio lo usara para defenderse de las críticas. Y el epílogo era la conclusión de un discurso.

En latín el sentido secundario de legere es el de recoger algo con la vista: en la Eneida, Anquises enseña a su hijo Eneas en los infiernos, desde un montículo, las almas de los muertos, para que pueda recorrer con la mirada (legere) sus rostros. Recoger palabras oralmente (hablar) se refleja al menos en el substantivo lex, ley, que significa lo que se dice, y se fija como norma, aunque también se ha conjeturado recoger, atar y obligar.

Pero es más importante el de recoger palabras escritas con los ojos. Así pues, llegamos por fin al término preponderante: leer. En Roma, aunque el mercado librario era limitado, la figura del lector era tan importante como ahora, consideradas las debidas proporciones. Al lector se le halagaba, se le apostrofaba, candide lector, se le temía, se le pedía benevolencia, se le advertía que se le ahorraban farragosas exposiciones, etc. La lectio era la lectura, palabra que, como se ve, ha cambiado el sufijo.

Cabe advertir que, si bien producía el placer del retiro, la lectio antigua era menos intimista que la actual porque los romanos y griegos leían en voz alta, no en silencio, como nosotros. A lo sumo, se murmuraba. Así se entiende más lo de recoger palabras. Resultaba extraño a san Agustín (lo explica en sus Confesiones) y otros jóvenes que visitaban a san Ambrosio que éste tuviera costumbre de legere tacite, calladamente. En el Medievo, a pesar del oscurantismo o precisamente, el nacimiento de la personalidad individualista premoderna favorece la lectura en silencio, máxime en los monasterios, que fueron únicos custodios de cultura durante siglos, entre lectores que a menudo eran también copistas. De hecho, los romanos usaban como mucho interpunciones, porque los signos de puntuación, que favorecen la lectura en voz baja, se desarrollan después.

Hay investigadores que defienden, sin embargo, que los antiguos eran perfectamente capaces de leer en silencio, si la situación lo requería, como cuando César leyó en el senado, cuando se discutía sobre la conspiración de Catilina, una nota de amor de Servilia, la madre de Bruto y hermana de Catón, quien le acusó de recibir mensajes de los conspiradores, y César le cedió el billete, para avergonzarlo.

Las novelas de caballería se leían para grupos más o menos amplios, como hoy se puede ver una serie de televisión en familia.

El uso de leer de viva voz en corro se mantuvo, sin embargo, hasta el siglo XIX, parece, y las novelas de caballería se leían para grupos más o menos amplios, como hoy se puede ver una serie de televisión en familia. En algún lugar he leído que esta práctica se ejerció incluso en naves de larga singladura, entre Europa y América: cuenta Bernal Díaz del Castillo que, al entrar en Tenochtitlán (1519), les parecía, a todos los soldados, que estaban viendo en vivo las maravillas narradas por el Amadís de Gaula. El tipo de literatura que se disfrutaba comunitariamente en la Edad Media fueron los cantares de gesta, la novela cortés, el romancero y todo aquello que pertenecía a la leyenda, término que proviene del gerundivo plural neutro legenda, lo que ha de ser leído. También los pies de estatua o de foto, los letreros que explican imágenes o monumentos son leyendas.

Los esclavos litterati leían a sus amos romanos en voz alta. No es ninguna extravagancia despreciable: se dice que Schliemann, el descubridor de Troya y tremendo políglota, aprendió griego contratando a un lector nativo que le leyese en voz alta y los métodos glotodidácticos durante el Renacimiento y desde el XIX se han basado más en la palabra viva que en la letra muerta, que decía san Pablo. En la escuela, el litterator enseñaba a escribir y a leer y el grammaticus a comentar los clásicos en la segunda parte de la gramática, la histórica, a alumnos que no tenían más que unas tablillas de cera y la memoria, mejor ejercitada con la voz que con la lectura callada. Precisamente, uno de los sentidos de legere es también enseñar: el profesor leía a los autores, antes de exponerlos.

En las universidades medievales, la escolástica desarrolló varios tipos de práctica docente: la lectio o clase magistral (que obviamente ha dado lección, en castellano), también lectura, la quaestio o preguntas de los alumnos, a veces un caso práctico, la quaestio disputata o debate y la repetitio o discurso doctoral ante un amplio auditorio.

Daniel Buzón

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio