XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Etimologías literarias:
literatura
(… letra, literato; epigrafía, grafiti, gramática…)

lunes 20 de marzo de 2023
Grafitis de Pompeya
Los grafitis de Pompeya tienen un lugar en la evolución del término literatura.

La etimología del latín littera (letra), con la tónica en la i, de la cual proviene literatura, es de las más opacas. Trae el diccionario Forcellini que algunos etimologistas la relacionan con lino, que quiere decir untar, su participio litum y litūra (este con la tónica en la u), que significa cancelación. Por eso, dice, se empeñaban en escribir litera, con una sola te. Acaso les movía a ello que los volúmenes preciados se untaban en Roma con resina de cedro del Líbano. O, como escribe Covarrubias, “porque con la letra se va borrando el blanco donde se escribe”. Para gustos, colores. En cualquier caso, esto tiene poca base porque los testimonios del CIL (corpus de inscripciones latinas) son mayoritariamente con doble te.

Como recogen Ernout y Meillet, el etimologista francés decimonónico Michel Bréal conjeturó que quizá proviniese del término griego diphthéra, cuero o pergamino para escribir, porque una glosa de Hesiquio de Alejandría aclaraba que en Chipre un profesor de letras se llamaba diphtheraloiphós, considerando que el paso de de a ele se encuentra también en lacruma (lágrima), que viene de dacruma, y el término habría pasado por el etrusco, a menudo recurrido para casos desesperados, puesto que los tirrenos son todavía un pueblo misterioso y muchos adelantos, como el alfabeto, llegaron a Roma a través de ellos.

Añaden educadamente Ernout y Meillet que es una hipótesis seductora, pero que no va a ninguna parte.

Ya puestos, pienso yo, es más hermosa la etimología de san Isidoro (1.3): Litterae autem dictae quasi legiterae, quod iter legentibus praestent, vel quod in legendo iterentur, o sea: “Se llaman letras como si dijéramos leitíneras (adapto libremente la ocurrencia isidoriana), porque ofrecen un itinerario o un camino al que lee o porque se reiteran o repiten cuando uno lee”.

La arqueología del concepto hay que hacerla en Grecia. El término viene de gráphõ, escribir, que evoluciona a partir de una raíz indoeuropea.

Para acabarlo de rematar, reconocen Ernout y Meillet que tan indocumentado vocablo ni siquiera tiene una semántica propia, sino prestada toda del griego gramma. Es lo que pasó no sólo con el panteón romano, sino con buen número de vocablos de las artes: la arqueología del concepto hay que hacerla en Grecia. El término viene de gráphõ, escribir, que evoluciona a partir de una raíz indoeuropea, *gerbh, que quiere decir grabar y rascar. Ha dado, claro, además de todos los derivados posibles (geografía, historiografía…), dos palabras que recogen la letra en su estado más puro y popular: la epigrafía y el grafiti. Este último es un italianismo aceptado universalmente. Los grafitis de Pompeya desvelan también la literatura preferida de los romanos, como Virgilio y los elegíacos.

Gramma es a veces todavía marca o nota, así como los rasgos de la escritura y lo que está escrito con ella. Un grammatistés era el que enseñaba las letras (litterator en Roma), el grado de maestro más bajo. Un gramático era el que, en un grado medio, como la actual enseñanza secundaria, enseñaba el arte gramática (llamada metódica por Quintiliano) y leía y comentaba a los autores, por este orden. La ciencia del grammatistés era la grammatéia, en latín litteratura. Tanto el nombre del segundo tipo de profesor, el gramático griego, como sus conocimientos, pasaron al latín como préstamos, sin traducir.

Así pues, la litteratura era para los romanos el alfabeto. Y, entonces, ¿cómo se llamaba eso que enseñaba el gramático en la segunda parte de su magisterio, es decir, los autores? Reconoce Aristóteles en su Poética (1447b) que no hay un nombre común para los diálogos socráticos y los mimos teatrales o las elegías. Es decir, tampoco había un término preciso. Lo que empleaban los griegos era un plural indeterminado: ta grámmata, las letras, que en latín se calcó, litterae. La enseñanza de ellas era la llamada por Quintiliano gramática histórica.

EspañolGriegoLatín
MaestroGrammatistēsLitterator
AlfabetoGrammatéiaLitteratura
ProfesorGrammatikósGrammaticus
GramáticaGrammatikēGrammatica (methodice)
LiteraturaTa grámmataLitterae (Grammatica historice)

En consecuencia, la literatura propiamente dicha, como concepto positivo, merecedor de una definición, no existía. Las litterae graecae o latinae eran todo lo que estaba escrito en esas lenguas, incluidos historiadores, filósofos y técnicos de todo tipo. Algo de esa indeterminación se encuentra en la acepción vaga de nuestra palabra, como cuando se dice que una serie de síntomas están o no recogidos en la literatura médica. Así, incluso esa especie de apuntes de clase que es el corpus aristotélico se tenía por literatura. Casi todo lo era. Lo que sí es cierto es que griegos y romanos imprimían un propósito literario a muchos géneros gracias a la métrica o al estilo.

Pero, como el término plural era demasiado genérico, no hay teorizadores reseñables, sino sólo de la poética, que abarcaba el teatro; o, por otro lado, de la historia, como Polibio o Luciano de Samósata (que escribió un tratado al respecto); o de la fábula milesia, prototipo de la novela. Del atractivo formal podía encargarse la retórica (que era otro género per se), pero sólo una parte de ella, la elocución: tropos y figuras, metáforas, etc. Aunque lo cierto es que no fue del gusto de todos el exceso de retórica en otros géneros (que aumentó a partir de Ovidio y durante la edad de plata, como por ejemplo en Lucano), lo cual era visto en cualquier caso como una especie de usurpación y mezcolanza.

Aristóteles cifraba la identidad de la poética en la imitación. Para historiadores, oradores, incluso poetas, el estilo y las figuras retóricas eran sólo un aderezo.

Por ello, la función poética del lenguaje de Jakobson, asimilable a la retórica, se hubiera quedado corta en la antigüedad para definir la elaboración literaria. Aristóteles cifraba la identidad de la poética en la imitación. Para historiadores, oradores, incluso poetas, el estilo y las figuras retóricas eran sólo un aderezo. La esencia era otra, muy particularizada para cada caso. Como primer rasgo definitorio era de gran importancia la forma: yambo, dístico elegíaco, hexámetro… A la par, el propósito. Pero no había carácter común.

Esto hace pensar que a menudo es un lexema generado casualmente el que produce el problema conceptual, cuando se espera ingenuamente que suceda lo contrario, que la cuestión de fondo sea anterior al nombre. Entre los antiguos no había cristalizado ese concepto un tanto fantasmal llamado literatura. Por ello prescindo de todas las disquisiciones de la sedicente ciencia llamada teoría literaria, muy interesantes sin duda, pero a menudo divagantes, precisamente por carecer de perspectiva filológica e histórica, lo cual, en humanidades, es germen casi indefectible del cientificismo.

A partir de Séneca, hay ejemplos de que literatura vino a significar un conocimiento más amplio. Quintiliano la equipara a la gramática. Ya desde la época clásica un litteratus era una persona culta, voz que obviamente es la misma de hoy día, literato. La segunda gran acepción fue, pues, la de erudición, siendo la primera la de alfabeto. Ambas perduraron durante el Medievo, como recogen los diccionarios DuCange y Niermeyer, y el Renacimiento, como certifica el de Robert Estienne.

Será a partir del siglo XVIII cuando la palabra literatura, en la mayoría de las lenguas europeas occidentales, ganará su tercera acepción, como “arte de la palabra”, aunque lentamente, a partir de la segunda. Y, al parecer un poco después, nace la cuarta acepción como “conjunto de obras escritas de un período o de una nación”, las litterae y ta grámmata de los antiguos.

Que el lector me perdone, si quiere, los cuadritos doctorales:

AcepcionesLatínLenguas modernas
AlfabetoLitteratura(Letras, alfabeto)
ErudiciónLitteraturaLiteratura
Arte de la palabra(¿Rhetorica?)Literatura (siglos XVIII-XIX)
Conjunto de obrasLitteraeLiteratura (siglos XVIII-XIX)

En 1734, el Diccionario de Autoridades aún define así: “El conocimiento y ciencia de las letras”, las cuales son “ciencia, arte y erudición”. Ya en la Enciclopedia francesa, aunque se repite esta definición en otros términos, se la acerca a la idea de belles-lettres, que viene a ser el meollo del asunto y del planteamiento moderno. En inglés, Samuel Johnson escribe, en sus Vidas de poetas ingleses, en 1779: “Actividad de un escritor, la profesión de un escritor literario”. Es, al parecer, durante el XIX cuando la tercera y cuarta acepciones irán sedimentándose en los diccionarios, como en el de la RAE de 1884: “Género de producciones del entendimiento humano, que tienen por fin próximo ó remoto expresar lo bello por medio de la palabra” y “Conjunto de todas las producciones literarias de un pueblo ó de una época. La literatura griega; la literatura del siglo XVI”.