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Etimologías literarias:
argumento
(… contexto, texto, trama)

lunes 17 de abril de 2023
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Etimologías literarias: argumento, por Daniel Buzón
Ya en los prólogos de las comedias de Plauto el personaje encargado de recitarlos anunciaba abiertamente al público que procedía a explicar su argumento. Louisvhn • Teatro de Catania

Arguo, que ha dado argüir, es el verbo latino que significa acusar y probar la acusación. Según los etimologistas Ernout y Meillet, proviene de un supuesto sustantivo de la cuarta, masculino o neutro: *argus o *argu, el cual quiere decir resplandor o blancura, que sería el sentido indoeuropeo originario del étimo *arg-. Estaría emparentado con el griego argós, brillante, el nombre de la mítica nave Argo y con el del custodio de Ío, Argos, que la vigilaba con cien ojos.

Todavía en la lengua de Platón argyrós es plata. Compárese con el latín argentum, que también se refiere a ese metal, llamado así en buena parte de las lenguas románicas: argent (francés, catalán), argint (rumano), argento (italiano) y ha dado nombre a la República del Río de la Plata (precisamente). El legendario rey de Tartesos (siglos VII-VI a.C.) se llamaba algo así como “hombre de plata”: Argantonio (en griego, Arganthonios), porque comerciaba con las riquezas mineras de su tierra en sus tratos con fenicios y griegos foceos, más o menos allí por donde pasa el río Tinto, cuyos yacimientos vendió en 1873 la primera República española a una compañía británica.

Así pues, arguo significaba poner en claro, evidenciar luminosamente. Las argucias (argutiae) son las agudezas y sutilezas para probar algo, a partir del participio argūtus, representado con viveza, penetrante. Y el argumentum (formado con un sufijo nominal –mentum, como tantas otras palabras: firmamento, suplemento, incremento…) fue primero la prueba o razón de algo y más tarde la materia de la que se habla o de una obra de teatro. Ya en los prólogos de las comedias del mismo Plauto el personaje encargado de recitarlos anunciaba abiertamente al público que procedía a explicar su argumento. Es parte del metateatro plautino.

Plauto acostumbra a plantear el argumento, sin contar el final, antes de pedir silencio al auditorio.

Terencio no solía usar el prólogo para exponer el argumento sino para defenderse de las acusaciones de haber plagiado a los griegos Menandro o Dífilo o al mismo Plauto, y de haber hecho un refrito (la contaminatio), que es lo que hacían todos, o de que sus comedias se las escribían otros miembros del helenizante círculo de los Escipiones. Los gramáticos posteriores añadieron a estas comedias un argumentum breve, así llamado, sin pretensiones literarias, que exponía la trama demasiado sintética y atropelladamente. Pero es interesante señalar que importaba muy poco destriparle el desenlace al lector. Es sabido que el suspense no existía en obras teatrales —hablo también de Grecia—, cuyo mito era conocido por todos. Aun así, Plauto acostumbra a plantear el argumento, sin contar el final, antes de pedir silencio al auditorio.

En el sistema educativo, entre la gramática y la retórica se practicaban ejercicios de redacción llamados progymnasmata, uno de los cuales era la narración, que se subdividía en fabula, argumentum e historia (Quintiliano, Instituciones, 2.4). El segundo era el resumen de una obra, ya visto. Pero otras veces se habla de otro ejercicio denominado igual, argumentum, en griego thesis, es decir, el planteamiento de un tema de investigación. De ahí, a la larga, proviene la tipología del texto argumentativo de nuestra enseñanza secundaria, a veces inculcado demasiado machaconamente junto con el resto de tipos.

En cuanto a esa especie de pleonasmo que es su aplicación a la vida como una imitación del arte, ejemplificado para la literatura castellana al menos en Gil de Biedma:

Envejecer, morir, es el único argumento de la obra,

El completísimo diccionario Forcellini no lo registra para el latín de la antigüedad, pero no sería imposible encontrarlo durante la Edad Media o el Renacimiento.

Trama era lo mismo que en español, un tejido de hilo fino. Su valor metafórico no llegó en latín al de argumento o “enredo de una obra dramática o novelesca” (RAE). En la Poética, Aristóteles usa sýstasis tõn pragmátõn, trabazón de acciones, y distingue entre historias (mythous, traducido casi siempre por argumento) simples y complejas, peplegménous, es decir, entrelazadas, a partir de pleko, entrelazar. Las complejas tenían peripecia (un cambio inesperado) y anagnórisis o agnición, que, combinadas, resultaban más hermosas: Edipo, informado por un mensajero de que no tema matar a su padre —según pronosticaba el oráculo— porque éste, Pólibo, rey de Corinto, acaba de fallecer de muerte natural, ni unirse a su madre, Mérope, la reina, porque no es su verdadera madre, parece que va a liberarse de sus angustias, pero realmente las confirma (peripecia) porque ese mismo mensajero le acaba revelando, sin querer, quién es (anagnórisis).

Lo interesante es la idea de articulación. El sustantivo es plokē, y lo emplea el estagirita en el sentido de nudo, frente a desenlace: hay autores que anudan bien y desenlazan mal, añade.

La metáfora no era ajena a la lengua del Lacio y, efectivamente, en el mismo campo semántico textus y contextus se derivan de texo: tejer.

Algo de este sentido figurado debían de percibir los romanos que asistían a ver El soldado fanfarrón, de Plauto, estrenada el 206 a.C., porque el viejo o senex (personaje arquetípico), desde cuya casa el joven intenta rescatar a su amada mediante mil artimañas, se llamaba Periplectómenos, vocablo griego que viene a querer decir “envuelto de enredos”. De hecho, plecto en latín significa enlazar o plegar (y de él proviene perplejo). La metáfora no era ajena a la lengua del Lacio y, efectivamente, en el mismo campo semántico textus y contextus se derivan de texo: tejer. El primero ya se empleaba en retórica para referirse a la textura de un discurso y en definitiva a frases de un escrito o texto en sentido moderno. Y algo semejante ocurre con contexto.

Para nosotros parece tener cierta importancia la semántica subyacente porque, tanto en castellano como en francés, trama significó figuradamente ardid, treta malévola, desde el Medievo. El diccionario de la Real Academia de 1780 da como valor metafórico para el término únicamente el siguiente: “Artificio engañoso y astuto, con que se perjudica á alguno”. A la par, el inglés plot (plano de una finca y luego plan secreto, relacionado con el francés complot) desarrolla el valor de estructura argumental desde la década de 1640 y el francés trame adquiere ese sentido durante el siglo XIX. No es hasta 1925 cuando la RAE lo recoge también en español.

Daniel Buzón

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