Permíteme, estimado lector, quebrantar lo que una vez hice regla en los
editoriales de Letralia, y dirigirme a ti personalmente al menos en esta
edición, que marca el regreso de nuestra revista a sus etéreos espacios. Desde
que por circunstancias diversas y coincidentes sobreviniera esta suerte de noche
sobre los territorios fértiles de Letralia, no he dejado de caminar en tu
dirección, esperando encontrarme de nuevo con tus ojos ávidos y estrechar tu
mano con afecto cálido y franco.
Nos ha costado tres años completar ese trayecto y la revista que te ofrezco
ahora no es la misma de entonces, en principio porque ya no soy el mismo, ni
tú. No te aburriré hablando de los cambios, porque sé que sabrás
descubrirlos en cuanto dejes de leer esto y te internes en los nuevos parajes
que ahora surcan la Tierra de Letras. Como ya sabes, mi buzón está siempre
abierto a tus observaciones y, por supuesto, a los textos que desees publicar en
estas páginas.
Debo confesarte que en el camino perdí cuatro ediciones: de la 91 a la 94.
Hace poco tiempo un gran amigo me dio la grata noticia de que todas ellas
estaban reflejadas en un repositorio estadounidense. Ya están aquí conmigo, y
una vez que termine de curar sus heridas estarán allí, contigo. Regálame
entre tanto un poco más de tu paciencia.
Déjame ahora que agradezca a algunas personas la feliz circunstancia que hoy
nos une. En principio a quienes me acompañan en la construcción de esta nueva
Tierra de Letras, tanto en el diseño como en la selección de textos y en la
redacción de las notas. También a Daniel Ginerman, el inseparable colaborador
que una vez más ha aceptado brindarme su apoyo logístico. A los viejos amigos;
a mis padres, mis hermanos y a Gabriela, Mariana y Jorge, mis hijos, que
también esperaron contigo.
Y a ti, mi estimado amigo que lees ahora estas líneas, por regresar conmigo
a la Tierra de Letras.