Letralia, Tierra de Letras Año VIII • Nº 99
1 de septiembre de 2003
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Error y no terror, apagón en Nueva York
Liza Rosas Bustos

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La gente se alumbró con fogatas y linternas durante el reciente apagón en Nueva York (foto de Peter Turnley).Quienes más se beneficiaron del corte de electricidad que afectó a ocho millones de esta urbe, fueron los taxistas que este verano han ganado más dinero que nunca en lo que ha sido uno de los veranos más lluviosos en la historia de Nueva York.

Tras las lluvias que casi a diario han "refrescado" a la Gran Manzana, los turistas han echado mano al taxi para ahorrarse chapuzones y los ejecutivos de Wall Street para llegar secos a alguna encopetada reunión. De 20 a 40 dólares cobraban los taxis, tarifa que muchos, dada la emergencia y la demanda, no titubearon en pagar, con excepción claro de quienes fueron sorprendidos sin cash. Las ganancias del verano no se comparan a las que los conductores exprimieron de los bolsillos locales tras el apagón que hace tres semanas dejó a millones de trabajadores sin locomoción.

De cinco a diez horas tuvieron que esperar millones de personas para volver a sus hogares. A lo lejos se veían las colas largas, tamaño familiar, de personas esperando a noventa grados de temperatura que no menguaba en un infierno para codependientes (ricos y pobres) del aire acondicionado. "Otra de Bin Laden" , gritó un señor con acento brooklyniano a unos pocos minutos de las 4 mientras la multitud compuesta de "representantes de venta" y clientes se apostaba en las entradas del centro comercial que alberga a Comp USA, Old Navy, Bed, Bath and Beyond y otras megatiendas de la localidad. La inseguridad no tardó en dibujarse en las caras de todos los que esperaban, tostados, irse a casa, ir a buscar a sus hijos o conectar por celular o teléfono público con algún pariente o amigo, en caso. Unos a otros se pasaban la voz. El corte se extendía hasta Manhattan. Se respiraba en todos lados que algo andaba mal.

Hubo quienes se preocuparon de otras cosas. "No hay Nintendo, ni puedo usar la computadora, ¿qué voy a hacer?", se preguntó un niño en inglés antes de hablar con una señora que más bien parecía Yayita rubia, en ruso. Resignado a perderse la tele, había acompañado a quien parecía ser su madre, una dependiente de la panadería St. Petersburg, para ayudarla a vender agua. Luego se empinaba a una tarima tratando de apagar el beep de una alarma que no dejaba de sonar. El beep beep se mezcló con el griterío de afuera venido de unos adolescentes que habían cruzado las calles y comenzaron a hacer de semáforos; hablo de teenagers con bandana, tipo Eminem, que daban instrucciones a todos los conductores, a quienes hasta los mismos policías les hacían caso. Gritaban y tomaban turnos para hacer que los automóviles avanzaran hacia algún lado en la esquina de Queens Boulevard y 63th Road el cual consta de cuatro pistas y un camino paralelo por donde pasan autobuses desde y hacia Manhattan.

Tras perder las esperanzas de alcanzar un bus, me percaté de que la doctora, a cuya consulta había acudido antes que se fuera la luz, tendría un espacio donde sentarme, pasar al baño e idear una forma de salir de allí, sólo con una tarjeta Metrocard. A una hora de lo sucedido no tenía idea del corte de energía eléctrica. Aunque la hubiera tratado de ubicar su marido, tenía teléfono inalámbrico, codependiente de la electricidad. La especialista, chilena, se sentó ante su laptop para conectarse a la Internet, donde apareció su prima, informadísima en Chile, preguntándole por el chat si estaba bien.

"Pregúntale qué pasó y cómo estamos", le pedí. "A ver si de Chile nos cuentan cómo estamos acá".

"No es terrorismo", dijo la prima, que miraba el CNN por cable. "Fue una falla eléctrica alto voltaje en las redes desde Canadá". Otra especialista, una gringa progresista entrada en años que trabaja en la oficina contigua, se contentó por la aventura y pensó que, de tratarse de una red, los responsables seguramente serían de la red Al Khaeda.

Nueva York durante el apagón (foto de Peter Turnley).Quienes menos se beneficiaron de este verano y el corte de electricidad en Nueva York quizá sean los trabajadores de la construcción. A una recesión recalcitrante se une una lluvia copiosa que no ha dejado a nadie trabajar al aire libre.

"Ahora no hay trabajo de techos, hemos pintado pocas casas y ahora resulta que no tenemos bus ni electricidad, mire lo que nos vino a pasar", contaba un trabajador de la construcción a quien encontré tras tomar tres buses que me trasladaron por lo menos a unas tres millas de casa, que en estos lares es bastante cerca. El chileno tenía 35 años de edad, portaba unos inmensos ojos azules valdivianos y era chileno como yo pero llegado hace un año atrás. Junto a él, otro chileno cincuentón llamado Stavros, con ojos negros y un perfil inolvidable que parecía importado de la India o de Pakistán, sorbeteaba un cigarro medio doblado que cuidaba como pieza de colección. Ambos me relataron las peripecias para llegar a la parada de autobuses. "El jefe nos ofreció llevarnos a la casa y este gil dijo que no quería", dijo el valdiviano mirando al griego-chileno. "Todo por hacerle caso a este hueón".

Mientras esperábamos el último bus (que jamás pasó), ambos comentaron los avatares de acostumbrarse al metro de Nueva York. El griego comparó estaciones. "El de Santiago es en cruz, fácil", comentaba Stavros. "Este es como un tobogán".

Aquel no era nuestro día. Aunque, según el valdiviano, Stavros se había anotado unas cuantas más. Por la mañana, habían encontrado su lugar de trabajo cerrado con candado y al griego/chileno se le había ocurrido abrir el local haciendo uso de una ganzúa. Cuando solucionaron el problema, aparecieron por la retaguardia pidiendo explicaciones, quince policías. Luego vino lo del jefe, lo del apagón y lo de la espera de un bus que no pasaba.

Mientras caminábamos las interminables cuadras y se ponía el sol, los tres —el griego, el valdiviano y yo— intercambiamos datos de "la tarjeta de llamadas telefónicas más barata", la "picada más económica" hasta "cómo comprar cigarros baratos en Nueva York". Mientras tanto, mirábamos el paisaje humano a través de la oscuridad. La gente en las calles, el ambiente fiestero y el anochecer veraniego nos remontó automáticamente a los tres hacia el mismo lugar. "Parece Año Nuevo en Chile". Sí, contestó Stavros. "Eso mismo iba a decir yo". "Faltan las viejas con la ropa nueva y los cabros chicos con juguetes", añadió el valdiviano. Cuando llegamos a casa, eran las 10 de la noche. "No te vai a escapar de la cerveza que me debís", decía el valdiviano, a lo que Stavros rebatía, "Cómo me vai a pelar, huevón".


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 22 de septiembre de 2003 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes