Letralia, Tierra de Letras Año VIII • Nº 99
1 de septiembre de 2003
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Lilar
Javier Domínguez

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Me dedico a la invención de palabras, hace años que práctico este oficio cuyo nombre es el de palabreador. De hecho, el nombre de mi carrera es uno de mis inventos. Cuento con orgullo la inclusión de cinco de mis palabras en el diccionario de la Real Academia Española. Hace un par de años me ofrecieron un cargo dentro de esa institución, pero el trabajo tras los escritorios en ambientes perfectamente definidos, precisados, nombrados, sería el fin de mi alma, es decir, un esencidio (aniquilación de la esencia de las cosas).

Amante de mi oficio no puedo evitar buscar palabras para describir los elementos innombrables a mi alrededor. ¿Cómo dejar sin nombre al latigazo eléctrico que entumece mi espalda cuando estoy atemorizado? A pesar de lo inusual de mi trabajo, he desarrollado un método el cual me permite determinar la necesidad de adjuntar una palabra a un suceso o cosa. Primero, tengo que encontrarme con algún evento o ente cuya descripción escape de mis labios. Una vez hallado este elemento, paso a consultar mis diccionarios y me sumerjo en mi biblioteca por dos o tres días, durante ese tiempo me comunico con mis amigos en la Real Academia y les describo el ente a nombrar, ellos también buscan en sus archivos, además consulto en Internet varios diccionarios electrónicos, si el ente pasa estas pruebas entonces voy a la segunda fase: determinar si el ente es un adjetivo, un sustantivo, un adverbio o un verbo. Mi pasión son los verbos, a veces peleo con estas situaciones innombrables para convertirlas en verbos a fuerza de voluntad, pero tal cosa no puede hacerse, es preferible dejarlos fluir como simples adjetivos o adverbios que condenarlos a desaparecer del lenguaje sólo porque no tienen la talla para ser verbos, cuando era un palabreador novato caí muchas veces en las averbaciones (lucha fútil para convertir en verbos palabras que no se lo merecen). La etapa final del proceso consiste en construir la palabra, esta es la parte que más disfruto y puedo pasar semanas pensado en cómo bautizar a mi nueva invención. A veces siento debilidades por la letra A, porque así se encontraría a mi palabra entre las primeras del diccionario, pero esta sección del lenguaje está atestada y debo ceder para páginas menos pobladas de estos textos. Entonces divago al extremo de llamarlas por la Q o la K, porque así sería mucho más sencillo encontrarla. Algunas veces, las palabras saltan con un nombre evidente. Como lilar. Este fue un caso que surgió en la brevedad de un viaje en auto. Lila y yo somos amigos desde hace años, regresábamos de un seminario de lingüística en Caracas. Fuimos en su auto y ella manejó durante todo el trayecto desde muy temprano. Cuando culminó el evento y decidimos volver, nos detuvimos a cenar en un restaurante en la carretera, eran cerca de las nueve y luego de disfrutar de sendas arepas, ella me entregó las llaves de su carro. Salimos del local y apenas tomamos la autopista, Lila se disculpó porque deseaba tomar una siesta, reclinó el asiento hasta su máxima horizontalidad y cerró los ojos. A los pocos minutos supe que dormía porque acaricié su cabello sin que mediara su permiso. Mientras manejé, el tráfico pareció disminuir, las luces de los autos no me molestaron, la radio sonó armoniosa hasta en los comerciales y el presente se convirtió en un instante apto para respirarlo, sentirlo y entender la sutil diferencia entre los silencios monótonos que abundan en la cotidianidad y ser el guardián de un templo de sueños. Cuando llegamos a mi casa la desperté y nos despedimos con un abrazo, quise decir algo, pero el temor a construir una cursilería hubiera sido un esencidio contra ese momento.

Esa noche recordé los significados de la palabra lila, árbol de la familia de las oleáceas con hojas acorazonadas, sinónimo de violeta o morado, también es la obra de Dios en hindú, la noche en hebreo antiguo, un jardín maravilloso de algún libro, apenas un sustantivo. Era imprescindible proteger aquel momento del virus de lo efímero y sólo los verbos tienen ese don, por eso lilar apareció en mis labios con la misma naturalidad de un respiro. Lilar (instante íntimo con la mujer que no sabemos amar).

La palabra fue aceptada casi de inmediato por la Academia, todos sus miembros han lilado alguna vez.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 22 de septiembre de 2003 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes