Los procesos de comunicación están íntimamente ligados con las necesidades y pasiones que el ser humano afronta a lo largo de la vida. La lectura y escritura, ambas inseparables, le acompañarán durante su existencia en todos los ámbitos de la cotidianidad. El hombre, en su relación con el medio que le circunscribe, emplea su capacidad de comunicación para forjarse un mundo posible donde la realidad está plena de bienestar y felicidad. Cuando se lee por placer, sin controles e imposiciones, tenemos garantizado el descubrimiento del mundo mágico que se oculta más allá de la simple decodificación de signos y símbolos.
Leer es un acto sagrado; significa acceder al templo donde mora la palabra. Quien lee indaga en el universo ignoto del lenguaje y viaja más allá del tiempo y la distancia para reencontrarse con la infinita belleza del conocimiento universal; pero además, se sumerge en la multiplicidad de regiones habitadas por la fantasía y la imaginación. La palabra, como la vida, fluye sin descanso por cauces insospechados. Cada una de ellas tiene un hálito de vida propia; expresa convergencias o divergencias al nombrar o accionar los paralelos de un texto escrito.
Los niños que son castigados obligándolos a leer textos que no les dicen nada terminan odiando la lectura.
El maestro Briceño Guerrero, en su libro Amor y terror de las palabras, ilustra su encuentro con la lectura y la grafía. Moviéndose entre un texto poético nos dice: “…más que las cosas me interesaron siempre las palabras. Superaban en todo a las cosas. Eran afiladas, duras, resplandecientes más que navaja de afeitar o cuchillo de sacrificio. Otras encerraban el estruendo del mar. Anoté en mi cartera una que podía paralizar de miedo la embestida del toro”. Así, para el maestro cada una de las palabras posee vida propia, se mueven en un río de agrestes proporciones pero también en remansos de calma, aunque parezca contradictorio.
El texto nace para ser asumido por el lector. No se trata de pasear la vista por unos símbolos acuñados en la hoja de un libro o manuscrito, ni de extraer simplemente alguna información aislada cuando se necesita; la lectura no puede quedarse sólo en medio para acceder al conocimiento; “ni para entender, aprender, dominar y aplicar. La lectura desde la literatura se presenta para el regodeo en la palabra, en las imágenes que abren la mente hacia zonas no codificadas por el lenguaje de las ciencias. Para decirlo de un modo impreciso pero rotundo, la literatura de creación, narración o poesía, pertenece al ámbito del placer más que del trabajo” (Skármeta, A. 2011).
La lectura exige compromiso, deseos de interpretar e interiorizar lo que se lee, complicidad para acompañar al escritor en las aventuras que propone desde su morada. El libro, el manuscrito, es sólo el vehículo donde viajan la imaginación y la fantasía para deleite de los lectores. El sitio dilecto para fomentar y promocionar la lectura es el aula de clase. Transformar la escuela en el verdadero andén para embarcarse en la aventura de leer es prioritario.
La escuela, lugar privilegiado para la lectura
La tarea de la escuela no se limita a ser una depositaria de conocimientos cuyo fin es trasmitirlo a las generaciones que van pasando por sus aulas. Desde la escuela se proyecta el futuro del hombre y la convivencia social. La institución educativa es entonces un lugar privilegiado para fomentar y estimular todas las formas de acercamiento a la libertad. Así, el ámbito escolar es la morada del texto, de la lectura, de la escritura, de la palabra. Desde temprana edad el niño debe pasearse a sus anchas por los caminos de la imaginación y la fantasía. La lectura le provee todos los elementos para disfrutar de la ficción y relacionarse a su vez con un sinnúmero de viajes hacia las entrañas de lo desconocido.
Sin embargo, muchas veces en la escuela se maneja el proceso de la lectura de manera inadecuada. Delia Lerner, parafraseando algunas ideas de García Márquez, sostiene que “el tratamiento que suele hacerse en la escuela es peligroso porque corre el riesgo de asustar a los niños, es decir, de alejarlos de la lectura en lugar de acercarlos a ella; al poner en tela de juicio la situación de la lectura en la escuela, no es justo sentar a los maestros en el banquillo de los acusados porque ellos también son víctimas de un sistema de enseñanza” (p. 3). El docente, el maestro en la escuela puede crear las condiciones mínimas para estimular a los niños hacia la lectura. Jamás debe usarse ésta en sentido punitivo; para castigar, reprender o controlar. Los niños que son castigados obligándolos a leer textos que no les dicen nada terminan odiando la lectura.
Cuando se exige leer a viva voz y se va corrigiendo sobre la marcha las veces que el niño o joven se confunde, se está lesionando no sólo su psiquis sino también su deseo de conquistar mundos nuevos, redimensionados por la palabra.
Resulta muy fácil para un docente “entretener” al niño con un texto largo y tedioso para su edad mientras corrige tareas o hace otra actividad. Inmisericorde, este tratamiento de choque significa para el niño alejarse del placer de leer; desarrolla en él una aversión que difícilmente supere en algún momento de su existencia. El aula de clase es privilegiada si en ella conviven innumerables lectores que ejercen su derecho a acceder a textos con entera libertad.
Quizás en la actualidad el papel del docente como promotor y mediador de la lectura está cuestionado. Es probable que antes se sintiera más identificado con el proceso lector. Décadas atrás el maestro era un intelectual; leía con más ahínco; proponía textos para su lectura; incluso era un creador, poeta, narrador. No se limitaba sólo a cumplir un programa oficial sino que ponía su creatividad al servicio de sus alumnos y los estimulaba a expresar y desarrollar la de ellos. Resulta sorprendente que muchas personas lleguen a odiar la lectura; hablamos de padres, niños y maestros, a decir de la escritora colombiana Piedad Bonnet; pero, ¿cómo se llega a esta situación? No dudamos que la responsabilidad recae en la escuela, pues ha perdido su misión de promocionar la lectura como un medio de goce estético, de placer ancestral, de nave espacial para recorrer universos paralelos a la realidad circundante. Más que hacer de la lectura un acto de decodificación, debemos llevarla al plano del disfrute.
Los controles de lectura
Nada más odioso para un estudiante que someterse a una prueba —oral o escrita— después de leer un texto obligado. Poco se logra imponiendo lecturas y luego evaluándolas de acuerdo a ciertos criterios que se vienen manejando desde la juventud o el paso por la universidad. Deslastrarse de los “modelos pedagógicos” obsoletos o absurdos, de las mañas adquiridas en los espacios educativos, es imperante. Examinar el nivel de comprensión y análisis de lectura usando como instrumento una prueba cuyas preguntas aparezcan sesgadas o poco objetivas, resulta mortal para los estudiantes. Así se comienza a odiar la lectura.
Para los niños y jóvenes es traumático que se les exija leer en voz alta delante de sus compañeros. Generalmente, el docente se centra en evaluar la dicción, el tono de voz, la forma de tomar el libro, el ritmo y los tiempos para leer; obviando por supuesto el verdadero valor de sumergirse en un texto. Cuando se exige leer a viva voz y se va corrigiendo sobre la marcha las veces que el niño o joven se confunde, se está lesionando no sólo su psiquis sino también su deseo de conquistar mundos nuevos, redimensionados por la palabra. Muchos docentes se equivocan al proceder así. No se trata de enjuiciarlos, se busca librarlos de ataduras que los condenan a repetir esquemas nefastos para la lectura.
Llama mucho la atención que en algunas instituciones educativas se estén solicitando libros de autoayuda como material de lectura.
Las sociedades a lo largo de su devenir histórico han usado los procesos de comunicación para reproducir sus ideas filosóficas, políticas, económicas y culturales. De esta manera controlan a sus ciudadanos y se garantizan su supervivencia. Esta situación es natural pues así se respetan las normas y se establecen lazos de relación recíproca para vivir en paz. Sin embargo, cuando se utiliza bajo presión e imposición la lectura, por ejemplo para reproducir modelos ideológicos, estamos ante la presencia de un adefesio condenable. Llama mucho la atención que en algunas instituciones educativas se estén solicitando libros de autoayuda como material de lectura. Consideramos que este tipo de textos no pueden ser de uso de niños y jóvenes pues difícilmente ellos tienen problemas de estima. Los adultos recomiendan libros que suponen ayudan a vencer obstáculos o escollos, pero no entienden que los niños viven en un proceso de formación que les marcará su transitar y donde no hay graves problemas que puedan interferir en sus logros futuros.
Del control de la lectura no queda nada bueno. Manipular los ejes axiológicos del niño y el joven lleva a destruir el interés que en algún momento puedan sentir por la lectura. Cuando se trata de obligación, la aversión bloquea a cualquier lector. Héctor Abad Faciolince, refiriéndose a la imposición, nos dice: “La lectura queda entonces asimilada a un acto piadoso, benéfico y aburrido (sí muy saludable, como una dieta rica en fibras), cuando yo lo que creo, en cambio, es que es un acto pecaminoso, clandestino y divertido como el sexo, y además, tan intenso como la vida misma. La lectura no puede ser una obligación: tiene que ser una necesidad esencial, algo como comer o tomar agua”.
La posibilidad de leer en el aula de clase pasa por el tamiz de la libertad. No se puede pretender que los alumnos lean lo que el docente quiere que lean. Claro está que los libros complementarios son importantes en la educación. Cuando se trata de adquirir conocimientos los textos científicos cumplen su labor. Pero a la par de esto, el disfrute de la lectura está marcado por la selección que él haga tomando en consideración sus intereses. Es importante crear un ambiente de lectura en el aula de clase donde el niño o joven se sienta cómodo.
Ser mediador o promotor de lectura implica para el docente ser lector. Nadie pregona las bondades de un acto si no ha experimentado las alegrías o tristezas a que puede ser sometido. Existen muchas estrategias para promocionar la lectura; por supuesto, sin perder de vista que junto a la lectura camina la escritura. Son dos actos inseparables. Todo buen escritor es ante todo un excelente lector. Respetar la decisión del niño cuando asume la responsabilidad de pasearse por las páginas de un libro es fundamental porque se adentrará por las rutas de la ficción. Cada lector le da forma a las propuestas del escritor; vivirá y recreará a su manera los hilos conductores de la trama.
Si se quieren formar lectores, leamos; enfrentemos al texto con la sapiencia que dan los conocimientos previos y a partir de allí construyamos un nuevo episodio para que los niños hagan lo mismo.
Notas bibliográficas
- Abad, H. (2008). “Un libro abierto”. En: La pasión de leer. Antioquia: Colombia. Editorial Universidad de Antioquia.
- Briceño, J. (1997). Amor y terror de las palabras. Mérida: Venezuela. Universidad de los Andes.
- Lerner, D. (1996). “Es posible leer en la escuela”. En: Lectura y Vida. Año 17, 1 Buenos Aires: Argentina.
- Skármeta, A. (2011). “Espacio privilegiado de la imaginación”. En: El Correo de la Unesco. Octubre-diciembre. París: Francia.
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