XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Más verdadero

domingo 14 de abril de 2019
Fragmento de “Las meninas” (1656), de Diego Velázquez
Hacer arte y vivir la vida como si ésta fuese una obra de arte pudiesen, a fin de cuentas, resultar cosas parecidas. Fragmento de “Las meninas” (1656), de Diego Velázquez
“Hay dos palabras que me parecen imitables,
dos palabras que están misteriosamente ligadas: estética y ética”.
Jorge Luis Borges
La poesía puede acompañar al hombre, que está más solo que nunca,
pero no para consolarlo sino para hacerlo más verdadero
”.
Rafael Cadenas
“La verdad absoluta no es una perspectiva”.
George Santayana
“Para poder decir algo mínimamente valioso sobre este mundo,
el escritor tendrá que llevarlo en su interior…”.
Elías Canetti
“Lo propio del mundo intelectual
es ser impulsado por el mundo sensible”.
Paul Valéry: Cuadernos

La vida, la vida antes que todo, repite una y otra vez Nietzsche. Algo muy parecido a cierta idea de Heidegger: somos los invitados a esta vida y siempre se tratará de ser buenos invitados. ¿Cómo? Trasladando a nuestros imaginarios cuanto nos resulte esencial entender y valorar. Ser huéspedes agradecidos a través de nuestros aprendizajes: enseñanzas de verdades que nos alimentan y caben naturalmente en la descripción de esos caminantes que somos todos: huéspedes del mundo obligados a convertir nuestra existencia en diseño de hallazgos, elecciones, propósitos, compromisos… Sobre todo de compromisos: responsabilidades que nos fuerzan a actuar acompañados por esas herramientas que son nuestras percepciones. Percepciones que, si amamos escribir, nos esforzaremos por convertir en voces, en una acción que mucho tiene de juego. Juego de decir y de decirnos, de entender y de entendernos.

El juego del creador acaso sea su manera más eficaz y personal de no alejarse nunca de la casa, de esforzarse por permanecer en su propio centro.

Conocemos nuestro juego: permanecemos anclados a esas reglas que establecimos y que cumplirán sus objetivos siempre y cuando tengamos fe en nuestro juego y a él nos entreguemos por entero. Por ejemplo a través de esa obra que convertimos en metáfora de nosotros mismos. Con la finalización de nuestra obra el juego termina; o mejor: concluye cuando la damos por terminada. ¿Nos satisface? Quizá sí o quizá no, pero acaso sintamos que el esfuerzo que nos llevó a su realización ya no puede conducirnos hacia lugar alguno. Ha finalizado, entonces, la experiencia del juego. Junto a ella permanecerá abierta la oportunidad de venideros juegos que habrán de culminar en nuevas obras.

Un concepto relacionado con el juego es el de competencia. En el caso de la creación, el jugador —el autor— compite sólo consigo mismo. Él es su referente, su único contrincante. Su obra presente desafía a cada una de sus creaciones anteriores; y, a su vez, trabajos posteriores se relacionarán con esfuerzos pasados y actuales. Por otra parte, su juego —su obra— siempre tendrá todo que ver con él mismo. Proyectará su intención de dibujarse junto a su interpretación de la realidad y en su manera de aventurarse dentro del tiempo.

En su libro Los reinos del ser dice Jorge Santayana: “La aventura de vivir es divertida y puede ser provechosa, pero es interminable y, en un sentido, me defrauda: me aleja de mi casa”. El juego del creador acaso sea su manera más eficaz y personal de no alejarse nunca de la casa, de esforzarse por permanecer en su propio centro. Así, dará forma a sus creaciones siempre próximo a ese adentro que lo reúne espiritualmente consigo mismo. Ante la inmensa pluralidad que lo rodea y de la que no podría nunca separarse porque es parte de su relación natural con el mundo, el creador expresa su espiritualidad a través de una estética que le permite distinguir, comprender y, por sobre todo, relacionar. No le será posible abstraer lo estético de ninguno de sus otros intereses; de apartar la pasión por su obra de la realidad de sus días, de las cambiantes formas de su día a día. Por el contrario, tratará de convertirla en algo íntimamente relacionado con su camino, con su historia traducida en memoria. Como dice Santayana: “El éxito perfecto en la actividad estética es posible… cuando el impulso artístico es favorable para todos los demás intereses y a su vez sostenido por todos ellos”.

Convertir, pues, la obra artística en necesidad, necesidad real; figura capaz de reunir imaginación e inteligencia, sensibilidad y lucidez, memoria y credos. Recordaré aquí la bella imagen empleada por Rafael Cadenas en uno de sus textos: “…una colmena donde se oculta un arcoíris”. La colmena: estructura evocadora de empeños y de esfuerzos; el arcoíris: etérea y colorida visión de imaginarios, sentimientos, ilusiones… Una colmena: expresión de la experiencia del conocimiento, de la lucidez. Un arcoíris: la imaginación y las emociones irradiando su luz… Colmena y arcoíris: fusión por medio de las palabras de un tiempo y un camino hechos de humana espiritualidad.

Es en nuestro espíritu donde anida nuestra manera de entender y de buscar respuestas.

Hacer arte y vivir la vida como si ésta fuese una obra de arte pudiesen, a fin de cuentas, resultar cosas parecidas; en ambos casos, se trata de armonizar espacios y acciones, de reunir visiones y experiencias bajo un mismo propósito de hilvanación y finalidad. Convertir nuestra obra en parte imprescindible de nuestra vida: sólo así aquello que estéticamente nos acompaña se convertirá, también, en algo necesario y útil, personalmente útil. Mallarmé habló del “juego insensato de escribir”. ¿Insensato? Quizá. En todo caso, juego preservador, sustentador.

El premio nobel de Literatura Gao Xingjian, en su discurso de agradecimiento al recibir el galardón de la Academia Sueca, habló de una “literatura fría”: forma de la necesidad ética del escritor por dar un sentido a su vida apoyándose en sus experiencias e ilustrándolas. En suma: conversión de su estética en reflejo de su espiritualidad, en apoyo necesario.

Aceptar nuestra espiritualidad como el sustento de esa materialidad que somos. Es en nuestro espíritu donde anida nuestra manera de entender y de buscar respuestas, de relacionarnos con nosotros mismos y con otros, de tocar la felicidad y de conocer la plenitud… Todo tiene que ver con nuestro espíritu. Él nos obliga a mirar hacia atrás o a nuestro alrededor o en nosotros mismos, haciéndonos entender cuanto realmente valga la pena entender. Él y sólo él proyecta nuestras comprensiones en la ilusión hacia nuevos pasos, nuevos actos, nuevas construcciones.

Nuestra espiritualidad expresándose en una estética indisolublemente relacionada con nuestro espacio y nuestro tiempo, y, desde luego, con nuestra libertad. Porque somos y porque nos sabemos libres nos expresamos, buscamos nuestra expresión. En libertad reconocemos el origen y el significado de cuanto nos propongamos hacer. Libertad para entender, para nombrar, para valorar o cuestionar. Libertad para aprender a escuchar y a ver, para escoger y aprender a escoger, para priorizar y desechar. Libertad para afirmar nuestra vida sentimental e intelectual, y acogernos al sentido de nuestras afirmaciones. Libertad para pensar como queramos, para sentir como queramos, para optar por aquello que queramos, para decidir por nosotros mismos lo que nos resulta necesario y no callarlo.

Máxima expresión de libertad, mi obra, mi escritura, me ayuda a satisfacer mi necesidad de armonía.

Libertad: palabra inmensa, vocablo que da sentido a la mayoría de nuestras voces. Somos uno y somos muchos a la vez. Evolucionamos, vamos cambiando, nos transformamos sin cesar… Quienes éramos antes, quienes somos ahora… pero siempre libres, esencialmente libres dentro de ese lugar en el que somos y seremos siempre nosotros mismos: nuestra conciencia.

Máxima expresión de libertad, mi obra, mi escritura, me ayuda a satisfacer mi necesidad de armonía. Tiempo y espacio conviven en mis voces junto a un mismo propósito por acompañar, por ordenar y por describir la vida. Caminar la vida y testimoniarla, vivir experiencias y nombrarlas… Recorrido y siempre búsqueda, urdimbre de voces y de imágenes, mi escritura conjuga un propósito por hacer de mis comprensiones rescate, conjuro de incertidumbres, apoyo de convicciones y expectativas.

Regreso a la idea de Santayana: sólo cuando el impulso artístico sea verdaderamente representativo de la experiencia del creador tendrá todo su sentido —su belleza, su valor, su originalidad, su intensidad— la obra realizada. En suma: la experiencia estética recubre y acompaña la existencia del artista con imágenes vivas surgidas de su espacio y de su tiempo, es decir, de su propia historia.

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