
No es necesario decir de quién se trata, ¿verdad?
En efecto, es la pequeña Greta, la adolescente de dieciséis años que ella sola, sin la ayuda de nadie y por iniciativa propia, ha dado un aldabonazo en la conciencia mundial, despertando a muchos durmientes. Un viernes cualquiera la muchacha se saltó la clase para sentarse delante de su escuela con un cartel de protesta a favor del clima. Ella sola, sin enchufes, sin apoyos ni ayudas, y el milagro tuvo lugar en tiempos precisamente no muy propicios a ellos.
Desde ese viernes famoso han tenido lugar muchas cosas de sobras conocidas. Una parte de la humanidad que no se enteraba de nada ha comprendido de repente que se halla en un planeta en el que vive y que esta existencia se encuentra amenazada de muerte por la indiferencia suicida de quienes tendrían que evitarlo, y no es casualidad que una criatura lo haya comprendido, una criatura no contaminada todavía por el mundo en el cual vivimos y por tanto con la suficiente fuerza que otorga la inocencia. Greta no quiere que el mundo se acabe, y no es que pretenda salvar a la humanidad sino salvarse ella también, pero no en solitario, sino también acompañada, y por ello se esfuerza y por ello lucha, no busca honores sino comprensión, sensatez, que el mundo despierte de su complejo de rey Midas y sepa de una vez por todas que el oro no se come, que el petróleo no se bebe; sólo así podremos resucitar de nuestra propia y criminal indiferencia, porque el tiempo se está apurando y ya no habrá vuelta atrás.
Adelante, Greta. La adolescencia te ha comprendido y los mayores, algunos, empiezan a comprenderlo, gracias a una jovencita de dieciséis años que quiere hacerse mayor y tener hijos, que desea tener un futuro, no una pesadilla, y es admirable y hace reflexionar el que sea una personita tan joven quien encabece este movimiento y además una mujer precisamente, no Adán sino Eva.
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