
El asunto del poeta paladín de las redes Rafael Cabaliere ya lo tenía archivado en la carpeta “no vale la pena”. Sin embargo una entrevista concedida por Cabaliere, a través de Zoom, al escritor y periodista Peio Hernández Riaño, despertó mi curiosidad y el abogado del Diablo que llevo dentro no iba a dejar pasar la oportunidad para hincar el tridente. En la entrevista el celebrado poeta dijo: “He sufrido bullying del mundo literario, de los poetas. Escribían a mi familia. Con la covid los escritores han pasado más tiempo delante del ordenador y han tenido más tiempo para enterarse de cualquier noticia”.
Los ataques no son por los veinte mil morlacos que se ha ganado con el poemario Alzando vuelo. Además la poeta Yolanda Pantin se ganó el García Lorca, e igualmente recibió veinte mil euros respectivos, y la noticia ha pasado un poco por debajo de la mesa. En fin, es que las críticas que recibe Cabaliere es por sus poemas que son algo así: “Todo inevitablemente / vuelve a estar bien. / Aunque la vida a veces / te muestre la cara contraria, / cada cosa vuelve a su lugar / y el sol vuelve a brillar”.
Todavía algunos no se enteran de que desde hace rato en el país se está haciendo algo que sobrepasa los límites ordinarios de la poesía.
Un cúmulo de señalamientos dejaron ver las costuras de los premios literarios, de esas inquinas que supuran muchos poetas. El poeta Juan Guerrero, indagando sobre todo este circo, refiere en un artículo que ya han existido otros poetas de dudosa calidad a quienes la ojeriza de los poetas en mayúscula trata de empujarlos a la cuneta de los parias, y refiere el caso de Rafael José Muñoz, que mezcla versos con fórmulas matemáticas y se inventa un lenguaje que convierte el poema en un jeroglífico del delirio, o Leopoldo María Panero, ese poeta que escribe desde sanatorios mentales, o del poeta ítalo-paquistaní Umeed Ali, que anduvo como un indigente por las calles “vendiendo retazos de poemas para sobrevivir” y hoy se le reconoce su importancia. A la lista agregaría al poeta Gelindo Casasola, cuyo primer libro, Pasturas, editado por Fundarte, suscitó varios hachazos críticos, realizados con desorbitada saña. Por eso Juan Guerrero escribe que él se queda con el poeta premiado “tan vapuleado, criticado y zarandeado por quienes, muy probablemente encerrados en los cenáculos literarios y masturbándose poéticamente, se elevan cual verdugos…”.
Lo que apunta el escritor Diego Rojas Ajmad es más reflexivo: “Sí, no hay por qué dudarlo, los textos no tienen la calidad ni la profundidad mínimas que permitan emparentarla con la tradición de la poesía culta. No tienen la densidad que haga espabilar al lector. Sin embargo, prefiero poner la atención hacia otro aspecto, quizás mucho más provechoso. Sería mejor preguntarnos por otras razones y sinrazones: ¿por qué una editorial de prestigio y de larga trayectoria como Espasa premia obras con esas características? ¿Está creando una colección de poesía desde un nuevo subgénero que destaca la liviandad, la superficialidad, la brevedad y el uso de las redes sociales?”.
Sin duda los nerudianos abogarán por una “Oda a Pinochet” (algún lector sobre mi hombro me corregirá: a Stalin, pero es que todos los dictadores asesinos son iguales) en contraposición con los poemas de autoayuda de Cabaliere. Para los poetas afectos a la revolución bolivariana, que creen (sin dudas filosóficas-lingüísticas de fondo) que las extensas alocuciones verborreicas del comandante, cuyo nombre he olvidado, son la única poesía posible, y que eso que escribe Cabaliere es sólo un eructo de la poética neoliberal y tecnológica.
Todavía algunos no se enteran de que desde hace rato en el país se está haciendo algo que sobrepasa los límites ordinarios de la poesía. Desde hace tiempo algunos poetas le han disparado a los angelitos negros (en sentido metafórico, claro) que revoloteaban el cielo de la adequidad más aparatosa. También han hecho aviones de papel con los cuentos-poemas del gomecista Ramos Sucre. Ahí están los poemas de Ramón Ordaz de su libro Grafopoemas convirtiendo el poema en afiche explosivo; están los textos de César Seco en que en un delirante cortaypega va convirtiendo el poema en un mapa, en un desborde lingüístico que se cuelga de la pared. Por ahí andan los poemas de Keyla Holmquist, sin dibujar límites entre la imagen y la palabra. De igual modo se puede mencionar a Erro y sus juegos malabares con las palabras, sus desquicios visuales donde la escritura metafórica se retuerce en imagen hasta el sarcasmo. Otro poeta inusual es Franklin Fernández, cuya inspiración le lleva a “construir” poemas-objetos críticos, estéticos y volátiles convirtiendo a quien los observa en un poeta que escruta en el corazón de los significados. Hay muchos otros poetas, pero lo que busco resaltar es que la poesía en estos tiempos de Internet globalizado va adaptándose a nuevas formas, va estructurando su propia presentación y espectáculo.
La escritura por la Internet va organizando sus nuevos códigos. Lo fatuo, lo fútil, lo intrascendente tiene millones de seguidores en la red.
Ser un poeta malo no es ingenuidad, ni un desliz de fracasado. Sólo hay que recordar a William Topaz McGonagall, cuya ciudad natal, en Escocia, no sólo lo celebra, sino que lo reconoce como el poeta más malo del mundo. Sus rimas son horribles y sus versos eran más de risa que un acabado arte de la rima. Esto no impidió que McGonagall en vida abarrotara salas cuando recitaba sus poemas. Cabaliere puede dormir tranquilo: ya ha sido superado. Nadie puede ser más malo que McGonagall. Un fragmento de su poema “La niña de los fósforos”: “Hacía un frío punzante y la nieve que caía llenaba de dolor el corazón de una pobre niña, / ¿Quién iba con la cabeza y los pies descalzos, mientras iba por la calle, llorando: ‘¿Quién va a comprar mis fósforos? / Porque quiero centavos para comprar carne’. / Cuando se fue de casa tenía puestas zapatillas / ¡Pero, ay!, pobre niña, ahora se habían ido. Porque los perdió a los dos mientras se apresuraba a cruzar la calle, fuera del camino de dos carruajes que estaban cerca a sus pies (…)”.
Quizás Rafael Cabaliere sea un genio por aquello que escribió Mark Twain: “Cada vez que aparece un genio, los necios se conjuran contra él”. Como todo genio, no ha tenido necesidad de leer a Hölderlin y la esencia de la poesía, de Martin Heidegger, ni El ABC de la lectura, de Ezra Pound, o el pequeño libro En torno al lenguaje, de Rafael Cadenas. Sin duda Cabaliere reúne todo los tópicos y lugares comunes de lo poético lo hace como una manera de llegar a un gran público. No obstante, en este loable fin los lectores de grandes poetas ven en los poemas de Cabaliere una caricatura del poema, y quizá sea esta su arte poética: volatilizar el lenguaje a través de la deformación de la metáfora, volviéndola lo más intranscendental posible. Cosas que sólo a los genios se les ocurren.
La escritura por la Internet va organizando sus nuevos códigos. Lo fatuo, lo fútil, lo intrascendente tiene millones de seguidores en la red. Todo gira en lo transitorio. La norma es lo efímero. La poesía no escapa a esa mordedura de esa fugacidad y de lo banal. Nada se está quieto. Todo se diluye, se escapa. George Steiner lo ha escrito mejor: “La ruptura radical con el pasado histórico occidental sería la impuesta por lo efímero. Supondría la deliberada aceptación de lo momentáneo y lo transitorio. No habría confesas aspiraciones a la inmortalidad. Se dejarían a los académicos franceses. Los versos que afirman durar más que el bronce serían sepultados en los archivos. La cita pasaría a ser arrogancia y una práctica esotérica. La obra que se autodestruye, el azote de la muerte, que todo lo borra, serían no solamente aceptados sino en cierto modo incluidos dentro de los fenómenos estéticos e intelectuales”.
La poesía hoy busca nuevos métodos de verificación de lo espiritual, es una maleta donde se guarda la levedad de las emociones. La cursilería, lo superficial, eso que está tocado con la luminiscencia de lo intranscendente va impregnándolo todo. La metáfora espera a la vuelta de la esquina, quizás pasemos de largo y no lleguemos a percatarnos de su presencia. Vivir con sentido poético importa más que el poema. El grueso libro de compilación poética de Luis Edgardo Ramírez, que utilizo para nivelar un escritorio, por la dureza de sus tapas y su espesor exacto, ocupará otra vez su sitio en la biblioteca. La trivialidad cursilona viene por sus fueros y hay que estar preparados.
- El sobre de Erro por mensajería - sábado 26 de diciembre de 2020
- Politicastros y otras especies - jueves 17 de diciembre de 2020
- Donde aletea un espejo - viernes 11 de diciembre de 2020