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Abuelo

jueves 24 de mayo de 2018
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Abuelo, por Carlos Decker-Molina

Exilios y otros desarraigos. 22 años de LetraliaExilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
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Morfar,1 mi profesora dice que tú eres un indian de América Latina. ¿Eres un indian, morfar?

Me hice el raro, como le dijo mi nieta a su amiguita Emma, para justificar mi silencio. No es que quería evitar ser un indian, mi problema es cómo explicarle mi historia, en sueco.

Hay palabras sueltas que entiendo. Dialogar es imposible, explicar o relatar es imposible. Nunca pude aprender ningún idioma, hasta el castellano hablo mal, porque en el campamento de Cancañiri todos éramos trabajadores rudos que apenas escribíamos nuestro nombre. Unos venían del valle, otros del altiplano. Unos hablaban quechua y otros el aimara. Nunca supe de dónde era yo. Supongo que de Cancañiri, creo que nací en ese lugar.

Cómo le voy a relatar mi historia a mi nieta, si no puedo ni siquiera preguntarle cómo le fue en la escuela.

Un cerro gris, casuchitas chatas con techos de calamina, un campamento minero con socavones aquí y allá, una mina, pues, como todas las que hay en Bolivia.

La comadre Tomasa y su marido Reinaldo me criaron como a un perrito debido a que mis padres habían muerto, él en un derrumbe y ella de pena.

Llegamos con mi hijita pequeña, hace años, cuando el último golpe militar en Bolivia. Nos expulsaron por ser marido e hija de una revolucionaria castrocomunista.

Cómo le voy a relatar mi historia a mi nieta, si no puedo ni siquiera preguntarle cómo le fue en la escuela, cuando voy a buscarla dos veces a la semana, porque ni mi hija ni su conviviente lo pueden hacer debido a sus turnos laborales.

Mi hija me inscribió a un curso de sueco para jubilados, me dijo que me puedo entretener y “aprenderás algo, para defenderte”. Su marido, el Ooke,2 me dijo riendo, porque él habla español, “por ahí te consigues una pareja”.

El sueco es un idioma anormal, Ooke se escribe bien raro con una a con porotito encima así: å. Yo aprendí la a porque mi mujer, que en paz descanse, me decía: “Mi nombre comienza con a, Alicia, igual que amor”.

En este país no sólo el idioma es anormal, ellos también son raritos; Ooke se baña junto con mi hija y mi nieta calatos como Dios los trajo al mundo. En el verano pasado alquilaron una casita en el archipiélago de Estocolmo y saltaban al agua, calatos, los tres; los cuatro vecinos me miraban extrañados porque yo era el único vestido con un pantalón corto y sólo metía los pies al agua.

Mi nieta me decía:

Kom, abuelo, vi ska simma.3

No, no, yo no, respondía sin poder aclarar que no sabía nadar, y además el agua estaba muy fría.

Mi hija me dijo que antes de que mi nieta se duerma hay que leerle un libro. “No todo el libro, un párrafo, tal vez una página o dos, hasta que concilie el sueño”. Mi hija no me permitió recordarle que yo no puedo leer de corrido ni en español y menos en sueco. A pesar de tantos cursos. Como adivinando me dijo: “Ya debes saber mucho, hace seis meses que vas a la escuela de sueco para mayores”.

Mi hija y su marido se iban a ver una obra de teatro de un tal Strindberg, no sé quién es, entonces me llamaron para que me quedara al cuidado de mi nieta, controlando que haga sus deberes, “que mire la tele, pero sólo el programa de niños que dan a las 6 de la tarde que se llama Bolibompa, que no esté mirando basura”.

Mi nieta me llamó a su cuarto porque ya estaba lista para escuchar mi lectura. Por primera vez en mi vida invoqué al Señor y dije: “Dios mío, ¿y ahora qué hago?”.

Además, cómo explicarle a la pequeña que su abuelo es un analfabeto.

Me animé a decirle despacito en sueco:

—Yo leer. No puedo mucho. Poco. ¿Ok?

—No comprendo, abuelo.

—Este libro, este mismo. ¿Sabes? No leo poder. ¿Tú comprender?

—Ah, ¿quieres que yo te lo lea, ¿verdad?

 

No sé cómo me fui perdiendo en el sueño escuchando la voz de mi pequeña, que leía sin dificultad un cuento de una tal Pipi, que a mí me parecía una malcriada que no hacía caso de nadie. Pensando o soñando volví a Cancañiri; me pasa lo mismo cuando quiero verla de nuevo a mi Alicia.

Recuerdo como si fuera hoy; la sacaron a empujones. Mi mujer me leía La Patria, un diario de Oruro, para saber cómo le había ido a mi querido San José en el campeonato de fútbol, sobre todo cuando jugaba en cancha ajena.

Los milicos eran unos brutos, no comprendían que mi Alicia lo único que quería era escuela para los hijos de los mineros, mejores viviendas y salarios que alcancen para comer y vestirse. Después de que se la llevaron a empujones con una capucha que le tapa la cara, nunca más me la devolvieron. ¿Dónde la habrán desaparecido a mi Alicia?

Uno de esos cuentos quisiera contarle a mi nieta. Era bien bonito. Estoy seguro de que le gustaría. ¡Sí pudiera hablar sueco!

¡La pucha!, cómo caminé por policías y cuarteles. Se burlaban porque sabían que ella sabía leer y yo no. Me decía que yo era un muñequeado y que debía haberle sentado la mano a mi Alicia. Me decían que debí enseñarle, a sopapos, que su lugar no estaba en el sindicato de mujeres de los trabajadores mineros sino detrás del fogón de mi cocina.

Mi Alicia me decía que no bastaba con leer en las arrugas y la mirada de nuestros mayores. “Si no sabes leer no sabes lo que está pasando o lo que puede pasar. Así es fácil que te engañen”.

Cuando ella quería enseñarme me caía de sueño y me quedaba dormido como ahora. Yo era perforista de la mina, trabajaba por turnos, algunas veces temprano en la madrugada y otras por la noche.

Una vez me leyó una leyenda, un cuento, un no sé qué, de un escritor de Oruro, don Gutiérrez Guerra, que algunas veces venía a la mina con su aparato para grabar cuentos del tío4 de la mina. “Hola, compañera Alicia”, le decía a mi mujer y le dejaba unas revistas y sus libros, que algunas veces mi Alicia me leía.

Uno de esos cuentos quisiera contarle a mi nieta. Era bien bonito. Estoy seguro de que le gustaría.

¡Sí pudiera hablar sueco!

Claro que a veces pienso y me pregunto: ¿cómo le podría explicar eso del Chiruchiru,5) el ladrón bueno, al que se le presentó la Virgen? Si aquí no creen en aparecidos ni en vírgenes. Aquí no hay presterios6 ni fiesta de la Virgen del Carmen, tampoco la del Socavón. ¡No tienen carnaval!

La verdad es que yo tampoco iba a la iglesia, porque mi Alicia me decía que los curas son unos agentes del gobierno, pero a Dios lo ponía siempre de testigo. Yo creo que mi Alicia creía en Dios, aunque le decían que era comunista. Yo no sé qué creer.

Aquí en Suecia no hay necesidad de creer en dioses o rezar. Es cuestión de ir a la oficina de Asistencia Social con uno que sabe hablar sueco y el castellano o español como dicen aquí, ese hombre se llama tolk7 y te puede conseguir hasta trabajo, como yo que limpiaba los “tunelesbona”8 donde pasan los trenes debajo la tierra. Me daban mis instrumentos para limpiar y listo. No hablaba con nadie ni nadie hablaba conmigo.

Después me iba en el tren bajo la tierra hasta mi etta9 a cocinar para dar de comer a mi hija, que entonces iba al colegio hasta que conoció al Ooke y se fueron vivir juntos sin casarse, igual que yo y mi Alicia.

No hablaba ni hablo con nadie, no sólo porque nunca aprendí el sueco sino porque aquí nadie te da bola. Una finlandesa que era mi vecina me decía “jei”10 en la mañana y “jei” en la tarde y nadie más. Mi hija la quería: “La Tarja, la finlandesa del departamento del frente, te miraba con cariño”. Yo le decía: “¿Cómo dices eso?, ¿y tu mamita?”.

La gente aquí habla poco. En comparación a Cancañiri, aquí son unos mudos.

Tampoco creen en la Pachamama,11 porque una vez cuando mi hija se mudó a este departamento de Hallonberg, cuando estaba embarazada de mi nieta, le dije que le debemos dar de comer a la Pachamama para agradecerle. Mi hija me miró y se rio, dijo que aquí la Pachamama había muerto congelada.

“En este país todos tienen derecho a una vivienda. Tienes que agradecer que tengas trabajo y tienes trabajo por tus estudios o tu esfuerzo, aquí no vale que digas yo soy del partido tal o cual. El trabajo es el trabajo. Entonces en vez de darle de comer a la Pachamama invítame a cenar donde el turco”, me decía mi hija.

Para recordarla pongo la foto de mi Alicia, prendo una velita y le invito un vaso de agua. Lo hago todos los lunes porque ese día es de las almas. Los suecos también ponen velas a sus muertos, aunque sin vasos de agua, porque aquí las almas no tienen sed, será que no hace calor, ¿no?

Mi vida no da mucho para contarle a mi nieta, es bien corta. Pero a veces me dan ganas de contarle cuando fui a Itapaya donde doña Asteria, la mejor curandera de esos lugares. Fue la primera vez que me subí a un camión y la primera también que viajé en tren. La señora Tomasa, que me crio, tenía que ir a Itapaya, que estaba en la estación de Parotani en el tren que va de Oruro a Cochabamba. Qué lindo fue viajar primero en camión desde Cancañiri a Oruro y de ahí en tren a Cochabamba. La señora Tomasa iba contando las estaciones para no pasarse de Parotani; cuando estábamos en Buen Retiro, me dijo: “Ahí adentro, caminando por aquel sendero —señaló con su mano—, está Capinota, donde viví con mi mamá”. Se había escapado de Punata con el padre de la señora Tomasa. Recuerdo que lloró un poco.

“Alístate, Jacinto”, me dijo, “porque después de Charamoco viene Parotani y todavía tenemos que caminar y pasar un largo puente para llegar a Itapaya donde la curandera”.

El sol ya no se veía cuando llegamos a la casa de la señora Asteria, la curandera. Fumaba un cigarro hediondo y acullicaba12 coca con llujta.13

Ahora que mi hija vive aquí en Estocolmo con su Ooke y mi nieta y yo estoy viejo, me pregunto dónde iré a morir.

 “Mamitay”, le dijo mi mamá Tomasa, “haz algo pues para ayudarme, no puedo parir. Los hijos no llegan”.

La curandera Asteria miró en las hojas de coca y le dijo que los padres de mi mamá Tomasa algún pecado grande debieron haber cometido, por eso Dios la ha castigado con la falta de hijos. Yo me alegré un poco porque yo no era su hijo, pero al final yo era su hijo, cuando murieron mis padres ella y su marido prometieron recogerme como a un hijo.

Ahora que mi hija vive aquí en Estocolmo con su Ooke y mi nieta y yo estoy viejo, me pregunto dónde iré a morir. Quisiera viajar a Itapaya donde la curandera para que me lea la suerte en las hojas de coca y saber cómo y dónde me voy a morir.

Cuando pienso solito digo que quisiera morir en Cancañiri para que me lo hagan rezar responsos el día de todos los muertos, pero después digo quién me lo va hacer rezar si no tengo a nadie. Otras veces quisiera morir en Itapaya porque es un pueblito que me gustó mucho cuando viajé con mi mamá que no era mi mamá.

Lo más seguro es que moriré aquí en Suecia. Sólo de pensar me hace frío. Mi nieta, claro, como ella es de aquí, llorará en sueco y yo no le podré entender, eso me preocupa.

Otra cosa que no me deja dormir es que mi nieta no sabe mi historia. La historia de su madre, mi hija, comenzó aquí con su compañero y su hijita. La mía tiene sus comienzos allá en Bolivia. Aquí yo no tengo pasado, es puro presente no más. Probablemente para mi nieta mi pasado está en mi departamento de Tensta, pero esa no es mi historia.

No poder hablarle y contarle me duele, pero después me digo: ¿quién me contó a mí la historia de mi familia? Me dijeron tú eres nuestro allegado, tu papá murió en un derrumbe en el nivel 120 y tu mamá se murió de sonk’oy nanan,14 esa es mi historia. Mi vida es un pedazo de piedra sacada de la mina.

Estos desbarajustes mentales me hacen pensar y me enmudezco hasta en castellano y quedo mirando a mi nieta, que es bien linda, no porque sea mi nieta sino porque su mamá es bien morena como yo, así indian como dicen aquí, y su papá bien jovero, rubio. Y ella mi nieta es un poco morenita y un poco joverita, mezcla pues, con cabellitos como paja brava quemada por el sol; cuando la miro me dan ganas de decirle: Wuawitay, anchá muñaquiqi15 o simplemente decirle que su abuela Alicia sería muy feliz con una nieta t’ujchihuma, t’urupupu16 y un poco joverita de ojos verdes.

—Papá, despierta. Ya tienes que irte. El último tunnelbana sale dentro de veinte minutos. La obra que vimos en el teatro te habría gustado mucho, se trata de una señora que se llama Julia y que tenía un mozo con el que… bueno, otro día te cuento. Chau, papito, gracias por cuidar a mi hijita.

Carlos Decker-Molina
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Notas

  1. Morfar: “Abuelo materno”, en sueco.
  2. En sueco se escribe Åke.
  3. Sueco: “Ven, abuelo, vamos a nadar”.
  4. Tío: deidad (folclor boliviano).
  5. Leyenda del ladrón bueno y la Virgen (sincretismo
  6. Presterio: bolivianismo, fiesta popular religiosa.
  7. Tolk: traductor.
  8. Tunnelbana: metro o subterráneo.
  9. Etta: piso de un solo ambiente.
  10. Hej (se pronuncia jei): “Hola”.
  11. Pachamama: madre tierra, quechua (deidad).
  12. Acullicar: masticar hojas de coca.
  13. Barra de cenizas para ayudar la precipitación del jugo de la hoja de coca.
  14. Corazón dolido.
  15. “Nenita, ¡cuánto te quiero!”.
  16. De pelo tieso y con ombligo de barro.
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