
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2022 en su 26º aniversario
Breve tratado de estadística
La muerte o tal vez
la gloria
me espera al otro lado
de esta telaraña de ruido
disuelto en sangre agria.
He crecido revolcándome
en el fango fétido
licuado en las raíces
que rezuman las fosas comunes.
Las liendres y las balas
me enseñaron a hablar
y a mantener el equilibrio.
Mi horizonte son renglones
de humo hincados en ruina.
Nacer fue mentira.
Posdata
Ahora que soy el último hombre
que queda en pie sobre el orbe
y ya no tengo que preocuparme
por aparentar ser alguien
que no soy
ni por conceptos tan miserables como bien o mal
busco en esta mañana de soledad
unos gramos de fuerza
para seguir imaginándote
hermosa bajo este sol ceniciento.
Me asomo a las ruinas
de un planeta devastado
por la codicia y el agente naranja
mientras enredaderas de recuerdos
me trepan hasta la nuca
y de nuevo te imagino
soñando a mi lado.
Rumio entonces entre dientes mi suerte
ahora que el tiempo no existe.
¡Qué engañados estábamos
haciendo planes de futuro!
Y pensando dónde iríamos de vacaciones
cuando nos jubiláramos.
De todo aquello sólo quedan
una inmensidad vacía
que me invita a salir corriendo
tres o cuatro miles de insectos
algunas flores y unas pocas tortugas
vetustas en una isla remota.
Y un hombre que ha sobrevivido
a la música disco, al suicidio
a quererte para siempre
y a una nefasta gestión de los residuos.
El mismo que ahora busca fuerzas
para escribir
con la inútil esperanza de que alguien
que no existe
lea estas líneas escritas
en las cenizas
de otra civilización
muerta
y entonces
comprenda.
Una mañana de primavera
Cuando llegó el gran silencio
el asfalto resudaba grasa y sangre.
Las mujeres y los niños primero
fueron devorados por las llamas.
Las calles se llenaron de bocas cerradas
que suplicaban migajas de piel
con las manos abiertas de par en par.
Recuerdo un cielo azul invierno
surcado por blancos rieles
y las crisálidas de muerte cayendo como algodones
sobre carbono que se hace trizas.
Los mendigos de piel revolcándose
en los orines que deja el miedo.
Las ratas rasgando las puertas
del infierno con sus garras frías.
La campana de una ermita en ruinas
doblando muerte toda la noche.
Entonces llegó el gran silencio…
y se escucharon las últimas palabras
del hombre antes de amanecer.
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