XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Leer para ciudadanizar, leer para vivir

miércoles 26 de mayo de 2021
Pinocho, de Carlo Collodi
Pinocho aprende a leer, pero nunca se convierte en lector. Pinocho ilustrado por Enrico Mazzanti para su primera edición (1883)

El arte de la lectura, antología digital por los 25 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2021 en su 25º aniversario

“De todas mis penas me he consolado
siempre con una hora de lectura”.
Montesquieu

Mucho se ha dicho y escrito del poder de las palabras —de lo cual abundaremos más adelante—, pero también del poder del pensamiento. Anoche me dormí reflexionando acerca de “El arte de la lectura”, tópico que debía escribir al día siguiente. Mágicamente en el chat del WhatsApp, al revisarlo a primera hora, encontré que dos contactos compartían sendos videos de distinta naturaleza, pero que tocaban el tema. El primero, un cuento donde se narra la historia de una niña que vive en la sierra en condiciones paupérrimas, pero que hace un esfuerzo para no faltar a clase donde, por su aspecto, era motivo de bullying. Su maestro se cuestiona qué importancia podían tener los cuentos en esos niños cuyas vidas necesitaban lo indispensable para sobrevivir; sin embargo, el cuento de la Cenicienta fue lo que hizo a la niña creer en la magia de un hada que podría cambiar su destino, esto sin abandonar el tesón que la distinguía de sus compañeros. Como podrá colegirse, alcanzó su sueño de ser médica y, para la satisfacción de su maestro, quien retornó a la sierra años después, superó sus expectativas, cuando se enteró de que había conseguido una beca en el extranjero. A partir de ese momento el tutor quiso ya no ser sólo quien enseñara, sino aprender cómo “evoluciona una oruga hasta convertirse en mariposa”.

El segundo video es el mismo Carl Sagan reflexionando acerca de lo impresionante que es el libro, definiéndolo como “un objeto plano hecho de un árbol, con partes flexibles en donde se imprimen muchos garabatos graciosos, pero si le echamos una mirada, nos encontramos dentro de la mente de otra persona. Quizá alguien muerto hace miles de años. A través de milenios, un autor hablando clara y silenciosamente dentro de tu cabeza, directamente a ti. La escritura es, quizá, la mejor invención humana. Une a personas que nunca se conocieron, ciudadanos de épocas distantes. Los libros rompen las barreras del tiempo. Un libro es prueba de que los humanos son capaces de hacer magia”.

Ambos discursos nos hablan de lo que significan las palabras, su escritura y la lectura, capacidad que nos hace humanos, ya que nuestra especie es la única en el reino animal cuya biología lo permite. Pero ¿qué es un libro sin un lector? El filósofo y escritor estadounidense Ralph Waldo Emerson da respuesta: “Un libro geométricamente es una cosa entre tantas; es hasta que lo abrimos, hasta que el libro encuentra a su lector, que ocurre el hecho estético”. El mismo libro, a través del tiempo, cambia para el mismo lector, haciendo alusión al río de Heráclito: “El hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana”; de esto se desprende la pertinencia de la relectura para renovar el texto con la frescura de una nueva mirada, a su vez cambiante como el río del filósofo griego.

Cuando pensamos en un escritor contemporáneo, lector por antonomasia, viene a la memoria Jorge Luis Borges, quien no podía imaginar un mundo sin libros.

La Real Academia de la Lengua (RAE) le otorga al verbo transitivo legêre ocho definiciones, demostrando lo que puede entenderse como el acto de leer, que va desde pasar la vista por lo escrito, entender o interpretar; incluyendo la oralidad de un texto, la decodificación, hasta el acto de enseñar con base en un escrito. También incluye prácticas esotéricas como cuando se lee la mano o las cartas, hasta la lectura que podemos hacer de los sentimientos o pensamientos de las personas cuando las tenemos tête à tête.

Cuando pensamos en un escritor contemporáneo, lector por antonomasia, viene a la memoria Jorge Luis Borges, quien no podía imaginar un mundo sin libros, reconociendo la influencia de todos los autores que leyó en su personalidad. Su orgullo era por los libros leídos, no por los escritos. Consideraba que la lectura nunca debe ser obligatoria, sino placentera; a nadie se le obliga al placer. Tampoco debe ser culpígeno no leer, aunque el Estado, en su afán de democratizar la lectura, se valga de promociones que terminan responsabilizando al ciudadano por no hacerlo.

Borges, al final de su vida, “pidió prestados ojos” para seguir leyendo. Cuando lo nombraron director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina en el año de 1955, estaba prácticamente ciego; apenas lograba distinguir los lomos de los libros y algunos colores como el amarillo, al cual le dedicó el poema “El oro de los tigres” (1972), reminiscencia de su infancia cuando acudía al zoológico en compañía de su hermana: “…Con los años fueron dejándome los otros hermosos colores y ahora sólo me quedan la vaga luz, la inextricable sombra y el oro del principio”. En el cuento “La biblioteca de Babel” (1941), describe una biblioteca que en apariencia es infinita, aunque en la realidad es finita: cada libro tiene 410 páginas, cuarenta renglones y ochenta símbolos por renglón: “…Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto…”.

El niño Borges, a los ocho años, leyó el relato de la marioneta de madera Pinocho (1883, Carlo Collodi); más adelante comprendería que lo fascinante de la historia eran las aventuras de la educación. Un muñeco que quiere ser “un niño de verdad”, un ciudadano que lo más probable es que no sea lo que la sociedad espera. El ser que yace debajo de la madera pintada, ni él mismo lo conoce. El autor del cuento deja el aprendizaje a medias, ya que se detiene en el primer paso que se requiere para convertirse en ciudadano, leer. Sí, Pinocho aprende a leer, pero nunca se convierte en lector, tarea peligrosa y difícil cuando se está expuesto a una serie de tentaciones, celos, burlas y maldades, como le sucede cuando, en uno de los pasajes, sus compañeros de clases arrojan sus libros al mar y los peces emergen para mordisquearlos. No siendo ajeno al hambre, fantasea con tener cien mil monedas para hacerse de un palacio con una biblioteca de confites, pasteles y bollos con crema, ya que los libros no sacian su estómago.

En este contexto, podemos disertar acerca de lo que significa leer, encontrando que cada quien tiene diferentes motivaciones, significados y resultados. Lo ejemplificaré de manera convencional sin considerar la época del personaje en cuestión. La literatura nos remite a tiempos remotos; en los siglos XVIII y XIX existían leyes que prohibían a los esclavos aprender a leer. La Biblia fue también vetada para el vulgo que no hablaba ni leía latín, el clero la daba a conocer a modo. La primera Biblia en inglés apareció en 1395, después de trece años de traducción, interrumpida por el intento de un proyecto de ley para prohibirla en ese idioma y encarcelar a quien tuviera una copia. Clara manifestación de la correlación entre la libertad civil y religiosa y el poder del lector.

Virginia Woolf, en su ensayo Un cuarto propio (1929), puntualiza la importancia —casi imprescindible— de que las mujeres cuenten con dinero —no para una biblioteca de confites como Pinocho— y un espacio para leer y escribir. A menos de un siglo del texto, advertimos que la situación de las mujeres ha mejorado; ahora encontramos cierto equilibro entre ambos géneros en el universo literario. La lectura y la escritura ha servido a las mujeres para, en primer término, emanciparse intelectualmente, lo que hubiera sido imposible sin las condiciones conquistadas. Larga lucha por demostrar que “la inteligencia no tiene sexo”, como aseveró sor Juana Inés de la Cruz, cuya pasión por el conocimiento la llevó a tomar el hábito. La joven de Nepantla nació y murió en el siglo XVII, cuando la mujer sólo tenía dos opciones: casarse o irse de monja, antes de que el Santo Oficio la acusara de bruja y amante del diablo y terminara en la hoguera. Vicente Riva Palacio, en dos tomos: Monja y casada, virgen y mártir (1868), aborda a cabalidad el tema del oscuro pasado colonial.

El dolor no sólo se narra o se pinta, también se poetiza: el español Miguel Hernández luchó contra el franquismo con la pluma empuñada.

Retomando a Virginia Woolf, en Un cuarto propio crea un personaje ficticio, la hermana de William Shakespeare llamada Judith —metáfora del femenino del dramaturgo—, quien teniendo la misma capacidad intelectual es relegada por su género. En este juego de roles, Woolf imagina la genialidad que hubiéramos perdido si William fuera mujer y, por este designio de la naturaleza, no hubiera accedido a la educación a pesar de sus inquietudes literarias. El personaje ficticio, para evitar el matrimonio, no se va a un monasterio como sor Juana lo hizo a los quince años, sino que escapa del hogar para terminar suicidándose al tirarse bajo las ruedas de un camión.

La ficción de Woolf, dos siglos atrás, fue una realidad para Maria Anna Mozart, la hermana de Wolfgang Amadeus Mozart, quien tocando el piano como Wolfi, sólo acompañó a su hermano en el primer periplo por toda Europa organizado por su padre. Maria Anna se destacó como su hermano en las cortes francesas; sin embargo, Leopold decidió que se enfocaría en promover el virtuosismo de su hijo y no el de ella.

En contraste con la emancipación intelectual del género femenino, la lectura y la escritura en el Marqués de Sade le sirvió para sortear los largos encierros en la cárcel o en el manicomio, donde finalmente murió a una edad avanzada para la época. La creación de su vasta obra sólo se concibe en esos períodos donde combinaba la fantasía con la realidad para escribir sus ensayos, cuentos, novelas y dramaturgia. La cárcel también sirvió al mexicano José Revueltas para concebir la novela El apando (1969) —la cárcel dentro la cárcel—, inspirada en una experiencia personal durante el año que fue preso político en Lecumberri. Revueltas fue capaz de plasmar en su escritura el ambiente enloquecedor del hacinamiento y crueles torturas. El pintor David Alfaro Siqueiros, durante su estancia en el mismo presidio, también se refugió en el arte dejando un mural, otro tipo de escritura y por ende de lectura. El dolor no sólo se narra o se pinta, también se poetiza: el español Miguel Hernández luchó contra el franquismo con la pluma empuñada, motivado por sus lecturas de escritores como Federico García Lorca y Pablo Neruda. Cambió su vida armoniosa en el campo para unirse al ejército republicano español y emprender la lucha por la libertad: “Se da contra las piedras la libertad, el día, / el paso galopante de un hombre, la cabeza, / la boca con espuma, con decisión de espuma, / la libertad, un hombre…”.

En esta variedad de acontecimientos y circunstancias, hemos hecho un breve recorrido de las motivaciones que han tenido algunos de los personajes de la historia para leer y escribir, considerando que la lectura es el alimento de la escritura y no se concibe sin ella. Algunos quieren otorgarle al acto de leer una connotación subversiva, considerando una paradoja que el mismo sistema sea el que la promueva. Si el libro es marginal, una de las razones para leer es el deseo de ser marginal; abandonar en algún momento la masa, a través del poder que da la literatura.

Francisco de Quevedo se ufanaba de haber leído todos los libros existentes, algo creíble en los siglos XV y XVI cuando no abundaban las ediciones impresas y mucho menos los diversos formatos de la actualidad. Por esos mismos siglos, Doménikos Theotokópoulos, el Greco, tenía la rareza de una biblioteca con poco más de ciento treinta títulos, sólo para contextualizar la presunción de Quevedo. Sor Juana, un siglo después, tenía cerca de cuatro mil volúmenes en el Convento de San Jerónimo. Al final de su vida no está claro si ella entregó sus libros a favor del Arzobispado de México para su venta y repartición de las ganancias entre la gente pobre. Borges al final de su vida se quedó, por su voluntad, únicamente con cien títulos elegidos.

Lo cierto es que la lectura es catarsis, un bálsamo en momentos de incertidumbre como este del Covid-19.

Entre las posturas de los fomentadores de la lectura están los que aseguran que ahora hay más facilidad para leer, esto es por la variedad de formatos como son los libros electrónicos, audiolibros, digitales, entre otras innovaciones que la acercan a quien tenga el ánimo. Hay mayor variedad de traducciones y de dispositivos traductores. La poesía continúa siendo el género más difícil de pasar a otras lenguas; considero que así seguirá siendo. La mayor oferta ha derivado en cuestionamientos acerca de la calidad literaria, ya que no todos se pueden considerar buenos libros, más allá del volumen de ventas. Otros dirán que lo importante es que se lea, con la esperanza de que, en un futuro próximo, el criterio seleccione mejor. En México seguimos disfrutando la experiencia del olor, los colores y la textura de los libros en papel.

Lo cierto es que la lectura es catarsis, un bálsamo en momentos de incertidumbre como este del Covid-19. No es exageración decir que la lectura salva vidas, eleva el espíritu, abre el entendimiento, nos ayuda a interpretar el mundo, a conocernos e imaginar. Libera la mente del claustro, disuelve barreras, ignora fronteras, tiende puentes, se anticipa a la vida, dijo Wilde; crea diálogo y cuestionamientos, también encuentra respuestas y propone. Nos acompaña y arropa; los terapeutas aseguran que cura o alivia las penas según Montesquieu.

¿Cuántas razones más se necesitan para tomar un libro y comenzar a leer?

Aída López Sosa
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