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Leer como arte y oficio: a la escucha del mundo

viernes 28 de mayo de 2021
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Leer como arte y oficio: a la escucha del mundo, por Adriana Prieto Quintero
La lectura es entonces una relación entre un ser humano y un libro, y esta relación no comienza cuando el niño toma por primera vez un libro entre sus manos; esta relación comienza en el vientre materno.

El arte de la lectura, antología digital por los 25 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2021 en su 25º aniversario

Todos nos leemos a nosotros mismos y el mundo que nos rodea para poder vislumbrar qué somos y dónde estamos. No podemos hacer otra cosa que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función primordial.
Alberto Manguel
La escritora argentina Ivonne Bordelois tiene un libro titulado A la escucha del cuerpo: puentes entre la salud y las palabras, en el que denuncia la apropiación del cuerpo por el mundo médico; dice que el cuerpo ha sido medicalizado, ha dejado de ser escuchado y se ha objetivizado de tal manera que parece que fuese sólo un objeto inerte, cuerpo para ser estudiado por la ciencia, olvidando lo humano. Ella apuesta por recuperar el lenguaje, volver al origen de las palabras que nombraron los cuerpos y sus vitalidades, para reconstruir y resignificar la relación entre el paciente y el médico. Según ella sólo haciendo un proceso de arqueología etimológica esto es posible.
Así como el cuerpo, la lengua ha sido víctima de apropiación por diferentes ámbitos: la política, la religión, la educación, los medios de comunicación, la medicina, el marketing; todos, sin excepción, han apresado las palabras, es por esto que es necesario hacer una arqueología en el interior del ser humano para rescatarlas.
Este breve texto intenta esbozar algunas ideas inspiradas por esta autora.

La lectura, según la primera acepción del Diccionario de la lengua española, se define como: “Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”. Según esta definición, la lectura está compuesta por dos partes: el sujeto que lee y “pasa la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación…” y el objeto que es leído por medio de los “caracteres empleados”. Esto quiere decir que, para poder hablar acerca de la lectura, es necesario tomar en cuenta estos dos elementos: el objeto libro o el material de lectura, y el sujeto que emprende la acción de leer. Asumir un estudio o análisis de la lectura enfocándonos sólo en uno de esos dos elementos sería insuficiente, y es necesario señalar que, aunque la lectura tiene esos dos componentes, el entramado que se teje entre ambos mundos (el del libro y el del hombre) constituye una urdimbre capaz de arropar en gran medida la historia del hombre y de la humanidad.

Tal como explica el neurocientífico Stanislas Dehaene, desde el útero los niños adecúan su cerebro al ritmo de la lengua materna.

La lectura es entonces una relación entre un ser humano y un libro, y esta relación no comienza cuando el niño toma por primera vez un libro entre sus manos; esta relación comienza en el vientre materno, desde el momento de la concepción, cuando el ser humano comienza a tener contacto con el lenguaje e intenta otorgarle significado a esos sonidos. Algunos investigadores han mostrado resultados sorprendentes acerca del conocimiento (o reconocimiento) de la lengua en recién nacidos.

Durante los primeros meses de vida, los niños demuestran competencias lingüísticas sorprendentes. Pocos días después del nacimiento, perciben con facilidad los contrastes lingüísticos (…). Además, prestan especial atención al ritmo de su lengua materna (Mehler y otros, 1988), que oyen en el útero durante los últimos meses de embarazo (Dehaene, 2014, p. 238).

Tal como explica el neurocientífico Stanislas Dehaene, desde el útero los niños adecúan su cerebro al ritmo de la lengua materna a tal punto que, a las pocas horas de nacidos, pueden reconocer o incluso diferenciar algunos fonemas. Todos estos estímulos ayudan a preparar el camino para la adquisición de la lengua materna. A partir de aquí, el niño en pleno proceso de desarrollo comienza a leer y a darle sentido a los vaivenes de la voz materna, comienza a relacionar las palabras, la entonación, el estado de ánimo de la madre gestante, otorgándole significación a ese estado primigenio en el que el niño está, dentro de otro ser que lo acompaña y con el cual se comunica de forma permanente. Y todo este proceso de “enseñanza-aprendizaje” ocurre de forma natural y espontánea, en medio de un proceso indivisible que consustancia la experiencia de estar en el mundo por vez primera, con la posibilidad de encontrarse con la lengua que lo acompañará durante toda la vida.

Es por esto que, a través de las voces que escucha, de las primeras palabras generadas en su entorno, de las canciones, mimos, poemas, abrazos, en medio de este clima se inicia la adquisición del lenguaje. Y con la adquisición de la lengua la posibilidad de formar parte de su acervo cultural, de comprender e intervenir en el mundo.

Aunque se sabe que el bebé no entiende aún cada palabra ni la lógica que las encadena unas a otras, sabemos que ese torrente verbal surte en él una especie de encantamiento y que constituye su texto primigenio de lectura (Reyes, 2007, p. 28).

Asimismo, todo ese “torrente verbal” se hace palabra-cuerpo, palabra-caricia, palabra-imagen que el pequeño va leyendo, va descifrando, va interpretando. El lenguaje se adquiere de una manera sensorial, es un estímulo que envuelve todos los rincones del ser y comienza a instalarse, a crear mundos reales e imaginarios, ambos mediatizados por sus emociones.

Por esta razón, la lectura no puede medirse o evaluarse por el hecho tangible de “saber leer las letras”, porque para llegar a la decodificación lingüística ha sido necesario que el individuo ponga en práctica la observación, comparación e interpretación de lo que le rodea, por el simple hecho de estar en el mundo, de pertenecer a un contexto, de poseer una experiencia de vida, que posteriormente se convertirá en una experiencia literaria.

Por esto lo ideal es que para que esa experiencia de vida logre convertirse en una experiencia literaria es necesario que los seres humanos estén, desde su infancia, expuestos a un espacio donde se estimule la sensibilidad, donde el balbuceo, el gesto impreciso del recién nacido que intenta comunicar algo, sea tan importante como la palabra articulada.

El respeto por la individualidad comienza en el vientre materno, desde que se comprende que ese ser es un sujeto de derecho y que para poder ejercerlo necesita desarrollar su pensamiento y su palabra. En este sentido es deber de quienes estamos alrededor de los niños, o de quienes sentimos que esta tarea es una responsabilidad compartida, procurar espacios de difusión del pensamiento, la palabra y la libertad. No se puede enseñar a volar si no se han afianzado los pasos previos del gateo. No podemos pedirle a un estudiante universitario su opinión sobre alguna noticia o algún acontecimiento, cuando los niños han sido silenciados desde sus hogares porque “los padres están hablando”, o “porque la maestra está dando la clase”. Mientras no veamos la relación que existe en el hecho de respetar al otro en cada uno de los momentos de su vida, no podremos pedirle luego que ejerza su derecho a hablar, a opinar, que tenga una posición sobre el mundo.

A este respecto dice Yolanda Reyes:

No fomentamos la lectura para exhibir bebés superdotados sino para garantizar, en igualdad de condiciones, el derecho de todo ser humano a ser sujeto de lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la imaginación (Reyes, 2007, p. 15).

Y la única forma posible de garantizar las condiciones igualitarias de acceso al lenguaje es respetando, desde la más temprana edad, los derechos de comunicación y expresión que posee todo ser humano por el hecho mismo de existir; además, claro está, de proporcionarle los espacios y condiciones necesarias para su desarrollo.

Los cambios culturales sólo son posibles si hay un cambio en el emocionar de esa cultura, si hay una relación cabal del individuo frente a su actuar.

Dicho de otro modo, el respeto hacia la infancia, como proceso formativo fundamental, es el primer paso para alcanzar una verdadera transformación humana y, por tanto, cultural. Y para que esto ocurra es necesario que todas las fuerzas sociales, entiéndase por ellas las distintas disciplinas y políticas culturales, aboquen no sólo sus investigaciones o estudios sobre el campo, sino que además asuman prácticas cotidianas distintas, transformadoras.

Según Humberto Maturana y Gerda Verden-Zöller, nuestras acciones están definidas por nuestras emociones, así que para lograr un verdadero cambio en nuestras prácticas cotidianas es necesario asumir el trabajo con las emociones para que, a partir de allí, todos los demás procesos de transformación se den de forma natural: “…un cambio cultural es un cambio en la configuración del actuar y el emocionar de los miembros de una cultura, y cómo tiene lugar como un cambio en la red cerrada de conversaciones en las que él o ella participe en esos distintos momentos” (1993, p. 33); los cambios culturales sólo son posibles si hay un cambio en el emocionar de esa cultura, si hay una relación cabal del individuo frente a su actuar, si hay una reinterpretación y una resignificación de las emociones que permiten que establezca lazos con la cultura.

…Yo mantengo que la emoción define a la acción, y que, hablando en un sentido biológico estricto, lo que connotamos cuando hablamos de emociones son distintas disposiciones corporales dinámicas que especifican en cada instante la acción que un cierto movimiento o una cierta conducta es (1993, p. 91).

El lenguaje es el reflejo de lo que sentimos, de lo que somos y de lo que hacemos; es por ello que para intentar modificar una práctica es necesario revisar nuestras acciones, emociones y lenguaje; en esa interrelación está la verdadera base para la transformación cultural.

La escritura de un libro es la interpretación que hace un autor sobre lo que le rodea. Un libro siempre será una versión sobre la realidad y, como toda realidad es compleja, tenemos múltiples lecturas sobre ella. ¿Cuántos libros se han escrito a lo largo de la historia de la humanidad?, ¿cuántos libros se han escrito sobre Don Quijote de la Mancha? Múltiples miradas, múltiples perspectivas sobre un ángulo de la vida. Como lo diría Paulo Freire: “Los libros en verdad reflejan el enfrentamiento de sus autores con el mundo” (2008, p. 51). Es por ello que toda escritura viene siendo una especie de reescritura, y toda lectura una relectura de la realidad.

Visto de esta forma, para poder modificar nuestro actuar con respecto a la lectura es necesario revisar toda una compleja red de relaciones, como la educación, la cultura, la política y las relaciones sociales y familiares, entre otras, que sustentan toda la cultura alrededor de la lectura. Para que los cambios sociales puedan ser aceptados o establecidos, es necesario que haya un cambio en cada uno de los individuos que componen esa cultura.

Es por esto que resulta fundamental incentivar y sensibilizar la lectura en la primera infancia. Dejarle a la escuela la responsabilidad del trabajo con la lectura ha sido uno de los errores que hemos pagado con creces todos estos años, y que es preciso enmendar con urgencia. Ha sido una gran equivocación asumir que la palabra es de uso exclusivo del ámbito escolar y por lo tanto resulta vital desescolarizarla.

 

Al rescate de la palabra

Ivonne Bordelois explica en su libro La palabra amenazada que una de las formas de violencia que coexisten, de forma lamentable, en el mundo actual, es la violencia que se ejerce en contra de las palabras, al considerarlas simplemente un medio de comunicación y no asumir el valor que tienen por sí mismas, ya que su función no puede ser simplemente vehicular, no pueden existir para llevar a cabo otro proceso porque de esta forma el lenguaje pierde valor y su razón de ser en sí mismo.

Cuando se mediatiza al lenguaje, cuando se lo considera sólo una mediación para otra mediación —porque la comunicación se pone al servicio del marketing, el marketing del dinero y así sucesiva e infinitamente— nos olvidamos de que el lenguaje es ante todo un placer, un placer sagrado; una forma, acaso la más elevada, de amor y conocimiento (Bordelois, 2004, p. 3).

En la actualidad el lenguaje parece haber perdido el encantamiento mágico que lo constituye; ha pasado de ser un torrente natural y propio de la existencia humana a ser una forma para acceder a un mundo que se ha institucionalizado y se ha profesionalizado dejando de lado lo que vinculaba a los hombres y mujeres décadas atrás.

El lenguaje parece haber sido secuestrado por una cultura capitalista, patriarcal y autoritaria que domina todas las esferas del poder y se sirve de la lengua para su ejecución. Estamos heredando una forma de comunicación, una falsa manera de vivir en el lenguaje; estamos tejiendo redes de aparente comunicación con los demás con palabras impuestas, bajo premisas de falsa libertad y entendimiento.

La escritora francesa Geneviève Patte dice que en la actualidad se hace uso de una palabra que no le habla a nadie, la palabra omnipresente.

Como explica Ivonne Bordelois, se asume la lengua como una apropiación del individuo, como un objeto más que se domina para ganar espacios de conquista. Vista de esta manera, la palabra pierde su esencia y comienza a cumplir la función de mantener un sistema de comunicación entre personas que dejan de ser personas; esa palabra deslastrada de su acervo histórico y cultural, esa palabra que sirve para instaurar conversaciones entre seres humanos y para disfrutar en el lenguaje, ese estar en sí mismo y en los demás, cuando es negada por la familia, por la escuela, por la institucionalidad circundante, se vacía de su sentido, deja de ser lenguaje y pasa a ser un objeto utilitario, mercantilista, con un fin fuera de sí mismo.

El propósito de esta palabra es desaparecer el espacio interior del individuo, silenciarlo, negándole la posibilidad de cultivar la propia palabra y dándole la “libertad” de escoger las palabras sin significación, palabras impuestas por la radio, la televisión, Internet y demás medios.

La escritora francesa Geneviève Patte dice que en la actualidad se hace uso de una palabra que no le habla a nadie, la palabra omnipresente; esta palabra es anónima, uniforme y continua, sería como la continuidad del hilo musical de los grandes almacenes, pero mucho peor que eso, porque se instala en la intimidad del hogar, perturbando de forma permanente a todos los seres. Es el sonido de la radio o la televisión encendida marcando la pauta, es el sonido de la telenovela, es el sonido permanente de la música que está construida con esas palabras también omnipresentes porque realmente no buscan comunicar, transmitir, ni dirigirse al interior del ser humano a despertar a algún dragón que habita las tierras encantadas; por el contrario, busca sumergir en un sueño profundo esa voz, busca apaciguarla. Esa palabra se ha impuesto por los medios de comunicación, quienes se han encargado de domesticarnos para oír palabras sin necesidad de escucharlas y sin sentir la necesidad de querer interpretarlas. Esa palabra vacía es preciso desenmascararla y reducirla a lo que es, mero ruido. Se pregunta Patte:

¿Su función es simplemente engañar a la soledad a como dé lugar o enriquecer el “teatro interior” del telespectador arraigándose en su personal universo imaginario? ¿Qué espacio dejan todos estos flujos interrumpidos de información para la elección de cada individuo? (Patte, 2010, p. 37).

De la vida urbana hemos heredado la necesidad del ruido, la negación del silencio que es la cuna donde se gestan los pensamientos. ¿Bajo qué suelo emergen hoy en día los pensamientos? ¿De dónde brota la idea? ¿Es necesario cuestionarse a sí mismo y a las formas en las que vivimos? ¿Podrá el ser humano sobrevivir al hecho de funcionar en un mundo que está mediatizado? ¿Desde qué silencio podemos interiorizarnos?

En el libro Amor y juego: fundamentos olvidados de lo humano, de Humberto Maturana y Gerda Verden-Zöller, podemos encontrar unos conceptos con los que Humberto Maturana analiza todas las relaciones que se tejen en la cultura. En la primera parte del libro, llamada Conversaciones matrísticas y patriarcales, utiliza las nociones de lo patriarcal y lo matrístico para explicar el comportamiento de los seres humanos en la sociedad actual. En primer lugar explica que toda la cultura occidental está determinada por una lucha permanente entre lo matrístico y lo patriarcal, pero es lo patriarcal lo que determina las relaciones sociales. Dentro de la cultura patriarcal, Humberto Maturana asocia los valores de la guerra, la competencia, la lucha, las jerarquías, la autoridad, el poder, el control, la desconfianza, la dominación y todas aquellas nociones que se relacionen con la apropiación y la dominación de los recursos, sean naturales o humanos.

Por el contrario, la cultura matrística está centrada en la biología del amor, y asocia a ella todos los valores concernientes a la relación maternoinfantil, al amor de la madre hacia al hijo y, por ende, al amor, el respeto, la confianza, la entrega, la aceptación, el juego y todas las relaciones que estén basadas en esa aceptación mutua y desinteresada, que no pretendan modificar, controlar, manipular o cambiar para un fin externo.

La cultura de la cooperación (matrística) se ve reemplazada por la cultura de la dominación (patriarcal) y todos los elementos que constituyen la sociedad se ven envueltos en esa dinámica. Humberto Maturana dice que “la vida humana es cultural…” porque ha sido necesario llegar a un consenso para manejar nuestro lenguaje, nuestras acciones y nuestras emociones, que son las que determinan todos los aspectos de la vida humana; es decir, la política, la educación, las relaciones personales y sociales, la religión, se ven mediatizadas por la visión patriarcal del mundo, que precisamente deja de ver al mundo como mundo y pasa a tomarlo, poseerlo como un objeto. Todas estas cosas son asumidas, desde la cultura occidental, desde una perspectiva patriarcal, es decir, como si lo normal fuese la apropiación de todas las manifestaciones que se dan de manera natural en la vida, justificándose en un bienestar externo que termina dando por sentado que es más importante el fin que los medios.

La palabra ha sido tomada por la cultura patriarcal y es utilizada como instrumento de dominación para controlar al ser humano a través de ella.

¿Cómo se manifiesta todo esto? En la cultura patriarcal es más importante el matrimonio que el amor, son más importantes los títulos académicos que las personas, es más importante la posesión de los objetos que cultivar el ser, son más importantes los cargos políticos que el trabajo —con y por los demás—, es más importante el control de la naturaleza y de su propio ser —emociones, sentimientos— que la convivencia mutua en el respeto y, en definitiva, resulta siempre más importante la cantidad frente a la calidad.

Es por esto que es necesario volver a la cultura matrística, donde se acepta al otro como legítimo, sin pretensión de cambiar, dominar o controlar, se respeta la naturaleza y se convive con ella de acuerdo a sus propias leyes que puedan sustentar su interacción, se cultiva el ser sin un propósito oculto, sin pretender obtener algún beneficio de su conocimiento, y fomenta la cooperación y no la competencia.

La manera matrística de vivir nos abre la posibilidad de la comprensión de la vida y la naturaleza, porque nos conduce al pensamiento sistémico al permitirnos ver y vivir la interacción y coparticipación de todo lo vivo en el vivir de todo lo vivo; la manera patriarcal de vivir restringe nuestro entendimiento de la vida y la naturaleza al conducirnos a la búsqueda de una manipulación unidireccional de todo deseo de controlar el vivir (1993, p. 105).

Es esa visión patriarcal la que impide obtener una comprensión sistémica del mundo y comenzamos a tomar sólo aquello que es, o puede llegar a ser, utilitario, para lo que tenemos previsto y, de esta manera, tal como explican Maturana y Gerda Verden-Zöller, comenzamos a “controlar el vivir”.

De esta misma forma, la palabra ha sido tomada por la cultura patriarcal y es utilizada como instrumento de dominación para controlar al ser humano a través de ella. Es por esto que resulta urgente rescatarla.

A mi modo de ver, lo expuesto por estos teóricos podría considerarse fundamental a la hora de asumir cualquier trabajo con la palabra. Es esa cultura matrística propuesta, es el punto de partida desde el cual debe asumirse todo trabajo con la lectura. Deslastrarla de toda institucionalidad que la ha convertido en un objeto más, la ha cosificado, la ha convertido en una herramienta para la opresión y para mantener el statu quo de la sociedad.

Con el auge de la educación formal, la palabra se ha visto amenazada y la primera implicada sería la escuela. La educación formal ha asumido el control absoluto de la palabra, la ha institucionalizado y la ha convertido en una herramienta para obtener prestigio social. Es por esto que el acceso a la educación se ha convertido en uno de los grandes negocios del mundo actual.

La palabra ha sido desvinculada de la vida diaria, de la vida familiar, y se ha roto el vínculo que poseían cuando se heredaban todas las historias personales, familiares y colectivas a través de ella, dejando a las nuevas generaciones desprovistas de su poder. Sufrimos una especie de orfandad lingüística, que ha hecho que se asuma la palabra desde algo externo, que no pertenece a nosotros y es utilizada con fines que están fuera de su naturaleza, es decir, porque nos conducirá a algo más.

Es necesario tomar conciencia de esta realidad y rescatar esa palabra olvidada, esa palabra que, lejos de ser un objeto para obtener cosas, posee una naturaleza matrística, es decir, es una palabra que se desarrolla a lo largo de la vida, nace en el vientre materno al igual que el ser humano y se va cultivando a lo largo de su vida: ella es medio y fin al mismo tiempo.

La palabra matrística no es una palabra que está escolarizada, no comienza a ser importante cuando los niños entran a primer grado. Comienza a ser vital desde el momento mismo del nacimiento, desde el momento que el niño descubre que ella lo vincula con el mundo, que es portadora de su historia familiar y cultural y que le hará redimensionar su interior. Lo importante es comprender que no está para domesticar, para adoctrinar, para enseñar o para pedagogizar. Esta palabra está para descubrir el mundo y descubrirse a sí mismo.

Es indispensable volver a la idea inicial de que la lectura no es el libro. Paulo Freire escribió: “La lectura del mundo precede la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquél. Lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente” (2008, p. 94). Esa relación permanente que se establece entre el mundo y las palabras es lo que le permite al ser humano intervenir lo que le rodea; un ser que no ejerza su derecho a conocer su lengua y a expresarse en ella no podrá aspirar a una transformación individual o colectiva. Todos los esfuerzos deben ir en ese sentido, en una lucha por la constitución de hombres y mujeres sujetos de lenguaje.

Para Yolanda Reyes la lectura es ejercicio de reflexión permanente; lejos de ser una actividad pasiva, concibe la lectura como un diálogo entre el autor, el texto y el lector con todo su conocimiento de vida. El lector nunca será un ser pasivo al que habrá que llenar de contenido o de significado; el lector es un ser activo, en permanente diálogo con el texto, consigo mismo y con su entorno cultural:

Más allá del acto pasivo de reproducir lo que está consignado en una página escrita o de un conjunto de habilidades secuenciales, leer se concibe actualmente como un proceso permanente de diálogo y de negociación de los sentidos, en el que intervienen un autor, un texto —verbal o no verbal— y un lector con todo un bagaje de experiencias previas, de motivaciones, de actitudes, de preguntas y de voces de otros, en un contexto social y cultural cambiante (2007, p. 25).

El acercamiento que tienen los niños a los libros es tardío debido a la ineficacia en cuanto a políticas culturales.

Ese diálogo de negociación de sentidos se inicia a temprana edad, antes de adquirir la lengua, desde que nos sentimos atraídos por ese mundo exterior que espera ser explorado, indagado y descifrado.

De esta manera nos damos cuenta de que, para llegar a la lectura del libro, hemos realizado muchas otras lecturas previas, y que para llegar a ésta el ser humano ha debido recorrer un largo camino lleno de experiencias de todo tipo. Según Stanislas Dehaene:

El aprendizaje de la lectura supone conectar dos conjuntos de regiones cerebrales que ya están presentes en la infancia: el sistema de reconocimiento de objetos y el circuito del lenguaje. La adquisición de la lectura tiene etapas importantes: la etapa pictórica, breve período en que los niños “fotografían” algunas palabras; la etapa fonológica, en que aprenden a graficar grafemas y fonemas, y la etapa ortográfica, en que el reconocimiento de las palabras se vuelve rápido y automático (2014, p. 235).

Desde este punto de vista, la lectura comienza con la etapa “pictórica”, hasta ir desarrollando las habilidades para descifrar y comprender el significado del texto. Sin embargo, creo que uno de los problemas que tenemos en la actualidad es que el acercamiento que tienen los niños a los libros es tardío debido a la ineficacia en cuanto a políticas culturales.

Si partimos del conocimiento que nos da la ciencia para comprender el proceso de la lectura, comprenderíamos que para crear un verdadero interés hacia ella es preciso asumir una posición desde mucho antes de la etapa ortográfica, es importante acercar de forma temprana a los niños a los libros. Pero, antes de esto, debemos otorgarles el sentido y el valor que tiene el ser humano desde su nacimiento, es decir, asumirlos como sujetos de derechos, con capacidades para enfrentarse al mundo, para comprenderlo e intervenirlo.

Esto quiere decir que no es necesario transformar solamente la escuela; es indispensable retomar la importancia de la lectura en el seno de la familia. Dice el psicólogo venezolano Manuel Barroso:

Así como nos hemos organizado para defender el hábitat y el medioambiente y las aguas y los mares y las montañas, tendremos que organizarnos también para defender la integridad de la experiencia de ser familia. La familia seguirá siendo la mejor arma para evitar la destrucción (…). Si queremos una cultura verdaderamente humana, necesitamos fortalecer la experiencia de ser una familia, verdaderamente humana.

Es indispensable comprender que si deseamos una sociedad más justa y humana, necesitamos plantearnos una forma de vida que sea acorde con ello, es decir, aceptarnos a nosotros mismos y aceptar a los demás, comprender que la competencia no puede ser una forma de vida porque lleva implícito el deseo de anulación del otro, el irrespeto por el otro, la negación del otro. Y esta experiencia es necesario defenderla como si fuese tan importante como la defensa del hábitat, tal como dice Manuel Barroso, ya que sin lugar a dudas en ella está incluida la defensa del ambiente, la defensa de todo lo vivo y su relación de convivencia.

Es tan importante la defensa de la familia porque ésta, al igual que la lengua, tiene la posibilidad de reinventarse y regenerarse. Frente a la violencia constante que vivimos, la familia debe ser la principal aliada para recuperar la posibilidad de una convivencia distinta a través del lenguaje. Así como Bordelois nos explica la posibilidad de utilizar una estrategia ecológica para la recuperación, la reinvención o la regeneración de nuestro lenguaje, esto debe ocurrir en consonancia con el hecho familiar. Al recuperar la lengua recuperaremos la familia porque ésta nos dará la oportunidad de establecer relaciones de respeto, de comunicación real sobre nuestro ser y sobre nuestras necesidades.

¿Por qué ecológicas? Porque buscan preservar, proteger y estimular el lenguaje. Nos dice ella:

Cada vez que abrimos paso a la reflexión sobre el sentido es­condido de las palabras o a la ponderación de la sabia arquitectura de la sintaxis, cada vez que celebramos la gracia de un chiste verbal o de una adivinanza, una copla, una frase escuchada al pasar, cada vez que incu­rrimos en el lujo de ese paseo arqueológico entre ruinas maravillosas que es la etimología, estamos reviviendo la felicidad del lenguaje y la posibilidad de la poesía, que es la criatura más excelsa del lenguaje, su corona de estrellas (Bordelois, 2004, p. 16).

La lengua es por naturaleza un bien de la cultura y el más importante para el ser humano.

Cada vez que en un espacio surge un momento para disfrutar la lengua, lejos de las imposturas academicistas, lejos de lo moralizante, lejos del didactismo con el que han condenado a la literatura, en especial la que se ha dirigido a niños y jóvenes, se abre un torrente dentro de ella misma que la lleva a regenerarse y reinventarse a través de sus oyentes y éstos comienzan a nutrirse de ese torrente y crean nuevas formas para el disfrute.

La lengua es por naturaleza un bien de la cultura y el más importante para el ser humano, ya que es el bien común más preciado de la sociedad porque es gratuito, tiene la capacidad de reinventarse y es (y debe ser) compartido por toda la comunidad, tal como lo explica Bordelois. Y aunque la cultura patriarcal pretenda apropiarse de la lengua por su importancia y capacidad de impacto, la obligación de todos los demás debe ser la de asumir, desde cada uno de los espacios a los que se pueda llegar, la promoción de la palabra matrística como una posibilidad de acercarnos y conciliarnos con el mundo. Pero, por sobre todas las cosas, la defensa del acceso a la palabra como un derecho humano, para descifrar, comprender e intervenir el mundo.

Dice el escritor italiano Gianni Rodari: “Todos los usos de la palabra para todos”; me parece un lema muy bueno y con agradable sentido democrático. “No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo” (pág. 12). Tal como lo explica él, la apuesta por la palabra como un derecho fundamental, no en búsqueda de desarrollar el arte, sino en búsqueda de una verdadera igualdad de capacidades y posibilidades.

 

Bibliografía

  • Barroso, Manuel (2006). Ser familia. Editorial Galac, Caracas.
  • Bordelois, Ivonne (2005). La palabra amenazada. Buenos Aires. Libros del Zorzal.
    (2009). A la escucha del cuerpo. Buenos Aires. Libros del Zorzal.
  • Freire, Paulo (2008). La importancia de leer y el proceso de liberación. Buenos Aires, Argentina. Siglo Veintiuno Editores.
  • Manguel, Alberto (2014). Una historia de la lectura. Buenos Aires, Argentina. Siglo Veintiuno Editores.
  • Maturana, Humberto, y Gerda Verden-Zöller (2003). Amor y juego: fundamentos olvidados de lo humano. Santiago, Chile. JC Sáez Editor.
  • Patte, Geneviève (2008). Déjenlos leer: los niños y las bibliotecas. México. Fondo de Cultura Económica.
  • Real Academia Española de la Lengua (RAE). Diccionario de la lengua española.
  • Reyes, Yolanda (2007). La casa imaginaria. Bogotá, Colombia. Grupo Editorial Norma.
  • Rodari, Gianni (2002). Gramática de la fantasía. Barcelona, España. Editorial Planeta.
Adriana Prieto Quintero
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