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Carta a Selene

sábado 30 de mayo de 2020
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Carta a Selene, por Patricia Schaefer Röder
Nos sacudieron los huracanes Irma y María, que dejaron a la isla completamente destrozada y sin servicios públicos durante muchos meses.

Papeles de la pandemia, antología digital por los 24 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2020 en su 24º aniversario

San Juan, 10 de abril de 2020

Querida Selene:

Demasiadas veces ha girado la Tierra desde nuestro último abrazo en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía, hace ya una eternidad. Esa mañana se me acabaron las lágrimas y mis ojos quedaron secos por varios años. Debo confesar que, aunque ambas sabíamos que sería muy difícil, yo de ingenua creí que poco a poco me acostumbraría a la distancia física impuesta sobre nosotras por el destino. Cómo me equivoqué…

He estado pensando mucho en ti desde que supe del descontrol de la epidemia de neumonía en China a principios de enero, y más aún desde el 12 de marzo, cuando la gobernadora de Puerto Rico declaró estado de emergencia por la pandemia del coronavirus Covid-19. Sé que Venezuela se declaró en emergencia al día siguiente, en lo que resultó una emergencia dentro de la emergencia. Aun así, confío en que dentro de toda esta situación extrema te encuentres bien; sé que eres una persona que se sabe cuidar y tienes un excelente sentido de la supervivencia. Ya me contarás cómo se desarrolla todo por allá.

Me preocupa que la gente vea el uso de las mascarillas como una medida profiláctica infalible y se confíe demasiado.

Lo cierto es que nadie ha escapado a esta tragedia humanitaria; a todos nos ha tocado de una forma u otra. A la mayoría de nosotros se nos detuvo el tiempo; muchos luchan por tener más tiempo y a demasiados se les acabó el tiempo. Qué tristeza y qué impotencia siento…

Yo, llena de entregas de trabajo y despistada como siempre, me tardé en salir a comprar mascarillas y por supuesto que cuando llegué a la farmacia se habían acabado; espero que en algún momento las vuelvan a traer. Por suerte conseguí un poco de líquido antiséptico para las manos que ojalá me dure, porque luego también se agotó. Mientras tanto, intento no salir de casa, y si lo hago uso un pañuelo doblado varias veces sobre sí mismo; mejor será que funcione. Al menos puedo lavarlo… Me enteré de que en Venezuela le exigen al pueblo que use tapabocas cuando salga a la calle. Igual pasa aquí y en muchos otros países del mundo y me parece lógico, pero me preocupa que la gente vea el uso de las mascarillas como una medida profiláctica infalible y se confíe demasiado, y deje a un lado las otras medidas necesarias y más eficaces en este caso particular, como quedarse en casa y guardar el sano distanciamiento social cuando sea estrictamente necesario salir. Conozco a más de uno que cree que basta con usar la mascarilla para seguir con su rutina diaria sin hacer ningún otro cambio, ¡qué locura! Fíjate que hace una semana, el 3 de abril, el experto en enfermedades infecciosas de los Estados Unidos declaró justamente eso, que los tapabocas no deben considerarse sustitutos del distanciamiento social. Pareciera algo evidente para muchos, pero siempre dependemos de que la gente actúe de manera sensata y prudente, y siempre estaremos a merced de quienes lo hagan mal…

Recuerdo aquella tarde de abril en 2002, cuando te visité en Caracas y me preguntaste si tenía miedo de vivir en Nueva York después del ataque terrorista del 11 de septiembre. Mi respuesta fue un contundente “¡Claro que tengo miedo!”. Pero ese miedo era distinto del que puedo sentir ahora. No sé cómo explicarlo, los dos enemigos son invisibles y no sabemos cuándo nos atacarán. Por suerte, en aquel entonces no hubo ningún ataque posterior, pero lo cierto es que los ocho millones de almas de la Gran Manzana desarrollamos trastorno de estrés postraumático que, al menos en mi caso, duró alrededor de un año. Tal vez después de ese golpe, con el tiempo haya desarrollado un carapacho más fuerte que el de la tortuga cardón, mi animal totémico. Pero más bien pienso que mi estado actual es más manejable porque sé cómo actuar; más bien, cómo deberíamos actuar todos para protegernos.

Te confieso que me maravilla y a la vez me aterra saber que una partícula que ni siquiera tiene vida propia, sino que requiere de una célula para reproducirse, pueda causar tanto revuelo, desastre y pánico en la humanidad entera. Como especie hemos crecido de manera exponencial y nunca nos ocupamos realmente de asegurar el alimento ni la salud de tanta gente. En definitiva, no estamos preparados para algo tan malo y tan pequeño… ni tampoco para algo mediano y mucho menos para algo grande. Después de acostumbrarnos a vivir durante varias décadas de manera descuidada e irresponsable en cuanto al ambiente y nuestra salud, ahora tenemos que tomar medidas drásticas y hacer cambios severos en nuestro estilo de vida. Aunque más tarde que temprano, es el momento de respetarnos como especie y de respetar a la Pachamama que nos abriga. Espero que nos percatemos de esto a tiempo y logremos salvar lo que nos queda, que cada día es menos.

Como sabes, en los últimos dos años y medio el destino ha sido muy creativo con Puerto Rico: primero nos sacudieron los huracanes Irma y María, que dejaron a la isla completamente destrozada y sin servicios públicos durante muchos meses, lo que contribuyó en parte al aumento desmedido en la actividad criminal, la inestabilidad en las instituciones gubernamentales, los apagones debidos a la infraestructura eléctrica caduca, las cosas de siempre. En los últimos meses la isla se estremeció con dos terremotos y la ola de temblores fuertes que les siguieron, el meteorito que cayó frente a la costa de Manatí y, por si fuera poco, ahora también nos atacó la pandemia Covid-19. En la isla, cada quien enfrentó estos episodios con valor y haciendo uso de lo que tenía a la mano. A pesar de que los habitantes de Puerto Rico sufrimos de trastorno de estrés postraumático por todas las cachetadas que hemos recibido desde el 2017, como pueblo nos hemos levantado una y otra vez y lo seguiremos haciendo siempre porque, igual que muchas otras cosas, eso también se aprende. Claro que no es fácil; las pérdidas han sido invaluables y, sin excepción, son irrecuperables.

Ahora mismo, en Puerto Rico, nos encontramos en cuarentena e incluso tenemos toque de queda. Las escuelas y los empleos no esenciales funcionan ahora a través del Internet. Sólo se nos permite salir a hacer diligencias esenciales como comprar alimentos o medicinas, o a alguna cita médica importante, y si salimos, sólo podemos usar nuestros autos tres días a la semana, según el número de la placa. Por lo demás, tenemos que permanecer en casa todo el día, aunque he visto grupos de chicos jugando baloncesto hasta entrada la noche e incluso padres que salen a caminar con sus niños después del toque de queda. Francamente, no sé qué clase de ejemplo le están dando esos padres a sus hijos, de qué manera los están educando. Luego están aquellos que insisten en visitar a los vecinos porque “todos estamos sanos”. Cerca de mi casa hay un bar de pueblo en el que todas las tardes hay gente bebiendo cerveza, como si aquí no pasara nada; será por eso que en Puerto Rico la gente dice que esto es Macondo… Justamente por todo esto fue que se instituyó el toque de queda obligatorio en la isla, porque al principio de la cuarentena hubo muchos que aprovecharon para salir a divertirse de noche por ahí, en lugar de quedarse en casa. Pareciera que no entienden: el distanciamiento social preventivo es clave para frenar la propagación del virus, pero lamentablemente siempre hay quienes se sienten invencibles o deciden no creer lo que ya se demostró hasta el cansancio, o sólo no quieren cooperar con los demás e incumplen las medidas, con lo que arriesgan la salud y la vida del resto. Es una pena, pero en todas partes nunca faltan esos irresponsables.

Puerto Rico todavía no había llegado a una situación equivalente a la que había antes de aquella hecatombe.

Por otro lado, en esta misma Isla del Encanto, también hay muchos héroes locales que bien saben lo importante que es cumplir con la cuarentena, el distanciamiento social y las demás medidas preventivas, y sin embargo se arriesgan para que el resto de los 3,5 millones de almas que la habitamos nos mantengamos sanos y salvos. Son todos aquellos que se encuentran en la primera línea de combate contra la enfermedad atendiendo a los enfermos, los que se encargan de la cadena de abastecimiento de víveres, desde el puerto hasta las tiendas de artículos de primera necesidad o de comida, los policías y los bomberos, los investigadores… Todos son invaluables e indispensables, y afortunadamente tienen cientos de miles de almas gemelas dispersas por el mundo. Estos héroes nos cuidan de manera activa para que estemos sanos y cubramos nuestras necesidades, y lo menos que podemos hacer es agradecer ese inmenso gesto siguiendo las normas implementadas por las comisiones de salud. Quien no lo haga es egoísta; así de sencillo. Por cierto que son estos héroes locales, junto con el pueblo, quienes ponen su mayor esfuerzo cada vez que alguna catástrofe sacude nuestra isla: huracanes, tormentas, terremotos… Ellos se merecen mi mayor respeto.

A pesar del empeño que todos veníamos poniendo en recuperar nuestras vidas después de los huracanes de septiembre de 2017, Puerto Rico todavía no había llegado a una situación equivalente a la que había antes de aquella hecatombe, tanto en lo económico como en lo natural. Y digo “equivalente” porque después de una catástrofe como esa, nunca nada es igual. La vida te hiere y te recuerda cuáles son las cosas verdaderamente importantes. Y lo único bueno de sufrir esas heridas es que te permiten ver hacia dentro, comprobar de qué estás hecha, saber qué tanto puedes soportar. Y aunque cada caso es distinto y cada golpe también, siempre es duro y no le deseo esa clase de prueba a nadie. Como tristemente nos tocó aprender de Irma y María, las víctimas de la pandemia no serán sólo los muertos directos; serán demasiados los olvidados, aquellos que se queden fuera de los conteos mal hechos. Los que estaban enfermos de otra cosa antes de la pandemia, los que no puedan recibir asistencia médica por estar todo abarrotado, los ancianos que se contagien en los hogares de reposo, los presos, los que se queden sin empleo y no tengan ingresos para comprar medicinas o alimentos, los que se suiciden, los que se depriman, enfermen y mueran un tiempo después, los que se contagien por la irresponsabilidad de otro y no lo sepan, los que pierdan a aquel familiar que era su fuente de sustento, los que pierdan sus hogares por no poder hacer los pagos necesarios ya que los enviaron a sus casas sin compensación salarial alguna, los que no tengan suficiente dinero para sus medicinas o alimentos, los que no tengan acceso a esas medicinas o alimentos a causa del desabastecimiento, los que no estén en capacidad de salir a comprar o que no puedan hacer las largas filas para obtener lo que necesiten, los que no tengan a nadie y de quienes nadie se acuerde, los pobres, los deambulantes, los que no tienen nada, los refugiados, los desplazados por las guerras y las crisis, los que nos escondan los gobiernos irresponsables, los olvidados de siempre… Y en medio de todo esto no falta la perversión de tantos que sólo buscan generar pánico propagando noticias falsas que desinforman y hacen que la gente se ponga más paranoica, además de los fanáticos de siempre que, llenos de odio, buscan echarle la culpa de lo que sucede a cualquier minoría, y los que sin pudor alguno aprovechan para hacer creer a la gente que el fin de nuestros días está cerca; todos ellos no son más que terroristas mediáticos que aprovechan cualquier foro para diseminar su veneno entre quienes tengan la mala suerte de prestarles atención. Tengo amigas que para encontrar sosiego han optado por rezar todo el día, mientras que otras están usando la tensión acumulada para fabricar mascarillas de tela. Otras más intentan tranquilizarse mirando el Internet, con el problema de que el ciberespacio está lleno de noticias sobre la pandemia y se convierte en un círculo vicioso que las pone más ansiosas. Y también hay quienes han seguido trabajando, si bien con algunos ajustes. En fin, cada quien intenta manejar la situación como puede; yo misma estoy aprovechando para ponerme al día con muchos proyectos personales atrasados… Tal vez lo que quiero decir es que debemos estar atentos para no dejarnos llevar por la desesperación y el miedo, y más bien enfocarnos en hacer cosas positivas y productivas para ayudarnos a nosotros y a los demás a superar este trance titánico. Tenemos que ser más grandes que nuestra ansiedad para lograr dominarla.

En Puerto Rico el efecto de la pandemia resultó diametralmente opuesto al de los huracanes.

Ay, querida Selene, no me queda ninguna duda de que esta tragedia global que tanta muerte y dolor está sembrando por doquier nos obligará a todos a madurar para aprender a vivir en una nueva realidad; una en la que sopesemos nuestras decisiones con seriedad y actuemos de manera responsable con el ambiente, con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Debemos ser conscientes de que, después de que pase la ola fuerte de la enfermedad, nos enfrentaremos a una economía global encogida; muchos deberán reinventarse para encontrar nuevas maneras de trabajar y producir para poder subsistir y mantenerse a sí mismos y a sus familias. Tendremos que aprender a ser creativos. La verdad es que no me gusta pensar en eso porque sé que no será nada fácil…

En cuanto al encierro domiciliario obligatorio que estamos viviendo y que hace sufrir a tantos que no pueden salir a trabajar, visitar a sus familiares o sencillamente ir a caminar al sol o bajo las estrellas, y también a aquellos que por todo esto se sienten solos y tristes, pienso que sería maravilloso que copiáramos a la Madre Naturaleza que, a estas alturas, por todas partes pareciera aprovechar la oportunidad que le da el cese casi completo de movimiento humano para sanearse a sí misma. Se me hace como si la Tierra estuviera suspirando, descansando al fin de tantos agravios por parte nuestra. Así como hace unos días alguien vio ballenas muy cerca de la costa de San Juan y nacieron tortugas en playas ahora desiertas, de pronto los animales silvestres se vuelven a acercar a los confines de donde habían huido por la excesiva polución, el mar está más limpio y azul, el aire se respira mejor y a mi balcón llegan más pajaritos que nunca a cantar y galantear a las hembras que se posan sobre la trinitaria en flor. Con respecto a esto, debo decir que en la isla el efecto de la pandemia resultó diametralmente opuesto al de los huracanes; el paso de Irma y María por la isla arrasó con la vegetación y muchísimos animales perdieron sus moradas, mientras que ahora se nota un renacer verde y floreado que coincide con la primavera. Pienso que dentro de lo que se pueda, deberíamos hacer lo mismo: darnos permiso de sanar nuestras almas, de fortalecer las relaciones familiares, de ocuparnos de nuestros amigos, de estar pendientes y apoyar a quienes nos rodean y a los que amamos pero están lejos. Creo que es hora de retomar esas labores que no hemos terminado por falta de tiempo o exceso de trabajo, llevarlas a cabo con amor y paciencia, y disfrutar de nuestro logro. Después, emocionarnos de comenzar algo nuevo que nos llene de ilusión y nos traiga alegría y paz. Y sobre todo, creo que debemos aprender a aprovechar las oportunidades cuando se presenten; no dejar nada para después, porque nunca sabemos si el destino nos pondrá una zancadilla más adelante.

Querida Selene, cuídate mucho. De una u otra manera, este desastre nos afecta a todos; así que nos toca protegernos los unos a los otros y ayudarnos como podamos para sobrevivir. Como cada cosa en la vida, esto también pasará y al final todo estará bien.

Recibe mi cariño,

Patricia

Patricia Schaefer Röder
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