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Rostros de una urbe

lunes 22 de mayo de 2023
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Rostros de una urbe, por Carlos Arturo Arbeláez Cano
Las amplias avenidas, las moles de concreto, / las grandes superficies por donde fluyen / ejércitos de compulsivos compradores.

Urbana, antología digital por los 27 años de LetraliaUrbana. 27 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2023 en su 27º aniversario
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Hablan los muros

En México, en Lima o en Bogotá,
los muros no duermen: rumian.
Rumian el alma de una realidad
que habita en cada pasajero o transeúnte.

Rumian cada pasión y cada anhelo
que huye del imposible y del absurdo;
fervor de quienes padecieron y padecen
la persistencia del tiempo que inventaron
para proveerse, a sí mismos, de un verdugo.

Los muros los acoge entre sus vértices,
la verticalidad los hace infatigables,
la perspectiva va sumando un conjunto
de emociones que copan el silencio
como un límpido lienzo en su blancura.

La lisura es más que una áspera superficie,
su aspereza no es errática ni su mensaje abrupto.

El muro es una sucesión de planos imposibles,
de intersecciones y de líneas secantes
buscando sus tangencias azarosas
para fundir la estética de una calle
y las penas del hombre que la habita.

Los muros se alimentan del desasosiego,
de la rabia, del dolor, de la impudicia,
y de la frustración por las expectativas.

Los muros rumian y reposan por un tiempo
para así digerir explicaciones no pedidas
de quienes enfrentan en suspenso el día a día.

En los muros confluyen los colores
en una multitud de manifestaciones,
hermanadas, comunes, convidadas
respirando violencias, dolencias o reivindicaciones;
cómplices de la tragedia y las sospechas,
las expresiones y las grafías encriptadas
transitan por allí con manos que gesticulan
los mil interrogantes de historias congeladas.

Por los muros huyen también
las expresiones de la raza, de la piel, de la miseria,
de la alteridad de una realidad contrastante y contradicha.

En los muros se inscriben y se leen mensajes
de seres invisibles y anónimos,
artistas diletantes que devotos interpretan el caos
buscando remediar sus desvaríos.

En los muros anidan la guadaña y la paloma:
dualidad de una existencia artificiosa.

 

La ciudad: punto de encuentro y desencuentro

Mensajes inquietantes
llegan de las catedrales góticas.
De las grandes ciudades
acosadas por historias, leyendas
y formas lancinantes.

En ellas los iconoclastas de la modernidad
elaboran sus cantos de sirenas para atraer
y enfebrecer la mente de los hombres.

Las amplias avenidas, las moles de concreto,
las grandes superficies por donde fluyen
ejércitos de compulsivos compradores.

Los rascacielos que acosan como agujas
las celestes alturas son el vértigo
de la velocidad y de la ostentación.

En ellas se dan cita la multitud y la soledad
encuentros y desencuentros,
nada es más elocuente…
Encuentros y desencuentros
de seres fragmentados
en dimensiones paralelas
viviendo en una órbita surrealista.

Sumatoria de cosas, objetos e instrumentos,
mecanismos antropomorfos engranando,
consumiendo, insumiendo
la constante vital de esto
que se llama el hombre funcional.

Es un escenario construido…
No se sabe por quién
pero sometido a la rutina de un tornillo sinfín
que la mano invisible de la corporación
más que cadencia, le impulsa por la ruta
de la deshumanización.

En todo caso: sistemas,
carburados por fuerzas surgidas de la nada;
bautizados con ismos modernistas.
Dispuestos para la funcionalidad extrema.

Y eso dicen que es la economía:
ciencia de administrar la casa.
¿La casa de quién? De la globalidad,
que confronta y provoca la diáspora
de millones de errantes vagabundos
con su miseria a cuestas.

 

La ciudad sí duerme

La ciudad sí duerme.
Se levanta con su manto compasivo
y lo extiende maternal
sobre su propia desazón,
arrullando la confusión y el caos
y la complejidad y el hervor
de un crisol de emociones.

Aletargada aún y somnolienta,
buscándose a sí misma
en el desamparo de sus rincones,
se detiene en cada vuelta de esquina
a confirmar con cada uno de sus habitantes
que sí existe, y que es un órgano
respirando sus aires mortecinos
supurando sus aguas desahuciadas.

La ciudad aturdida de clamores
no es más que otro punto
de encuentro y desencuentros.

De seres reclamados al destino
para alcanzar la redención de sus tragedias,
para sobreponerse a tiempos del desamparo.

 

La ciudad: metamorfosis de lo mismo

A Gonzalo Rojas

La ciudad articula su rumia de protestas.
Que el silencio no deshonre su llanto.

Deja que ella disponga sus cadencias
al ritmo sideral de sus relatos.

Ella es sabia y conoce los senderos
para darle destino a su coraje.

La ciudad nuevamente, el escenario
de quienes hacen visible lo innegable,
las vidas que conviven, desahuciadas,
en callejas de enojos y desgracias.

La ciudad hecha de brillos y destellos,
corista o meretriz de las vitrinas,
caleidoscopio donde se hornea la ignominia,
lugar común de la “metamorfosis de lo mismo”.

 

Callejeando por el laberinto

Los poetas, como los ciegos,
pueden ver en la oscuridad.
Jorge Luis Borges

La intermitencia de lo cotidiano
disuelve el minutero en el magma del tiempo.
Los segundos se quejan con su insaciable
murmullo de pulsaciones.

Cada instante se instala en la desmesura
de una mente obsedida.
Cada instante se instala en la memoria
empeñada en pasar y repasar
por el corazón como un recuerdo.

La intermitencia de lo cotidiano
permite que el reloj se diluya en el tiempo.
Que el segundero gima con su desapacible
rumor de anunciaciones,
hasta que los sucesos
dejen de estimular las emociones
y pasen ignorados e ignorantes
frente a la indiferencia callejera.

Danzantes que se mecen delirantes
al ritmo de unas músicas distónicas
ocultos tras el telón de fondo de la ira
con su rictus de angustia y frustraciones.

Laberínticas calles como sueños
van conduciendo el tedio de las tardes,
son ellas las que esperan forasteros
para extender sus trampas y atraparlos.

Son esos laberintos, calles de resonancias,
que duplican los pasos confundidos
con sus voces cruzadas por la pena
pasando y repasando la tragedia.

Es larga la jornada del tedioso
destello de los dígitos que marcan
la agonía de otra tarde lluviosa.

Taciturnas las rutas se oscurecen.
El regreso toma sus decisiones.
Regreso desde el siempre,
y es por rutas diversas mi destino.

Carlos Arturo Arbeláez Cano
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