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Ellos siempre deciden
(dos relatos, dos tiempos, dos ciudades)

sábado 27 de mayo de 2023
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Ellos siempre deciden: dos relatos, dos tiempos, dos ciudades, por Jeroh Juan Montilla
Veo una amplia calle en el sueño de esta mujer. Está soñando con una ciudad ubicada en otro planeta. Ella fue allí una temporada, en esa actividad que los humanos llaman vacaciones. Todos los edificios de la calle de su sueño son cilíndricos, vidriados y transparentes, también están totalmente vacíos.

Urbana, antología digital por los 27 años de LetraliaUrbana. 27 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2023 en su 27º aniversario
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Resplandor

Haciendo uso del lenguaje humano, y por tanto de su fin comunicativo y comprensivo, tendría que expresar que esta es la visita número nueve que hago a esta habitación terrestre. En el universo el hombre es la única especie que necesita del habla y el pensamiento para comunicar. Extrañas funciones, pensar y hablar. Esta criatura habla y piensa. Lo primero es, insistentemente, un sonido que puede hacer con la boca, también pensar es hacer, en un ámbito que llama “adentro”, el mismo sonido pero en silencio, con la boca cerrada. Nosotros no hacemos ni una cosa ni la otra, y a pesar de eso nos comunicamos perfectamente. No es necesario pensar o hablar. Cuando estoy ante uno de los míos y quiero cortar la comunicación, sólo basta nublar nuestros grandes ojos, o voltear la cabeza. Nosotros “nos hablamos” mirándonos fijamente a los ojos, en silencio, en ese momento nada suena en ese hipotético adentro ni en el afuera del cuerpo, uno sabe y se dice mudamente lo que se necesita saber y decir, estas dos últimas palabras no se acercan a lo que en verdad acontece cuando nos comunicamos, en ese acto no hay lenguaje. Los humanos en cambio cuando hablan no se miran entre sí, los ojos de uno rehúyen los del otro, nadie soporta la mirada ajena mientras habla con la boca. Rara especie que gusta ver sus propios ojos sólo en el espejo.

Decía que estoy en una habitación, afuera la luna está en el cenit. Nuestra pequeña nave esta posada en el jardín. Alguien duerme sobre una cama. A este rostro que tengo ante mí los humanos lo consideran hermoso, esa es otra distinción que hacen insaciablemente, lo feo y lo bello. Nuestras investigaciones en ese terreno aún se mantienen en el nivel de lo incomprensible. Es una auténtica arbitrariedad calificar alguna cosa de fea o bella. Esa función, admitimos, nos supera, pero en algún momento la tendremos resuelta, claro, si tiene alguna utilidad dentro de nuestros propósitos y necesidades, podríamos tal vez imitarla. Decía que el rostro de este ejemplar es hermoso. Ahora está profundamente dormida. Antes de entrar a su habitación manipulé desde la nave su fase de sueño. La hice ir más hondo. No despertará sino dentro de tres horas, tiempo suficiente para mi observación y trabajo. Su respiración es lenta. Me han ordenado vigilar y modificar su soñar. Es increíble esa función en estos seres. Sueñan cuando duermen. Soñar. Este es otro misterio para mi especie. Nosotros sólo sabemos entrar y salir a una oscura nada. Dormir es como apagar las luces de la conciencia y quedarnos de pie cinco horas, con los ojos nublados; estamos allí conscientes, pero totalmente apartados de eso que los humanos llaman vigilia. En nosotros dormir es entrar a un vacío absoluto llamado Lo Primordial. Es algo muy parecido a eso mismo que los hombres llaman dudosamente “Dios”. Los humanos cierran los ojos para dormir. También duermen acostados. Su dormir es un aproximarse absolutamente a la horizontalidad del planeta. Nosotros raramente yacemos o caemos, el tamaño de nuestra cabeza nos mantiene permanentemente de pie, estemos en vigilia o “dormidos”.

Ese rostro precioso de una hembra se agita levemente en la cama. Hembra…, mejor le llamo mujer, esta palabra me gusta más, tiene una sonoridad más apropiada al espécimen. Si los humanos supieran realmente la propiedad modeladora de las palabras, de sus palabras, tendrían cuidado de ellas, no sólo de pronunciarlas sino hasta de pensarlas; el lenguaje humano es como una dosis, cura y mata según la proporción. Es interesante pensar como un humano, hacer uso de esa función. Me llevó un buen tiempo entrenarme para hacerlo perfectamente, aunque no me fue muy difícil aprender; tengo inclinación para ello, es algo fundamental para mis observaciones y trabajos. Ahora, el aprender a hablar sí se me hizo trabajoso. Hubo que implantar en mi garganta eso que llaman cuerdas vocales, fue doloroso el entrenamiento, perturba mucho la simultaneidad del hablar y el pensar, sincronizar esas dos cosas te hace sentir corporalmente degenerado. Sin embargo me sobrepuse y lo superé. Aprendí algo que los humanos hacen al dedillo, divagar. Es muy difícil no hacerlo, es algo consustancial con su conciencia. Hemos observado cómo la intensidad y extensión de su diálogo interior determina el tamaño de la mente humana. Ese es otro de sus misterios, hablan todo el tiempo, sobre todo consigo mismos, les es imposible callar, es como respirar. Muy pocos han logrado el silencio interior. Para ello deben hacer, de modo físico y mental, forzosos ejercicios de atención. Sólo así logran amordazar esa sonoridad mental. De tanto estudiarlos e imitarlos hasta yo he adquirido una de sus habilidades: las metáforas. He dicho “amordazar” la sonoridad mental, tal vez un día aprenda también a reír verdaderamente como ellos.

Percibo que ella ha comenzado a soñar. Es fácil saber todo lo que ocurre en sus mentes. Ellos creen que la mente está ubicada en su cerebro. Otra disparatada idea, la mente en realidad es el resplandor que rodea el cuerpo de cualquier criatura terrestre. Veo una amplia calle en el sueño de esta mujer. Está soñando con una ciudad ubicada en otro planeta. Ella fue allí una temporada, en esa actividad que los humanos llaman vacaciones. Todos los edificios de la calle de su sueño son cilíndricos, vidriados y transparentes, también están totalmente vacíos. Qué poderosa y descabellada es la facultad de imaginación en los humanos, en realidad esa calle, en la vigilia, está repleta de cientos de caballerizas; en ese planeta, particularmente, los hombres se dedican a criar a esos seres de cola inquieta, duros pies, piel peluda, es curioso… a los humanos les da por subir sobre ellos y hacerlos correr.

Los humanos, a pesar de haber conquistado la tercera parte de su galaxia, aún mantienen el culto a los muertos.

Voy a entrar a su sueño. Hoy me encomendaron que la haga experimentar profundamente sus remordimientos, lo más denso posible. Tomaré la figura de ese hombre barbudo cuya foto mantiene junto a una pequeña llama en una repisa de la pared de su habitación. Era su esposo, está muerto. Los humanos, a pesar de haber conquistado la tercera parte de su galaxia, aún mantienen el culto a los muertos. Entre tanto ir y venir por el espacio todavía no saben de nuestra existencia, están llenos de muchas dudas e informaciones encontradas. Es lo mejor para nuestro plan, ser inverificables dentro de sus ciencias. Seguimos siendo, después de Dios, su irresoluble misterio. Muchos dudan de nuestra existencia, algunos pocos saben de nosotros, estadística pírrica, es necesario jugar a la incertidumbre para lograr solapamiento perfecto, el jugoso sí pero no. La cosa es que nosotros fuimos, entre tantas manipulaciones, quienes les implantamos ese viejo culto a la muerte. El esposo de esta hermosa mujer se suicidó hace cinco años. Ella cree firmemente que no hizo lo suficiente por evitarlo, eso la hace sentir una culpa sin remedio, circunstancia muy favorable para nuestro plan. Mi especie ha descubierto lo poderosa que es la energía que genera el remordimiento. Son una incalculable mina el sufrimiento y el dolor humano, y es tan fácil hacerlos brotar, los humanos son tan vulnerables en su área del resplandor. Sabemos filtrar cada sustancia que supura esa fuente, sea de origen mental, emocional, sensitiva o sentimental, como ellos gustan llamar a esos eventos. Aplicar dolor y sufrimiento es la tecnología más apropiada para drenarlos. El remordimiento nos da un elemento básico para el combustible de nuestras naves. Ahora debo poner mi mano en su pecho, empujar un poco, y lentamente se abrirá la puerta de su corazón. Otra metáfora de ellos. Es gustoso pensarla, me encanta, cada vez aprendo y asumo un poco más de humanidad. Entro al sueño, ya camino por una calle de la ciudad, ella está a varias cuadras frente a mí, me ha visto, sonríe, imito perfectamente la figura de su marido, corre hacia mí. Qué fascinante es el resplandor de estos seres cuando sueñan.

 

Ciudad Sodoma

Abrió repentinamente los ojos. Sintió en el rostro el frío de la madrugada, escuchó el ondular del cortinaje de la ventana. La frustración se convirtió en un espeso trago de saliva. Estaba en su cama; al lado, su mujer resollaba quedamente. Aún le quemaba en la boca el antiguo deseo de fumar experimentado en el sueño. Pensó: nunca se despierta en cero, algo se viene contigo. De ese lado se es tan otro. Se es un otro tan habitual y forastero, tan paradójicamente familiar y a su vez tan desconocido. Nunca podía soñarse plenamente a sí mismo, ser allí como es del lado de la vigilia, íntegro en su cabalidad cotidiana. Soñar es un ejercicio de mala fe, la pirueta de mentirse a sí mismo. Cuántas veces se le ha impuesto ese modo inconsciente de evadirse de las rejas de su realidad, algo o alguien, otro en él recurre casi todas las noches a esa argucia, Dios mío, cuántas veces ha recurrido a esa pompa de jabón que llaman soñar. Sí, soñar una y otra vez, en muchas versiones, que ha roto la cuarentena y que haciendo lo prohibido, o tal vez lo imposible, sale a deambular por las solitarias calles de la ciudad siendo una variante cada noche con una sola constante, aquel viscoso acoso de algo irreconocible casi pegado a su espalda. Sabe que el reto y el miedo es lo que impulsa a su otro, huye sin atreverse a decirse, mejor dicho, sin confrontar el porqué. Pero siempre despierta en este yo, hay en eso el alivio de una derrota. Se le impone así la desesperante y vergonzosa verdad de que nunca ha ido más allá de las paredes de su apartamento.

La madrugada entraba en forma de vientecillo por una ventana al fondo del pasillo, era una mano fresca que venía desde el mundo exterior.

Apartó con cuidado la cobija, se sentó en la cama, lentamente se puso de pie, no quería interrumpir el sueño de su mujer. Salió al pasillo. La puerta del cuarto de sus dos hijas estaba abierta. Se detuvo ante ella. Sus respiraciones estaban en silencio, la penumbra arropaba sus cuerpos juveniles en las camas. La madrugada entraba en forma de vientecillo por una ventana al fondo del pasillo, era una mano fresca que venía desde el mundo exterior. Caminó hasta el fondo del pasillo, allí atravesó una puerta lateral y entró a su biblioteca. En la oscuridad sintió el olor de los libros, mecánicamente extendió su mano izquierda y tocó el encendedor de la luz. La blancura del neón inundó la estancia. Sus ojos se deslumbraron un poco, parpadeó frente a su escritorio, vio el reflejo del foco en uno de los cuadros que colgaban en la pared detrás de su sillón. Concentró su mirada en el cuadro donde flotaba el reflejo del neón. Leyó mentalmente: Lot Rafael R., profesor en filología de la Universidad ZX. Pensó cuán inútil es ahora tanto homenaje y reconocimiento. Rodeó su escritorio, se sentó. Levantó la pantalla de la laptop, instantáneamente se encendió. Lot se recostó del sillón y comenzó a repasar recuerdos. En la tarde del día anterior había recibido un email de su tío Abraham conminándole a que de una vez saliera de la ciudad, que escapara de ella, de su humillante y peligrosa cuarentena. Que hiciera caso de una buena vez del mensaje, de la advertencia de aquellos dos emisarios que unos meses atrás se habían hospedado en su apartamento. Lot los recordó. En su memoria aparecieron los emisarios, rostros extrañamente hermosos y decididos, cuerpos bien proporcionados, vestidos con llamativa elegancia. Repasó cada una de las palabras que ellos le dijeron, sobre todo aquellas que se referían a la peste que asolaría Ciudad Sodoma. Una peste fulminante y tramposa que ellos eran los encargados de diseminar. Aquello lo asustó sobremanera, pensó en la suerte de su familia, su mujer e hijas. Se dijo: “Huiremos a Ciudad Gomorra”. Y entonces uno de aquellos dos hombres, en una muestra asombrosa de poder, le dijo mirándole a los ojos: “Allí no puedes ir, Ciudad Gomorra también será contaminada, la peste se extenderá hasta allá”. Dios mío, pensó Lot, ¿quiénes eran estos seres que su tío le había pedido que alojara y de ser posible hasta protegiera? El otro hombre tomó la palabra y le dijo: “Puedes refugiarte en el pueblo de Zoar”. Después pasaron a contarle que ya habían visitado el centro comercial más populoso. Sólo les bastó sentarse a almorzar en el sector de la feria y estornudar los dos al unísono; de inmediato se escuchó un coro desde las mesas vecinas: “¡Salud!”, dijeron con suave cortesía…

Jeroh Juan Montilla
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