
Urbana. 27 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2023 en su 27º aniversario
Lee el libro completo aquí
para Jaime Ballestas
I
—Ana, mi nombre es Ana.
—Le decía, señorita Ana, aquí nadie llega por azar.
—¡Estupendo!, pero explíqueme primero por qué estoy amarrada a este sillón… ¡Es incómodo!
—Durmió tranquila por más de doce horas ininterrumpidas.
—¡¿Doce horas…?!
—Incluyendo ronquidos estentóreos.
—¿Ronquidos…?
—No le miento. En este hogar somos servidores a ultranza de la verdad.
—Ya veo… Y a los que llegan por azar, les dan la bienvenida amarrándolos… Quiero irme, estoy paniqueada. Y, se lo advierto, me vuelvo insoportable…
—No se preocupe. Ya nos lo han advertido…
—Y a ver… ¿Quién se interesa psicológicamente tanto por mí?
—Alguien que desea llevarla a la mejor versión de Venezuela.
—Ah, okey, sigo en las mismas… Fíjese, me extraña lo que sostiene haberme dicho del azar. Tengo buena memoria. Gané bronce en las olimpiadas mnemotécnicas de mi municipio y he concursado dos veces en ¿Quién quiere ser millonario?, en ambas ocasiones alcancé la décima pregunta, soy diseñadora… Estudié en el Instituto…
—No dudamos de sus amplios conocimientos sobre cultura general.
—…Estaba cumpliendo años, bebí más de la cuenta y…
—Le pido, tenga paciencia.
Viene de una gran noche de casi noventa años. Se perdió como este pueblo, pero una vez aquí, en el hogar, no sólo encontrará la razón de ser, sino la única razón de ser.
—¡Oh, Dios!, ¡pero ya es de día!, mis amigos deben estar angustiados. ¿Dónde habré dejado mi Xiaomi? Me presta un teléfono. Está muy oscuro este lugar, por qué no descorre las cortinas. Ni puedo verle la cara. Me perdí en la noche, ¿verdad?
—Viene de una gran noche de casi noventa años. Se perdió como este pueblo, pero una vez aquí, en el hogar, no sólo encontrará la razón de ser, sino la única razón de ser. Por ejemplo, como el Hijo#064, de nuestros servidores más diligentes, él caballerosamente la auxilió y usted lloró sobre sus hombros un buen rato.
—¡Dios, qué pena! ¿Llorando…? ¿Como una niña…?
—No se preocupe, cosas del alcohol. También lo besó, suponemos que por las mismas razones.
—¡¿Que yo besé a quién?! Lloraba por el embarcador de mi novio, ¡o ex novio…!
—No se avergüence, es algo común que lleguen muchos borrachos… Sobre todo, los fines de semana.
—No, ya va, vamos despacio. ¿Qué es este lugar? ¿Qué hora es?
—Luego hablaremos del espacio y del tiempo, señorita. Durante la cena.
—¿Cenaremos? Y cómo se supone que voy a comer…
—Cuando sea pertinente procederemos a desatarla.
20 de julio de 2022
Aunque siempre lo llevo conmigo, hoy regreso a mi diario después de meses sin escribir.
Todo comenzó cuando apenas digería las hallacas de Año Nuevo y decidí convencer a mis amigos de calibrar sus calendarios y cancelar cualquier compromiso para el 24, 25 y 26 de junio. La fecha exacta de mi cumple caía viernes, día previsto para el viaje.
El año se presentó con sus complicaciones, su insólita dosis de estrés, sus leyes de Murphy. Necesitaba desconectar y cumplir años era buena excusa. Entre baile y risa me olvidé de mis necesidades fisiológicas. La alimentación la resolvimos con empanadas. Durante el día, había hecho ya varias veces número uno, pero número dos, nada que ver. Mi digestión es irregular y número dos implicaba al menos media hora apartada de mi fiesta, de paso que era la locura con la celebración del San Juan. Un tanto defraudada, lamenté no contar con una vejiga más amplia e intestinos más gruesos como los de Claudia, mi hermana, que se jactaba de no ir al baño por días enteros como si se tratara de una proeza.
“Pequeño McGyver” le llamaba desde aquella vez durante El Gran Apagón, que improvisó una cocina con dos latas de cerveza, gotas de alcohol, una moneda, una tijera y un yesquero.
Cuando buscaba un refugio para hacer número dos, pensé en Gabriel Omar Gómez, y lo extrañé. Él, como buen ingeniero, soluciona. “Pequeño McGyver” le llamaba desde aquella vez durante El Gran Apagón, que improvisó una cocina con dos latas de cerveza, gotas de alcohol, una moneda, una tijera y un yesquero. Días antes de una de tantas rupturas, le escribí el siguiente mensaje vía Telegram: “Yo diseñé la carta de invitación que le envié a mis amigos X, S, E, M y H… Los únicos que me quedan en el país, ¡y a ti! ¡Y ahora me sales con que no puedes ir!, si tú apareces en el collage, ¡no sabes lo que me costó siluetearte con esa barba como la tienes! ¿Qué es esa mierda de campamento gastronómico al que tienes que ir ‘ineludiblemente’?”. A la siguiente noche, Gabriel me preparó una cena en plan de reconciliación y cometería el estúpido error que desencadenó una épica bronca de mi parte y que a nada estuvo de haberme costado la vida. A la pasta vermicelli con salsa pesto, el muy bestia le añadió maní triturado, y soy letalmente alérgica al maní. ¡No sé cuántas veces le habré advertido! En el cine cuando compraba chucherías, cuando los helados en Marco Polo, “no, amor, recuerda que soy alérgica al maní”. Total, pasamos la noche en la Sala de Emergencias de Salud Montejo. Después de la desafortunada cena, Gabriel me asedió por unas semanas hasta que decidí bloquearlo del WhatsApp y arrancar cada una de las páginas de mi diario dedicadas a él. Gabriel, en ingenua represalia, me bloqueó de las redes sociales y no volví a saber de él hasta dos meses después, cuando coincidimos en la despedida del hermano de S y reanudamos la relación en la batea casi de inmediato.
Aquella noche, la de mi cumple, Gabriel y yo recién habíamos discutido, pero me deshice de esos pensamientos tan guayabosos y se los achaqué a la enésima cerveza Artes-ANA, la que preparaba con mi padre progenitor y a la que le diseñé la etiqueta. Decidida, me adentré en la oscuridad de la vegetación nortecostera de Chuspa, dejé atrás el pueblo, con su tambor gigantesco que decora la plaza como un símbolo patrio, las calles asfaltadas, las calles de tierra, en la lejanía se escuchaba la miniteca estridente como los latidos de un dinosaurio cardiópata, crucé una calle fangosa, encontré el local de empanadas donde había desayunado con mis amigos y cantado cumpleaños cuando trajeron la bandeja con las treinta empanadas apretujadas, grasientas y tan humeantes que las soplamos como si apagáramos una fogata en lugar de una velita. La puerta del local recordaba aquellas escenografías de utilería de Chespirito, de otro tiempo, de b-movie de terror. La casa era azul pálido, y parecía que iba a desplomarse con el mínimo temblor. Nos preguntamos cuál milagro mantenía sobre el techo de zinc una oxidada valla en la que, con mucho esfuerzo, podía leerse en fuente Arial Narrow EMPANADAS A QUE EL PANA, ¡en mayúsculas!, como si el cartel nos gritara desde un remoto pasado.
Me guarecí en la parte trasera del local. Por suerte, evacué deprisa, antes de que surgiera algún bicho raro aleteando entre las densas sombras y me picara una nalga y me intoxicara y me arruinara mi festejo que hasta ese instante había sobrepasado todas las expectativas.
La premura me hace olvidar cosas. A falta de papel higiénico me vi obligada a sacrificar mi franela. Se leía en el torso: “Feliz cumpleaños a mí”. Lamenté que en las próximas fotos no iba a lucir mi franela. Pero qué importa, no hay nada que no se pueda resolver. Con Photoshop se corrige la realidad. Me animé y, cuando me disponía a volver, surgió aquel aroma.
Atrapé con mis sentidos el irresistible aroma de la torta que mi abuela preparaba cuando yo era apenas una niña fan de Servando y Florentino y adicta a los kits de Magic Club. Me dejé invadir por esa calma inevitable que precede al sueño o al desmayo, y sentí una caída interior como aquella noche de la pasta con salsa pesto y maní. Ahora comprendo por qué.
Según el último censo hay un Gómez por cada cien personas. Es más, hasta he tenido un par de novios Gómez. O… ¿Tres?
II
—Señorita, en breve daremos un recorrido para mostrarle su nuevo hogar.
—Fíjese, estaba a nada de agradecerle la intención de liberarme, pero no alcanzaré esos niveles de síndrome de Estocolmo.
—Aquí, en el hogar, habitamos Los Hijos de Gómez.
—Ah, ¿sí? ¿Cuáles Gómez serán esos? Se dice que superaron a los Pérez hace un buen rato en el ranking de apellidos venezolanos y según el último censo hay un Gómez por cada cien personas. Es más, hasta he tenido un par de novios Gómez. O… ¿Tres?
—Planeamos retomar el poder.
—¿Ha oído hablar sobre las nuevas sectas?
—Sólo prestamos atención a lo que nos interesa. Y nada nos interesa desde…
—…Se fundan tres cultos religiosos cada día… En cada pueblo. En cada parroquia surgen nuevos credos, mesías y feligreses.
—Ni lo diga, señorita Ana; a los venezolanos desde el desgraciado 17 de diciembre de 1935 les ha faltado un verdadero padre. Un padre severo. ¡Ya basta de promover una sociedad matricentradamente alcahueta! Contaminada de comunistas y brujos estafadores que pretenden llenar ese vacío que dejó el Benemérito, el verdadero padre de la patria, forjador de la Unidad Nacional y guardián de la paz de la república por más de seis lustros.
—Entonces, ¿qué les interesa?
—¡Chito!
—¿Perdón? Ni mi madre me manda a callar…
—Una vez en el poder decretaremos la Ley Chito.
—¿Qué dice? Y, por favor, un teléfono y una empanada. Muero de hambre. Después le hago una transferencia. ¿Acepta pago móvil?
—Ya los chefs cocinan una exquisita cena, no esa bazofia de hoy.
“¡Maldita sea el posmogecismo!”, se escuchó decir al otro lado de la pared.
—¿Quién gritó eso?
—Debe ser uno de nuestros hermanos…
—¿Nuestros? Me parece que usted sufre de un grave complejo de orfandad. Y ya creo recordar que anoche…, ese olor, a torta, a la torta que preparaba mi abuela cuando yo era una niña…
—¿Una torta Bejarano?
—¿Se llamaría así?
—Con plátano y…
—¡Sí, esa misma!, y miel, y canela, y… Ese fue mi último recuerdo. Luego todo se volvió oscuro allá afuera… O aquí adentro, en mi cabecita loca.
—Allá afuera es oscuro desde el 17 de diciembre de 1935… Pero pronto habrá luz dentro de usted. Luces de sabiduría que emanará al país.
Últimamente sufrimos un descenso notable de población femenina en el hogar, pero ya lo estamos solventando.
—¿Y usted piensa que soy Corpoelec? Ignoro si habrá luz o no, pero si de algo estoy segura es que me duele el vientre, creo que mañana me baja la regla y a veces me dan bajas de tensión cuando tengo hambre. ¿Tendrá una toallita? ¿Un Meloxicam?
—Últimamente sufrimos un descenso notable de población femenina en el hogar, pero ya lo estamos solventando.
—Se nota… Y si hay mujeres por aquí, o si las hubo… ¿Por qué razón no se llaman Las Hijas y los Hijos de Gómez?
—Ya hablaremos de eso. No se angustie, ya consultaré con las boticarias los medicamentos disponibles.
—Okey, ¿habrá sobrado un pedacito de Bejarano?
—Ah, creo que en eso no podré complacerla, ya no debe quedar ni una miga.
—Es deliciosa. Mi abuela decía hasta el cansancio: “Una torta de los tiempos de Gómez, cuando en este país no había malandros”.
—Los tiempos de Gómez están por volver.
—Sí, sí, claro, ¿y los recibiré atada como una loca?
—Cálmese, señorita… Nuestros hermanos…
—No, ningún cálmese señorita… Ningún nuestros hermanos… Yo sólo tengo dos, preciosos ambos, y sin malas mañas. De vaina se amarran las trenzas de sus tenis. También mis amigos son mis hermanos, que ya deben estar enloquecidos, llamando a la policía… A los bomberos, a los salvavidas, a la junta parroquial. ¿Por qué no enciende la luz? Y descorre las cortinas…
En ese instante, se abrió con lentitud una puerta. Entró un hombre de unos cuarenta años vestido con impecable liquiliqui beige. Dejó sobre la mesa de centro una cesta que contenía una franela cuidadosamente doblada.
—¿Y quién es ese?
—Hijo#271, hermano encargado de la biblioteca.
—Mucho gusto, señorita Ana, un placer conocerla. Buenas tardes, tutor. Mire lo que encontré, vengo a devolver el ejemplar de la revista válvula, ¡qué asco!
—Hijo#271, recuérdame de qué se trata.
—Un panfleto de estos desadaptados, los Otero Silva, los Antonio Arráiz. Me dan ganas de vomitar con su indigestión mental. Merecida prisión para ellos. Castigo ejemplar del padre que nunca tuvieron.
Hijo#271 aguardó la orden de su tutor para retirarse. Antes de abandonar la habitación, como si lo hubiesen acordado previamente, encendió la luz.
Aquí hemos desarrollado productos para la vida diaria de los que no tienen idea en la sociedad incivil que usted padece.
El resplandor hirió los ojos de Ana. La habitación se le presentó en todas sus formas. Era una biblioteca. El viejo desplegó la franela. “¿La recuerda?”, dijo e hizo el ademán de entregársela. Ana, contrariada, con leves movimientos de cabeza, le indicó que no podía usar sus manos.
—La encontramos cerca de usted, un tanto sucia, pero ya lo solventamos.
—Está como nueva… ¡Qué pena! Debe recomendarme el detergente. Mi madre haría milagros con el uniforme de beisbol de mi hermanito… ¿Y quién me puso esta blusa tan…? Ni mi tía monja la usaría.
—Aquí hemos desarrollado productos para la vida diaria de los que no tienen idea en la sociedad incivil que usted padece. Por cierto, nos gustó la letra estampada en su franela…
—Es un display. Mi versión de la Helvética.
—Helvética… ¿Quién es esa?
—Una fuente.
—¿De cuál plaza?
—Una fuente tipográfica, señor. El diseño editorial me apasiona. Ganaría más que un corrector por menos horas de trabajo y desgaste visual. Pero no cambiemos de tema… ¿Dónde realmente estoy? ¿Qué hora es?
—A nosotros no nos importa mucho el tiempo actual. Debería dejar de importarle a usted, señorita. Este es el día más afortunado de su vida.
—¿Perdón? Ah, okey, bueno, en un par de minutos comenzaré a gritar y usted tiene las santas bolas de decirme que afortu…
III
Ana dejó escapar un último grito afónico y sostenido.
En silencio, el viejo aguardó a que la joven recobrara la calma. Desplazó la mirada por los anaqueles que cubrían las paredes hasta dar con la ubicación de un libro. En la portada se dejaba leer: “Aaron Rosenblum, Back to Happiness or On to Hell, Ediciones Wilcock”. Dijo:
—Le hablaré de Rosenblum, un genio nacido en Danzig y educado en Birmingham, del que ciertamente pocos han oído hablar en este desdichado país. Le ruego me conceda la debida atención, ya que este será uno de sus libros de cabecera. Este autor indagó en cuál ha sido el período más feliz de la historia y concluyó que había sido el Reino de Isabel. Nosotros, basándonos en sus teorías, concluimos que los años más felices los gozamos bajo la honesta y disciplinada conducción de Juan Vicente Gómez, irreprochable servidor público durante el régimen castrista, prócer de la Revolución restauradora de 1899 y glorioso presidente desde 1908 hasta su fallecimiento en 1935.
”Heredamos un país sin decimonónicos psicópatas caudillistas, integramos el territorio nacional con un notable sistema vial, el mejor del continente. Nuestro padre fue el país por casi treinta años. Por desgracia, la miopía venezolana nunca entendió nada. Ingratamente, se olvidaron sus esfuerzos titánicos por pacificar la nación, logro que ningún mandatario hubiese sido capaz de igualar. Se destruyeron sus avances con ideas estúpidas, líderes mezquinos o terroristas como Pocaterra.
Llegado el tiempo de Gómez, nos representará dignamente. Somos el agua purificadora que la limpiará a usted de toda la suciedad del posgomecismo.
”Esa obscena franela, jovencita, no volverá a lucirla. Ya le tenemos un vestuario decente. La Ana que nacerá hoy será una joven digna y, llegado el momento… Llegado el tiempo de Gómez, nos representará dignamente. Somos el agua purificadora que la limpiará a usted de toda la suciedad del posgomecismo, tal como hemos hecho con ese pedazo de trapo. Esa franela llena de mierda es el país tal como está ahora. Nosotros removeremos toda la mierda que se ha creado desde 1936. Prohibiremos todos los terrores mediante el terror regulado que aplicaremos, y cuando sólo quede un desierto de escombros de estas anomalías, retomaremos las cosas donde las dejamos”.
Del otro lado de la pared, se escuchó una melodía ahogada de compases marciales, probablemente reproducida por un tocadiscos Zonda de 1920. Ese año se importaron al país cuarenta y seis unidades que se agotaron en una tarde.
—¿Qué se oye? ¿Y quién canta así de mal?
—Es Hijo#239. Debe estar ensayando el himno del Nuevo Estado Gomecista.
—No sabía que tal himno existía.
—La letra pertenece al mejor escritor que ha surgido en este país, Manuel Díaz Rodríguez, intachable gomecista.
—No lo conozco…
—¿No lo conoce? Pero si es venezolano…
—Mmm, la verdad, conozco pocos autores venezolanos, sólo he leído a Gallegos, Leonardo Padrón, Morenza, Héctor Torres, Isabel Allende, García Márquez…
—Debemos trabajar con urgencia en la educación. Algunos de los que nombra ni siquiera nacieron aquí. ¿Y Gallegos? ¡Por Dios! Gallegos nunca escribió ni una línea, él fue un invento de los adecos.
—¿Y qué piensan hacer?
—Abolir todo aquello que se ha construido e ideado después del fallecimiento de nuestro amado padre…
—Me refería a si pensaban reclutar coristas con voces decentes. Pero ya que insiste en el temita, ¿por dónde comenzarán?
—Será algo sistemático, señorita Ana. La lista es larga. Para resumirle, borraremos la deplorable arquitectura de Villanueva, la macarrónica literatura de los cuarenta, de los cincuenta, de los sesenta hasta la actualidad. Esfumaremos cada partido político, el socialismo, el sociabismo del siglo XX y el del XXI; ya no existirán los garabatos de Soto ni Cruz Diez ni Otero, el intransitable Metro de Caracas, la abominable PDVSA, que lo único que ha hecho es traernos problemas, la aborrecible harina PAN, la viciosa Liga Profesional de Beisbol, la nefasta Cantv, las desafinadas canciones de Simón Díaz, el Internet, los sesgados medios de comunicación…
”Cuando haya concluido la limpieza, volveremos a diciembre de 1935. Desempolvaremos y pondremos en vigencia la Constitución de 1931. Reconstruiremos La Rotunda y Palenque. Refundaremos El Nuevo Diario, otrora ejemplo del periodismo en el hemisferio, sin falacias ni conspiraciones, bajo la dirección de Diógenes Escalante. Declararemos de nuevo Maracay como la ciudad capital, reduciremos la población a tres millones de personas, restableceremos La Sagrada, ilustre ejército paramilitar de hermanos Gómez tachirenses adiestrado para proteger las fronteras y cuya principal misión será recuperar el Esequibo que estos amanerados posgomecistas se dejaron arrebatar sin ofrecer la menor resistencia; el Partido Liberal Restaurador volverá a legislar en el Congreso, el cual yo presidiré hasta mi muerte; aprobaremos por unanimidad la tortura para corruptos y afines… Supliremos cualquier tipo de superstición como el movimiento raeliano, la brujería y la astrología por un estricto Estado masónico, el primero en la historia de la humanidad. Acabaremos definitivamente con el ruido y las opiniones indiscretas mediante la Ley Chito. Recordemos las sabias palabras de Arturo Uslar Pietri, un intelectual de verdad, que reconocía la trascendencia de nuestro proyecto. Lo dijo en vivo y directo en televisión nacional, domingo 30 de junio de 1997, once de la noche, ante una ingenua pregunta del host de Primer Plano… Lo recuerdo con nitidez porque al día siguiente decidí iniciar este proyecto, decidí volver a la felicidad. Llegaremos al poder y restituiremos la unión, la paz y el trabajo”.
—¿Y yo qué tengo que ver con su plan?
—Es hora de la cena.
Ana detalló el reloj de pared Kienzle. Once y cuarenta y cinco de la noche. Cuando Ana volvió a consultarlo, se percató de que la hora no había avanzado.
IV
La mesa era de apretada caoba, tan colonial y áspera que recordaba a un fósil de un animal cuaternario, dotada de veintiséis sillas ocupadas, a excepción de aquella ubicada a la mitad y a la derecha de Ana. La chica no se demoró en notar que cada individuo vestía liquiliquis de distintos colores y tonos, con una cifra alfanumérica tejida en la solapa del bolsillo superior izquierdo. Su estómago se retorcía del hambre. Justo detrás del asiento del viejo, quien encabezaba la mesa, Ana detalló el reloj de pared Kienzle. Once y cuarenta y cinco de la noche. Cuando Ana volvió a consultarlo, se percató de que la hora no había avanzado. “Esa mierda de reloj no sirve”, se dijo, pero luego entendió que era el minuto exacto de la muerte de Gómez.
Ana detuvo su atención en el viejo para espantar el hambre. Antes, amarrada y desorientada, no contó con la serenidad suficiente para precisar sus facciones arrugadas, en caso de que le tocara describir un retrato hablado o, incluso, dibujar por sí misma ese rostro que balbuceaba incoherencias. Ahora, las lámparas de plata que ardían con la llama baja se lo revelaban. El viejo dejaba de ser una sombra. Sus mejillas hundidas, el bigote blanco y prominente hacia los pómulos y una calva prodigiosa, envolvían una boca que no dejaba de moverse, como si masticara las palabras que estaba a punto de soltar. Entretanto, un hombre de mediana estatura cantaba con voz de falsete, “candidato perfecto para America’s Got Talent”, pensó la chica, que estuvo a punto de soltar una breve carcajada, pero se contuvo a tiempo y permaneció a la expectativa un buen rato.
Hijo#013 tenía nariz ganchuda y un lunar melanocítico escarlata le cruzaba el rostro desde el ángulo del ojo hasta el cuello. Entre gestos geriátricos, no apartó la mirada de la joven diseñadora hasta captar su atención. Apenas su mirada se cruzó con la de Ana, empezó su discurso en un tono catedrático:
—En Dictadura o democracia: el punto final de una polémica, Idomeneo Pestana señala las evidentes ventajas de la dictadura. Cito: “Las dictaduras representan más gobierno y a la vez garantizan mejor la seguridad y la tranquilidad de los ciudadanos”, cierro cita. Si esto no les parece familiar, pueden repasar la biografía de nuestro padre que diligentemente el equipo del Departamento de la Verdad ha redactado y en su momento publicaremos por entregas.
—Pues nunca mejor dicho, no hay argumento que pueda rebatir esos méritos —dijo el Hijo#136.
—¿Y la democracia? ¿Dónde queda la democracia? —musitó Ana.
Hijo#128, atento con sus ojos de insostenible brillo, tomó la palabra:
—Mi bisabuelo fue el doctor José Izquierdo, orgullo venezolano, y aunque no heredé su carácter impetuoso, como él, sí porto una pistola automática. Nunca se sabe qué pueda pasar. Y en relación con lo escrito por el eminente filósofo Pestana, mi querida Ana, dígame, ¿de cuándo acá hemos acertado en nuestras elecciones? ¡Ya basta! No sea ingenua, que ya está grandecita… Fíjese, después del inepto gobierno del escritor ególatra, después de esta enloquecida y efímera administración, ¿qué nos espera? ¡Debemos derrocarlo!
—Soy Hijo#136, del linaje de Enrique Bernardo Núñez, y apoyo incondicionalmente sus palabras —dijo quebrándosele la voz—. Esto no puede continuar… Se me parte el alma apenas pongo un pie en la calle o paso frente a La Guzmania; allí nuestro padre iba a meditar, a darse su merecido descanso, y en la actualidad esta histórica edificación se encuentra en ruinas.
Todos observaron al Hijo#239 en lo que parecía una ensayada coreografía de miradas. Hijo#239 entendió que era su turno de decir algo y dejar de cantar:
Celebro que cada día estamos más cerca del objetivo que nos hemos trazado: restaurar la sociedad.
—En realidad, como muchos aquí presentes, carezco de vínculos sanguíneos con nuestro padre, pero sí soy descendiente de Gil Fortoul, a quien El Benemérito amaba como a un hijo más. Hoy le doy la bienvenida, jovencita. Celebro que cada día estamos más cerca del objetivo que nos hemos trazado: restaurar la sociedad.
Los hijos de Gómez, poniéndose de pie y alzando su copa de vino, vociferaron:
—¡No habrá pobres, no habrá indigentes, no habrá corruptos!
El viejo suspiró y tintineó una pequeña campana que reposaba sobre la mesa. Se deslizó los dedos por los escasos cabellos para asegurarse que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su copa de vino. Dijo:
—Tenía ocho años cuando falleció. Recuerdo al general Eleazar López Contreras en el funeral, ya para ese entonces presidente encargado. Se acercó al cuerpo embalsamado de mi amado padre. Se inclinó con reverencia y, con los ojos anegados en lágrimas, le besó la frente. Dijo: “Ha sido el mejor padre que he tenido”. Irónicamente, López Contreras traicionó a nuestra familia, ya que a nosotros nos correspondía continuar con el legado. Pobre tío Eustoquio. Hoy, noventa y tantos años después, no he cambiado de opinión, yo que sí soy su hijo, el Hijo#001.
”Como ves, querida Ana, la angustia empieza a mortificarnos. Debemos darnos prisa y terminar con la guachafita de una buena vez”.
—¿Les puedo dar mi opinión después de la cena? Con el estómago vacío no suelo pensar muy bien que digamos.
Minutos después, la cena estaba servida.
—¡Jum! La última vez que probé pasta con salsa pesto no fue una grata experiencia… Les explico, soy alérgica a…
—Pero esta vez no añadimos maní… —se escuchó y todos voltearon hacia el lugar de donde provenían aquellas palabras—. Les dije a tus amigos que llegaba después de medianoche y te sorprendería. Te pediría matrimonio, seguramente aceptarías, y de allí saldríamos de viaje. Y ese viaje hacia la felicidad ya ha comenzado, amor de mi vida.
Gabriel Omar Gómez vestía un liquiliqui mostaza. Su identificación decía Hijo#293. Se sentó en la silla desocupada justo al lado de Ana.
La noche siguió avanzando. Afuera se escuchaba la brisa que abanicaba las palmeras. El dios del terror que vencerá el terror posó su mano sobre los hombros de Ana. Cada gemido que emitía significaba mil desmayos, mil intoxicaciones, mil muertes. Su llanto y sus sentidos se elevaron por encima de su cabello y de sus razones, y ella, bocabajo, sentía cómo sus lágrimas humedecían la cama por no sé cuántas noches hasta que el reloj Kienzle reanudó la actividad de sus engranajes mecánicos.
Año 1954, día 6.731 del Nuevo Estado Gomecista
Dediqué las últimas semanas a rediseñar la bandera de nuestro restaurado país. Mientras redacto estas líneas, recuerdo el glorioso día que sustituimos la infame bandera de ocho estrellas por la genuina, la del 15 de julio de 1930. Mañana publicaremos en la primera página de El Nuevo Diario la que yo he diseñado y que ondearemos con infinito orgullo, una bandera más apropiada para estos tiempos de exponencial progreso.
Hace una semana, Gabriel y yo despedimos a nuestro primogénito, que se alistará en el cuartel general de La Sagrada para iniciar su servicio militar. La Sagrada se ha encargado de distribuir la población equitativamente en cada una de las provincias, por lo que a mi pequeño le esperan meses de trabajo riguroso, que lo harán madurar y ser hombre de bien como su padre biológico.
En cuanto a mi esposo y a mí, nos mudaremos a la provincia Vallenilla Lanz. A mediados del mes próximo, con un poco de suerte y con la diligente ayuda de nuestro equipo, elegiremos entre cientos de miles de aspirantes a un millar de chicas que procrearán un buen puñado de niños Gómez, que nacerán sanos, vigorosos y disciplinados. Ya hemos contratado a un tropel de cocineras para preparar doscientas tortas Bejarano y un millar de platos de pasta al pesto, así las chicas dejarán que todo fluya gratamente, desinhibidas, a la sazón de nuestro plato nacional. Hoy, cada mujer de este país tiene como máxima aspiración concebir un hijo con genes de Gómez, pero no todas tienen madera para eso. Muy atrás en el olvido quedó aquel infortunio, poco antes de mi llegada, en que docenas de chicas huyeron del hogar, confundidas e ignorantes del futuro dorado que les esperaba. Confiamos que en tres décadas cada ciudadano de este país exhibirá el apellido Gómez en sus documentos con satisfacción, honor y lealtad.
Una vez que el Nuevo Estado Gomecista sea potencia mundial, iniciaremos el plan de expansión. En la actualidad, percibimos con cierta preocupación cómo el continente se llena de gobernantes irresponsables, convencidos de la obsoleta democracia y políticos oportunistas a la espera del menor descuido para dar el zarpazo.
Esta noche, Gabriel y yo cenaremos en el restaurante más lujoso de Nueva Ciudad Jardín. Durante el postre, anunciaré que estoy a la espera de mi séptimo hijo, que crecerá rozagante, respetuoso de la Constitución y, como los nacidos en la era neogomecista, venerará con fervor a nuestro padre.
Aprovecharemos la noticia para irnos un par de semanas de luna de miel y celebrar mi cumpleaños, ya que Gabriel ha sido nombrado de manera extraoficial presidente del estado Esequibo, rol que mi honorable esposo asumirá a finales de año como corresponde constitucionalmente. Es el territorio más valioso del planeta con esta noticia del “Reventón Áureo”, como le han llamado nuestros ingeniosos periodistas. Ese meteorito de oro y níquel hallado por los geólogos de La Sagrada abarca dos kilómetros cúbicos. Un regalo del cosmos de hace millones de años que nos tenía reservado el destino a trescientos metros bajo tierra.
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