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Franklin Fernández: “La obra seguirá siendo subversiva sin necesidad del panfleto”

domingo 29 de abril de 2018
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Franklin Fernández
Franklin Fernández: “Un artista debe ser independiente, porque la obra no merece ser considerada por la posición política de éste”.

Puerto La Cruz posee una luz más brillante y blanca que la de Puerto Ordaz. Es, como podría decirse sin caer en el tópico, una luz frotada de espejos, una luz menos retorcida y atropellada que la de Ciudad Bolívar o Valencia. En esta ciudad con una luz tan particular vive el poeta y artista Franklin Fernández. Nuestro primer contacto fue a través de la Internet. Luego vine invitado por Franklin a una feria del libro y la esposa del poeta estaba tan sorprendida por nuestra camaradería que dijo: “Ustedes parecen que fueran amigos desde hace bastante tiempo”. Luego lo he visitado en varias oportunidades.

Llegar al taller de Franklin no es sencillo debido a que no vive en Barcelona y mucho menos en Puerto La Cruz. Más bien vive a las afueras en una especie de zona rural (¿Barcelacruz?). Lo bueno es que un autobús de ruta directa te deja bastante cerca. El recorrido vale la pena por Franklin y su esposa, que son excelentes anfitriones.

Cada artista forja su arte con trabajo, constancia, peligro y mentira. Asume riesgos.

Franklin es escritor, pero al mismo tiempo es un artista algo paradójico. No trabaja por separado arte o escritura, sino que las fusiona con esa tersa maestría del artesano y del creador, el cual como una araña, colmada de paciencia, confecciona su tela estética a la espera del fogonazo creativo. Utiliza para semejante alquimia los materiales más rudimentarios: un reloj descompuesto, un cepillo de lavar, un alicate, una llave de agua, una copa rota y cualquier otro objeto que tenga esa capacidad de convertirse en ese insecto indeterminado, con caparazón, que relata Kafka en su manoseado cuento. Para aclarar, Franklin unifica en uno solo dos objetos distintos (o tres); ensambla/cose partes de objetos distintos hasta dibujar en el espacio un artilugio parecido al creado por el doctor Frankenstein: un objeto “monstruo” hecho de retazos y abierto a diferentes lecturas. En todo esto hay una especie de artesanía lúdica que intenta asir la metáfora en un contraobjeto que es conjuntamente novedoso y común, que uno ha visto en devenir cotidiano. Es decir, una metáfora que nombra la cotidianidad a través de objetos que pueden resultar familiares, pero a la par son inusitados, surrealistas, absurdos y en ocasiones kafkiano, por aquello escrito por Enrique Vila-Matas: “Todo el mundo, menos Kafka, se ha vuelto ya kafkiano…”.

Cada artista busca su camino (Borges sin duda hubiese escrito destino) a través de la orfebrería precisa de sus visiones y desvelos con/por la belleza. Franklin no escapa a este tópico y más que un creador de izquierdas es un individuo que trata de convertir su trabajo artístico en algo así como una trinchera para dispararle a las anquilosaciones del poder político, a la cultura de saldo y circunstancia dispensada desde los gobiernos de turno. Trata de oponerse a ese arte frívolo y fashionable donde todo se vende y todo se compra. Está en esa orilla de la heterodoxia tratando de salir movido en la foto del arte actual en Venezuela. Es bueno recordar a Francisco Umbral: “Todo heterodoxia rompedora termina encastrándose en otra ortodoxia”.

Cada artista forja su arte con trabajo, constancia, peligro y mentira. Asume riesgos. El arte como luminosidad suicida, algo así como un filoso, reluciente y mortal aforismo.

Aprovecho el asueto de Semana Santa para visitarlo (expuesto a que esa luz blancuzca de Puerto La Cruz se inyecte por la pupilas de mis venas) y conversar con el artista que busca darle otra vuelta de tuerca al trabajo estético, con ese amigo que trabaja el poema desde esa visión alada del que quiere escribir esa poesía otra y en la que el lector/espectador también participa de una forma más activa.

Terminamos la entrevista amparados por el ron y la música llanera. En ese paréntesis hablamos de los sueños, de las ciudades invisibles edificadas por Italo Calvino, de los lugares imaginarios y de esa zoología fantástica con la que se alimentan mitos y cuentos. Me esperaba el cuarto del hijo de Franklin, Saúl Fernández, quien con gentileza me lo cedió para descansar. Yo por mi parte soñaría con los poemas-objeto y, en el sueño claro, entraría por un espejo y me toparía con los animales enhebrados por Franklin, y el bosque en vez de árboles estaría poblado por poemas-objetos de un tamaño descomunal, amenazantes, pero siempre metafóricos o con esa lírica indispensable para encontrar la belleza en los lugares/objetos más inesperados.

 


 

—¿Para concebir poemas-objeto tiene que leer a muchos poetas o ver mucho arte?

No se trata de ver o leer, sino de sentir. Sentir es ser. Sentir es una necesidad indispensable para vivir plenamente de la emoción, una exigencia imprescindible que hacemos de la vida. Supongo, en ese sentido, que el trabajo refleja una forma de estar en el mundo, de ser con él. Se trata de un juego sensible de percepción poética que requiere de una participación activa.

—Más allá del fisgoneo, ¿con qué o con quién se inicia en esto de los poemas-objeto?

Con el artista plástico Víctor Hugo Irazábal, cuando era mi tutor de tesis en la universidad. A él debo que yo entrara en sintonía con el mundo de la poesía plástica, en su taller de “Contacto y sensibilización”. Un laboratorio estimulante, vivificante, lleno de recursos novedosos. Víctor fue el primero en percatarse de que mi trabajo plástico y literario se complementaba, se fusionaba. Comprendí que debía enfocar mi tesis de grado en esa dirección.

—Son frecuentes las conjeturas sobre sus inicios, sobre su perfil plástico o poético. ¿Cómo comenzó todo?

—Cuando finalizaba la carrera de artes plásticas en el Instituto Armando Reverón (Iuesapar), actual Universidad Nacional de las Artes (Unearte), al mismo tiempo, participaba en los talleres de poesía del Celarg. Durante un año estuve bajo la tutela de los poetas Lázaro Álvarez y Arturo Gutiérrez Plaza. En el Celarg compartimos con poetas de la talla de Eugenio Montejo, Juan Sánchez Peláez, Rafael Cadenas, Juan Calzadilla, Pedro Lastra (el primero en hablarme de los artefactos visuales y trabajos prácticos de Nicanor Parra), Darío Jaramillo Agudelo, Luis Enrique Belmonte, Ana María del Re, Oscar Hahn… En la Reverón nuestros mentores fueron Víctor Hugo Irazábal, Antonieta Sosa, Manuel Espinoza, Cecilia Ortiz, Humberto Mata, Guillermo Abdala, Abilio Padrón, Sandra Pinardi, Teresa Gabaldón, Javier Lével, Consuelo Méndez, Luis Pérez Oramas y Luis Eduardo Cabrera (Chacho). Algunos de ellos nos recomendaban —por lo menos en mi caso— investigar a los dadaístas, surrealistas y conceptualistas. Poco a poco me fui sumergiendo en el mundo de la poesía experimental. Fue ahí donde realmente comencé a cultivar la sensibilidad. Busqué antecedentes en Venezuela y llegué a los poemas visuales de Juan Calzadilla (dibujos corporales) y Ramón Ordaz (grafopoemas). En alguna ocasión, un estudiante español que vino en uno de esos programas de intercambio me habló de Joan Brossa y del movimiento artístico catalán Dau al Set. ¡Me gustó mucho! Recuerdo que fue a inicios del mes de diciembre de 1998 (el mismo mes de la muerte de Brossa), y ahí comenzó todo. En las clases de Víctor Hugo Irazábal nacieron mis primeros poemas-objeto. “Chupón”, “Amor”, “Carta de amor”, “Tijera con círculo”, “Transfusión”, “Luna”, “Dau al Set”, “Golpe de dados”, “Miopía”Recuerdo que en otra ocasión nos llevó a la sala Braille del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, cuyo encargado era un ciego muy capacitado de nombre César Raúl García, y de ese encuentro nació la obra que lleva por título “Invidencia”.

—¿Comenzó a concebir poemas-objeto en contra de esa tradición del poema bien peinado en vertical y metido en una página?

No, fue un proceso. Es, y sigue siendo, un proceso. Mi obra se ha ido desarrollando de acuerdo a su propia evolución.

—¿Qué le interesa de Joan Brossa o Chema Madoz?

Los dos son fuentes inagotables de inspiración. Ambos le han regalado a mi vida un nuevo par de ojos. Con ellos he aprendido a mirar, a ver el mundo con otra lógica y desde otra perspectiva. Me han enseñado a penetrar en el universo de lo visible y lo invisible (en lo que se oculta detrás de lo invisible). Ahondar en la esencia de las cosas y en sus significados latentes.

—De alguna manera le gusta esa hibridación de los objetos y en algunos poemas visuales recurre también a cierta yuxtaposición. ¿Todo es ex profeso o puro azar?

Mi oficio está en mirar. Para mí, lo más importante y lo más poderoso es mirar. Mis ideas surgen a través de la observación. Al contemplar me permito entrar en el entorno para que surja una idea, para que brote una imagen. Vivimos en una sociedad hibridizada. De ideas enmarañadas y sentimientos dispares, latentes.

—Al contemplar, ¿usted se nutre del tiempo? ¿De inquirir y meditar más en eso que llamamos tiempo?

—Hay una frase de Ludwig Zeller que me gusta mucho: “Porque tengo tu imagen grabada bajo el párpado / hago del tiempo un sueño”. Para mí el tiempo es ensoñación, iluminación, meditación interior. Es un estimulo temporal que va de adentro hacia afuera. Un ir con intensidad hacia las cosas. Tránsito y demora.

—¿Es un lector ávido, insaciable, voraz?

Leo de todo. Soy epifánico, me encanta la epifanía.

—¿Qué libro cambió su concepto sobre el mundo y la vida?

Un libro que cambió mi vida, marcó y transformó el rumbo de mi vida, fue Voces, de Antonio Porchia. Sus aforismos ocupan un lugar muy emotivo dentro de mi vida.

—Ha publicado algunos libros de entrevistas y otros libros con aforismos, pero no ha publicado un libro de poemas en su forma clásica. ¿No le gusta el poema convencional?

¡Me gusta mucho, claro! ¡En eso me esfuerzo! Cuando escribo poemas con toda esa parafernalia ortográfica y gramatical, siento que no estoy en lo mío. La poesía visual es mi fuerte. O la literatura fragmentaria. La literatura fragmentaria es un sistema literario. Complejo, íntimo. Me gusta escribir con cuentagotas, sin tantos palabreos, como lo hicieron los grandes: Heráclito, Nietzsche, Cioran, Munier, Porchia. Amo profundamente ese pequeño fulgor que es el aforismo. A través del adagio logro armonizar la abundancia de cuanto anima mi espíritu. Cosa que no puedo lograr a través del poema en prosa.

—¿El aforismo es resplandor, luminosidad?

—Roger Munier dice que el aforismo es un fulgor. “El fulgor del pensamiento”, el fulgor del instante. Se escribe bajo el impulso del instante. El instante es un fulgor. Es su naturaleza. El resplandor es la necesidad misma del aforismo.

—¿Se considera un poeta/artista posmoderno? ¿O más bien un poeta conceptual?

Hay gente que duda que soy poeta. Y yo me siento muy complacido con eso. Soy y no soy artista. Soy y no soy poeta porque la idea es dudar, dudar de todo…

—¿Se considera un artesano de la palabra?

Trabajo el poema como si fuera un aprendiz de carpintería. Sobre mi mesa de trabajo, se inclina el alma. Es ahí donde mi palabra es tallada.

—¿Hay algo de ego en el oficio?

¿Existe una crisis de la cultura y una posible solución para enfrentarla? ¿Cuáles son los valores culturales que se nos prometen?

El ego es un picotazo feroz. Una punzada, una herida. Lo peor es que la herida hay que verla como algo apoteósico.

—¿Qué es para usted la cultura?

Lo que somos, lo que vivimos a diario, individualmente o en compañía. Ese acto cultural que somos, cuando nos propagamos. Eso es cultura. Armonía, equidad, diversidad, pluralidad, insurgencia, conciencia individual y colectiva, vivencia y convivencia mutua, recíproca, bilateral, orientación y reorientación ciudadana, valores recibidos y compartidos, visión comprometida con todos y para todos.

—¿Qué opina de conceptos como “politización de la cultura”, “masificación de la cultura”, “democratización de la cultura”?

Yo preguntaría, ¿hay un medio más sublime que la cultura para el aguzamiento de la conciencia, la sensibilidad y la libertad? ¿Hay una herramienta más poderosa que la cultura para el ejercicio de la ciudadanía? ¿Cómo lograr que sea de todos la cultura? ¿Cómo alcanzar ese equilibrio entre quienes la valoran como mercancía y quienes la estiman como herramienta de liberación? ¿Es posible la masificación de la cultura o, por el contrario, su democratización es algo banal? ¿Por qué se erige o derrumba todo cuanto ella significa para el hombre? ¿Existe una crisis de la cultura y una posible solución para enfrentarla? ¿Cuáles son los valores culturales que se nos prometen? Creo que es tarea de todos hacerse estas preguntas, para edificar valores y erradicar antivalores.

—¿Y de “ranchificación de la cultura”, “desmantelamiento de la cultura”, “exclusión de la cultura”?

Desde hace bastante tiempo se viene hablando de “agresión” o “asedio” a la cultura en Venezuela. Son polos opuestos. Hoy en día se habla de si Sofía Ímber marcó una época y Manuel Espinoza otra. De quién edificó o quién destruyó. De lo ajeno y lo propio. En ambas se fundamentan dos visiones maniqueas, del bien y del mal. Ambas se enfrentan desde la divergencia de los contrarios. Ambas proponen una interpretación de lo que nos discrimina, pero no de lo que nos integra.

—Decía José Ignacio Cabrujas que en época de Pérez Jiménez el concepto vital era que todo lo popular era adeco.

Hoy en día no todo lo que es “culto” pertenece a la oposición, ni todo lo “popular” pertenece al gobierno.

—Dicen por allí que la política es el mundo de las indecencias.

Diría también que es la comunidad de las discordias, el club de las peleas.

—¿En dónde queda en ese sentido nuestra identidad de paz?

En manos de un pueblo verdaderamente educado, instruido y culto.

—Lo que más me gusta de su trabajo es el humor, la ironía, la sátira… Al llevarse un pistola a la boca y publicar la fotografía en Facebook bajo la consigna “Carne de cañón”, ¿estaba usted “politizando”, con sarcasmo y picardía, con la ironía de la muerte?

Todo es susceptible de humor, ironía, sátira… En estos tiempos de crisis, donde todo tiende a politizarse, hasta el humor negro es percibido como un acto de violencia. No soy un adornador, mi obra no está hecha para decorar. No está hecha para adornar cuartos. Cuando subí la fotografía a las redes sociales (mejor dicho, insociales), comprendía la poderosa sincronía entre el arma y la boca, es decir, el arma y la lengua (muerte del lenguaje), entre el lenguaje y la oralidad como armamento (muerte del intelecto), entre el intelecto y el escenario físico de la defunción (muerte espiritual, humana). Sentí miedo. Hay una renuncia a la actividad social e intelectual entre los artistas, por lo menos en Anzoátegui. Pocos leen, no quieren pensar. Les da flojera. Sólo se limitan a Internet. Están electrodomesticados. Sólo quieren ser bonitos.

—Precisamente, dentro de su trabajo, usted tiene propuestas políticas muy interesantes. Hay una que lleva por título “Juguetes políticos”, y otra “Ars política”. ¿Qué tienen en común? ¿En qué se diferencian la una de la otra? ¿De qué tratan?

—”Ars política” se basa en la flexibilidad y convivencia entre las diferentes posturas políticas y su impacto en el comportamiento humano (ético, poético, estético), y en las prácticas sociales de creación contemporáneas. Las obras están sujetas a circunstancias individuales o colectivas y buscan una finalidad crítica, lejos de toda visión panfletaria del realismo social. Algunas indican la predilección por una orientación ideológica y manifiestan la militancia desde un proyecto político, sobre hechos y circunstancias locales imbuidas en temas sociales que no dejan de ser universales. Quizás, en muchas de ellas, se ideologice estéticamente la creación plástica, pero la obra no pasa a afiliarse a un partido. Hasta cierto punto, la obra es un dispositivo de enlace con lo político. Muchas de esas piezas son vehículos de acción que adquieren legitimidad y sentido en contextos y momentos específicos, buscando sacudir la conciencia del espectador. Con algunas pretendo despejar las dudas y el cuestionamiento a las interrogantes o las conclusiones morales y éticas de cada individuo. Al mismo tiempo, hago de la obra un arma para defender lo político desde un punto de vista social, cuya belleza visual, discursiva o conceptual detone en ruidos visuales o silencios sonoros; es decir, subrayándose desde una perspectiva estética y ética que haga o no haga ruido y cuyo carácter pacífico, irónico o beligerante, nos lleve plácidamente a la reflexión. Con los “Juguetes políticos” busco atraer la simpatía del público, suscitar su interés por el juguete y su simbología, provocar el deseo y, en la medida de lo posible, evitar la compra de un producto. Es decir, resemantizo los juguetes a mi conveniencia; tomo los que me parecen más eficaces según mis intereses, los inserto en los contextos que creía pertinentes y que no se correspondan necesariamente con los originales. Busco, entre otras cosas, contraponer a los juguetes extranjeros (estereotipados) los juguetes tradicionales venezolanos. Así, creo, respondo a una concepción más amplia del juguete como vínculo y expresión de la cultura (nuestra cultura), y de su significado dentro del folclor (nuestro folclor), de la peculiaridad de nuestros juegos y su importancia. ¿No es el trompo, acaso, el verdadero rostro de nuestra identidad? ¿El juguete perfecto para metaforizar nuestra libertad y autonomía?

—Esas obras que rozan el panfleto político me resultan cada vez más escasas… ¿Por qué cada día hace menos obras políticas o hace menos política su obra?

Venezuela es un país donde todo tiende a politizarse y, por lo tanto, rivalizarse. Un país donde todo tiende a “combatirse”, no a debatirse. Me he dado cuenta de que la política en nuestro país es una ponzoña bastante tóxica. En mi obra, y sobre todo en mi vida, comenzó a tener un carácter enfermizo, beligerante. Antes tenía un discurso bastante fuerte que, tras la muerte de Chávez, no me interesa tener ahora. Hoy pienso que un artista debe ser independiente, porque la obra no merece ser considerada por la posición política de éste. Yo tengo un inventario de piezas que deberían ser respetadas como tales. Una vez alguien se refirió a ellas como “panfletarias”, una especie de “odas a la revolución”. Cuando en realidad son obras que se sustentan por lo que ellas mismas representan por sus contenidos y valores. Reitero, es posible que haya trabajado en función de una ideología, pero la obra no pasó a afiliarse a un partido. La obra es un dispositivo de enlace con lo político.

—¿Crees que existen frases que hayan influido en la deformación del gentilicio venezolano, es decir, en la deformación o pérdida de nuestra identidad?

—Hay frases con las que se intenta transformar el mundo de la sensibilidad o el universo de las ideas. Muchas de ellas nos iluminan, otras nos oscurecen. Pienso que algunas palabras deberían ser analizadas, razonadas, sobre todo en su contexto actual. Por ejemplo, una expresión que le escuché al maestro Abreu (un ser extraordinario, gran humanista), por Venezolana de Televisión: “Estamos batallando desde el campo del arte”. Ese “estamos batallando” tiene algo de maniqueísmo que no quiero, en lo absoluto, intentar exagerar. Porque resulta ahora que todo el mundo se guerrea con todo. Ya no nos esforzamos desde el campo del arte, sino que nos defendemos batallando. Hay algo de civilidad o, mejor dicho; incivilidad en esa palabra… De heroicidad y, al mismo tiempo, de bajeza; de belleza y, al mismo tiempo, fealdad… No sé si lo estoy exagerando, o si lo pensé, simplemente.

—¿El lenguaje hace percibir la presencia contigua de una guerra inminente?

Sin duda. Existe un condicionamiento a través del lenguaje (cualquier tipo de lenguaje). De a poco nos condicionan. El cine ha ayudado a poner de manifiesto esta aberración inducida. ¿De dónde crees que nos vienen esos “delirios de grandeza” o “heroicidad” a lo Óscar Pérez, lanzando granadas desde un helicóptero sobre un edificio gubernamental? ¡Coño! ¡De Hollywood y sus películas tipo Apocalipsis Now, Llamas, Pelotón, Salvando al soldado Ryan, Nacido el 4 de julio, Top Gun, Pearl Harbor… ¡y pare usted de contar! Habrá que preguntarse qué tipos de películas se estarán gestando en este preciso instante en la Villa del Cine, más allá de los filmes de arrojo y heroísmo de nuestros libertadores, donde el gobierno ha puesto el alma para recuperar la escenografía estética de nuestra épica. Te invito a revisar la cartelera…

—La jerga militar está de moda, ¿es un cliché?

—¿Por qué llamar al sector cultura, Estado Mayor para la Cultura? ¿Por qué esa persistencia de borrar la civilidad para imponer el militarismo? Hay una contaminación lingüística que lo testimonia, por lo que establecer semejanzas es sencillo: “pueblo en armas”, “unidades tácticas de batalla”, “guardias territoriales”, “comités de defensa de la revolución”, “patrulleros comunitarios”, “milicias bolivarianas”, “comandos de campaña”, “cuerpos combatientes”… son definiciones que han ido calando y entrado en un juego de equivalencias, de parecidos, de mímesis absolutas. Comprendo que las milicias bolivarianas tienen rangos de liderazgo, como los militares. Son compatibles en eso de la corresponsabilidad en la defensa de la nación, pero no creo que se comprenda en la búsqueda de la igualdad ciudadana. El problema está en la forma como se han interpretado esos patrones de conducta. En mi comunidad, que es bastante pequeña, hay liderazgos de “generales” hacia arriba (risas). La verdad es que a algunos vecinos los mueven las pasiones amorosas, verdaderamente afectivas, solidarias. Otros son más absorbentes, incondicionales, autoritarios.

¿De qué nos sirve salvarnos de la pobreza si somos ignorantes de la belleza?

—¿Cómo ves la fuerza de la palabra poética en el contexto de ese imaginario?

Lo que en realidad me preocupa es el desplazamiento de la arenga militar al territorio sagrado de la cultura, dentro de ese imaginario de guerra. Tu vida depende mucho de lo que dices, de lo que haces. José Ignacio Cabrujas expresa que “una persona habla como ha vivido”. Si tú eres un hombre de armas, las armas es lo que irá moldeando tu mentalidad militar. Si eres un hombre de cultura, la cultura es lo que irá modelando tu mentalidad cultural.

—Una de las evidencias más peligrosas la constituyen las palabras violentas, que preceden a la operación…

Dice el poeta Gustavo Pereira que la palabra se identifica con el acto, con la acción. “La palabra es acción”. Voz en tránsito. Comprendo con ello que a la violencia física que se generó recientemente en Venezuela la precedió una violencia verbal. Cada uno de nosotros lleva un fusil en la boca. La proliferación de incultura desvaloriza a escalas sorprendentes la cultura, la reconciliación, el diálogo. Esto ha desnaturalizado abismalmente a los seres humanos, especialmente a los venezolanos.

—¿La comprensión de belleza es fundamental para la comprensión del mundo político que nos rodea?

¡Por supuesto! Recuerdo que Farruco proponía una inclinación a la belleza. “Una sociedad que busque la belleza, que la acepte en una dimensión humana”. Yo plantearía evaluar desde esa “dimensión humana” la autodeterminación por lo hermoso, la autodeterminación por lo bello. Es necesario hacer un análisis urgente, un diagnóstico exhaustivo, profundo, de lo que estamos haciendo desde adentro y desde afuera del plano cultural.

—¿Cómo evaluar lo que se desconoce?

¿De qué nos sirve salvarnos de la pobreza si somos ignorantes de la belleza? “Lo bello se halla removiendo escombros”, escribió Porchia. Es esa relación del hombre con su entorno, del hombre con su espíritu. La conciencia, la conciencia. La inteligencia es belleza. De eso habla Ludovico Silva en Belleza y revolución (Vadell Hermanos, Caracas, 1979). “La belleza es, en sí misma, revolucionaria”, escribe. Sea cual sea su signo ideológico. La belleza es revolucionaria porque “opera en nuestra sensibilidad y en nuestra conciencia”, es decir, en nuestra “dimensión humana” cuando contribuye realmente a la expansión de la espiritualidad, de la humanidad y de la conciencia. Belleza no es “mensaje político-ideológico”, por si las moscas. Ludovico, en sus Ensayos temporales (Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1983), al mismo tiempo habla de Marx, hace un acercamiento incisivo y certero a las obras de Vicente Gerbasi, Arturo Uslar Pietri, Octavio Paz, Antonia Palacios, Orlando Araujo, Elizabeth Schön, Manuel Quintana Castillo, Armando Reverón, entre muchos otros. La belleza del lenguaje debería ser el puntal de nuestra educación. ¿Acaso lo más bello no es plantearse la defensa y recuperación del lenguaje a través del amor, el arte, la paz?

—¿Cómo percibes este singular momento de nuestra historia?

De triunfos y fracasos, conflictos y amenazas, sin territorios afectuosos para el debate, para la convivencia. Hay una incertidumbre que desgarra el país. Con el paso del tiempo me doy cuenta de que una palabra que a mí me da risa a otro puede causarle un dolor profundo. Mientras cada venezolano justifique sus pequeñas luchas y batallas ideológicas, cualquier conversación común se convertirá en un territorio a conquistar.

—¿Qué opinas de la crítica?

La contrariedad es cuando comienzan los insultos, agresiones, amenazas. Todo lo que arrastran, todo lo que dejan detrás de ellas. Guarimbear, lanzar piedras, quemar gente… Eso no es hacer crítica. Eso es un no decir; un no hacer absolutamente nada por el país.

—¿Se puede ser poeta y militante de una causa?

Soy espiritualmente un hombre de izquierda. Ser de izquierda es ser un hombre de ideas, conciencia, acción… voz en tránsito para lo bueno. No de status o superfluas diplomacias. Ya se me pasó la fiebre de las banderitas, del fervor patriótico muy “rodilla en tierra”, muy sui géneris. Mi posición es clara. Se puede ser artista y “militante” de una causa (y mira que me frustra la palabra “militante”, que viene del adjetivo militar, que milita). Ser militante con fundamento, es decir, respetuosidad. La palabra seguirá siendo subversiva, sin necesidad de vulnerar. La obra seguirá siendo subversiva, sin necesidad del panfleto. Esa es la militancia crítica en la que yo creo.

—Pero la parafernalia lingüística de la guerra, es decir, la psicosis del poder de las grandes potencias bélicas, como Estados Unidos, no es para nada respetuosa, ni mucho menos afectiva, amigable…

¡Es que los imperios no están allí para complacer a nadie! ¡Vivimos bajo la angustia del poder! ¡Bajo el real-imaginario de que vamos a ser invadidos militarmente! No nos damos cuenta de que ya hemos sido irrumpidos psicológicamente. Barack Obama tenía una guerra atragantada en la boca, hasta que llegó Trump. El lenguaje de Trump es más incendiario, vehemente, mordaz. Por esa razón participé en la exposición “Eufemismos imperiales”. Porque los gringos aluden a un numeroso cúmulo de insinuaciones verbales para fastidiarnos. Ya no pretendo asimilar lenguajes guerreristas. ¡Pero, coño! ¡Si el lenguaje de Trump es irrespetuoso, el de Diosdado también! ¡Allí están sus ardidos discursos contra el imperialismo! Ambos utilizan un lenguaje ofensivo, violento, de permanente confrontación. Es la misma arenga militar urgente por sus libertades. ¿Cuáles son las diferencias? ¿Para qué alardear? A veces pienso que la mejor arma para responderles a los gringos es el silencio. No la diplomacia de la verborrea, sino el silencio. Dentro del silencio hay más intimidación, más desafío, más violencia. ¡El silencio es la madre de todos los gritos!

—¿Crees que el arte esté al servicio de la política y la política, a su vez, al servicio del arte?

¡Por supuesto! El arte sirve en ocasiones para diseminar una idea política. El arte se presta para ello, si es arte. Allí está el Guernica de Picasso. O Los fusilamientos del 3 de mayo de Francisco de Goya, que narra la ejecución de los insurgentes españoles por parte de las tropas francesas. O la obra de la artista venezolana Deborah Castillo, que alude a esa relación que existe entre el lenguaje, la masa y el poder.

—¿La exposición “Eufemismos imperiales” aún suscita dolores de cabeza y malestares estomacales en Venezuela?

Yo participé en la primera edición. Recuerdo que Sergio Monsalve, en un texto algo lapidario, hizo algunas alusiones sobre mi trabajo: “La primera es un catálogo de redundancias y prejuicios de la izquierda caviar. Todo dispuesto para satanizar a los malos de la partida, según el pensamiento oficial: Mickey, McDonald’s, Estados Unidos, el complejo industrial militar, la oposición y Capriles (cuya foto superponen a un ejemplar de Mi lucha). La interpretación es sencilla. Los nazis siempre son los otros. Llevaba tiempo sin ver una exposición tan obvia, simplista y condescendiente con el poder. Debe ser uno de los puntos más bajos en la historia de la institución. El arte al servicio de la difamación política. Y como si en Venezuela no hubiese docenas de McDonald’s”. Respondí aludiendo que mi obra rebasaba el mero interés estético que generalmente despertaba una muestra de su tipo en nuestro medio. La razón personal fue dar una respuesta comprometida al discurso injerencista que aplican los imperios y sus medios a los mal llamados países del tercer mundo. En ese sentido, creo entender que buena parte de mi trabajo no es complaciente con el sistema que ellos y tantos otros críticos osan defender. Son aquellos que alaban el “american way of life”, y del subdesarrollo se expresan como con una especie de comprensión y lástima. Hablan de democracia, pero no de injerencia. De progreso, pero no de incivilidad. Lo que llaman progreso no es más que una indolencia. Creo entender que la exposición “Eufemismos imperiales” no es un simple título, sino más bien una bandera de combate. He aquí a la estética no sólo como ciencia de lo bello, sino también de lo político como teoría explicativa de las facultades humanas. La conciencia no tiene precio. Porque, como dijera en una ocasión mi amigo el poeta Fidel Flores: “Estoy convencido de que siempre voy a caminar por la acera contraria a lo podrido, erguida la frente”.

—¿Crees que exista una utilización tremenda del poder en el mundo del arte?

Eso lo ha desmantelado la crítica de arte mexicana Avelina Lésper. Para ella el arte contemporáneo es pura demagogia sin intenciones sociales ni éticas, pues rechaza a la gente que es ignorante. Según Avelina, es un arte que exige asimilarlo y no discutirlo, un arte que no vive de la gente, sino de las instituciones y de la especulación tirana: “Es una especie de tiranía, en donde el arte es lo que un grupo decide lo que es… una serie de ideas impuestas que legitiman este arte, intereses económicos lo demandan, y se llega a calificar de ignorante a quien expresa su desagrado”. Otro que sabe mucho al respecto es el artista español Mateo Maté, cuyas obras indagan sobre la relación entre la guerra, el arte, el poder, el control, la depredación nacional y las reivindicaciones nacionalistas inherentes al sistema social español. Cuyas conjeturas podrían ser fácilmente extrapolables a realidades de una mayor dimensión como los Estados Unidos o pequeños países como el nuestro. Maté advierte: “Nuestras sociedades han ido adquiriendo hábitos militares, hábitos de guerra”, “La estética militar se extiende por todo el cuerpo social”, “Veo que los esquemas de comportamiento en un plano familiar y los de la vida social son iguales: relaciones de poder, territorialidad, batallas”. Maté tiene una serie de pinturas a las que llama “paisajes uniformados”, ¡uf!, donde sustituye las superficies pictóricas de cuadros originales (de Corot a Carlos de Haes), con el escaneado de uniformes militares de los diferentes ejércitos del mundo, donde el propio artista enfatiza en las claves de cómo el arte descubrió el camuflaje militar a partir de la creación inocua de los impresionistas. “El lenguaje plástico de los impresionistas se había transformado en arma”, escribe. Tiene otra serie de obras a la que ha titulado “nacionalismo doméstico”, donde nos ofrece un paralelismo entre las banderas y los manteles de comida, festines culinarios y batallas (comida = guerra), mesas y territorios, en fin, un arte para la celebración o el derrumbe.

El discurso de algunos artistas venezolanos está dirigido a otro grupo de artistas venezolanos. Está dirigido para un cenáculo, para una cofradía.

—¿Hacia dónde nos llevan nuestros dirigentes?

La pregunta es: ¿hacia dónde nos llevan nuestros intelectuales? Porque lo peor es creer que los intelectuales de la cultura nos van a salvar. Lanzar materos es una estrategia sin sentido. ¿En qué vamos a parar? ¿En mercenarios culturales?

—¿Qué es para usted ser artista?

Ser artista primordialmente es ser conciencia, no cómplice de la inconsciencia.

—¿La imposición de la inconsciencia es el abandono de la conciencia?

El abandono de la conciencia es la instauración de la violencia. Sin más, ni más.

—La realidad nacional nos da todos los insumos para hacer una parodia. En política, se ha usado y abusado de la figura del prócer. Incluso se habla de la imposición de una idolatría militarista. En arte, por poner un solo ejemplo, la artista Deborah Castillo (a la que usted acaba de mencionar) nos habla a través de su obra del encanto o desencanto heroico. Su obra actual nos plantea una estética desde la épica del desencanto…

El país suele ser un tema de inspiración para muchos artistas. Deborah Castillo se enfrenta a esa realidad del arte frente al poder, del militarismo frente al civilismo, del autoritarismo ante la libertad. Aprecio buena parte de su trabajo. Es interesante. “Sísifo”, “Lamezuela”, “El beso emancipador”, “Fetiches teóricos”, “Masa y poder”… Es decir; todo ese trabajo con la lengua, con el lenguaje, con el poder. Esa idea de abrir y cerrar libros con la lengua, de lamer sus páginas, humedeciéndolas de moho. Los libros que utiliza tratan sobre el lenguaje del poder. Eso es muy emblemático. Porque el poder es, literalmente eso: mando, poderío, autoridad. El abuso del poder ya lo analizó el Marqués de Sade, como la forma de demostrar quién manda para ejercer el despotismo. Dentro de esa contexto poder-sumisión, lenguaje-identidad, lengua-sexo, Deborah ve la suya como “órgano sexual, intelectual y gustativo”. Su obra es tan buena que se ha traducido en un aluvión de insultos, discusiones y amenazas. Ahora bien. Deborah es una excelente artista, pero con los valores invertidos. Yo no soy quién para cuestionarla. Pero también entiendo, como artista, que no puede haber libertad cuando se aspira a vivir en una sociedad condicionada por el capitalismo, instaurada de ideología capitalista, adoctrinada por el sistema. ¿De qué libertad habla? ¿A cuál libertad se refiere? Comprendo, en ese sentido, que el discurso de algunos artistas venezolanos está dirigido a otro grupo de artistas venezolanos. Está dirigido para un cenáculo, para una cofradía. Es una artista valiente, sin duda. Su trabajo es de riesgo. Da ejemplos de su gallardía al declarar: “Estoy abordando el tema heroico, que podría ser sobre cualquier prócer, no tiene que estar sujeto a Bolívar. El tema es que se ha usado y abusado de la figura del prócer. Hablo del encanto y desencanto heroico, que le calza a cualquier país que haya sido militarizado en los últimos cincuenta años”. Pero si de riesgo o heroicidad se trata, ¿por qué no cincelar o lamer eróticamente el busto de George Washington en el corazón mismo de los Estados Unidos? Eso también me hablaría a mí de libertad de expresión y, por extensión, en la de todos.

—Cada venezolano es testigo de una intimidad aturdida. ¿La guerra política ha violentado el espacio vital de la cultura, del conocimiento, del saber?

El objetivo de la guerra, en este preciso instante, no es el territorio (el entorno) sino el ser humano (el hombre). El ataque es inoculado desde adentro y desde afuera de nuestras fronteras, territoriales y humanas. ¡La guerra lo ha invadido todo, hasta la cultura!

—Su trabajo plástico-literario es bastante inusual. ¿No cree que por este motivo los poetas que libran batallas con las palabras no lo consideran escritor y algunos artistas plásticos que se la ven con el lienzo en blanco no lo consideran artista?

¿Los poetas que libran batallas? ¿Ves a lo que me refiero? Esa palabrita es mágica, se camufla, está en todo… es un desazón.

—¿Qué es lo que usted busca en el terreno de la cultura?

Comunicarme, dictar talleres, hablar con la gente, hacer arte con los niños, poesía con los chamos, aprender de ellos, crear conciencia…

—La cultura, al igual que el país, está un poco como desmantelada: la editorial del Estado imprime pocos libros, no hay revistas, ni periódicos con páginas culturales, las Librerías del Sur son depósitos de estantes vacíos, los museos nacionales y de la provincia sólo exhiben telarañas y desidia. Ante panorama tan desolador, ¿tienen sentido esos paquidermos que llaman gabinetes de cultura?

—Venezuela es un país hecho a los pingazos. Desde la independencia hemos soportado guerras, tolerado amenazas, sufrido intimidaciones. ¡Frente al bloqueo, nuestra gesta es heroica! Si de opinar se trata, creo que ya es tiempo de evaluar los grandes errores que hemos cometido. La situación es grave. Están ocurriendo hechos críticos en nuestra estructura social, cultural y política que están a la vista de todos. Por ejemplo, en el plano cultural, la figura del Estado-editor no sólo debe limitarse a publicar libros o revistas con cierto perfil político que cumplen con su papel, pero no benefician a un amplio sector cultural que es el verdadero definidor de grupos, movimientos o tendencias. La democratización y masificación del libro es algo maravilloso, siempre y cuando no esté estrictamente condicionada ni controlada por el Estado. Hay que reconocer que nunca se habían editado tantos libros en Venezuela, ni apoyado tanta iniciativa creadora en el medio editorial. Hubo un tiempo de masivas ediciones y de numerosas colecciones de poesía, narrativa, ensayo, crónica, teatro… Hoy en día el panorama no es tan alentador. A veces pienso que el Estado es el que debería ser sensibilizado y no la sociedad. Aquí debe existir un equilibrio fundamental, constitutivo de la cultura. Sobrevivir a la desolación dependerá de la transformación profunda en las condiciones reales de nuestro vivir. Pero surge finalmente la pregunta de si el problema es un hombre, un nombre o un cargo. ¿Cuántos ministros de Cultura van? El problema no es ya, señores, un plan cultural. Sino un buen gerente sensible que lo lleve a cabo. ¡Porque, coño, ya basta! ¡Estamos hartos del centralismo, burocratismo, sectarismo, amiguismo, oportunismo, improvisación, mediocridad! Por otro lado, existe una necesidad tanto para los libros en físico como para los digitales. ¡Pero, verga!, si hablamos de promover el libro digital y reforzar su digitalización electrónica, no podemos comenzar mostrando ejemplares impresos de “vacas sagradas” por Venezolana de Televisión. Un orgullo a la jerarquía, pues. ¡No se puede! La digitalización no debe verse como algo optativo. Es una falta de respeto para quienes nos acogemos a ciertos lineamientos institucionales, aún más cuando se habla de la carencia de papel en Venezuela y en ese contexto de igualdad para todos. ¿Acaso Avelina Lésper no tiene la misma importancia que Luis Britto García o Antonio Trujillo? Allá en la Fundación quedaron engavetados los textos críticos de Avelina sobre el panorama de la plástica en el ámbito global. Un libro donde se disecciona la máscara fashion de muchos artistas y su norte un tanto fraudulento, el grosero apetito del mercado del arte, de sus promociones con fines netamente comerciales y donde lo espiritual, como tú bien dices, es una gazmoñería nostálgica.

—¿Comparte esa ironía de Avelina Lésper, quien cree que el arte actual está enfermo y por esa razón necesita curadores?

El arte contemporáneo está en terapia intensiva. Y más que curadores, necesita de galeristas, marchantes y especuladores para mantenerlo en pie. Gente porfiada en condicionar el talento del artista para aumentar su poder. Es lamentable.

—A pesar de todo usted sigue trabajando intensamente. ¿Tiene algunos buenos proyectos en puerta?

El artista, el verdadero artista, trabaja siempre. Escribo mucho, imparto diferentes talleres, hago promoción cultural. Transito intensamente por el entorno para alimentar mi trabajo. Camino mucho, ando por las calles, soy un hombre “de a pie”. Yo no tengo apuros por llegar a nada. Eso contribuye a enfatizar mi visión del mundo, de ver las cosas desde muchos ángulos y diferentes perspectivas. Soy bastante curioso.

En mi caso, el interés por los trompos (de madera o plástico) se basa en ese mismo ideal de “vuelo”. Pero desde el punto de vista imaginario, del vuelo imaginario.

—Para alimentar su trabajo, usted ha investigado desde libros de mecánica antigua hasta bestiarios medievales. ¿Le apasionan los libros raros?

Me encantan los libros raros, me gustan mucho. Tengo unos muy buenos digitalizados en casa. Se me han quedado tatuados en las pupilas del alma. Un libro impreso te eleva el espíritu, el digital te levanta el estímulo (son libros que no vas a conseguir en ninguna otra parte). Algunos libros que tengo almacenados en mi computador son El libro del conocimiento de los procedimientos mecánicos, de Al-Jazari; el Libro de los ingenios mecánicos (Livre de Portriture), de Villard de Honnecourt; el De Aetatibus Mundi Imagines, de Francisco de Holanda; la Historia natural, de Plinio; los Relatos verídicos, de Luciano de Samósata; el libro de las Compilaciones de cosas memorables (Collectanea rerum memorabilium), de Solino; la Breve guía de lugares imaginarios, de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi, o La historia de las tierras y los lugares legendarios, de Umberto Eco. Entre los impresos tengo el Cuaderno de dibujos, de Leonardo da Vinci; Je vois, j’imagine, de André Breton; Le vampire passif, de Ghérasim Luca; Obras públicas, de Nicanor Parra; Catalogue d’objets introuvables, de Carelman; Dibujo geométrico e industrial, de Antilli, y El libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, entre muchos otros.

—Recientemente usted ha profundizado en el tema de los trompos. Los suyos no giran, sino más bien vuelan…

Por recomendación del poeta y ensayista César Seco, comencé a investigar a un científico venezolano de nombre Ibrahim López García (Cabure, Coro, 1925; Maracaibo, 1994), ingeniero civil, poeta, profesor e investigador que dedicó su vida a la construcción de un trompo alado. Un nuevo tipo de aeronave basada en los principios dinámicos del giróscopo. Fue amigo de Fruto Vivas (otro luchador de loables ideas). Todo su trabajo teórico y ensayístico quedó registrado en su libro Sobre trompos, cúpulas y vuelos (Editorial Mediterráneo. Madrid, España, 1976). Libro reeditado por la Fundación Editorial El Perro y la Rana en el año 2008. Una joya literaria en lo que se refiere a investigación científica venezolana, con un razonamiento riguroso fundamentado en análisis físicos y matemáticos, complementados con una serie de ejercicios prácticos experimentales y educativos. Para Ibrahim todo parte de la contemplación de la naturaleza (aves, tortugas marinas, el sistema solar), y un trompo común. “Mi teoría sobre una nave universal giroscópica fue generada por la casual observación intuitiva de que un trompo ‘vuela’ establemente al girar, pues en ese estado dinámico es ‘aéreo’ todo su volumen y se niega a salir de él, lo que puede constatarse simplemente mirándolo lateralmente”, escribió. Se trata, pues, de un original aporte que busca como principal finalidad una tecnología distinta de vuelo. En mi caso, el interés por los trompos (de madera o plástico) se basa en ese mismo ideal de “vuelo”. Pero desde el punto de vista imaginario, del vuelo imaginario. Un trompo es, en esencia, un ala rotatoria. Un pequeño rotor voladizo, aerodinamizado. En ese sentido comencé a armar peonzas extrañas, lúdicas, con diferentes rotores, mecanismos, hélices y engranajes ensamblados con cierto cuidado e ideal estético. Son trompos para ser contemplados.

—“Micrópolis” es su última propuesta. ¿De qué trata?

Son microciudades, microsuburbios, microgeografías urbanas imaginarias. Ensambladas dentro de pequeñas esferas de vidrio o cajas de cristal. Es una obra frágil, íntima, espiritual. Un conjunto de diminutos emporios, ciudadelas y habitáculos. Parten de la lectura y relectura de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. En su libro, Calvino describe un conjunto de ciudades imaginarias a las que ha dado nombres de mujeres. Como Fedora, ciudad juguete dentro de una esfera de vidrio. Pero las hay, además; acuáticas, bidimensionales, duales, desmontables, microscópicas, indelebles… Por ejemplo, Olinda es una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas urbes concéntricas en expansión. Octavia es una ciudad telaraña suspendida entre dos montañas abruptas. Moriana es bidimensional, como una hoja de papel. Zobeida es una especie de ovillo. Zenobia se levanta sobre altísimos pilotes. Ersilia es una enmarañada espesura de hilos, cuyas relaciones la embrollan, tejen y conectan. Valdrada es un reflejo de sí misma: ciudad espejo, reflejada en el agua. La brumosa Argia que, en vez de aire, tiene tierra. Eudoxia no es más que una alfombra con figuras geométricas, una ciudad tapiz. Y Tecla es una ciudad andamio, es decir, una metrópolis hecha con armazones metálicos cuyo único propósito es soportar la construcción de la cúpula celeste: el cielo estrellado.

—Entre sus amigos escritores hay como mucha formalidad con eso de las palabras, pero usted parece rehuirle a todo eso.

Soy un insurgente, un vándalo afectivo, un marginal… Prefiero mantener mi independencia.

 

Franklin FernándezFranklin Fernández
(Caracas, Venezuela, 1973)

El Señor de Barcelona (textos sobre la obra de Régulo Martínez; Fundación Editorial El Perro y la Rana; Caracas, 2017), Silabario del incierto (entrevistas a Juan Calzadilla; Fundarte, Alcaldía de Caracas; Caracas, 2015), Trizas (aforismos, 1998-2015; Libros El Albur; España, 2015); Poemas-objeto: cuerpo y textura de la poesía (poesía objetual, 1998-2008; Fundación Editorial El Perro y la Rana; Caracas, 2011), La imagen doble (entrevistas a artistas plásticos y poetas hispanoamericanos; Fundación Editorial El Perro y la Rana, Ministerio de la Cultura; Caracas, 2006), Simples (aforismos; Fundación Editorial El Perro y la Rana, Ministerio de la Cultura; Caracas, 2006), La escritura y tú (aforismos, Sistema Nacional de Imprentas, estado Anzoátegui, 2010) y Breves (aforismos; Editorial El Pez Soluble; Caracas, 2000).

Carlos Yusti
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