
Subgénero literario que fascina, estremece y advierte, las distopías nos sumergen en mundos imaginarios donde la sociedad y la civilización han caído en decadencia, revelando visiones a menudo sombrías y perturbadoras del futuro. Estas narrativas exploran las transformaciones que puede sufrir la condición humana cuando las reglas y las estructuras sociales colapsan, llevando a sus personajes a enfrentarse a desafíos extraordinarios en su lucha por encontrar un rumbo.
La escritora española Carmen Sogo se preguntó un día hasta dónde es capaz de llegar el ser humano cuando ve en peligro su supervivencia. Su novela Hefestia, la última ciudad civilizada, es su intento de respuesta a esa interrogante. Los habitantes de la ciudad a la que alude el título creen que es la última en pie en todo el planeta, y se protegen del exterior pues suponen que allí viven animales mutantes y personas salvajes. Son pocas las luces de la sensatez, pero al cabo de las 148 páginas de la obra el lector comprobará cómo son suficientes para dejar abierta la posibilidad de la esperanza.
Esta autora madrileña, que ha compaginado su labor profesional con la escritura, una pasión que cultiva desde niña, estudió Magisterio en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y se especializó en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Uned) en Diagnóstico y Educación de Alumnos con Altas Capacidades. Además de la novela de la que hablaremos hoy, tiene otra publicada, Los Owen: Lola y Carl (2015, 2020), así como el libro de cuentos Una piscina en la bodega (2020). No es desconocida a los ojos de la Tierra de Letras: en 2021 publicamos sus relatos “Una piscina en la bodega” y “Juana”.
Lee también en Letralia: reseña de Hefestia, la última ciudad civilizada, de Carmen Sogo, por Alberto Hernández.
Hefestia, la última ciudad civilizada: el retrato de un mundo extremo
—Tu novela Hefestia, la última ciudad civilizada, plantea el reto de sobrevivir en un mundo posapocalíptico, donde no hay certezas más allá de los límites de nuestro entorno. ¿Qué inspiró en ti la creación de esta sociedad en declive?
—Hace muchos años que me pregunto hasta dónde el ser humano es capaz de sobrevivir. Mi libro de cuentos Una piscina en la bodega reflexionaba sobre la supervivencia en distintas situaciones como la guerra, un hijo con parálisis cerebral, las drogas, la enfermedad mental, la pobreza. Entonces me puse en lo peor, en un mundo extremo, y nació Hefestia como el lugar extremo donde poder explorar ese tema.
—En la novela, la ciudad de Hefestia se considera la última ciudad civilizada, pero a medida que avanza la trama, los lectores se encuentran con la posibilidad de que esta creencia tenga más de especulación que de verdad. ¿Qué mensaje quisiste transmitir sobre la percepción y la realidad en la sociedad?
—Se supone que ha ocurrido un desastre que ha aislado a la ciudad. Cuando intentan salir encuentran que las poblaciones de su entorno han desaparecido. Eso les hace pensar que son los últimos. No buscan más. Lo repiten una vez y otra. Dan por hecho que es la última ciudad. Y es lo que transmiten a los demás. Quiero remarcar cómo asimilamos ciertas verdades que no siempre lo son. En el siglo XXI, con la inteligencia artificial y lo fácil que resulta difundir una mentira en Internet, es muy difícil distinguir la realidad. Cualquiera puede convertir en cierto una fantasía. Me pregunto si esto no nos convertirá en una sociedad descreída.

—La ciudad tiene varios barrios, y en ellos la vida es más difícil. Uno de estos barrios, sin embargo, el llamado La Gloria, es habitado por bandas que se han organizado y muestran un alto grado de civilización resumido en cuatro reglas. ¿Puedes hablarnos más sobre la importancia de estas reglas y cómo afectan a los personajes?
—La primera es que cada banda tiene una casa. Esto afianza el sentimiento de pertenencia al grupo, la mayoría nunca antes tuvo casa. La segunda es que no se come carne, salvo de lagarto. Y es una regla que le confirma al recién llegado los rumores de dónde sale la carne. Ahí tiene que decidir si le compensa unirse a esos chicos cazadores. La tercera norma es que hay que alimentarse bien. Los nuevos han comido lo que han pillado y aquí se encuentran con el principio de la salud como cuidado unos de otros. La cuarta regla es la limpieza, y con ella se ahonda en el tema de la salud. Las cuatro reglas vienen a incidir en la idea de grupo como germen de sociedad. Las leyes son imprescindibles en la sociedad y deben ser pocas, claras, motivadas e inamovibles (o lo menos posible).
Lee también en Letralia: páginas selectas de Hefestia, la última ciudad civilizada, de Carmen Sogo.
Carmen Sogo: la importancia de la memoria
—La Administradora es un personaje central en la novela. Ella experimenta una ascensión notable en la sociedad de Hefestia. ¿Qué motivó la creación de este personaje y cómo evoluciona a lo largo de la historia?
—La Administradora representa el poder y la autoridad. Una autoridad que emana de ella pues es una mujer capaz y valiente. Desde niña sale de las fronteras de la ciudad para conocer a los marginados, y cuando sus padres retroceden se les enfrenta y permanece trabajando y buscando su sitio. Es lo contrario de un personaje autoritario que impone sus ideas. Aunque es firme en todo momento. Es de las pocas personas que recuerdan cómo era el mundo antes y eso le da un valor añadido.
—Hay otros personajes femeninos que tienen un gran peso en la novela, y uno de los problemas a los que se enfrentan las autoridades es a la infertilidad de las mujeres. En estos tiempos de resignificación de los géneros, ¿cómo abordas este tema? ¿Qué mensaje quiere llevar la novela en torno al papel de la mujer y la definición de los géneros?
—Las mujeres de la novela son fuertes, pero también los hombres por el tipo de sociedad en la que viven. No he tenido la intención de hablar de géneros. Es cierto que en mis textos hay muchos más personajes femeninos que masculinos, pero no hay ninguna intención. Lo que sí es intencionado es el tema de la maternidad. Lo he tratado desde distintos ángulos y aquí, desde lo que supone para una sociedad la infertilidad de las mujeres y lo que supone para ellas. La maternidad en el siglo XXI debe ser elegida por la mujer, sin ningún condicionante.
—“En mi familia se hablaba constantemente del pasado para conservar la memoria, para que no se perdiera la civilización”, dice uno de los personajes hacia el final de la novela. ¿Qué importancia le das a la memoria en la novela, y en tu imaginario creador en general?
—La memoria colectiva me parece importantísima. Precisamente las cosas que nos permiten sobrevivir son la esperanza y la unidad. La memoria del pasado mejor nos da la esperanza para avanzar. Eso quedó muy claro durante la pandemia: todos juntos volveremos a la normalidad. Aunque debo puntualizar que esta novela la escribí antes de la pandemia.
—El miedo y la esperanza son elementos centrales para la supervivencia en el mundo que has creado. ¿Puedes profundizar en cómo estos dos conceptos influyen en los personajes y la trama de la novela?
—Es que el miedo y la esperanza son los elementos que nos hacen avanzar. Kaira, por ejemplo, tiene miedo a la maternidad, que a la vez la llena de esperanza. Eso la mueve a ir a pedir ayuda a su tía, a la que no veía hacía años. Se enfrenta a sus demonios. Raquel y Sebas representan la amistad. La fuerza que se dan uno a otro surge del miedo a caer en manos de las bandas, y la esperanza de formar parte de ellas. Y es así como sobreviven.
—La estructura narrativa de Hefestia, la última ciudad civilizada, implica múltiples voces y perspectivas, donde todos los personajes tienen su momento. ¿Qué desafíos enfrentaste al escribir la obra de esta forma y no delegar el papel de protagonista a un personaje específico?
—El protagonista es la ciudad, la sociedad, y quería mostrarlo desde la visión de diferentes personajes. Para ello, me encontré con dos problemas: había varios personajes que daban la misma idea, y algún personaje adquiría excesivo protagonismo. Es difícil cortarle las alas a algún personaje que te gusta mucho. En cuanto a los que se repetían, fue cuestión de tijeras. A veces hay que tomar distancia y leer como si no fueras el autor. Es una novela con una estructura muy especial, pero me pareció la adecuada para contar lo que quería. Forma y fondo tienen que unirse.
Es mi decisión escribir lo que necesito y como necesito.
Lo más importante para un creador es la libertad
—En nuestras comunicaciones previas nos has dicho que te gusta la literatura que es fácil de leer pero profunda. ¿Cómo lograste equilibrar la complejidad de la historia con la accesibilidad para los lectores?
—Con un lenguaje sencillo, pero profundo. Cuando leo una novela y tengo que coger el diccionario cuatro veces cierro el libro. Y la estructura y la complejidad se logran con mucha revisión y reescritura. Escribir tiene que ser un esfuerzo doloroso, para que el lector lo disfrute y pueda ahondar en él en una segunda o tercera lectura.
—Has explorado diferentes géneros literarios a lo largo de tu carrera. ¿Qué te llevó a adentrarte en el género distópico con Hefestia, la última ciudad civilizada?
—Me gusta experimentar. Eso, como escritora, es malo, porque no creo un nicho de lectores. Es mi decisión escribir lo que necesito y como necesito. La distopía surgió, como ya he dicho, de investigar sobre la supervivencia. Era lógico que ese tema me llevara a un mundo terrible.
—En las páginas finales del libro dejas abierta la posibilidad de que haya esperanza para los habitantes de Hefestia. ¿Puedes compartir tus pensamientos sobre esta revelación y su significado en el contexto de la historia?
—He mencionado que para mí la esperanza es fundamental, y aunque quería un final abierto deseaba que apareciera la esperanza. Pero también es el preguntarnos si no estaremos equivocados, obcecados.
—La literatura ha imaginado sociedades distópicas y posibles “fines del mundo” de mil maneras. Es un género difícil en el que siempre se agradece encontrar una novela como la tuya, que se sale de lo común. ¿Qué le recomendarías a otros autores que quieran incursionar en esta línea de creación?
—Creo que lo más importante para un creador es la libertad. Cuando te encierras en tu lugar especial a crear un mundo, no puedes pensar ni en los lectores, ni en lo que se lleva, ni en el canon del género. Si quieres crear algo, cierra la puerta y deja todo fuera. Revisa y revisa a puerta cerrada, escribe lo que tú quieres decir con las herramientas que necesites. Cuando corrijas el texto, abre la puerta. Si lo que quieres es vender y ser famoso, no lo hagas así; pero no puedo decirte cómo se hace, porque nunca me he planteado vender mucho. Hay reglas, hay un canon, hay normas en cada estilo.
—Antes de Hefestia, la última ciudad civilizada, has publicado otra novela, titulada Los Owen: Lola y Carl, y un libro de cuentos, Una piscina en la bodega, del que por cierto publicamos en Letralia el cuento homónimo. Cuéntanos, ¿en qué proyectos trabaja actualmente Carmen Sogo?
—Voy a ser muy sincera. Una vez terminado el tema de la supervivencia quería entrar en las relaciones humanas. Durante dos años he escrito una novela sobre ese tema de unas trescientas páginas, y al comenzar la revisión me ha parecido aburrida, así que se ha quedado en un archivo. Ahora estoy trabajando en otro texto sobre ese tema, con una estructura muy rota, tanto en espacio, como en tiempo, desestructurada. No llega a ser literatura experimental, al menos no como la que se hizo en el siglo XX. De momento es un texto de ficción, no sé si será una novela corta o una novela. Desconozco el aliento que tiene.
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