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Escribir poesía en México

sábado 2 de diciembre de 2017
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“Escribir poesía en México”, Bonobos Editores, 2010Al leer Escribir poesía en México (Bonobos Editores, 2010), me detuve en Maricela Guerrero: “La forma de hacer crítica en nuestro país ha oscilado entre el ninguneo y la ofensa”, y me pregunto: ¿Acaso los poetas, aburridos, tenemos que denostar los ideales del otro, con el sano pretexto de escribir?

Los escritores mexicanos, como ciudadanos, igual sienten medio de la creciente violencia, y saben de su necesidad por debatir. Lo celebro al revisar el libro Escribir poesía en México, donde los compiladores señalan como carácter del proyecto: “la discusión en torno al binomio arte y sociedad está en el aire”.

Agrupados por Santiago Matías, director del proyecto Bonobos Editores, y los poetas Julián Herbert y Javier de la Mora, los ensayistas compilados cuestionan el presente México, se contradicen y confrontan. El libro contiene ensayos que puedo considerar imprescindibles. Como afirma Tedi López Mills (1959): “Esto es poesía, esto no es poesía y, generalmente, la que aprueba el examen se asemeja a la que escriben ellos. La tradición se busca en los otros”.

Son de destacar, además del trabajo de López Mills: “Poesía y tradición desde el ahora”, los trabajos de Luis Alberto Arellano (1976), Ernesto Lumbreras (1966), Maricela Guerrero (1977) y, para todo editor en México, el texto de León Plascencia Ñol (1968); en estos textos uno se siente contaminado por el deseo del poeta de mirar su mundo, de sentir y reconocerse como lector dentro del “drama” vivencial que los autores desarrollan.

Arellano narra su paso de tallerista a punto de tirar la toalla por la burocracia imperante en un reclusorio donde “cada lunes en ese pasillo me preguntaba si valía la pena dejarlo y no volver la siguiente vez”. Con una prosa limpia, serena, clara, llena de camaradería, te lleva de la mano por sus vivencias: “Mis talleristas hablaban mucho sobre lo que los llevó a prisión. Constantemente revisaban dónde fallaron, por qué los agarraron, a quién olvidaron sobornar”. Con base en lo anecdótico deja testimonio —de manera que hierve la sangre— como creador: “Como otros tantos, he sido tomado por una poética más inestable que enseñe marcas del proceso y de la persona que participa en él. Estoy en una búsqueda que no tiene un punto de llegada deseable”.

El texto de Maricela Guerrero recuerda el de Sylvia Koniecki, Análisis sobre el mito de Kurt Cobain (2004), que retrata a la generación de jóvenes nacida en la década de 1980. Guerrero define a su generación, nacida en la década de 1970, “aquella que interroga por la pertenencia a un tiempo y un espacio”. Luego de definir a su generación, dice de los poetas que comenzaron a publicar en los noventa: “Optaron por la búsqueda del lenguaje en poemas metafísicos con vocabulario enrarecido (…), de precisión y exacta manufactura de altos vuelos retóricos; poemas de lujo intelectual (…), algo así como la búsqueda de la divina gracia, poemas en lontananza y amadas etéreas inalcanzables (…), poemas en los que se prescinde de lo biográfico o histórico y se adopta una postura de iluminado en trance en loco afán contra la corporeidad que tanto nos ata a este mundo material, caduco e incierto”, con un encantador tono burlón. La intención de la autora se logra. El poeta es un ciudadano más con credencial de elector. Vive y convive dentro del mismo contrato social, y desde ahí, se aísla, se corrompe, se rompe, se desborda, se aniquila y se vuelve a levantar para decir: existo existo existo.

Adquieran el excelente libro compilatorio Escribir poesía en México, no se van a arrepentir.

El trabajo de Lumbreras es una crónica sobre la toma de Oaxaca por las autoridades federales en el 2006, mientras brindaba una serie de talleres literarios. Un fotorreportaje de imágenes poéticas. Como lector puede uno estar ahí, caminar con el autor y sus talleristas en las noches oaxaqueñas, de barricadas y bombas molotov. Sentarse con ellos a discutir la necesidad de la poesía en la sociedad: ningún poema ha servido para aniquilar a un tirano, para destruir un imperio, para sacudir a un pueblo y encaminarlo a la revuelta, y no ha dejado de hacerlo. Pues como dice López Mills: “Nunca he sabido qué obligaciones tiene el poema”, y en el texto de Lumbreras uno puede palpar y darse cuenta de esa aseveración.

Estos tres ensayos sobresalen por su factura, su intencionalidad, denuncia, interrelación y claridad. Muestran, enseñan, educan. A ellos puede uno sumar el de Plascencia Ñol; el trazado de una ruta como editor, texto confesional necesario para todos aquellos que quieren dedicarse a la edición de libros en México, más si la intención son libros de arte, más si se trata de libros de poesía: “Editar poesía es una aventura fallida. Sólo la obsesión permite seguir. Editar es el arte de la suplantación”.

Trece ensayos más invitan a reflexionar en el título y la apuesta. Carla Faesler sobre medios alternativos para la poesía y un recuento de daños. Myriam Moscona nos regala un tramado “feisbukero” para desarrollar sus intenciones literarias muy ad hoc. Un adormilante texto de Pura López Colomé sobre la traducción, que encantará a los interesados en el tema. Un casi-largo texto de Josú Landa sobre el valor y lugar de la poesía en el consumo del mexicano promedio: “Es estúpido esperar que la poesía ocupe un lugar más amplio y visible en el actual orden cultural, si no se le permite estar al tú por tú con la economía, la política, el deporte, el espectáculo y los noticieros, en los espacios ‘reales’ del presente”.

Como lector de poesía les comparto a los interesados. En verdad, adquieran el excelente libro compilatorio Escribir poesía en México, no se van a arrepentir.

Adán Echeverría
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