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Encender la palabra para ahogarse

miércoles 1 de agosto de 2018
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“& mi voz tokonoma”, de Efraín Velasco

& mi voz tokonoma
Efraín Velasco
Poesía
Fondo Editorial Tierra Adentro
Ciudad de México, 2007
ISBN: 9786074550368
76 páginas

Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.

José Lezama Lima

Imbuirse en la tradición literaria sin dejar de lado el homenaje, la influencia, el sentir, y con todo y a pesar de todo, crear el propio espacio para la hoja blanca. Desde ahí puede darse una primera lectura de & mi voz tokonoma, de Efraín Velasco (Oaxaca, 1977), hacia descubrirse en el caer de la voz, en las palabras que surgen del intelecto por una causa, haber sido tocado por el poema, por la poesía toda, por las lecturas y ese cable que se tensa para encontrar el sonido adecuado. Villaurrutia, Lezama Lima, Cortázar, quizá Wallace Stevens, por ahí algún dejo de Jaime Sabines y hasta Ernesto Lumbreras, visitando así mismo las coplas infantiles o los trabalenguas, todo lo que va formando nuestra tradición, vive y anida, es el sentir desbordado que apunta a una visión amplia de la palabra. Es el alimento, el combustible que despierta la flama: “Anda carniza, que brille algo de tu fósforo”, dice el poeta.

& mi voz tokonoma en apariencia no es un libro fácil, es un calidoscopio, un poliedro de significaciones. Es sentarse ante todo frente al ritmo que el autor ha pautado en su lectura, pero va más allá de la sonoridad, tiene en su cadencia de ideas, signos, significantes, ese complemento que lo lleva a ser un abanico de posibilidades, a estallarnos en el rostro, como una caja de sorpresa, y deleitarnos.

Desde el vértigo y la velocidad en que se vierte la primera parte, cuando miramos a la voz caer, detenernos en la contemplación del bosque, y avanzar completos hacia el poema que dura y quema al mismo tiempo. El poemario se ciñe sobre unos versos de Villaurrutia y está dividido en tres partes: “Cae mi voz”,  “Y mi bosque” y “Duraquema”, en alusión al “Nocturno en que nada se oye”: “Cae mi voz / y mi voz que madura / y mi voz quemadura / y mi bosque madura / y mi voz quema dura”. Para apuntarnos hacia la soledad, hacia la nostalgia, hacia mirarnos el rostro en el espejo.

Como la poesía es ese ardor que dura y va quemándonos a cada lectura, el autor cierra su libro con un apartado intenso y degustable: “Duraquema”. En esta tercera parte Efraín, sin dejar atrás la ruptura de la forma, termina por ahogarse en el propio incendio de la voz: “Uno está solo y mentira, para taladro como ese / apenas creer en la superficie bajo los pies”. El autor logra, con imágenes como esta: “El hoyo que eres / no lo eres en femenino…”, trazar la ruta hacia el erotismo. Sumido dentro de la tradición literaria infantil, uno descuella las ideas que hacen de la Caperucita un devenir erótico: “Durante algunos meses fuiste la más querida viviendo entre lobos”. Puede uno detenerse a mirar, voyerista al fin, la silla que deambula malintencionada por el cuarto, con dos ejemplares fornicando.

Cae la voz si nadie la escucha, cae hacia la flama del poema, hacia la luz de la hoja en blanca, y ceniza ya, como punta de carbón dibuja sus formas en el papel. Háganse los signos, signifiquen, que el poeta ha madurado las ideas, y éstas caen como frutos a la canasta del libro. Y con ese cúmulo de incendios en el vientre, el autor va por el atajo hacia los lectores, ofreciendo esos racimos de fuego, incendiando las gargantas, los ojos, los sentidos: “Pues bien, hoy vengo por ti, ya es la hora, recoge tus migajas…”.

Adán Echeverría
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