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Historia de un deseo prohibido
(sobre El deseo y la furia, de Luis Benítez)

sábado 27 de mayo de 2023
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Luis Benítez
Luis Benítez ha tejido, en El deseo y la furia, una finísima hebra del pasado, pero con tal calidad de detalles que nos sentimos habitantes fugaces de esas casonas señoriales y las estancias de la familia.

“El deseo y la furia”, de Luis Benítez
El deseo y la furia, de Luis Benítez (Vestales, 2023). Disponible en la web de la editorial

El deseo y la furia
Luis Benítez
Novela
Editorial Vestales
Buenos Aires (Argentina), 2023
ISBN: 978-987-4454-83-6
640 páginas

Luis Benítez acaba de publicar una novela histórica, El deseo y la furia, sobre los amores de Camila O’Gorman y el cura Uladislao Gutiérrez en los feroces tiempos del gobernador Juan Manuel de Rosas y la Santa Federación.

Mucho se ha escrito sobre este amor político-religioso. Y la historia convertida en leyenda fue tema de ranchadas entre mates y arreos desde los tiempos del Restaurador. Pero fue la película Camila, de María Luisa Bemberg, la que fosilizó la historia de la pareja trágica como un desatino más en el gobierno de don Juan Manuel. La historiografía mitrista abonó esta versión que fue refutada posteriormente por el revisionismo: una corte de juristas convocada por Rosas dictó la sentencia, entre ellos Dalmacio Vélez Sarsfield, de quien podemos pensar lo que nos venga en ganas, pero jamás reputarlo como mazorquero.

Luis Benítez tiene el pulso de quien escribe sin dejarse embaucar por los desvíos de las tendencias. Conoce las acechanzas del pasado. Luis Benítez espanta los demonios seductores de los argumentos simplistas de folletín. Luis Benítez se embarca en el tiempo de aquel tiempo tumultuoso para desenredar la madeja de aquellos años que los manuales pueblan con facilidad de villanos y de próceres. Allá donde un historiador percibe en brillo del bronce, Luis Benítez sospecha que es solamente una silueta humana y prudentemente toma distancia.

Instalados en la residencia del comerciante Adolfo O’Gorman, los lectores vamos conociendo a la familia y los criados, y esa recreación doméstica de la Buenos Aires que dejaba de ser la villa colonial para despertar al siglo XIX es la presentación magistral que nos entrega el autor si creemos, como muchos creemos, que el ambiente es la mitad del ser humano.

Luis Benítez ha tejido una finísima hebra del pasado, pero con tal calidad de detalles que nos sentimos habitantes fugaces de esas casonas señoriales y las estancias de la familia. Si se necesitaba el marco kantiano de tiempo y espacio para la percepción, Luis Benítez, después de instalarnos en esa sociedad porteña temblorosa de divisas punzó, recurre a la intuición que avala una candente imaginación para retratar a los personajes centrales de la trama: el omnipotente pater familiae Adolfo, la inocente Camila, el religioso tucumano Uladislao y el sargento Pantaleón Peralta Jovellanos, uno de los militares que se encargaron de fusilar a los enamorados.

Las descripciones de Luis Benítez tienen la presencia de esa estatura que el tiempo fue desgastando al pasado pero que por medio de la magia del relato se nos hace instante.

De este modo dinámico, la trama de la obra va y viene entre dos tiempos: el del juicio a Pantaleón Peralta Jovellanos después de Caseros (1852) como responsable de ejecutar la orden de Rosas y los tibios tiempos de amor entre Camila y Uladislao, en pleno fervor del gobierno de la Santa Federación. La obra de Luis Benítez, como esas pinturas de los maestros flamencos del Quattrocento que en un mismo ámbito pintaban un universo, no se detiene en el episodio de los amantes. En sus secuencias se despliega la avasallante personalidad de Facundo Quiroga, los pormenores de la Vuelta de Obligado, que fue la primera defensa formal de nuestra soberanía, y hasta la toma de Malvinas por parte de marinos británicos. La historia no se recorta en el marco romántico de las penurias del cura enamorado de la niña de sociedad: la novela avasalla los límites y se interna de lleno en la época con toda la complejidad de sus personajes. Las descripciones de Luis Benítez tienen la presencia de esa estatura que el tiempo fue desgastando al pasado pero que por medio de la magia del relato se nos hace instante:

Aquella helada mañana de 1845, cuando dieron las ocho las lejanas campanas de la iglesia del Pilar, y luego se hicieron oír los carillones de la más cercana San Nicolás de Bari, entre bostezos y maldiciones, el hombre de turno destacado ese día por el Español orinó contra la pared de ladrillos de la calle desierta, sin ver que se acercaba ya el sereno de la parroquia, provisto de escalera y larga pértiga para apagar los faroles alimentados con grasa de potro. El funcionario municipal ya se le iba encima al verlo hacer, cuando el agente se volvió hacia él, dio la contraseña mirándolo muy fijo y el sereno, detenido en seco y escondiendo rápido el rebenque, se le cuadró y musitó su tímido “viva la Santa Federación”, antes de escurrirse calle abajo a todo lo que le daban las piernas.

Con este breve fragmento percibimos el clima de aquel ayer. Está creado el ambiente narrativo, aquel paisaje ya viejo de recuerdos, los personajes callejeros que viven en las páginas; sentimos, como lectores, el apuro del hombre sorprendido en una falta, la distracción del sereno, la severa vigilancia política y policial.

En ese relicario se inserta la gema de la novela. La historia dispar de Camila O’Gorman y su verdugo. Luis Benítez cruza ambas historias como si fluyeran en paralelo, como si el pasado de los amores prohibidos entre el sacerdote y Camila acudiera al futuro (que es después de Caseros, cuando Rosas ya ha sido derrocado y gobierna Urquiza) y el futuro imperfecto de Pantaleón Peralta Jovellanos se citara con el pasado en el único punto que los unió: cuando la pareja fue capturada y conducida al pelotón de fusilamiento.

La novela de Luis Benítez fluye naturalmente. El río de la historia ha corrido sin que fuésemos testigos; por eso, el río del arte, que tampoco retrocede, puede convocarlo como lo hace Luis Benítez oficiando como si nos contara nuestra propia historia desventurada.

Con la misma naturalidad.

Alejandro Bovino Maciel
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