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Poemas

lunes 10 de agosto de 2015
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1

La calle intoxicada de malos agüeros
los nuevos déspotas con su corazón mullido

He contenido la palabra para no fundar arrebatos
he forcejeado también con la noche desahuciada
y su menoscabado colchón de maledicencia roja
mientras mi pelvis claudica sin la erupción de los aplausos.
Sola de mí con la libre jerarquía
de alzar apetitos sobre la arenosa espalda,
deshacer el ruido ahíto de sombreados mártires
con olor a almizcle.

Uno las herrumbres respectivas de antiguos insomnios
mi instinto se apega al nombre exacto clavado en la ingle
un labio semiabierto lo columpia hasta el hartazgo para sacudir migajas
y seccionar la resaca tenebrosa que produce el desfiladero.

Sola de mí, pulo los ojos nómadas que cuelgan del acantilado
y una lengua vidente sabe que me acerco
con este morbo intermitente que asquea
para calzarme a él sin el aire de la fuga
limpiarnos mutuamente los rubores de las frentes
tocar las domesticadas bocas y descubrirnos más.

 

2

Poema XIV

De usted nace la marca de la náusea
cuando expone el alma insidiosa
de una ciudad a oscuras.
Usted que se sabe semimuerto
solo desde el primero de los títulos
frente al muro inexacto de los mares
sin ninguno de los equivalentes
de Berzelius bajo su sombra.
A usted lo persigue el surco antiguo
custodio del aro distribuido en su cintura
donde habitan los movimientos soterrados
de un tiempo insano
(los que reaviva con el barro volcánico
de la derrota).
Usted es hoy el hueso roído del águila,
astilla en el panal apedreado,
d  e  s  p  e  r  d  i  g  a  d  o
va en la búsqueda del espejo cóncavo
donde develar las ruinas de un siglo atabacado.
Usted, en la ternura ociosa del claustro
se va adormeciendo, y en lo índigo
del amor que escasea
su jerarquía es humo y mansedumbre:
Vive para la sordidez
entre el saldo negativo del deseo.
A usted, pájaro hemorrágico
los años le empujan el plumaje,
raramente se hunde en la alfombra
la redondez de una lágrima.
Sin precisión para dejar su mordedura en el otro
Usted, Poeta, ese animal triste.

 

3

Caída

Yermo cántico
hundiendo la cúpula
augura la materia oscura.
Cítara caduca
crujiendo averiada
la urdimbre de voces en trance.
Gota salífera las bocas
sus oídos casi ciegos:
erranza y su rojiza caída.

 

En el declive de las olas

“Las noches en los puertos cuando la soledad y el deseo
nos acompañaban por los muelles”

Juan Liscano

Yo viajaba de noche entre raíces menudas
despojaba al océano de bestias fluviales
y entre la línea difusa de mar y cielo
mi cuerpo bañado sus alas suspendía.

Yo besaba crepúsculos con mis pestañas
en el temblor del beso se vertía el follaje
en una nube verde perfumada de sales
conduje mi carruaje hasta su barca.

Era el cielo liviano como un niño dormido
como el rumor dorado de los albatros
como las manos de un pez que sumergido
rozaba las venas extendidas del oleaje.

Yo tendí las membranas hasta su frente
despojaba sus túnicas hieráticas plisadas
y en la majestuosidad desnuda de mi espalda
redimía el pecado de fuego en alfileres de agua.

Su rostro se regaba sobre la dermis
apenas perceptible se hilvanaban
enramadas fragantes de arena finísimas
sembrándonos las pieles edénicas despobladas.

Después el lodo blanco del silencio,
un silencio de espuma perpetuaba
la ensoñación que en nuestras lenguas se dormía
el repique de mi vientre en su boca de piragua.

 

Finalmente el festín

a Armando Rojas Guardia

He sentido caer los párpados entre los granos de polvo al descubrir una sinfonía a destiempo.
He conversado con la sombra del desamparo —me he posado en sus ruinas.
He mamado el hilo tempestivo de un cello sin cordal triturada su caja hueca en el pandemonio.
He tensado la cuerda que columpió a la muerte con fármacos anticolinérgicos a la hora del postparto.
He saboreado letal sal diseminada junto a las bocas de los míos y aún recorre mi lengua la terneza de los naranjos —su riachuelo florido de un blanco ángel.
He quebrado la paz tenue en el silbido agudo del padre donde reposan mis vértigos.
He truncado la ávida memoria con lo “Áspero” de Arráiz —espeso y rebelde se ha instalado en mis muslos.
Finalmente el festín sobre un lago espectral.

Junto mis manos famélicas y lavo la devastada piel de la calvicie de los días
porque hirsuta y exhausta he sido feliz.

 

Noctívaga

Visto de afonía desmembrada
cuando la noche alta
y su liviano cabello
ata mi lengua.
En segundos abrevados
calcino las sombras diurnas
que abrían paso sigiloso
entre los dedos de fuego.
Y abajo,
del vendaval de piedras
superpuestas en techo penumbroso
acaricio longevidad noctívaga.
Ella baña con cicatrices menudas
la gruta del limo limpio que transito
sobre nube augusta confidente.
Dos cipreses blancos custodian
este dolor de paz.

Natalia Lara
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