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Cinco poemas

miércoles 9 de noviembre de 2016

Mi querido Renier

llegaste y te fuiste
y no sentí nada.

Tu cabeza de ónix
era del tamaño
de una rueda de huso
fluyendo sobre mi cuerpo,

una pirueta bordando
una supernova en la cúspide
de mi imposible ser.

¿Y yo?
Fui detalle emplumado
de lo que pudo haber sido.

 

¿Qué tal si me siento?

¡No pierdo más mi tiempo!
La distancia entre nosotros
es humo de tren que partió
un domingo hacia la nada,

imitación ventrílocua
de palabras eróticas, laberinto
de rejas con alambres de púa
enmarcando los pasillos del deseo.

Ofreces afeitar mi sol
mientras mido tus intentos de lamer
mis sueños. Pero pisas en falso
y te caes antes de estremecer
mi zona erógena.

 

¿Cómo de bien conoces América?

Viví en su jaula
de carnaval
como un babuino.
Fui liberado
con un microchip
en el oído,
toda mi lucha extinguida.
Dejé que sus botas
aplastaran mi cara
en el fango,
nadé en su sangre,
me senté desnudo
sobre las estanterías
donde almacena
las causas perdidas.

 

Llueve plomo

Llueve,
llueve plomo
en el silencio,
muere
la luna creciente,
se ahoga en sangre
la estrella
que alguna vez
arropó a Rumi
mientras soñaba
con su amante.

 

Tembló el mar

lo descubrí
en el nombre de Alejandro
asociación obligada
por mi psiquiatra.

Esperé a ver qué clase
de mariposa salía de mi pecho
antes de pronunciar
mis últimas palabras:
se verán las caras
aquellos que tienen un corazón
lleno de estrellas.

Cuando muere la luz
muere la aurora.
Ya no pisas como antes.

Mis manos
encontrarán las tuyas
en oración abrigada
por fragmentos de pájaros
goteando agua.
El torrente nos arrastra
hacia el ensueño
en medio
de nuestra propia oscuridad.

Sergio Ortiz
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