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Cuatro textos de Alejandro Eufrasio Mercado Martínez

jueves 7 de marzo de 2019
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No, no es demasiado tarde

En sus ojos el horizonte. En sus manos el futuro. Abrasador su espíritu resplandeciente. La gente coge asiento. La oscuridad herida y el mal devastado. Sólo queda aplaudir pero la obra no termina. La verdadera batalla ocurre ahora. Somos héroes avanzando en un mundo sin fronteras. No tenemos destino. No tenemos meta. Sobrevivir nos es aburrido. Condenarnos cómodo. Somos nuestros villanos. El mal nos abunda pero no lo detenemos. Matamos y miramos hacia otro lado. Helados con el prójimo y preocupados por lo absurdo. ¿Dónde queremos acabar? Sin duda animales somos y más que ninguno. Seguimos perdiendo terreno. Incierto queda el mañana. Las disipadas esperanzas quedan en el profundo olvido. Aun apostando nuestra posesión más preciada esperando que alguien mueva ficha a nuestro favor. Sin creer nuestra mentira tirando dados. Robamos cartas y estamos a un paso de la victoria o al menos eso nos dice la iluminada. Esa luz es ciega y egoísta. Juguemos en equipo y dejemos de enfrentarnos y engañarnos. Volvamos a la raíz en busca de esos recuerdos perdidos. Sembremos un mundo de felicidad y fraternidad entre todos. Quememos esos males oscuros y viles que se aprovechan de nosotros. Estamos a tiempo de frenar y dar marcha atrás. Empecemos nuestro futuro en el presente. Miremos adelante sin mirar atrás. El borroso paisaje se nos abrirá y la tan ansiada victoria nos será brindada. No, no es demasiado tarde.

 

Tan cerca, pero a la vez tan lejos

Sin casa. Sin familia. Sin amigos. Sobre tierra de nadie se refleja en celeste agua. Su ayer oscuro y mañana incierto. El cocodrilo amenazante espera al descuido para dar bocado. El agua fluye. El codo sobre la rodilla y la mano bajo la barbilla. Volver no es una opción. Todo apostado al desconocido porvenir. El abismo impasible. El horizonte inalcanzable. Sumergido en la burbuja del abandono que sigue inflándose con cada duda. Con el peso de los malos recuerdos que se niega a soltar. Esperando que las lágrimas en el porvenir desvanecerán. Esperando que lo logrará. Encadenado al tiempo. Encadenado al camino. Un atisbo de luz se libera. La llama se prende. La carga se desprende. La meta espera. Sólo queda un desafío. Todo recorrido y todo por recorrer. Las cartas echadas. Mira al frente y vislumbra su destino. Mira a su alrededor y se ve reflejado en la muchedumbre. No puede perder. No ahora. Sube al cochambroso navío. A medida que transcurre el viaje muchos fracasan. La sombra encapuchada se muestra indicando que la suerte no ha acompañado. Rompe a llorar. Tanto esfuerzo para nada. Tan cerca, pero a la vez tan lejos.

 

Un nuevo mundo

Atrapado en la desocupación. Encadenado a la libertad. Roto cual juguete usado. Esperando el desenlace sin propósito alguno tachando los perniciosos días uno a uno del calendario. Con la soledad como única compañera. Ya todos se fueron. Los pájaros cantan y el Sol vuelve a salir. Mirada perdida y fe olvidada. Ya nada importa. Nacer para morir. Estamos aquí de paso. Despertamos de un oscuro sueño en un mundo cristalino para después volver a esa apagada ilusión como si de una maldición se tratara. ¡Dichoso nocivo hechizo que con su embrujo nos priva del placer! ¡Dichoso laberinto vil lleno de sombras que juegan contigo cual marioneta! Sin encontrar la salida todavía y muerto de sed. La esperanza persiste. Aguanta y disfruta que nunca sabes qué puedes encontrar. Deléitate perdiéndote y volviéndote a encontrar en este viaje de locos que llamamos vida pues sólo es de ida. Dejemos las cadenas y subamos a lo más alto para contemplar la belleza del maleficio y sólo entonces evocar a la tierra prometida que siempre estuvo accesible pero irónicamente oculta a nuestro ciego ver. Démonos la mano y andemos firmemente hacia la llama ardiente. Salgamos de la cueva y abrámonos al nuevo mundo que nos espera.

 

Los monstruos existen

Sin poder moverse. Atrapada en el maleficio. Ya la esperanza perdida. Ya la humillación insoportable. Espera al fin. ¿Quién sabe si la siguen buscando? Ya no recuerda la luz del Sol. Ya no recuerda el canto de los pájaros. Pensaba que los monstruos no existen. Se equivocaba. Ya no sabe qué creer. Ya no sabe qué pensar. Con el miedo como único compañero. Con el tiempo como enemigo. Una sombra desciende los peldaños. ¡Es él! Una gota se desliza en su mejilla. Cierra los ojos. No tiene el cuerpo lleno de pelo. No tiene colmillos ni orejas puntiagudas. Él es el verdadero monstruo. Tiene dos ojos y una nariz. Dos piernas y dos brazos. Cualquiera diría que es otro humano cualquiera pero no es así. Ella misma lo llegó a pensar. Se equivocaba. Con cuchillo en la mano, el monstruo se dispone a terminar con todo. Abre sus ojos empapados y lo mira una última vez. Esta vez con rabia en vez de miedo. Llena de enfado. Llena de ira. ¡Qué injusta la vida! ¿Quedaste satisfecha, bestia? Te llevaste una vida. Te la llevaste y no volverá. Sin duda los monstruos existen.

Alejandro Eufrasio Mercado Martínez
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