XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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El eco de tu olor
(un monólogo cruzado en la guerra civil salvadoreña)

martes 27 de octubre de 2020

Personajes:

  • Ana (50 o más años), usa vestido, delantal y zapatos de lona. Lleva una carretilla de albañilería cargada con diversos objetos; silla plegable, una sombrilla de pedestal, recipientes con agua, tazas, vasos, platos, un pequeño palo que hace la función de hurgar objetos, cubiertos, ropa y calzado de diverso tamaño.
  • Paco, similar edad que su hermana, aparecerá con su uniforme y fusil de soldado raso, porta radio comunicador, casco, su cantimplora, mochila, etc. Tiende a sudar mucho. A cada rato limpia su cara.

 

Escenario:

En las afueras de la ciudad, a lo lejos se distinguen viviendas modestas; a la orilla de la calle, tres espacios de un metro cuadrado, distribuidos del centro del escenario a la izquierda, separados por cincuenta centímetros uno de otro y con una altura de cuarenta centímetros. El primero con el que ella se encuentra estará a una altura de metro y medio con vestuario y calzado diverso en estilos y de todas las edades y géneros. Paco ingresa por el sector de los espacios vacíos, comparten escenario, pero no diálogos.

 

Unos te dicen que son hombres y cuando les preguntas qué hacen, te dicen que son maestros o trabajan la tierra ¡y se creen hombres!

Jornada 1
Luz matutina

Ana (entra del lado derecho del escenario, empujando la carretilla. Se detiene frente al primer espacio con ropa, está cansada. Limpia el sudor de su cara. Rodea lentamente el montículo, mira a su alrededor con temor de ser descubierta, se detiene para fijar la vista con más atención a alguna prenda, continúa en su observación, repite la acción anterior y luego vuelve a la carreta. Suspira. Se dirige a alguien que no es visible ni audible para el público, ubicado a un metro y medio de distancia y en dirección de los 45 grados, e inicia una conversación, sus intervenciones dan espacio para la respuesta que solamente ella escucha): ¿Vas a quedarte ahí?

Paco (ingresa del lado opuesto que lo hace Ana, actitud cautelosa de alguien que llega a cumplir una misión, hace ademanes a alguien que no es visible ni audible para el público y que se encuentra detrás de él. Señal de alto, informa que deben vigilar, se tira al suelo, mirando al horizonte, de momento a momento a los lados, alguna vez hacia atrás para verificar a su compañía): ¡Atento!, ¿eh?

Ana: Deberías acercarte más, pero esa es tu decisión.

Paco: ¡No debes acercarte más! ¡La patrulla tiene que estar dispersa! Si el enemigo ataca, tendremos la posibilidad de que uno de los dos vuelva al cuartel general a comunicar a los superiores, al sargento Padilla, que hemos sido emboscados.

Ana: Estoy cansada (bostezando), jejejejeje, creo que no dormí suficiente. ¡Pero tú tienes la culpa!

Paco: ¿Quién no va a estar cansado? El ejército no son vacaciones, el ejército es para estar 7/24, ¡ah! ¡Pero si hacemos mérito y agarramos a un hijuepueta guerrillero seguro nos hacen cabos a los dos! Eso sí, vamos a tener que estar alertas.

Ana: ¡Y todas esas historias de fantasmas y aparecidos que estuviste contando!

Paco: ¡Aquí no has espacio para esas historias! ¡O eres hombre y eres soldado! ¡No funciona de otra manera! Unos te dicen que son hombres y cuando les preguntas qué hacen, te dicen que son maestros o trabajan la tierra ¡y se creen hombres!

Ana (seria): Claro, y lo sostengo, no le tengo miedo a los muertos, lo que pasa es que me dejaste pensando en mis propios muertos y como son tantos, a una no  le termina de alcanzar la vida para acordarse de las cosas de ellos (pausa).

Paco: ¡Los peores son los humanistas!, ¡ah y también los artistas! ¡Aman la vida que no tiene los cojones para acabar con los traidores! ¡Los soldados estamos para hacer muertos, ese es nuestro ser! Y apréndete esto bien, un hombre es soldado y punto y el soldado que no mata, no es hombre y tampoco soldado, será hasta más noble esta basura que vienen a tirar aquí, porque alguna vez sirvió para algo que en lo que termina aquel que no cumple con su deber.

Ana: Si quieres quedarte ahí es cosa tuya. Voy a empezar a revisar este relajo de cosas (se acerca y empieza a mostrar ropa con calzado atrapado en sus extremos), observa que esto podría evitarse si tuvieran la cordura de no mezclar las cosas (continúa extrayendo y revolviendo objetos). Esto va a tomar mucho tiempo (se detiene). ¿Y tú…? ¿no vas a…?

Paco: Ya llevo varios, sí, lo que pasa es que se va perdiendo la cuenta.

Ana: Para mí también lo es, no es que disfrute haciéndolo, imagina la cara de la gente que me mira en este afán.

Paco: Siempre, no he hecho otra cosa desde que me reclutaron y no cambio esto por nada en el mundo.

Ana: ¿Pero que más me queda? Deberías venir y así al vernos será menos sospechoso.

Paco: En el ejército también hay envidias, más de treinta años y no ser oficial, no se explica más que por las truculencias de la tropa que no reconocen el mérito de un verdadero soldado. Tú porque estás novato no entiendes estás cosas, ¿cuántos años tienes?

Ana: ¡Que estás cansada! ¿De qué? Yo traigo la carretilla, tú no traes nada, ¿de qué te cansas? ¿De caminar? Ni que tuvieras mi edad.

Paco: ¡A esa misma edad me reclutaron! Te falta mucho, chico, por eso te han puesto con este viejo experimentado.

¡Si no vas a moverte, por lo menos avísame si se acercan los soldados u otra persona!

Ana: Esta edad es de cansancio, porque es la edad de la vejez, pero tú con años mozos, ¡eres una chiquilla que estás aprendiendo a vivir!

Paco: ¡Claro, eso difícilmente se olvida! Serví en el batallón Las Águilas, ¡ese es un batallón!, no hay otro como ellos.

Ana: Allá con tus cosas… (ladridos de perros, mira en dirección a la ciudad, continúa hablando), ¿serán ellos?

Paco: Desde aquella época exigían el bachillerato y, si quería quedarme, tenía que estudiar y yo nada más tengo tercero de básica y entonces me trasladaron al cuartel central y de ahí apoyo las misiones.

Ana: ¡Pues quiénes más! ¡Los soldados! (hablando bajo). ¡Ves lo que me haces con tus necedades! ¡Ya estoy gritando por tu culpa!

Paco: ¿Por qué preguntas eso? Que yo sepa no soy sordo y además no te estoy gritando. Pero tienes razón, mejor le bajamos a la voz (baja el tono, pero luego vuelve sin darse cuenta a hablar fuerte), la idea es sorprender al enemigo, no que nos sorprendan a nosotros, jejeje jejeje.

Ana: ¡Si no vas a moverte, por lo menos avísame si se acercan los soldados u otra persona! (voz en tono natural de conversación). De todas maneras, una es extraña en cualquier parte (va a la carretilla y extiende la silla y se la ofrece).

Paco (se percata de unos ruidos y hace señal de silencio): Shshshs (bajo), creo que alguien se acerca (señal de alerta y señala una dirección por donde considera provienen los mismos, se arrastra por el escenario, pero advierte a su interlocutor no moverse, por unos instantes estará expectante, ajusta su fusil para disparar, acerca la mirilla a su visión).

Ana: Si eres orgullosa, prefieres estar moviendo esos arbustos con tus pies, ¿por qué no te sientas? Entonces, no te quejes de tu cansancio, y deja de hacer ese ruido, me imagino que puede ser una culebra (deja la silla cerca de la carretilla), vuelvo a lo mío.

Paco (regresa sobre su trayectoria y se coloca en la posición anterior): Seguro era una zarigüeya o alguna culebra, ya no se vio nada.

Ana (sigue hurgando en la montaña de ropa, saca una camisa de adulto, manga larga, la revisa minuciosamente, luego sonríe): Napo tenía una camisa así, le gustaba usarla para dominguear…

Ana: ¿Dominguear? A ver (avanza medio metro en dirección a su interlocutora y se detiene), muéstrame tu cédula de identidad, es para confirmar si su excelencia nació en la madre patria española o la parieron bajo un tapexco de tihuilote del cantón Cincuya, jurisdicción de Tecoluca, departamento de San Vicente, República de El Salvador en la América Central. ¡Vamos, veamos sus documentos, reina!

Paco: Esto es lo rural, es lo que les gusta a las culebras. En mi cantón, dabas un paso y ya tenías culebras para escoger colores.

Ana: ¿Qué muy rápido me enojo? ¡No, es que vos te pones en un plan de Ave María Santísima que si del cielo te bajaron a este chibiriscal! ¿No saber lo que es dominguear? (negando con la cabeza, regresa a la ropa). Pero no es camisa de Napo (la arroja de donde la sacó y continúa hurgando y de a ratos cambia de lugar, hasta quedar detrás de la ropa, muestra un vestido de niña de unos cinco años, emocionada). ¡Mira lo que encontré!, Lupita tenía uno así, sólo que aquel tenía unos cordones de atar, ¡linda mi nietecita! (pausa). ¡Se le veía tan bien en su cuerpo menudito que parecía una muñeca para comérsela a besos y abrazos!

Paco: ¡Bah! Las culebras en Las Águilas eran arma y alimento. Por eso te digo que te falta mucho por aprender. Las atrapábamos y las metíamos en un saco, luego cavábamos un hoyo en la zona que conocíamos que el enemigo transitaba y las vaciábamos, ¡eran gritos para dar risa!, si eran cipotes como vos, llamaban a su madre, y si eran viejos cómo clamaban a su dios, jejeje jejeje, también puedes divertirte en el trabajo.

Ana: ¿Verdad que sí es bonito? Debiste verlo puesto en ella, era una cosa casi celestial, bueno, creo que esa sensación nos pasa con todos los chiquillos. Ya decía que esa gran cabeza no es por gusto en tus hombros, que hay un corazón para compartir el dolor.

Paco: Eso es lo que más debes mostrar, valor y sólo valor, pero que nunca se te ocurra desobedecer a tu superior, ¡que entonces te chingaste la vida!, nada de lagrimitas o ponerse señor corazón, ¡porque esas mariconadas no las aguanta el ejército!, sólo tu madre te puede dispensar escenas de princesa lastimada, pero no el ejército.

Tu familia somos nosotros, no hay mejor familia que el ejército, de ahí todo lo demás se te olvida.

Ana (deja el vestido y es visible al público, está llorando): ¡Pues sí (gritando), sí, ya estoy llorando! ¡Y así voy a continuar hasta que todo esto acabe! ¡Sí, cuando termine la guerra, cuando terminen las masacres en los pueblos, cuando dejen de sacar a las gentes de sus casas y los ametrallen o se los lleven y los desaparezcan y una se quede siguiendo su rastro, buscando sus cosas que andaban, su ropa, su escapulario, sus zapatos… (se sienta, llora, pausa).

Paco: ¡La guerra es lo mejor!, no hay que comparar con ella y a veces cuando no tienes el enemigo tienes la oportunidad de atacar a sus colaboradores, ¡la gente pendeja que ayuda a los guerrilleros! Y eso todos lo sabemos, el que ayuda a un enemigo es un cómplice, si es cómplice es traidor y si es traidor, debe morir, así de sencillo. Porque esta guerra va a durar lo que sea necesario para acabar con el cáncer que mata al país. No, la frase es del comandante, pero entrenado por un norteamericano, ¡bien preparado el viejo!

Ana: Ojalá lo supiera. ¿Y si Dios tampoco lo sabe? Por favor, no me hables de blasfemias, eso no es nada a lo que le he dicho por mi familia… (silencio).

Paco: Tu familia somos nosotros, no hay mejor familia que el ejército, de ahí todo lo demás se te olvida, aquí te celebran tu primera bala, tu primera captura, que te advierto que eso no es tan fácil, lo que se hace primero es matar, pero agarrar un guerrillero, ¡son listos los malditos!

Ana (lentamente): Mi familia (reacciona y se pone en pie), pero tú no sabes nada de eso. La angustia de verlos salir y luego esperar que todos vuelvan sin ningún contratiempo, sin amenazas, sin miedo, ¡eso!, ¡no tener miedo!, ¡vivir sin miedo!, ¡caminar en la calle, hablar a la gente y no preocuparte por el miedo!

Paco: Pero al final todos tienen miedo, ¡cobardes! eso no cabe en el pecho de un soldado, ni los sentimientos, esas cosas son de mujeres, las mismas que llegan a cada rato al cuartel y se entrevistan con el sargento.

Ana: ¿No me entiendes? Tenerlos a todos en casa solamente disminuía mi temor, pero nunca desaparecía, era como una resequedad en la garganta, no había agua que la desapareciera por completo y ahí se queda, agarrada de tu existencia. Seis meses que están desaparecidas. Yo llevo bien la cuenta y hasta hoy nadie me dice algo sobre ellas. Los vecinos me aconsejaban que dejara las cosas así, ¿así como?, les preguntaba y luego me respondían con temor, dudando. Sí, fui a la policía, al cuartel a denunciar que la autoridad me había desaparecido mi familia. Bien me acuerdo del que me tomó la declaración, gordo y bigotón, con su gorra de tela, me dijo que le llamara sargento Gutiérrez y comenzó a preguntarme y yo a responderle (hace voz grave para indicar la voz del sargento con gestos y ademanes que simulan a esa persona):

—Nombres completos y edades: Mariana Luna 20, Carmela Luna 19, Napoleón Luna 18 y Lupita, perdón sargento, Guadalupe Luna 5 años.

—¿Hijos reconocidos o naturales?: naturales.

—¡Bastardos!: el hombre no los quiso reconocer, señor, perdón, sargento.

—Parentesco con el denunciante: hijos y nieta.

—Día y hora de su desaparición: jueves 26 de septiembre de 198…

—Breve descripción de los hechos: los vecinos comentan que un grupo de sujetos ingresaron a la vivienda buscando evidencias de ayudar a los guerrilleros, ya que tenían sospechas de estar apoyando a los enemigos del gobierno. Todo esto ocurrió en mi ausencia, debido a que fui de visita donde una comadre y regresé hasta bien entrada la noche para encontrarme con la puerta abierta, luces apagadas y, al encenderlas, ropa tirada en el suelo, platos quebrados, cocina dañada y, al preguntar por ellos, mi corazón se agitó porque no los encontraba, grité por ayuda y parientes cercanos me narraron cómo los subieron a todos llorando a un camión y salieron en dirección al pueblo.

—¿Y según usted quiénes se los llevaron?: no lo sé, Sargento, algunos dicen que eran soldados.

—¿Quién dice eso?: no estoy segura, eso me dijeron.

—¿Quién?: ya no lo recuerdo, Sargento.

—En ese caso no le puedo ayudar, tiene que darme los nombres de los que le han informado a usted sobre la desaparición de sus familiares.

Paco: Mujeres que llegan a reportar a sus parientes desaparecidos y que terminan acusando a los soldados, sin más las manda a echar el sargento, ¡tremenda falta de respeto al uniforme!

Ana: Quise insistir, pero el hombre se molestó y me mandó echar con otros policías y esta es la única forma que he descubierto para acercarme a ellos, para encontrarlos.

Paco: ¿Escuchaste algo allá atrás?

¿Disparos? ¡Los camiones del ejército son los que vienen! ¡Por qué no me dijiste que se acercaban!

Ana: Sé que no es la mejor opción, pero, ¿qué sugieres?

Paco (con movimientos indica que den la vuelta, él hace lo mismo y sale).

Ana: ¡No! ¡Eso no lo voy a hacer! ¡No voy a volver, no lo haré hasta que los encuentre!

(Pausa)

Paco (en off): ¡Vamos, apresúrate, no se nos vayan a ir estos canijas!

Ana (vuelve a seguir buscando entre la ropa. Se concentrará en esta actividad que consistirá en extraer diversos tipos de vestuario, revisarlo, hacer memoria si se relaciona con alguno de sus familiares, los extiende, los sacude y luego los abandona. Se mueve por todo el cuerpo de ropa, repitiendo lo anterior, pero siempre visible para el público. Se escuchan unos disparos, pero ella está abstraída en su quehacer y no se da cuenta. Sonido de carros grandes en marcha por la fuerza de los motores, se oyen a distancia, pero poco a poco se acercan. Nuevamente los disparos).

Paco (en off): ¡Dispara, pero a los pies!, ¡recuerda que tenemos que capturarlos vivos!

Ana: ¿Qué dices?, ¿disparos? ¡Ahora resultaste pitonisa porque no escucho nada! (negando con la cabeza, reacciona al sonido progresivo de los motores de camiones). ¿Disparos? ¡Los camiones del ejército son los que vienen! ¡Por qué no me dijiste que se acercaban!

Paco (en off): ¡Cuida el flanco izquierdo!

Ana: ¿En qué momento, mentirosa? Si no me he movido para decir que por eso no escuché. ¡Ya basta! Me estás resultando más fregona que mi madre.

Paco (en off): ¡Mira el flanco derecho!

Ana (toma la silla, la tira en la carretilla, la levanta y se dirige en dirección de su interlocutora): Tenemos que escondernos, si nos encuentran seguro que nos capturan. Por allá distingo unos matorrales que nos ocultarán (sale por el lado derecho del escenario, en off). ¡Qué esperas, mujer! ¡Ni te creas que van a tener consideración por ti!

Apagón.

 

Jornada 2
Luz de mediodía

Ana ingresa de la misma forma que en la jornada 1. Ahora en el escenario habrá dos promontorios de ropa. Se acerca con la carretilla hasta el segundo espacio con ropa. Luego se regresa al primero, extiende la sombrilla y la silla que porta en la carretilla y se sienta. Habla y mira en la misma dirección de la jornada anterior.

Ana: Pues porque estoy cansada, además este calor ya es de infierno.

Paco (ingresa por la misma sección anterior, se incorpora a tomar la posición de la jornada 1).

Ana: Me duelen mucho los pies (los estira y se descalza, se los frota entre ellos), estar parada y luego salir corriendo por los soldados.

Paco: ¡Ya vamos a tener mejor suerte!, ¡tenemos que atrapar un guerrillero, no sólo matarlo, los jefes quieren sacarles la información! Pero hubieras disparado uno.

Ana: Ya sé lo que me vas a decir, y la irresponsable y descuidada fuiste tú.

Paco: ¡Pues claro, chico, vos porque sos muy joven y no entiendes lo que está detrás de la guerra! ¿No te explicaron eso en el entrenamiento?

Ana: Así como lo oyes. Pues tú estabas a cargo de la vigilancia y me resultaste más despistada que una joven enamorada.

Paco (asintiendo): Si los preparan mal en la instrucción, todo eso me lo explicaron, vinieron oficiales de la escuela militar a contarnos la verdad.

Ana: Hablar del amor, ¡no seas ridícula! ¡Ya estamos viejas! ¿qué pueden decir dos viejas sobre el amor?

Paco: Pero no te preocupes, voy a ayudarte con todo lo que conozco, ya verás que te harás un soldado de combate de mérito, pero cuando diga dispara, lo haces.

¡Si te oye el sargento te va a meter a barracas y con quince días sin licencia y de paso hasta me jala a mí por no decirte nada!

Ana: ¿Sabes qué? (poniéndose en pie y buscando en la carretilla). Tengo hambre (encuentra algo y lo ofrece). Toma… tengo suficiente, eso me hubieras dicho desde el principio (vacía un termo y llena dos vasos); tampoco, pero no es café.

Paco: Sí, cuatro (se limpia el sudor), pero la mujer se los llevó porque no quería que se hicieran como su padre (inspirado), un soldado de esta gloriosa patria.

Ana: ¿Por qué siempre gritas? Mejor acércate y así hablamos más bajo.

Paco: No sé dónde andarán echando los pies, pero ya se me pasó el sentimiento, en los cuarteles no hay tiempo para eso.

Ana (poniéndose en pie y acercándose a la ropa): Veamos qué nos dejaron los soldados. Hay muchos zapatos aquí. No te daré un par de zapatos.

Paco: ¿De qué te quejas?, ¿estás seguro? (limpiándose el sudor); puede ser, es que estas tierras son de culebras, ¿cómo te sentís?

Ana: Es cierto que no son míos, pero no es correcto que los tomes. Sí, ya sé que los necesitas, pero no es correcto tomarlos.

Paco: ¡Shshshshshsh, bájale a los gritos! ¡Si te oye el sargento te va a meter a barracas y con quince días sin licencia y de paso hasta me jala a mí por no decirte nada!

Ana: Sería como una especie de robo. Se los han quitado a alguien y no voy a ser yo quien continúe con ese pecado. Imagina que existe otra persona como yo buscando a sus familiares y que porque alguien se llevó sus prendas pareciera que siguen desparecidos, cuando en realidad los han tomado para resolver sus necesidades.

Paco (desesperado): ¡Ya cállate!, ¡voy para allá! (se desplaza hacia su interlocutor, sale).

Ana: Sí, y me hace falta, pero prefiero trabajar en algo en las casas que vamos encontrando antes que llevarme algo de aquí.

Paco (en off): ¿Dónde sientes el dolor?, Sí, pero no se mira nada, tienes que quitarte el pantalón.

Ana (empieza a sacar prendas del cuerpo de ropa, va por el palo, lo introduce hasta donde le permite la montaña de ropa, revuelve cosas): Esto va a costar mucho…

Paco (en off): ¡Sí eres baboso! ¿Cómo piensas sacarte el pantalón si no tes quitado las botas? ¡De veras que te falta mucho por aprender, muchacho!

Ana: ¿No vas a creer lo que se me acaba de antojar?, no, aunque pensándolo bien no estaría mal, pero no es eso.

Paco (en off): Se mira una cortada, ¿seguro que no viste nada? Pues no es  algo que hagan las serpientes, los colmillos están juntos y esto es una sola punzada, como si fuera de la cola del basilisco.

Ana: Quiero ir al baño. Cosa sencilla, sí, pero no soy tan liberal como tú.

Paco (en off): Eso del hormigueo en la pierna está raro y que no deje de salir sangre, más.

Ana: No soy una puritana, que no consideres correcto que una tenga pudor y tú seas una desvergonzada en cuestiones fisiológicas, esa es tu idea y no voy a cambiar por lo que creas sobre esto.

Paco (en off): Eso de chupar el veneno va con las serpientes, si esto es basilisco… ¡No lloriquees, vas a comprometer toda la misión!, ¡imagínate si los compañeros nos sorprendieran, vos con los pantalones abajo y yo besándote las patas! ¡Ya estuvo que me perdieron el respeto por estar hincado frente a un hombre!

Ana: A veces me resultas muy extraña con esos tus modales de camionero, ¿segura que te bautizaste?

Paco (en off): ¡No te vas a morir, espera, voy a probar si sale como lo de las culebras (escupe), ¡ya está, ya saqué la ponzoña!, de todas maneras, la sangre está saliendo, con la que botaste debió salir el veneno.

Ana (mirando en varias direcciones): ¿A dónde debo ir para…? No te preocupes, no son cosas mayores, ¡claro que no! Te repito que una tiene su pudor, que tú no sepas qué significa la palabra es cosa tuya y de tu ignorancia.

La guerra de Vietnam, ¿y tú como sabes de eso? Buena lectora resultaste ser que ni las letanías te puedes.

Paco (en off): Dame tu pañoleta, voy a atártela a la pierna y de esa manera se evitará que te desangres. Quedó bien, no hay más sangre. Ahora ponte el pantalón y cálzate, no sea que nos sorprendan los guerrilleros por estarles facilitando las cosas para que ataquen, sigue en lo tuyo que regreso a mi posición, ¡atento, eh! (entra arrastrándose, en los labios trae rastros de sangre).

Ana (mirando a todos lados, hablando para sí): …que me acurruque en este lado (señalando), hummm (reaccionando), ¡tendría que ir al lugar donde nos escondimos hace rato! ¿Y si me aguanto un poquito más? (palpando el vientre). Sí, bien resisto un poco, es que marchar hasta allá me puede hacer falta tiempo.

Paco (a su interlocutor): ¿Se te pasó el hormigueo?, hummm, no creía que esto fuera bueno con el basilisco, escupir el veneno…, (se limpia el sudor y se percata de sus manchas de sangre, saca su cantimplora, bebe, se enjuaga, escupe, para sí), lo que uno hace por los reclutas. No, no dije nada.

Ana: Luego hay que caminar al siguiente pueblo y revisar las montañas de ropa de la que le quitan a los capturados, sí, también a ellos, a los asesinados.

Paco: ¿Novedad por allá?, ¿y vos, ya no sentís nada?, no hay que agradecer, somos compañeros y eso es lo que hacen los buenos compañeros.

Ana (de cuando en cuando usa el palo para remover las cosas, lo deja a un lado y toma ropa de pequeños, revisa, olfatea): ¡Pero es que son tan crueles que hasta los pequeños desnudan! (aspirando unos vestidos), ¡ja!, este huele a colonia Menem.

Paco: Cierto, este sol está insoportable.

Ana: ¡Tú estás como ellos!, ¿qué enemigos pueden ser los niños?

Paco: Esto no es nada, ¿has estado en el oriente? Allá todo es caliente (se limpia el sudor de la cara), el agua, el aire,… también los pensamientos, todo es caliente, en serio que sí.

Ana: La guerra de Vietnam, ¿y tú como sabes de eso? Buena lectora resultaste ser que ni las letanías te puedes.

Paco: ¿Y de dónde vienes vos?, dicen que es un lugar muy fresco.

Ana: Decímelas, pruébate que te las aprendiste.

Paco: ¿Ahí te reclutaron? Ordeñando vacas, esto es mejor, el uniforme da respeto ante quien sea.

Ana: ¡Jajajajaja! ¡Ves cómo eres una blasfema! No te acuerdas de ninguna, presta atención y repite después de mí: Puertas del cielo, rogad por ellas, ángeles y querubines, rogad por ellos… ¿Y por qué no ibas a la misa?

Paco: ¿Qué hay de tu familia? No tenían que hacer eso, al que el ejército recluta no lo suelta, ¿por qué si alguien no quiere estar en la milicia es porque es un guerrillero?, pues porque no hay otra forma de explicar eso.

Ana: Eso es bueno que existan muchas iglesias, ¿cómo voy a saber eso?, la verdadera Iglesia es la que está en tu corazón, de las demás no opino y no me gustan que me sermoneen; sí, pobre y delicada, ese es mi apellido.

Paco: A la patria se le ama sirviendo en el ejército y acabando con el enemigo, ahí está todo.

Ana: Pero estabas hablando de Vietnam, ¿qué sabes de eso?, no creo que los niños portaran bombas, si esas babosadas pesan, ¿no viste la que no explotó en el atrio de la iglesia de Cinquera?, ¡tamaña animala! ¡Y me decís que un niño en Vietnam andaba con esas cosas!, ¡sí eres exagerada!

Paco: Creo en Dios, ¿fuiste catequista?, no, por las cosas de Dios que mencionas.

Ana: Creo que la ignorante no soy yo, porque esas cosas son inventos para matarlos, para las excusas que se buscan, no me extraña que me digas que también eran sospechosos de hacerlas.

Paco: Los domingos llega el padre en la mañana y en la tarde está el pastor para los que le gusta el culto. Yo no me despego de mi medallita de san Miguel Arcángel (se limpia el sudor de la cara), ¡este sol me va a matar antes que los guerrilleros!

Ana: No estoy enojada, ¿pero en qué mente cabe pensar algo así de los niñitos?, sí, en eso tienes razón, ¿por qué desaparecen a los niños? No es para que no estén solos, de cuándo acá se les despertó la humanidad a los uniformados si cuando hablan pareciera que a morderte van (ofuscada). ¡Y ya no me estés buscando pelea que voy a terminar diciendo un par de babosadas que te van a molestar, así que dejemos esto para que sigamos de compañeras de camino, mientras se pueda!

Paco: ¿Y ahora qué?, si, también quiero comer. Pero mientras el sargento no indique que es la hora del rancho, no se puede comer, te meten tus correctivos por indisciplinado y de paso me llevan a mí de encuentro por no advertirte. Tienes que quedarte firme cumpliendo con tu deber.

Me niego a quedarme sentada, a esperar, ¿qué?, ¿cuándo sabré algo de ellos? Hablas como mis vecinos, que me quedara, que no saliera, que dejara pasar las cosas.

Ana (vuelve al cuerpo de ropa y sigue extrayendo diversos vestuarios, los extiende, revisa, mira a su interlocutora): ¿No vas a creer lo que estoy viendo? (muestra un arma, una pistola pequeña, muestra una sonrisa sarcástica, la inspecciona, mira a su interlocutora), ¿qué te parece?, puedo usarla, mi padre tuvo una y en ella aprendí observando cómo la limpiaba y luego la armaba y disparaba al aire para las fiestas de Navidad. La conservé hasta que llegó el ejército a sacar a mi familia, y como luego registraron la casa, la encontraron y eso fue suficiente para decir que ellos eran guerrilleros, los pobres ni pudieron explicar de dónde había salido la pistola si nunca les había contado sobre ella (la guarda en su delantal, taciturna). A la que debieron llevarse los soldados era a mí.

Paco: Al principio cuesta adaptarse, ¡ah, muchacho!, no te quejes que nos van a reprender si te sorprende el sargento.

Ana: ¿Por qué me miras así? (se detiene, tira la ropa), voy a hacer todo lo que pueda, legal o ilegal para encontrarlos, y si eso me tiene que llevar a la cárcel o el panteón, no me importará.

Paco (volviendo la vista hacia su interlocutor): ¡Shshshshshsh, no seas tan maricón!, ¡los lloriqueos el ejército no los perdona!

Ana: Ahora sólo asientes, no quieres hablar, ¿qué más puedo hacer si nadie me quiere ayudar?

Paco (se desplaza hacia su interlocutor): ¡Espera, voy para allá!, ¡no deberías hacer esas escenitas, no se mira muy bien esas poses en un uniformado!, ¡ya cállate! (sale).

Ana: Me niego a quedarme sentada, a esperar, ¿qué?, ¿cuándo sabré algo de ellos? Hablas como mis vecinos, que me quedara, que no saliera, que dejara pasar las cosas, eso pueden hacerlo ellos y no los juzgo, pero yo no puedo vivir así, no podría, ver sus voces rebotando en las paredes, su olor de día amanecido, recordar las sonrisas de Lupita (a punto de llorar), así no puedo (suspirando y recuperando su estado), entiendo si quieres irte.

Paco (en off): ¿Y tus latas?, ¿no te las dieron?, ¿fuiste a pedirlas a la despensa?, para eso nadie te va a llamar, chico, sos vos el que tiene que acercarse a la despensa siempre que sale la tropa a un operativo.

Ana: No estoy corriéndote, pero hay algo que no hemos dicho con sinceridad, esta no es tu búsqueda, es la mía. Ni entiendo qué haces siguiéndome, creí que estabas en lo mismo, ¿qué haces aquí?

Paco (en off): No te preocupes, saqué varias latas de jamón, cómela.

Ana (gritando a su interlocutora): ¡Sí, quiero que te largues! ¡Estoy harta de verte detenida, observando mis movimientos!

Paco (en off): No tengo mucha hambre, mastica rápido.

Ana: ¡Márchate, no necesito tu lástima!, ¡llévate tu compasión a la mierda! ¡Porque eso eres, mierda, mierda, mierda…! (cae sollozando).

 

Pausa.

 

Ana: ¡No te me acerques! ¡Hoy sí quieres aproximarte, pero cuando te invité me rechazaste como si yo fuera mierda, y yo no soy mierda! ¡Tú eres la mierda! ¡Déjame, no te quiero cerca de mí! (poniéndose en pie). ¡Si no te alejas voy a gritar! ¿No me crees? (gritando). ¡Soldados, policías, soldados, policías!

Paco (en off): ¿Gritos?, ¿de dónde?, ¿y nos llaman a nosotros?, ¡no será el sargento que ya te vio con los binoculares hartándote la enlatada!, ¡guarda la comida y prepárate a lo que venga!, ¡agáchate, vamos a ver de dónde provienen esos gritos!

Ana: ¡No sigas diciéndome así! Eso es, ¡vete, más lejos, más lejos, que mi vista no se tropiece con tu contigo! (mira a su interlocutora alejarse, coloca la palma de su mano en la frente para distinguir, para sí, suspirando, animada). Ya estoy mejor, su presencia me enfermaba y ni cuenta me había dado (pensativa), ¿y ahora?, (resuelta), a seguir en lo mío (se dirige a la ropa, pero se detiene), pero antes… (coloca las cosas en la carretilla y sale).

Ana (en off): …a liberar la vejiga (se escucha orinar, se tira un pedo), ¡carajos, si era cagada también!

Apagón.

 

¿Cómo, el soldado está cojeando?, ¡pero si es casi un niño!, ¡pero eso no importa, es un perro asesino también!

Jornada 3
Luz vespertina

Ana entra al escenario y se encuentra con el tercer espacio lleno de ropa. Pero los promontorios 1 y 2 evidencian tener menos ropa. Se detiene con su carretilla junto al tercer cuerpo de ropa. Mira a todos lados.

Ana (para sí): ¿Qué encontraremos ahora? (comienza a revisar las prendas, se detiene ante unas pequeñas sandalias de niña, las observa, intenta recordar algo, poco a poco va sentándose y empieza a sollozar desconsoladamente, coloca las sandalias frente a ella, entre sollozos). ¡Son las de Lupita! (al cielo). ¡Lupita, encontré tus sandalias! ¡Las sandalitas que te compré en la plaza! ¿Te acuerdas de ellas? (al horizonte, silencio). ¿Y entonces? (silencio). ¿Y ahora? (silencio). ¿Y…? (silencio, solloza por unos instantes más, se escuchan pasos entre hojarasca, Ana se queda perpleja). ¿Quién anda ahí? (los ruidos continúan, Ana se pone en pie, los ruidos cesan, Ana mira en todas direcciones), ¿qué quieren? (silencio). ¿Hola? (silencio, se sienta y mira las sandalias y llora en voz baja), buscaba cualquier cosa, algo de ustedes (negando), ¡pero esto no lo quiero! (entre llantos mira el resto de la ropa). Los demás deben estar aquí (llorando, busca en el promontorio de ropa, sacude los vestuarios encontrados: dos vestidos de diversos colores, los olfatea profundamente y parece que su llanto es una carcajada, luego son extendidos en el escenario de forma horizontal, una camisa manga corta y un pantalón, negando, lleva sus manos a su cara). ¡Nuevamente juntos, nos reunimos, hijos! (nuevamente los ruidos, Ana se interrumpe y se mueve por todo el escenario intentando divisar el origen de los mismos). ¿Hola? (silencio, limpia sus lágrimas).

Paco (ingresando por el lado derecho del escenario, no mira a Ana): Seguro es falsa información (a su interlocutor), ¡espera ahí!, pero eso no se le puede responder al sargento y menos si quiero ascender a cabo, debo ser obediente, más obediente que a mi padre, ¡ja!, a mi padre tampoco se le podía desobedecer, era bravo el viejito y eso que me tocó ser el peche, que con el último los tatas son alcahuetes, ¡a saber quiénes!, porque ese viejito sí era bravo y amargo como la quina, con eso de que se creció en el campo, torcido y enderezado al varejón de chupamiel, nos aplicó a los once hijos la receta que le empujaron de pequeño, pero aquí está su hijo, su orgullo, valiente.

Ana (para sí, mira al punto de ingreso de Paco en el lado derecho del escenario): ¡Es un soldado!, ¿qué hago?, si salgo corriendo puedo ser sospechosa y si me quedo ya lo soy por estar revisando estos trapos, ¿y entonces?

Paco (desplazándose lentamente por el escenario): ¡No te quedes rezagado!

Ana: ¿Cómo, el soldado está cojeando?, ¡pero si es casi un niño!, ¡pero eso no importa, es un perro asesino también!

Paco: ¡Sé machito, no le prestes atención al dolor de tu pierna!, pronto vamos a estar en el cuartel y ahí te echarán un ojo los enfermeros.

Ana (a su interlocutora, que estará a su derecha, en voz baja): ¡Buen momento elegiste para aparecer!, ¿no ves al soldado que se está acercando? (señala al interlocutor de Paco).

Paco (a su interlocutor, le señala a la interlocutora de Ana, se tira al suelo, en voz baja): ¡Es una mujer!

Ana: ¿Y qué crees que debería hacer? (mira la ropa en el escenario, enfadada). No hay mucho que tenga que hacer.

Paco: ¡Es una guerrillera!, ¡qué pobre mujer ni qué nada, es una enemiga del gobierno!, ¡que no te confundan sus lágrimas, hasta el diablo lloró cuando lo arrojaron al infierno, no te equivoques, chico!

Ana: ¡Estás loca, no voy a esperar a que nos maten!

Paco: ¡No hagas ruido que se nos va a escapar!

¡Chico, chico!, ¿dónde te hirieron?, ¡es terrible!, ¡espera!, ¡el sargento debió escuchar los disparos, vendrán pronto a ayudarnos!

Ana: Pues estás aquí, así que debo defenderte ya que no haces más que llorar.

Paco: Shshshshshsh, ¡si ves que no podemos atraparla, tienes que disparar también!, ¡me oíste, no me resultes con otra tontería como que nunca has disparado el fusil fuera del campo de entrenamiento!

Ana: ¿A dónde vas?

Paco: ¿No me digas eso?, ¡nos van a matar!, ¡la mujer está saliendo, hay que alcanzarla! (intenta correr).

Ana (negando con reproche, saca la pistola, apunta y dispara varias veces, furiosa): ¡Ya no vas a seguir matando, maldito!

Paco (disparando sin sentido, luego vuelve hasta atrás, sale).

Ana (recoge todo, ropa, utensilios y los tira a la carreta y sale apresuradamente).

Paco (en off): ¡Chico, chico!, ¿dónde te hirieron?, ¡es terrible!, ¡espera!, ¡el sargento debió escuchar los disparos, vendrán pronto a ayudarnos!, ¡pero no llores, no lo hagas que eso no le gusta!, ¡sé machito, aguanta! ¡Chico!, ¿me oyes?, ¡no cierres los ojos, chico!, ¿cómo dijiste que te llamabas?, ¡no te entiendo, repítelo, chico!, ¡mírame, chico! (silencio).

Paco (en off): ¡Chico…!, ¡no te vayas, te vas a curar y voy a hablar con el sargento que te deje ir, que esto no es para vos, él me debe favores, le traigo a su amante algunas noches, sé que no me va a negar nada y vas a volver a tu campo, a ordeñar tus vacas… y ¡chico! (llanto desconsolado).

 

(Silencio)

 

Paco (en el escenario, vuelve la vista a su interlocutor, limpiándose las lágrimas): Estas son todas las lágrimas que puedo hacerte, si me ve el sargento me va a dar correctivo, pero no te preocupes, tu muerte no se queda así (mirando en dirección donde Ana salió), ¡a esa vieja puta me encargo de matarla, ya no me importa agarrarla, que se vaya al diablo ser cabo! (sale corriendo).

(En off: disparos, gritos ininteligibles, más disparos).

Apagón.

Fin.

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