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El barco

jueves 17 de diciembre de 2020
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En un rincón del mundo, perdido tras los mares y decorado por selvas vírgenes, imponentes volcanes, extensos valles y ríos que riegan sus entrañas, se encuentran cinco países que gozan de un clima privilegiado y de una posición envidiable dentro del marco de este planeta. Sin embargo, pese a estas condiciones favorables, se hallan sumergidos en un letargo en cuanto a desarrollo se refiere. Todo comienza desde el momento en que, siendo una porción de tierra tan pequeña, se encuentra dividida. La buena ubicación, el buen clima, la tierra fértil y tantos otros atributos que posee, se despilfarran cuando de mala manera algunas personas egoístas, aprovechadas y de malos instintos, provocan guerras fratricidas y separan a los padres de sus hijos, a hermanos y amigos que juntos podrían lograr una patria unida y próspera, donde la vida fuera vida y pudiera vivirse a plenitud. Sin embargo, no toda la gente es de mala calaña y es así como un grupo de habitantes de estas tierras deciden un día, a falta de comunicación terrestre, construir un enorme barco donde puedan transportarse los productos de cada país hacia los otros con toda libertad, buscando el progreso de la región y la unión de los cinco países para formar la patria grande.

René Ramón, el primer oficial, asume el mando. Su primera actividad como comandante general del buque es saludar a todos los marinos, uno por uno.

Es un barco de gran calado que, dada la exclusividad con que cuenta y la eficiencia de los servicios prestados, ha adquirido gran prestigio. Sus marinos son bien remunerados y tienen una serie de prestaciones que hacen desear a toda la gente del área su ingreso a tan importante embarcación. La tripulación está compuesta por un capitán, primero, segundo y tercer oficial, un encargado de los asuntos administrativos y financieros y cuarenta marinos clasificados de primera, de segunda y tercera clase. Se hacen los viajes bajo el esplendoroso cielo azul del área, en franca camaradería con toda la tripulación y siempre con el deseo de cumplir a cabalidad para coadyuvar al mejor desarrollo económico de la región. Transcurren varios años y este barco, igual que cualquier otra cosa en la vida, alcanza la plenitud de su existencia, el apogeo en sus actividades y en la camaradería de sus integrantes. No hay problema, lo sufra quien lo sufra, que no sea sentido por todo el mundo y al que no se le busque una solución adecuada para que la persona atosigada resurja y pueda nuevamente sentirse bien, con deseos de vivir y de brindarse toda en aras de la armonía del grupo y de la causa común que los hace luchar día a día por la superación de este terruño querido que es la parte central del continente americano. Ha habido durante la vida de esta embarcación grandes tempestades que casi la han hecho zozobrar, donde a pesar de su gran tamaño se ha visto cual si fuera una basurita agitada por la bravura del océano, por esa inmensa cantidad de agua que cuando se enfurece es capaz de destruir aun lo más fuerte y portentoso que el hombre haya creado. Sin embargo, la sapiencia y la entereza de sus diferentes capitanes y la calidad humana de la tripulación han hecho que la embarcación no se hunda, que salga adelante, que se mantenga a flote para seguir sirviendo al desarrollo de estos países, pequeños en extensión, pero grandes en voluntad de seguir adelante, de desarrollarse plenamente para proporcionar a sus hijos una vida mejor; una vida que permita ver con benevolencia hacia adelante; una vida que haga más placentera esta existencia, donde cada quien desarrolle mejor sus facultades. Lamentablemente nada es eterno. Todo lo que existe debe, irremisiblemente, tener un final. Es así como después de librar duras batallas, el barco se debilita; aún permanece a flote pero se encuentra ya dañado en sus cimientos; en sus entrañas. La esperanza de los marinos está en el primer oficial. Sí, es el de mayor experiencia y sin duda alguna el indicado para tan delicado puesto en tan delicada situación. Cuando él sea el capitán de este barco, todo mejorará ostensiblemente: habrá mejor comida y en abundancia, mejor trato a la gente, mayores prestaciones, en fin, todo mejorará y el maltrecho barco volverá a recuperar su grandeza de antaño. Será hasta finales de este año cuando se sepa con certeza quién tomará las riendas de la embarcación. Mientras tanto, habrá que continuar trabajando como hasta ahora, con fe y esperanza en una vida mejor y con el deseo supremo de que este barco vuelva a ser lo que fue: un dechado de bienaventuranza y una pequeña isla de felicidad dentro de la inmensidad de un océano violento y salvaje.

Por fin llega el día: René Ramón, el primer oficial, asume el mando. Su primera actividad como comandante general del buque es saludar a todos los marinos, uno por uno, y para cada quien tiene frases amables y estimulantes: que no se preocupen, que la situación es crítica pero que irá resolviéndose poco a poco; que con el trabajo y la decidida colaboración de todos, este barco volverá por sus fueros y será nuevamente el orgullo de quienes trabajan en él y de la gente de nuestros países que necesitan algo en qué confiar, tanto como una gaviota necesita de tierra firme para poder descansar; que tratará de que haya más comida y de mejor calidad y que no le falte lo indispensable a cada marinero para que pueda desempeñarse con eficiencia dentro de la embarcación y proporcionarle una vida digna a sus familias, que tanto se lo merecen.

Los marineros trabajan con el ímpetu de la gente feliz; cumplen a cabalidad con sus horarios, e incluso laboran tiempo extra para tratar de que el inmenso barco se mantenga a flote y que pueda recuperarse de su prolongada enfermedad, para ya con salud encontrar el camino perdido y enrumbar la nave hacia el éxito y el apogeo máximos. Sin embargo, la buena intención de esta gente se ve frustrada por la mala administración de René Ramón. Comienza con ciertos favoritismos para algunos viejos compañeros, sin importarle el buen desenvolvimiento de la nave. La mezquindad en la comida se hace notoria; ya no se comen aquellos manjares deliciosos de otras épocas; es más, la comida mala que ahora se ven obligados a ingerir es escasa. Ya no permite las horas extra tan necesarias para los marinos, pues con este dinero ajustan para la manutención de sus familias. En fin, la situación empeora grandemente y el reflejo de la crisis de los marinos se ve en el mal desenvolvimiento de la nave. La mercadería que se transporta es maltratada y a veces sustraída subrepticiamente; los formularios se llenan con desgano y se comete error tras error; se atiende de mala manera a las personas que llegan al buque en vías de negocios, etc.

Un grupo de marinos pide audiencia al capitán, quien después de retardar lo más posible la entrevista, por fin accede a ella.

Algunos de los jefes de grupo, haciendo eco del sentir de todos los marinos, piden entrevistarse con el capitán René Ramón. Después de muchos y largos ruegos, acepta escuchar a su gente. Se le explica la razón de quitarle su tiempo; se le dice que la gente no está contenta, que tiene hambre, que merece un mejor trato; que esto redundará en beneficio de la embarcación. Parece escuchar y se le ve un rasgo de bondad. Ofrece estudiar la situación y, de ser posible, aumentar sueldos, mejorar la calidad de la comida, los horarios, etc. Los marinos están contentos; existe una esperanza y todo comienza a caminar mejor. Tal vez no depende de él sino de sus superiores; él es buena gente. Lo malo es que sus superiores deben reunirse para tratar estos asuntos y ya hace bastante tiempo que están apáticos. Bueno, tal vez ahora sí. El capitán ha expresado que tiene la buena intención de hacerlo. Habrá que creerle; no hay otro remedio.

La sola esperanza de mejorar hace milagros; todo el mundo trabaja ahora con ahínco. Vuelven a sentir cariño por su barco y renace en ellos el deseo de lucha, el deseo de llevar hasta la gloria a su embarcación querida. Es un resurgimiento que dura ya cerca de un año. No obstante, aún no se ve claro. Los sueldos son los mismos, la comida va de mal en peor y el distanciamiento con el comandante general de la nave se ha acrecentado. El pesimismo renace ahora con mayor fuerza. La situación es desesperada. Un grupo de marinos pide audiencia al capitán, quien después de retardar lo más posible la entrevista, por fin accede a ella. Se le expone todo muy claro: que ya no se puede vivir así, que en el barco se trabaja duro y se come mal, que sus familias están pasando muchas penas, que el salario que devengan ya no les alcanza ni para cubrir sus más ingentes necesidades. El capitán saca a relucir sus más negros instintos. Les dice que si no están contentos que se arrojen al agua, que en su barco él manda y dispone lo que quiera, que los sueldos que devengan son onerosos para el buque, que puede conseguir marineros más baratos.

Los marineros salen desconsolados. Se dan cuenta ahora de la mezquinad del capitán. Saben que están a su merced. Que no pueden lanzarse al agua turbulenta de esos mares, so pena de perder la vida. Vuelven a sus labores con desgano. La productividad decrece; el descontento es grande. Saben, la mayoría, que tienen una familia que mantener; hijos pequeños que necesitan de ellos. No pueden abandonar el buque aunque sea su más ferviente deseo. Quizá más adelante, cuando la tempestad amaine. No queda por de pronto más remedio; hay que seguir en la brega, sabiendo que el comandante general no es eterno y que tal vez, cuando asuma la capitanía otro más consciente, menos mezquino y con el deseo de ayudar a sus semejantes, pueda verlos con el valor que como humanos tienen. Es difícil creerlo, pues con esta experiencia ¿cómo volver a confiar en esta gente?

Antonio Cerezo Sisniega
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