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Pedro Pérez

jueves 14 de julio de 2022
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I

Fue aquel un día aciago. Porque quiera que no, el hecho de que se le muera a alguien un hijo ha de ser absolutamente doloroso y traumatizante. Y más doloroso y más traumatizante ha de ser el hecho de que se le muera porque no tuvo el dinero necesario para poder alimentarlo bien y mucho menos para proporcionarle asistencia médica cuando la necesitó. Esto fue lo que sucedió a Pedro Pérez, pese a trabajar ocho horas diarias en una institución seria y respetable.

Ese día se sentía totalmente deprimido. Con un peso tan grande sobre su cabeza, como si se tratara del mismo cielo oprimiéndolo contra el suelo. Salió de su casa muy de mañana rumbo a la oficina; cuando llegó comunicó la infausta noticia a sus jefes y la imperiosa necesidad de dinero para enterrar a su hija. Lo enviaron con el jefe de personal.

—Para poder ayudarlo —dijo el jefe— es necesario que usted me lo comunique por escrito. Debe poner la causa del deceso, la funeraria que va a atender el caso, y su necesidad de dinero para cubrir los gastos. Pero no se preocupe, yo mismo redactaré la carta.

Por lo menos su hija recibiría cristiana sepultura.

Pedro Pérez se emocionó. Pensó que no todo era tan malo en el mundo. Sintió enorme satisfacción de trabajar en una institución donde los jefes tenían una hermosa conciencia social. Realmente la sola posibilidad de obtener el dinero necesario para las honras fúnebres mitigaba un tanto su pena. Por lo menos su hija recibiría cristiana sepultura.

Salió de la oficina del jefe de personal con mayor tranquilidad. Él mismo se dio cuenta de la redacción de la carta, de los conceptos que en ella escribió, de la gran sensibilidad que en ella puso. Sintió que un rayo de esperanza iluminaba su alma en un momento tan duro y salió agradecido con Dios, con la gente, con el mundo. Entonces hizo los arreglos necesarios con la funeraria: caja de pino, corona sencilla, flores. Firmó documentos comprometiéndose a pagar hasta el último centavo, con la plena seguridad en el jefe de personal.

Dos días después, cuando volvió a sus quehaceres cotidianos, fue llamado a la oficina de personal. El jefe le dijo:

—Señor Pérez, lo lamento mucho. He tenido a la vista la carta que usted me envió. En ella están claras las necesidades suyas, la angustia y la pena que le ha tocado vivir. Pero la situación de la oficina es grave; usted sabe de las apreturas económicas que estamos pasando. Por lo tanto, se ha decidido no proporcionarle la ayuda que nos ha solicitado. Aquí tiene la contestación por escrito.

Pedro Pérez quedó estupefacto. No supo en ese momento si reír o llorar; si maldecir, insultar o golpear.

Sólo atinó a dar la vuelta y se marchó.

 

Ya lo ve, Pérez, los aumentos de sueldo en la institución no se justifican.

II

Pedro Pérez trabajaba en un organismo de integración.

Un buen día, cansado de que al recibir su sueldo no hacía más que pagar, pagar y pagar, y de que le era absolutamente imposible cubrir sus más ingentes necesidades por el elevado precio de los productos de primera necesidad como pan, frijol, arroz, etc., y de otros no tan indispensables como el papel higiénico, solicitó una entrevista con el presidente de la institución para pedir un reajuste de su salario.

El presidente le dijo a guisa de saludo:

—Ya lo ve, Pérez, los aumentos de sueldo en la institución no se justifican. Vea aquí (y le enseñó una de las páginas de Prensa Libre) las declaraciones del presidente del Banco de Guatemala y presidente de la Junta Monetaria del país.

Quedó atónito cuando leyó: “…en Guatemala no hay inflación… es una inflación psicológica la que vive el pueblo guatemalteco…”.

—No veo, la verdad, por qué la gente pide aumento de sueldo cuando no hay necesidad. A mí, por ejemplo, me es suficiente lo que gano y eso que tengo que mantener dos carros, una casa de dos niveles con todo lo que eso implica: dos sirvientas, jardinero, chofer, etc., pago los colegios más caros del país, en fin, lo que dice el señor presidente del Banco de Guatemala es cierto: es un fenómeno psicológico lo que está ocurriendo en el país… no existe tal inflación…

Salió del despacho de su jefe con la cabeza gacha, pensativo y hasta aturdido, decidido a visitar al psiquiatra de la oficina.

Desde entonces está interno en el Hospital Nacional para Enfermos Mentales.

Antonio Cerezo Sisniega
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