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Dos cuentos breves de Mario Capasso

sábado 29 de octubre de 2022
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El ventanal

Sentados a la mesa de un bar, frente al ventanal estrella del lugar, cuatro hombres pertenecientes con sus más y sus menos a la edad mediana, hablaban al unísono mientras afuera la tormenta se manifestaba a su modo, a la fuerza y sin contradicciones.

Uno de los hombres sostenía en mangas de camisa que un brazo velludo no aseguraba la comparecencia de un futuro venturoso, y lo mismo pasaba con las piernas o el pecho, llegado el caso.

El tipo de al lado, frunciendo el ceño hasta cierto límite, afirmaba que las fiestas paganas debían su origen a una deuda de juego.

Otro de los charlistas aseveraba de manera taxativa que un buen vaso de limonada en estado de máxima pureza, si era ingerido cuando el bebedor alcanzaba el grado exacto de libertad de conciencia, siempre daba en la tecla.

A todo esto, el último de los conversadores juraba y recontrajuraba, por lo más sagrado para él, que la última vez que se había puesto la faja en la cintura nadie se dio cuenta del apretón; por esa causa casi estuvo a punto de morir, y entonces, por lógica consecuencia, decía, resultaba evidente que la indiferencia imperaba en las conductas de las personas y regía la vida adulta de los seres humanos.

Un trueno los hizo callar a todos juntos y todos al mismo tiempo, en un movimiento sincopado, miraron hacia el ventanal, que acusaba los impactos de los gotones.

Allí afuera, bajo la lluvia, un pibe los miraba con los ojos como rayos.

Los cuatro parroquianos coincidieron: el pibe estaba “calado hasta los huesos, pobre”.

Al rato, una vez concluido este acuerdo, sin necesidad de firmar un acta ni ocho cuartos, con la tormenta arreciando sobre la inmovilidad del pibe en la vereda, cada uno de los cuatro hombres arrancó su exposición más o menos por donde la había dejado.

 

La astilla

No hay peor astilla que la que se le incrustó al hombre en el ojo cuando más abierto lo tenía. De todos modos, él no atinó a darse por vencido por el incidente y decidió continuar su investigación, al menos hasta poder definir de cuál de los dos ojos se trataba, porque tampoco podía salir a pedir ayuda en la ignorancia del dato cierto y terminante, qué carajo, esto no pega ni con cola, se dijo después de intentar reponer la pieza en su agujero y ya poniendo la mano a pleno en el picaporte, que por el dolor que le produjo más bien le pareció un cuchillo de los de antes, de esos que venían bien afilados ya de fábrica. Esta segunda tragedia al hilo vino a confirmar que su presentimiento al comenzar el día tan errado no había sido, pensó, satisfecho y sangrante ahora por partida doble, segundos antes de tropezar con el felpudo grueso, que él mismo había puesto en ese mismísimo lugar de la caída durante el anochecer algo enmarañado del día anterior, cuando todavía era capaz de enfurecerse por cualquier boludez y hasta se las daba de inmortal.

Mario Capasso
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