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El cielo de Roma

martes 6 de diciembre de 2022
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Parece cosa hecha, sería en un mes, dos como mucho, hay tiempo pero mejor no dejarlo todo para el último momento, lo primero en cuanto los jefes me comuniquen el traslado es hablar con el dueño del apartamento para que esté al tanto de todo, no quiero líos con él, iré mirando lo que me llevo, libros, ropa y demás, el resto meterlo en cajas, podía pedirle a Rodney que lo guarde todo en su casa, a él le sobra sitio desde la separación y no tendría inconveniente en enviarme lo que pueda necesitar más adelante, el bueno de Rod, tengo mucho que contarle, esta misma semana le llamo y quedamos por ahí para tomar unas copas, luego está el papeleo de las acreditaciones, los seguros, darme de baja en dos o tres sociedades, las visitas para despedirme de unos y otros, que te vaya muy bien, Harry, ya te veremos cuando salgas en las noticias, cuidado con las italianas, muchacho, no te fíes que todas son de sangre ardiente, etcétera, etcétera… Habría preferido Londres o París pero pasar a ser el corresponsal de la cadena en Roma tampoco está nada mal y luego quién sabe… Roma, aeternum civitates, ha pasado el tiempo desde la última vez pero es como si todo hubiera ocurrido ayer, no mandamos en los recuerdos, ¿seguirá viviendo allí?, hace unos años me dijo que había conocido a alguien, un artista, creo… después, no sé, dejó de contestar a mis mensajes, ni siquiera lo hace cuando la felicito por Navidad. Silvia, querida Silvia, ¿qué voy a hacer contigo?, da igual que estés en Roma o al otro lado del mundo, nunca terminaré de entenderte y lo peor es que no puedo dejar de pensar en ti. Sí, ya sé, lo nuestro no tenía futuro, somos muy diferentes… pero tú me querías, o acaso no, puede que en el fondo sólo te sintieras halagada por la solicitud que yo siempre te mostraba. Tal vez no quise entenderlo, será que soy un cabeza cuadrada como solías decirme, pero cuando te empeñaste en hacer un viaje a Roma para celebrar nuestro compromiso, quién habría podido imaginar que todo fuera a terminar de aquel modo. En primer lugar, lo lógico habría sido dejar el viaje para nuestra luna de miel. Lo lógico, claro… y ¿qué te importa a ti la lógica?, nunca ha sido tu fuerte, ¿verdad?, además me venías hablando desde tiempo atrás de cuánto deseabas ir a Europa, a Italia sobre todo, ver los monumentos milenarios, las grandes obras de los artistas del Renacimiento… y, claro, tenía que ser ya, nada de esperar unos meses a la celebración de la boda. En fin, llegamos a Roma y al principio todo fue bien, ¿no?, parecías feliz y eso me bastaba. Yo nunca he sentido un especial interés por el mundo del arte, tú lo sabes, pero me esforcé en estar a la altura de la situación mientras trajinábamos por la ciudad de un extremo a otro, visitando iglesias, museos, ruinas, fuentes… Pero ¡qué le vamos a hacer!, al parecer eso no te bastaba, enseguida empezaste a sorprenderme con tus caprichos, te empeñabas en que hiciéramos cosas de lo más peregrino, como aquella noche en el hotel, ¿te acuerdas?, me despertaste a las dos de la madrugada después de un día agotador para decirme que te encantaría contemplar las ruinas del Foro bajo la luz de la luna… Silvia, tú sabes cómo soy, respeto los gustos de cada cual, incluso aunque rayen en lo extravagante pero, cariño, todo tiene un límite, ¿no te parece? El caso es que empezaron las tensiones, los reproches y la cosa fue de mal en peor hasta que aquel día, en el restaurante, lo nuestro llegó a su punto final y de qué manera, un naufragio en toda regla… La verdad, Silvia, yo estaba ya más que harto de comer en esas tabernillas de tres al cuarto que a ti te encantaban, por eso me dije: Harry, ya está bien, hoy la llevas a comer como es debido a uno de esos restaurantes tan conocidos de la via Veneto. Más me hubiera valido estarme quietecito, el sitio que fui a elegir… ¡un verdadero fracaso! Eso sí, la terraza muy agradable, plantas por todas partes, aire cosmopolita, distinguido… pero no me negarás que la comida era de lo más vulgar y el servicio… bueno, del servicio, mejor no hablar. Yo me considero una persona razonable, comprensiva, pero acabé por perder la calma, lo reconozco, sobre todo cuando el camarero, un muchacho alelado que no hacía nada a derechas, nos tuvo su buena media hora esperando la cuenta. Aquello me sacó de quicio, no lo voy a negar, ¿y tú qué hiciste?, ¿intentar por una vez comprenderme, ponerte en mi lugar? En fin, no vale darle más vueltas, lo que siguió se veía venir, tal vez fue mejor así…

 

***

 

Pasaporte, billete, móvil… creo que lo llevo todo, cerré la llave del gas, dejé el frigo desconectado, las ventanas bien cerradas y las plantas… ¡mierda, las plantas!, ya sabía yo que algo se me olvidaba, debía habérselo recordado a Piera, con este tiempo las pobres se van a morir si alguien no pasa a regarlas las cada dos o tres días, la llamo mañana, ella tiene una llave y no le importará hacerme ese favor… Cómo odio las prisas, me ponen enferma, por suerte he encontrado un taxi pero no hacemos más que pararnos, qué desastre de tráfico, esta ciudad no tiene arreglo, es igual que sea jueves o domingo, verano o invierno, siempre los mismos atascos y el vuelo es a las once treinta, hay tiempo pero en los aeropuertos nunca se sabe… otra vez nos paramos, esto está imposible, deberíamos haber cogido la Vía del Corso abajo y luego seguir por el Trastevere hasta salir a la autoestrada, está claro como el agua, ¿no?, me dan ganas de decírselo pero mejor me quedo calladita, estos italianos enseguida se sienten ofendidos, creen que una extranjera pretende darles lecciones de cómo moverse por su ciudad y eso… ni hablar, no lo pueden soportar, pues nada, que lleve el taxi por donde más le guste, sólo espero que no me haga perder el avión… me estoy poniendo mal, debería tomarme una de esas… ¿dónde las habré puesto?, estoy segura de que antes de salir metí la caja en el bolso, ¿será posible?, las malditas pastillas… voy a tener que aguantar sin ellas, más vale tranquilizarse, respira hondo, Silvia, no te dejes dominar por los nervios, piensa que estás ya sentada en el avión volando plácidamente entre las nubes, no tienes que ocuparte de nada, sólo dejarte llevar sobre el océano, sólo eso, dejarte llevar y el tiempo se pasará sin sentir… cuando llegues, Mario te estará esperando, impaciente… ahora te ve, se acerca a ti, te abraza con fuerza, no puede disimular su entusiasmo, dice que la exposición va mejor de lo que podía imaginar, que ya ha vendido varios cuadros y mañana van a hacerle una entrevista… Mario, amore, eso es estupendo, me siento tan feliz de estar aquí contigo, ¿qué te parece mi ciudad?, un día podemos ir al barrio de Brooklyn donde yo vivía, ¿sabes?, la calle estaba junto al muelle, desde mi habitación se oían las sirenas de los barcos y muchas noches me dormía escuchándolas, arropada en mil fantasías, la mayoría de los vecinos nos conocíamos y cuando el tiempo era bueno quedaba a veces con Dolores, una puertorriqueña del tercero que trabajaba en los almacenes de la avenida Flatlands, solíamos ir a tomar unas cervezas en los bares del muelle y hablábamos de nuestras cosas, una tarde vimos pasar frente a nosotras un gran navío, uno como los de antes con todas sus velas desplegadas, cruzaba majestuoso la bahía, rutilante bajo los últimos rayos de sol y las dos nos quedamos en silencio contemplándolo hasta que se perdió en la distancia… Brooklyn, mi ciudad, mi pequeña ciudad, allí conocí a Harry, un joven de familia bien que había llegado poco antes a Nueva York dispuesto a comerse el mundo, ¿cómo le irá?, supongo que sigue trabajando en la NBC, la pasada Navidad me envió la felicitación de rigor como hace siempre por esas fechas, el paisaje nevado, las campanitas con lazos, los renos, te deseo todo lo mejor, etcétera, etcétera, le da igual que yo no me tome la molestia de contestarle, él se siente en la obligación de cumplir con el ceremonial y de ahí no le mueve nadie. Harry, el único, el incomparable… ¿qué cara pondría si me encontrara allí con él?… Estoy cruzando una calle y… no, mejor, yo salgo de un taxi y al acercarse él a cogerlo, por poco tropieza conmigo: ¡Silvia!… ¡qué sorpresa!, creí que seguías en Roma… Hola, Harry, he venido a Nueva York sólo por unos días, un amigo italiano expone sus cuadros en Agora Gallery. ¿Un amigo italiano? Sí, Mario Fabrichi, nos conocimos en Roma hace unos años… Él me escucha sin perder la sonrisa, se muestra jovial, despreocupado, habla y habla de mil cosas insustanciales mientras tomamos una copa, el pobre diablo finge que mi vida privada ya no le interesa en absoluto, luego insiste en que coma con él, no en un sitio cualquiera, faltaría más, no, tiene que ser en Daniel o en Chef’s Table, la créme de la créme, la clase de restaurantes donde solía llevarme cuando nos conocimos… Harry, todo un personaje, lo tuyo no tiene arreglo… Pero, un momento, ¡no me lo puedo creer!, si estamos ya en la autoestrada y no hay mucho tráfico, se circula deprisa… ¡Dios bendito, qué alivio!, veinte minutos como mucho hasta Fiumicino y estoy en el aeropuerto… ¡Ciao, Roma, hasta pronto!

 

***

 

…El Museo de Arte Moderno de Nueva York celebrará con una exposición, cuya inauguración está prevista para el próximo diecinueve de junio, el centenario del cuadro “Les demoiselles d’Avignon” de Pablo Picasso, considerado como la obra que definitivamente cambió el curso del arte moderno… El próximo doce de junio, eso es la semana que viene, el jueves… Según ha declarado John Elderfield, responsable principal de pintura y escultura del MoMA, la exposición examinará los orígenes de la obra que marcó un giro fundamental en la carrera del artista español, al incluir algunos bocetos que realizó durante su ejecución… El jueves, y tenemos la vuelta el sábado… A ver cómo lo hacemos, yo no me quedo sin ver el cuadro de Picasso pero Silvia quería que antes de volver a Roma hiciéramos un visita a sus padres en Baltimore, no sé… mañana lo hablamos cuando vaya a recogerla al aeropuerto. Las señoritas de Avignon, tal vez el cuadro más famoso del siglo veinte, la obra que marcó el inicio del cubismo… ¿Sabe qué, signore Picasso?, yo también soy artista, bueno, no alguien como usted, desde luego, ni como Matisse o Kandinsky. No, yo nunca llegaré a figurar entre los genios de la pintura, pero qué quiere, desde que llegué a Nueva York me siento en la cima del mundo, exponer en esta ciudad… parecía algo fuera de mi alcance, pero aquí estoy al fin: Mario Fabrichi’s landscapes. Agora Gallery 530 W 25th St. New York. La vida es misteriosa, ¿no es cierto?, cualquier hecho fortuito, improbable, puede cambiarlo todo en un instante. Aquella mañana en la Piaza Navona bajo el cielo luminoso de la primavera romana nada hacía presagiar que algo extraordinario estaba a punto de ocurrirme. La gente deambulaba de un lado para otro, muchos se detenían a contemplar las esculturas de Bernini en la Fontana dei quattro fiumi, otros buscaban alguna ganga entre las obras expuestas por artistas callejeros o disfrutaban del sol en los numerosos cafés que flanquean la plaza. Si cierro los ojos vuelvo a estar allí en este mismo momento: una pareja se ha detenido y está mirando mis cuadros, son extranjeros, alemanes tal vez, él dice algo que no entiendo, ambos me sonríen y siguen su camino. Ahora es una mujer joven quien pasa junto a mí, lleva una guía bajo el brazo, Rome museums and art galleries, usa gafas de sol, camina despacio con aire distraído, me mira un momento sin verme, empieza a alejarse pero de improviso se detiene frente a uno de mis paisajes, se queda contemplándolo con visible interés, parece que le gusta… Me aproximo un poco a ella y la miro con disimulo: atractiva, unos treinta años, aire distinguido, pelo rubio recogido en un moño. Se quita las gafas, da un paso atrás, mira otra vez el cuadro, ¡qué extraño!, su cara me resulta conocida, dónde la he visto antes, dónde… ¡pues claro!, ¡es ella!, el domingo pasado estuvo comiendo con aquel tipo tan estirado en el restaurante de la via Veneto… me fijé en ellos porque los dos parecían nerviosos y discutían, levantando un poco la voz. Una vez terminaron de comer, él me pidió varias veces la cuenta, se le veía impaciente y malhumorado pero el restaurante estaba a rebosar, como suele ocurrir los domingos, y uno no puede hacer milagros… Desde luego tuvieron que esperar bastante y cuando al fin me dirigía a su mesa para llevarles la cuenta alcancé a oír la voz crispada de ella: …Nada, no tenemos nada en común… No, déjame… esto se ha terminado… A continuación se quitó un anillo de la mano y lo tiró sobre la mesa, luego se levantó, pasó por delante de mí como una exhalación y paró un taxi en la avenida. Dios, qué situación tan embarazosa, el tipo aquel estaba muy pálido y cuando le entregué la cuenta me miró como si se estuviera conteniendo para no estrangularme… En fin, apenas puedo creer que sea la misma quien está ahora ahí delante contemplando mi cuadro. ¿Le gusta, signorina? Sí, no está nada mal, ¿es tuyo? Sí, mío y también suyo, se lo regalo… Ella me observa con una mezcla de curiosidad y sorpresa. Acéptelo, por favor, usted no me recuerda… soy el camarero que les atendió el domingo mientras comían, quiero que se lleve un buen recuerdo de mí cuando se vaya de Roma… Sí, signorina, soy el autor de todos estos cuadros, pintar es lo que más amo en este mundo, pero por ahora no me da para vivir, trabajo aquí y allá en lo que va saliendo… Sonríe, mira otra vez el cuadro y luego se vuelve a mí. Muy bien, acepto el regalo pero a cambio tú me permites que te invite a una copa y, por favor, deja de llamarme signorina, mi nombre es Silvia. ¡Ah!, otra cosa, no tengo previsto irme de esta maravillosa ciudad por ahora. Yo también sonrío, el agua rumorea en las fuentes de la piaza y se oye música en un café cercano. Podría ser una mañana como tantas otras, pero el cielo de Roma nunca me ha parecido tan azul…

Carlos Montuenga
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