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De paseo

martes 10 de enero de 2023
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La tenue oscuridad acrecienta la belleza del paraje. Los arbustos, en el apogeo de su vida, se saludan unos a otros acariciándose al rozar sus ramas; los senderos que se forman invitan a seguirlos por su serpentear hacia el centro de la felicidad. El infinito cielo tiende su manto bienhechor sobre el pequeño trozo de naturaleza.

El aire purísimo presupone el deleite del paraíso en el que juguetean los pájaros, los insectos y cuanto ser participa de la creación. La noche va cayendo poco a poco, con la suavidad de una caricia; la luna extiende la luz de su mirada por los contornos, y la suave dulzura del ambiente me envuelve con el viento fresco, elevándome al éxtasis de la contemplación y al balanceo de mi alma en la época de mis juegos infantiles, por los soleados linderos de mi barrio; por el embrujo de inmensos pinos que se yerguen imponentes al saludar con su magnificencia la vida; que cobijan en sus ramas la alegría de los pájaros, y que saludan al viento con cánticos tenues enterneciendo mi alma. Entre ellos forman pequeños senderos que conducen hacia la tranquilidad, con gruesas alfombras de pino sobre las que se mueven ansiosos mis pies y sobre las que resbala mi cuerpo en su alegría. Siento la enorme delicia, delicada y acariciante, del silencio arrullador que eleva mi espíritu y lo hace flotar con la tranquilidad del viento en un día calmo de verano.

La adolescencia, candente como un hierro al rojo vivo, me enseña cosas nuevas, impresionantes, que marcan un abismo cada vez más profundo con la tranquilidad de antaño, y me muestra el desierto, las alimañas que por él transitan y el calor insoportable de algunos días en los que parece el sol aún más incandescente; y el lacerante frío que surge en algunas noches completamente oscuras, sin los rayos suavizados de la luna que diluyan un poco las negras, negrísimas tinieblas. Las tormentas en el mar grande y poderoso me ajetrean duramente y me pierden en su inmensidad con mucha agua y mucho sol. Son días que contrastan con la dulce calma del suave oleaje que conduce a un barco de vela deslizándose con delicia sobre la superficie del agua, con la cálida caricia del viento que me hace sentir la llama hermosa de la vida que brota del sol maravilloso en todo su esplendor.

Todo ese bello contraste de bosques de pinos, del aire que silba de alegría, del frío desierto nocturno, del cálido sol de verano, me ha forjado y me ha hecho cantarle a la vida. Por eso me siento embrujado en medio de un paraje hermoso en el que la existencia se manifiesta a plenitud y en el que ahora veo dos imponentes caballos, uno blanco y el otro café, galopar con un garbo increíble sobre la verdura suave del pasto que como alfombra blanda saluda su paso. El viento frío de la tarde penetra hasta mis huesos, y el suave murmullo de voces me vuelve paulatinamente a la realidad de una sala de espera, en la que las personas aguardan pacientemente para ser atendidas por el médico. Mis ojos abandonan poco a poco el agradable paseo de mi mente al contemplar con detenimiento el hermoso paisaje estampado en el cuadro que cuelga de la pared.

Antonio Cerezo Sisniega
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