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La ruptura

jueves 14 de septiembre de 2023
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“Un sueño dentro de un sueño”, de Fernando Gutiérrez Almeira
Un sueño dentro de un sueño, de Fernando Gutiérrez Almeira (2022). Disponible en Amazon

Un sueño dentro de un sueño
Fernando Gutiérrez Almeira
Cuentos
Edición de autor
Montevideo (Uruguay), 2022
ISBN: 979-8414409762
169 páginas

Puedo aceptar muchas cosas sin gran conmoción, sin temblores, con una calma racional. No me sorprendería saber que no existo, sino que sólo soy un hueco por el que unos chorros rojizos de existencia se vuelcan en un gran recipiente de inexistencia. No me atemoriza la idea de estar muerto tampoco pues de hecho se puede decir que todos estamos muertos en algún momento del futuro y si el futuro existe ese momento ya está ahí, lleno de muerte. No temo pensar que estoy inmóvil, tan inerte o aún más inerte que cualquier roca en el fondo de un lago de aguas turbias y heladas, y que no soy yo el que se mueve, sino que es el espacio el que se desliza a través de mi estática carcasa de absoluta identidad, y que no soy yo el que cambia, sino que el tiempo como un vendaval corrosivo se lanza constante hacia mi rostro desgastándolo y seguirá así hasta que la carne se marchite y los huesos empiecen a erosionarse. No me molesta siquiera pensar que yo no soy yo y que el continuo cambio de todo y de todos me impide definirme, me deja sin brújula, me quita todo apenas lo tengo de tal modo que de nada soy dueño, ni siquiera de mí mismo. No tengo temor de estos pensamientos, de esta precariedad, del acoso de la duda, de la persistencia minuciosa de los errores.

Aun así, no soporto la idea de que ocurra la ruptura. Me digo a mí mismo que no va a ocurrir, me doy plenas garantías, hago cálculos que duran horas y horas y que cierran decenas de ecuaciones con tautología perfecta, pero eso no me tranquiliza, eso no impide que en noches demasiado oscuras me despierte sobresaltado con la sensación de que el delicado entretejido de lógica que mantiene a salvo al universo se acaba de desgarrar en alguna parte condenando a todo lo que existe y lo que no existe, incluyéndome, al más absoluto horror. No es que no haya hecho esfuerzos para borrar de mi mente la idea de que tarde o temprano ocurrirá, de que tarde o temprano se revelará que todo este mundo en el que vivo es sólo una fantasmagoría hecha de pedazos sueltos de otra que se ha derrumbado antes.

Se me quiebra el alma o lo que sea que haya allí dentro en ese pozo oscuro cuando me doy cuenta de que preferiría estar loco a saber que sigo estando cuerdo, absolutamente cuerdo y que todo lo demás ha enloquecido, que todo ha estallado en una cruda explosión de absurdos mientras mi mente ridículamente lúcida soporta estoica la debacle, encerrada en su empecinamiento lógico. Incluso estando loco, tragando oscuros insectos, sin vomitarlos, en una esquina sucia de algún manicomio, me aterrorizará la idea de que mi cuerpo se haya desprendido de mí y se haya entregado a la orgía de un mundo demente mientras los restos podridos de mi conciencia son arrastrados, irremediablemente inocentes de haber causado esa locura.

¿Acaso no he soñado ser un cruel descuartizador que deambula buscando víctimas a las afueras de ciudades corrompidas por el fuego de las pantallas? Y al despertar sobre las sábanas retorcidas he querido tener fe infructuosamente en que yo no era ese asesino, que no lo soy, que todo ha sido un sueño. ¡Es una fe inútil, indemostrable! Tal vez soy ese asesino y este que supongo ser no es más que una sombra con la que sueño mientras duermo esperando a que el sol me golpee el rostro en alguna sucia pocilga de la que me levantaré para seguir matando.

Quizás ya todo esté desmoronándose infinitamente, pues detrás del juego de las ilusiones no habrá nada.

¿Acaso no hay sueños dentro de los sueños? Y así en una escala de ensoñaciones, quizás ya todo esté desmoronándose infinitamente, pues detrás del juego de las ilusiones no habrá nada, absolutamente nada de realidad y el número uno podrá coincidir con el número dos, y en la ruleta la bola jamás caerá en las casillas, girando y girando sin parar con un desenfreno inútil. Ni una pizca de sentido podría salvarme, ni las caídas serán caídas sino quizás elevaciones invertidas hacia un abismo en lo alto.

A pesar de que cuando camino mido mis pasos, los cuento, trato de intercalarlos entre el borde de la vereda y el de la calle, un paso arriba, un paso abajo, a pesar de que hago coincidir mis pasos con la geometría del camino, no dejo de temer que tarde o temprano las baldosas empiecen a tomar un tono distinto, más nítido, menos rústico, y que al final de una tarde de cansada caminata, alejándome del terror, el terror finalmente me encuentre en la vereda azul, de azuladas baldosas. No podré resistir pisar las vidriosas baldosas, espejadas, relucientes como los ojos de un demonio, y caeré dentro de ellas hacia una asfixia que consumirá toda mi respiración interminablemente, pero sin matarme, sin terminar jamás de matarme.

¿A quién podré confesarle mi temor de que la ruptura finalmente ocurra y que todos los males que sospecho finalmente se lancen sobre mí como perros voraces criados bajo los latigazos de un amo sádico? El mal definitivo no tiene nombre, no puede ser descrito ni previsto. Puede aflorar por la mañana de la superficie de cualquier espejo, al principio con la cotidianeidad de un rostro conocido, el de uno mismo, pero de a poco mostrándose como una garra que nos reduce a la impotencia. El reflejo no tardará en cobrar vida propia mientras nosotros la perdemos, el reflejo se adueñará de la naturaleza original de nuestro rostro, de nuestro cuerpo, de nuestros actos, de nuestra voluntad, y allí, sin esperarlo, seremos el reflejo de alguien que nos mira desde otro lado y al que miramos con su propia mirada reducidos a una existencia de títere, de mimetismo paralizante, aún sufrientes, atormentados, detrás de esa inmovilización absoluta de nuestra capacidad de actuar o de pensar.

Pero, quizás, por más que me aferro a no aceptarlo, ya la ruptura ha sucedido hace mucho. Quizás ya soy sólo un fragmento de conciencia perdido en un laberinto de alucinaciones. Puedo suponer, ciertamente, que sólo estoy adherido a un juego de percepciones que a su vez me persigue como mi sombra y que más allá de lo que percibo no hay nada más que escombros, destrozadas monstruosidades sin destino, inmensidades dominadas por dioses tentaculares. Tal vez si un día dejo de aferrarme a estas imágenes de mis ojos y esta música de mis oídos, y dejó atrás los aromas, los contactos, el frío del invierno y el tibio consuelo de la luz, tal vez entonces vea con claridad que detrás de ese cortinaje de lo cotidiano, de lo reconocible, ha estado siempre, rozándome la médula, acuchillándome la materia gris, el infierno, el caos, la eternidad amorfa.

Fernando Gutiérrez Almeira
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