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Poemas de María Teresa Bravo Bañón

miércoles 6 de marzo de 2019
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Calles empedradas de Castilla

Sus pies iban siempre lastimados de transitar
por callejas de guijarros penitentes.
El suelo de Castilla fue creado
para la austeridad de los conventos
y de los patios de armas;
para la jaculatoria perpetua,
la llaga en encarnadura de viacrucis,
de cilicio y disciplina

En tan martirizada tierra
¿cómo iban a sustentarse las raicillas
de la estrella que le habita en su pecho?

 

La cocina del Lazarillo de Tormes

He visitado la cocina de Lázaro de Tormes
y no había harina suficiente para hacer
buñuelos de viento o rosquillas tontas.
Ni un pimiento seco para farangollo,
ni agua de borrajas,
ni calamares de medio luto,
ni patatas a lo pobre (matahambre),
para hacer atascaburras,
ni huesos pringosos chupadedos,
ni gallinejas y entresijos,
ni mojete en crudo,
ni salsa de los gitanos,
ni un rosigón
para sopa de ajo castellana
o picatostes de pueblo;

ni espina de bacalao para guisar en porreta;
ni orejas de fraile,
ni calabacines pistonudos,
ni judías pochas,
ni una hamburguesa de mojama.

Había sólo dos huevos contados,
tres tomates,
una cebolla,
medio centilitro de leche…
telarañas en cazuelas y sartenes
y un eco atronador en la despensa.

 

Mudéjar

Posiblemente nunca vuelva la música a esta plaza
y la fiesta del estío se amortigüe en mi memoria
hasta desprenderse de toda circunstancia.

El ángel del pináculo
nunca tocará para mí su trompeta de piedra,
ni existirá el mañana que me sueña
a lomos de mi suerte echada,
mientras yo me construyo otro sueño,
bien distinto y a extramuros de los hijosdalgos,
en el barrio mudéjar, con los hideputas.

 

Juanico de la Cruz

¡Oh cauterio suave !
¡Oh regalada llaga!
San Juan de la Cruz

Se me abrieron las llagas, como a vos,
los costurones de las cicatrices malcosidas.

Pero no es dulce cauterio —buen Juanico—
llevar las carnes desgarradas,
y las pústulas rezumando veneno
sin tener ni una mano pía que las vende.
Ninguna belleza hay en dentellada,
dislocación, desgarradura;
ni en coágulo, ni en costra,
ni en la entraña viva al descubierto.

¿Por qué somos tan malqueridos —buen Juanico—?
Vos por Dios —que os dejó a vuestra merced
en las celdas de los Inquisidores de Toledo—
Y yo…. por un amor humano…
que me ha abandonado a mi suerte
en la noche más oscura de esta Ciudad Sitiada.

 

La dama de luz

Era dama del Palacio, mas no era de las bobas
cuyo único menester es cazar a los incautos
con el cebo simplón de su fácil desbragadura.

Era sencillamente buena,
dueña y señora de su coraje:
heroína de sí misma.

Una mujer-hermana que me amó
—como Cristo ama a su prójimo—
y supo serme lazarillo en mi ceguera,
acompañándome hacia las regiones
del amor que ella habitaba.

Aquella noche oscura me refugió en su pecho,
allí dormí en la dulcedumbre
de sentirme a salvo del cerco de las sombras,
pues ella era una Dama de la Luz.

 

Cristos, Cristos

En esta ciudad de los alcázares de sombra
contagiada de ermitas que recuerdan
en las trompetas mudas de sus ángeles,
el Final de los Juicios;
Todos son Cristos de suplicio,
Cristos con cabellos humanos que crecen,
con uñas que crecen como a los muertos desenterrados.
Cristos de expiación,
de expolio, de agonía,
sin pía buena muerte
de los Cristos andaluces;
Cristos de la angustia,
Cristos del humilladero,
Cristos desencajados,
Cristos de pesadilla.
Aquí ignoran
que Él resucitó al tercer día
y que están por ahí, como vivió,
caminando feliz sobre las aguas
y abrazando con amor a Magdalena.

Nada extraña en esta ciudad
que hasta la muerte se detuvo.

María Teresa Bravo Bañón
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