Enamorarse, casarse y arrepentirse.
Beatriz, en Mucho ruido y pocas nueces (2.1.60).
En estas páginas hacemos un recuento de momentos y trayectorias en la vida de William Shakespeare, vida vinculada a su familia, sus experiencias juveniles cotidianas en Stratford, su matrimonio y ciertamente al teatro en Londres. Nos acompaña una expresión que desde hace muchos años comparto: “Somos admiradores de Shakespeare hasta la idolatría1 o más acá de la idolatría” —como decía James Joyce. Él es quien más y mejor se aproximó a la vida de Shakespeare, y su novela Ulises2 aquí es de constante referencia. También los eruditos trabajos de Harold Bloom y Stephen Greenblatt3 han sido los hilos para atar cabos dada la amplitud y complejidad del tema.
Mi gusto y admiración por los clásicos han estado vinculados al estudio de sus obras en cátedras y seminarios realizados en Mérida durante treinta años continuos bajo la guía entrañable José Manuel Briceño Guerrero. Con disciplina, constancia y rigor, por cuatro horas, cada viernes durante unos cuatro años leímos de Shakespeare los sonetos y las obras de teatro. En mí desde entonces ciertos versos quedaron grabados en un continuo retorno de asombro, magia e incógnitas. Hacia el anciano maestro, ¿cómo agradecer tantos años de amorosa dedicación académica? Ante los clásicos, ¿cómo aproximarnos a los dones trasmitidos si no es precisamente volviendo a sus obras?
William Shakespeare ha sido el escritor inglés cuya obra no termina de ser leída y representada aunque su vida se mantiene envuelta entre misterios, silencios y sombras.
Nuestro propósito en estas páginas es sistematizar contenidos con la guía de tres palabras: “amor”, “parejas” y “matrimonios” —atendiendo las obras que Shakespeare concibió y escribió para el teatro. Considerando la inmensa literatura generada, nuestra meta es modesta y va sujeta a los criterios que rigen los ensayos. En notas al final, hemos incluido datos, referencias y algunas recetas metodológicas.
Además de la traducción al español arriba citada seguimos la versión al francés, que es más antigua y acabada, e incluso del siglo XVIII y hasta mitad del siglo XIX todas las traducciones y ediciones de Shakespeare iban del inglés al francés y de éste al español. Las ediciones francesas lucen esmeradas dada la abundancia de precisiones y aclaratorias de todo género incluidas en las notas que incorporaron dichas traducciones. La monumental traducción y edición de Víctor Hugo en dieciocho volúmenes, hacia 1859, marcó de manera indeleble la difusión de Shakespeare en el continente.
Shakespeare ha sido el genio más investigado y escudriñado en toda la literatura así como en la pintura ha sido Diego Velázquez y sus Meninas. De este lado, se tiene un cuadro perenne, sorprendente y misterioso en su plena majestad; de aquel otro, la herencia del teatro, el teatro del mundo, cambiante, corrosivo e irresistible.
William Shakespeare ha sido el escritor inglés cuya obra no termina de ser leída y representada aunque su vida se mantiene envuelta entre misterios, silencios y sombras. Los especialistas han revisado archivos de la época de manera harto minuciosa,4 sin embargo, aún no hay pistas suficientes que permitan desentrañar más detalles acerca de su persona y su vida. Stephen Dedalus —alter ego de Joyce en Ulises— afirma: “Entre todos los grandes hombres, él es el más enigmático. No sabemos nada más sino que vivió y sufrió. Ni aun eso. Una sombra se cierne sobre todo lo demás”. Por su parte, J. L. Borges aborda su texto sobre Shakespeare con escogidas palabras: “Nadie hubo en él. Nadie fue tantos hombres como él”.
William era el mayor entre los hermanos varones, Gilbert, Richard y Edmund, y sus padres los habían educado en las escuelas católicas en Stratford-upon-Avon. Cuando Will tenía dieciocho años retorna a su pueblo natal, donde se encuentra con Anne Hathaway. En esos años, él venía de estar expuesto en Lancashire al peligroso mundo de los conspiradores católicos jesuitas; uno de ellos, Simon Hunt, había sido su maestro de escuela entre los siete y once años; otro jesuita en esa época había sido llevado a la horca. Más tarde, en Londres, Shakespeare luciría como un convencional inglés protestante, pues de lo contrario habría tenido serios problemas con los implacables puritanos. Hasta hoy, persiste mucha oscuridad sobre sus creencias religiosas (Greenblatt, 2016).
En ese encuentro en Stratford, Anne Hathaway personificó para él un impulso inesperado. Era una mujer independiente que habría excitado el interés de un joven y por su edad ella era libre de tomar sus propias decisiones. Ante ella él debió sentir, por un lado, una liberación de las ataduras y restricciones de su propia familia; por el otro, una liberación conexa a la confusión y ambigüedad sexual que los moralistas puritanos vigilaban y asociaban al oficio de actor. Si Will hubiese sentido una incitación erótica inquietante al interpretar una escena de amor con algún chico en un teatro, experiencia frecuente entre actores de las tropas ambulantes, entonces Anne Hathaway habría ofrecido una solución apaciguadora a ese despertar juvenil (Greenblatt, 2015).
También Anne le ofrecía un apasionante sueño de placeres y esto se concluye a partir de la importancia del cortejo en toda la obra de Shakespeare: en los juegos cortesanos hacer el amor, no sólo en el sentido voluptuoso y sexual sino en el antiguo sentido del cortejo intenso de solicitudes y galanteos, encuentros y anhelos; fue una fuerte inquietud y una manifestación permanente en él. El galanteo con adorno, gracia y sensualidad, él lo manejaba con soltura, lo expresaba con profundidad y lo conocía con intimidad en su cuerpo y su alma, según se desprende de sus obras.
El matrimonio entre Anne y Will ha sido objeto de un interés casi frenético desde que en el siglo XIX fue encontrado un antiguo documento en el registro episcopal de Worcester fechado en noviembre de 1582. Era una fianza por una cantidad de dinero considerable para la época, entregada para facilitar la boda de William Shagspere y Anne Hathwey de Stratford, doncella de la diócesis de Worcester.
La pareja deseaba la boda sin demoras. El pago de la fianza se adelantaba para dejar sin efecto cualquier impedimento que surgiese. Seis meses después de la boda de Will, que contaba dieciocho años, y Anne, de veintiséis años, nace Susana. Así aparece en el registro del bautizo y, cuando ellos se casan, Anne estaba embarazada.
Por entonces los chicos de dieciocho años no parecían mostrar muchas ganas de ir corriendo al altar. Años más adelante, Shakespeare, como dramaturgo, dejó entrever que una boda obligada estaba condenada al fracaso, aunque también él fue capaz de imaginar y referir las distintas emociones e impaciencias que una boda suscita. En Romeo y Julieta, en el frenético arrebato de los amantes hay una mezcla de humor, ironía y precipitación. Los versos y cortejos entre ellos describen la impaciencia desesperada de unos jóvenes amantes. Otros tonos distintos acerca de los jóvenes Will y Anne se encuentran esparcidos en Ulises, de James Joyce, según veremos.
En sus obras, Shakespeare evocaría la reticencia de unos novios obligados a casarse con las mujeres con quienes se habían acostado. “Ya está de dos meses –dice Bototo— y va rápido la moza. El bebé ya alardea en su barriga. Es de usted, ¿lo sabía?” (Trabajos de amor en vano). En Enrique IV aparece esta comparación: “¿Qué es una boda forzada si no un infierno, una vida de discordias y continuas peleas? Mientras que lo contrario es una bendición y un modelo de paz celestial”. Estos son pasajes y evocaciones de Shakespeare atinentes a las bodas escribiendo sus obras. ¿Boda, infierno o cielo?
Quizás hacia 1590 Shakespeare había comenzado a reflexionar acerca del origen de la infelicidad conyugal a partir de la suya. Hay malicia en Ricardo de Gloucester cuando dice “Pero una boda apresurada, rara vez prospera”. Son versos escritos por un hombre que a los dieciocho años se había casado precipitadamente, con una mujer bastante mayor que él, a quien abandonó en Stratford, a donde volvió pocas veces con intermitencias y donde nacieron los mellizos Hamnet y Judith.
Durante muchos años Shakespeare se mantuvo alejado de su esposa desde sus sentimientos y vida interior y no hay datos firmes acerca de su vida, formación y viajes en un período largo de seis años, entre sus veintiún y veintisiete años; sólo se sabe que hacia 1592, diez años después de su boda, vive en Londres, donde se le conoce como actor y poeta con renombre.
En esos versos supra, pesa de algún modo su propia vida, su decepción, su frustración y su soledad. En razón a la experiencia en el teatro y al paso del tiempo, Shakespeare enriqueció su vida imaginando y escribiendo, como nadie lo ha logrado, muchos matices, tonos precisos y preciosos respecto al amor y su contraparte, el agravio. Las sospechas de que Will fue llevado a rastras al altar se han reforzado por otros documentos escrutados. El estado anímico y sus sentimientos en el momento de la boda se desconocen y su actitud hacia su esposa durante 34 años de matrimonio sólo puede ser conjeturada. Las meditaciones de Dedalus siguen siendo la fuente aproximada y detallada a esa vida: “Veinte años vivió él en Londres. Su vida fue rica. Su arte es el arte del hartazgo. Veinte años mariposeó él entre el amor conyugal con sus castos deleites y el amor putañero con sus turbios placeres”.
De este hombre extraordinario en su elocuencia y genial en su mundanal sabiduría, no se ha encontrado alguna carta de amor, ningún verso amoroso a su esposa, ningún papel indicador de alegría o dolor compartido, ni una palabra animada ni altiva, ni una frase como consejo reconfortante, ni alguna nota de dolor; ni siquiera una transacción financiera conexa a la administración del hogar. Este vacío luce enorme al recordar las cualidades y los talantes de sus sonetos invocando al amor en la cima de lo sublime y en la sima oscura del aborrecimiento. Parece verosímil que Anne no sabía leer ni escribir y es posible que la esposa de Shakespeare no leyera ni una línea escrita por él.
Al considerar la obra de un genio de la literatura (Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe) sobre dos componentes están de acuerdos quienes la estudian: uno, la creatividad humana, y dos, el contexto social en el cual estuvo tal genio inmerso. Algo semejante se aplica en el campo de la música, la pintura e incluso la ciencia. La creatividad humana, al cabo, es un misterio que no se aclara y más bien se amplían y profundizan los enigmas pese a las indagaciones objetivas. “Más encantadoras son las hipótesis que trascienden lo racional” (Borges, 1989).
Respecto al contexto: por un lado, la Inglaterra isabelina mantuvo el gusto por la elocuencia y fomentó las artes, el teatro, la poesía y la literatura de manera que Shakespeare y otros escritores fueron recompensados con aplausos y bienes, reconocimientos y dineros; por otro lado, está la influencia ejercida por las crónicas de Inglaterra en los dramas históricos del Bardo, en razón a dos hechos políticos cruciales, la guerra de los Cien Años y la guerra de las Dos Rosas.
Atendiendo la literatura, el género teatro por entonces trascendía en razón al carácter relacional y la alteridad que concitaba en cualquier espectador. Vamos al teatro para “divertirnos con el sufrimiento de los otros”, decía un dicho popular de la época. Ese gusto por el teatro nos recuerda la cuota funcional de catarsis que Aristóteles atribuyó al teatro en Grecia, donde se entendía que representar las desgracias de los héroes era una manera de suplicar a Dionisio que evitase tales infortunios a los espectadores.
Si hubo un contexto social determinante para el oficio de Shakespeare y su vida, lo fue sin duda la ciudad de Londres.
El poeta inglés S. T. Coleridge dejó una expresión luminosa e incomparable acerca del teatro y cuando se ve una obra allí “hay una suspensión voluntaria de la incredulidad”. La frase recoge todo un despliegue cultural al caracterizar el teatro de Shakespeare en la época isabelina. Con dos vocablos tan subjetivos como personales se alude al poder relacional del teatro y tal suspensión, aunque apunta a lo individual, involucra también lo colectivo, y si se acepta, se consiente deliberadamente una ficción, se sobreentiende entonces que el teatro moviliza voluntades e incredulidades. Ese teatro ostenta un inigualable poder de implicación hacia el público, que ya no se desprende de la persuasión ejercida cuando retorne a la vida cotidiana. Ese teatro es por excelencia un espacio enigmático y equívoco donde se desmoronan las explicaciones convencionales y donde una persona puede meterse en la mente de otra. En este sentido, la tesis de Coleridge es pertinente y remite a una opacidad presente en las grandes tragedias que el profesor Greenblatt ha venido analizando.
Si hubo un contexto social determinante para el oficio de Shakespeare y su vida, lo fue sin duda la ciudad de Londres. Él llega abriéndose paso en medio de una urbe que ofrecía a cualquier individuo una inmensa variedad de opciones, a diferencia de los pueblos y el campo. Atrás quedaron para él el localismo y lo rural. Hacia delante estaba el sueño de la benevolente fortuna. Las dinámicas atrayentes de la ciudad se enraízan con la muchedumbre, siendo ésta la médula y la savia de la vida urbana en las calles de Londres y los corrales de las comedias.
Se ha conjeturado que Londres reconfiguró el mundo de Shakespeare nutriendo su identidad de comediante y sus identificaciones imaginarias con las apariencias y los disimulos. Identidad e identificación conforman un núcleo interior de la vida humana. En el anonimato de la ciudad, él podía convertirse en otra persona, soñar ser otro, ser alguien, ser varios personajes histriónicos. “Fui un bufón en muchas ocasiones / he andado del caño al coro / y he hecho de mí un pendón de feria” (soneto CX).
En Londres, el teatro con sus comedias y dramas estaba arraigado en la muchedumbre, era solicitado en los palacios y muy apreciado en la corte. De la época proviene esta expresión: “Londres, la feria que dura todo el año”. Shakespeare, que se interesa por todo aquello que emocionaba a las masas, encuentra en Londres una ciudad atestada de tabernas, casas de diversión, burdeles y corrales de comedias; el populacho al asistir a las representaciones se topaba con las horcas camino al teatro.
También en la ciudad Shakespeare acumuló otras experiencias atinentes al oficio de escritor al captar sus otros aspectos siniestros y deplorables. Sus calles y el ambiente cercano al teatro ejercieron influencia en otros escritores. Era un ambiente trajinado por pendencias, transgresiones y tráficos que atraían toda suerte de delincuentes; también abundaban las torturas, castigos y persecuciones políticas y religiosas; proviene del siglo XVI una lista que un individuo confeccionó acerca de las atrocidades ejecutadas en el “teatro de los castigos”.
Era Londres y su muchedumbre urbana apretujada en tabernas y teatros, y si el drama se desarrolla en Éfeso, Viena o Roma, aun así la mirada del dramaturgo estaba anclada en la capital inglesa. Esa muchedumbre urbana con sus gritos y olores, alboroto, potencial violencia, sed de sangre y espectáculo, fue determinante en la vida y obra de Shakespeare desde sus primeros dramas históricos hasta Julio César y Coriolano.
Veamos más acerca de ese contexto urbano con un pasaje ilustrativo. Londres es el escenario de una obra que Shakespeare escribió hacia 1591. Se suceden (entre otras escenas) las acciones violentas de una banda de rebeldes y una turba andrajosa dirigida por un tal Jack Cade, personaje osado que promete al populacho una reforma económica, vino y espectáculo; a los nobles y letrados amenaza con el caos, subvirtiendo todo el orden social del reino. Nos referimos al drama histórico Enrique VI, parte II. Los rebeldes proclaman y prometen “espectáculo y sangre en el patíbulo”; “matar a los abogados”; “quemar los tribunales y archivos del reino”; “ilegalizar y prohibir la enseñanza de la lectura y escritura”; “liberar presos y delincuentes”; “ejecutar en la guillotina a los hidalgos”. En cuanto a cargos contra un odiado noble, Cade expone: “Has corrompido a la juventud erigiendo una escuela primaria; se probará que tenias gente contigo que habla de sustantivos y verbos y dice otras palabras abominables…”.
Como una grotesca pesadilla, Shakespeare pondera el poder de destrucción de la chusma dando a imaginar al espectador, en el teatro, cómo sería Londres gobernada por gente orgullosamente analfabeta que llegando del campo ofrece medidas primitivas para un mundo mejor.5 Jack Cade pregunta al populacho por el destino de un notario apresado (¿un escritor?, ¿un letrado?) y luego sentencia: “Cuélguenlo con las plumas y el tintero alrededor del cuello. A ese otro descuartícelo por sus versos”.
Pluma y tintero eran también los instrumentos básicos de un escritor. En los dramas históricos Shakespeare sigue el lenguaje desenfrenado y populachero de quienes odian la modernidad, desprecian con arrojo y estupidez la erudición y celebran la ignorancia, pues él además conocía de cerca los oficios de esos protagonistas (campesinos, pañeros, curtidores, artesanos con sus delantales grasientos, reglas y martillos).
Cabe derivar otro asunto que a nuestro juicio es de extrema importancia: frente a la amenaza destructiva de la chusma y sus líderes, Shakespeare se sostiene en los soportes de su conciencia y su percepción, enfatizando por contraste la preeminencia de la escuela y la gramática que lo habían sacado del medio rural y llevado hasta los libros impresos; que lo habían definitivamente alejado de la muesca en la madera, aquella oprobiosa varilla donde los antepasados analfabetas marcaban sus cuentas y deudas.
Respecto a la creatividad y la vida de Shakespeare, los estudiosos coinciden en afirmar que estamos ante un artista que utiliza y saca provecho de todo aquello que se le cruza en su camino y sacó beneficios de las instituciones, profesiones y relaciones que afectaron su vida. Recientes investigaciones han revelado detalles dolorosos e intrigantes de la vida del dramaturgo y el complejo ambiente erótico en el cual vivió, trabajó y, presumiblemente, amó (Greenblatt, 2015).
Fue el poeta supremo del cortejo y nadie como él al escribir sobre la pareja, el amor, la infelicidad, el rencor, las ofensas, el matrimonio y la familia. Mantuvo en sus obras especial y profundo interés por la rivalidad homicida entre hermanos, la complejidad y los desplazamientos en las relaciones padres-hijos, las sombras y dudas sobre la paternidad y su contraparte, los cuernos conyugales y los vaivenes en la vida de parejas y matrimonios. Otro tema obsesivo en esas tragedias es la escisión familiar. Rivalidad, complejidad e intensidad son trazos que moldearon sus dramas, al igual que el contacto directo con el poder político y sus constantes luchas, pues su padre ejerció el cargo de alcalde en Stratford por doce años.
Estos temas tan humanos convendría enmarcarlos al interior de los vínculos primordiales que los analistas examinan en la juventud de Shakespeare en Stratford, Worcester, Leicester y Coventry, donde iban y venían las compañías ambulantes de actores profesionales, despertando particular interés con ocasión de los festejos y ritos estacionales. Las experiencias e imágenes del teatro ambulante marcaron la vida y juventud de Shakespeare, dando sólido sustento a toda la obra literaria que más tarde creó.
“Todos los hombres ansían que sus hijos hablen latín”, escribió el tutor de la reina Isabel. Cabe suponer que los padres de Will deseaban que su hijo recibiera una educación clásica. Ese entrenamiento con los clásicos pudo recibirlo por sus maestros jesuitas, formados ellos en el humanismo de Oxford; también recibiría una formación religiosa mediante la Biblia en la escuela y con las homilías anglicanas de obligada lectura dominical; otra fuente de formación proviene de las Crónicas históricas de Hall y Holinshed y el Mirror of Magistrates,6 textos que la tradición había encumbrado y eran consultados por la gente culta de la época.
Metido en el plan de estudios, el latín se aprendía por dos vías: por los artículos de fe cristiana en el libro de rigor El abecedario con el catecismo, y también al leer e interpretar antiguas obras de teatro, especialmente de Terencio y Plauto, y de éste se dice que los chicos contemporáneos con Will llegaron a interpretar la comedia Los dos Menecmos, que ofrecía una extraordinaria y curiosa combinación: juegos y enredos entre la lógica y la confusión. Esta clave combinatoria conviene retenerla.
Cuando algunas compañías de comediantes llegaron a Stratford y Leicester, donde realizaron sus representaciones, Will contaría entre nueve y once años.
Entre los años 1550 y 1570, en el repertorio de las compañías ambulantes de teatro prevalecían los autos de moralidad o entremeses morales,7 cuya finalidad didáctica era mostrar las terribles consecuencias de la desobediencia, la ociosidad, el desenfreno, la incontinencia y la disipación. También estas obras encerraban una sabiduría popular junto con una corriente de humor bastante subversivo, pues ese humor era comúnmente llamado Vicio, ese pícaro revoltoso experto en jugarretas crueles que, según el auto en cuestión, llevaba nombres tales como Libertinaje, Iniquidad, Insolencia, Ociosidad, Señores del Desgobierno, Espíritu de Diversión. La magia de esas representaciones, cabe suponer, concitaba una visión muy emocionante y perturbadora hacia los niños y jóvenes. Cuando algunas compañías de comediantes llegaron a Stratford y Leicester, donde realizaron sus representaciones, Will contaría entre nueve y once años. Ya en Londres,8 siendo actor y dramaturgo, Shakespeare llegó a trabajar en varias compañías de teatro y fue un rico inversor y socio del famoso teatro El Globo desde 1599.
Hasta aquí, dos asuntos resultan primordiales y son atinentes al cúmulo de aprendizajes que el joven Shakespeare atesoró y que sirven —cabe conjeturar— de fundamento y sustento a sus obras: primero, el Vicio, esa figura subversiva de la moralidad en las obras de entonces nunca se borró ni se alejó de su mente; segundo, hubo en él un escepticismo que apuntaló una temprana escogencia por la supresión radical de motivos o explicaciones racionales explícitas en cuanto a los avatares de la conducta humana y los personajes.
Sobresalen datos interesantes respecto a esas figuras de la moralidad en el teatro de la Inglaterra isabelina, por contraste con las figuras de los entremeses de la misma época en España, y eso ilustra un poco más el contexto social y cultural en el cual Shakespeare se formó. Ya sea en el teatro ambulante o sea en las fiestas estacionales en Inglaterra, esas figuras paganas parecen más alusivas a una moral terrenal y una ética secular y menos a las virtudes de raigambre cristiana. También destacan las figuras asociadas a la vida urbana de la ciudad y no hay preeminencia alguna hacia los personajes del campo (pastores, pastoras) y tampoco a la vida del medio rural. Sobre esa ética protestante en los distintos ámbitos de la vida en Inglaterra, la obra de Max Weber9 es la indispensable referencia.
A partir de las claves hasta aquí desglosadas sobre el tema de la temprana formación de Shakespeare y su creatividad, seguidamente sistematizamos los atributos y logros más característicos que reconocidos estudiosos (Greenblatt, 2016; Bloom, 2002) han detectado. Veamos este primer recuento:
- Shakespeare descubrió para su creación y su arte que la frontera entre comedia y tragedia era asombrosamente permeable.
- Se percató de que, si bien el Vicio, al final de cada obra, era expiado o castigado, durante su representación cautivaba al público, que disfrutaba al máximo su atrevida y corrosiva influencia.
- Se imaginó que el espectáculo del destino humano era mucho más fascinante al asociarlo menos a una abstracción (Iniquidad) y más a una persona, una individualidad, tan intensa como desconocida hasta entonces.
- Mediante el teatro logró progresivamente una intensa representación de la interioridad del individuo y de cada persona al transformarla en personaje; él escribía acerca de aquello que sus personajes pensaban e imaginaban.
- Él utiliza y aprovecha las fuentes históricas, pero sobre todo transforma los contenidos y las fuentes de la literatura que le precedió.
- Mediante dramas históricos, él supo trasladar al público a épocas pasadas, medio borradas en la memoria, y les infundió una atracción, fuerza y convicción que antes nunca habían tenido; esos dramas también fueron sus primeros éxitos en Londres y el público conservó imborrable la imagen de Juana de Arco como bruja y puta abandonada por sus diablos.
- También aprendió a prescindir de la piedad, la caridad y otras virtudes hasta convertir el sueño e ideal de lo sagrado en un divertimento popular.
- No siguió un patrón claro y lógico para la creación de sus obras; en cambio sí hubo un desarrollo gradual gracias a un refinamiento cognitivo de técnicas figurativas específicas hasta perfeccionar con medios lingüísticos y estéticos la representación acabada del alma humana.
- Mientras otros escritores de la época hacían anotaciones académicas en sus obras, Shakespeare no atendía tales referencias; en cambio añadía chistes verdes, juegos de palabras obscenas, apodos y vocablos procaces.
- Reinventó el arte como la fuente de una calma apacible, pasando por una profunda turbulencia frenética hasta desbordar en la tormenta pasional.
- Ofreció al público un teatro que tenía dos caras: un vuelo mágico visionario y una terrenidad humana, demasiado humana.
- Shakespeare en su mundo cercano conoció actores, relaciones e instituciones muy variadas, contando con una aguda curiosidad y una energía ilimitada para la percepción cotidiana de ese entorno.
- A la postre él fue, como dramaturgo y poeta, simultáneamente, agente de civilidad y agente de subversión; escribiendo para el teatro progresivamente él descubrió que sus recursos verbales eran ilimitados.
- Cuanto la vida le ofreció, él lo convirtió en arte, su experiencia, sus tormentos y sus crisis de estatus social, sexualidad y religión; transformó el dolor por la muerte de su hijo Hamnet en obra estética de trascendencia universal.
- Entre los géneros literarios, el teatro resultó, para él y su época, el más atrayente en razón a su especial calidad relacional: diálogos, alteridad, tensión, intensidad, pasión y con efectos sensoriales, emocionales y psicológicos inmediatos.
- Él encontró en el mundo exterior, como real, aquello que estaba como posible en su mundo y su vida interior; es un desarrollo gradual encauzado por su experiencia mundanal, su imaginación y su agudeza cognitiva.
Especial relevancia ofrecen el tema y la visión de la maldad, el vicio y la ausencia de las virtudes cristianas, sean católicas o sean puritanas, en Shakespeare. Además, la polaridad entre el bien y el mal son rasgos que, con exuberancia y precisión, al tratar el carisma y la fuerza interior de los personajes malvados y otras figuras oscuras (Ricardo III, Edmundo, Lear, Lady Macbeth), marcaron para siempre el teatro en su despliegue universal. Hasta hoy, esos rasgos siguen cautivando a los directores de cine y productores de series de televisión porque ellos además los recrean con abiertas y cuantiosas ventajas de toda índole. “Al fin y al cabo —en Ulises— tiene razón Dumas fils (¿o es Dumas père?), después de Dios, Shakespeare es quien más ha creado”.
Respecto a la exuberante fuerza interior en los personajes del Bardo, se sabe de las muchas aflicciones que Sigmund Freud padeció al leer o tropezar con los personajes y arquetipos humanos del inglés. Se percató de que ya había unos precedentes nítidos y singulares para cuando fundamentó en Viena sus teorías científicas. Ya no hay dudas ni discusiones sobre este asunto, pues Shakespeare se adelantó con su teatro a las teorías de Freud sobre el psicoanálisis. Obvio, su propósito se afincaba en el teatro y no en las explicaciones racionales o las teorías ínsitas a la racionalidad científica.
Se trata de villanos extremadamente inteligentes y elocuentes. Ricardo III es frío y despiadado, sanguinario, sagaz y desbordante, y sus frases brillantes sobrevienen precisamente cuando él habla ante su espejo (o a su conciencia). Con Ricardo quedó perfectamente trazado y por siglos el retrato irresistible del antihéroe absoluto. Frente a él y otros seres inventados por Shakespeare, el espectador siente un atractivo bastante difícil, casi imposible de eludir, porque ese villano teje y recrea una complicidad con el público muy superior respecto a personajes portadores por caso del bien o la bondad. Se puede desaprobar y tachar a Lady Macbeth, Edmundo o Yago, pero eso no aminora, no hace resistencia a la fuerza misteriosa, irresistible y siempre corrosiva que emana de ellos y su creador. Ellos se contemplan artísticamente a sí mismos, se repliegan y se despliegan en imágenes fraguadas cada uno desde su propia inteligencia, exhibiendo así el arte de ser personajes dramáticos lúcidos y ser artífices estéticos muy atrayentes.
Contemplarse a sí mismo (¿con o sin espejo?), solazarse para sí mismo, mientras habla y habla, hostiga y ofende a otro miembro de su familia, son trazos maestros de un personaje inigualable como Ricardo III. En él, Shakespeare condensa elocuencia y maldad, ambición y lucidez. Mientras se va retratando, desde su logos (verbo y razón) él extiende completa la tela larga y colorida de sus vanidades, ambiciones y delirios. Eran los impulsos rancios de un político isabelino; son los de un populista latinoamericano hoy.
Al examinar el recorrido se detectan los pasos iniciales de Shakespeare, que muestran su renuencia a las explicaciones, las excusas oficiales y las justificaciones psicológicas y teológicas de por qué la gente se comporta como lo hace…
Quizás la escena más acabada aparece cuando Ricardo se acerca a Lady Ana, frente al ataúd de su esposo, justo recién asesinado por él. Es el componente sadomasoquista de la sexualidad que al público por igual deleita y aterra. A nuestro juicio, allí Shakespeare amalgama todos los rasgos arriba mencionados de manera absoluta, pues esta obra conjuga dos fuerzas humanas exuberantes: la lucha por el poder y la guerra, la antítesis del amor y el matrimonio. No es casual que la maldad y el crimen aparezcan tan bien encajados en el poder político.10
¿Cómo un ser taimado, un asesino jorobado, logra imponerse a los nobles en la corte? ¿Cómo Ricardo mezcla con incomparable destreza ambición, seducción y lenguaje? Al perder todo, guerra, trono, reino y familia, él pronuncia una frase petulante que como lección política retrata al tirano en distintas épocas: “Un caballo, un caballo, cambio mi reino por un caballo” (para huir). Siempre sorprende, una y otra vez, la voz con la cual Ricardo III cierra sus largas peroratas: “¡Descended, pensamientos, descended al fondo de mi alma!”. Es la expresión de una oscura fuerza humana tan incansable como insaciable detrás del poder. En Shakespeare, los tiranos criminales como Ricardo III y Macbeth, cuya voluntad es la única justificación para arrebatar y permanecer en el poder, terminan expiando sus crímenes con la muerte.
Añadimos otros elementos reveladores que ilustran la gradual maduración de Shakespeare como escritor y dramaturgo. Greenblatt (2015) con datos y argumentos identifica este proceso como opacidad estratégica. Al examinar el recorrido se detectan los pasos iniciales de Shakespeare, que muestran su renuencia a las explicaciones, las excusas oficiales y las justificaciones psicológicas y teológicas de por qué la gente se comporta como lo hace… Con ese escepticismo, el escritor avanza otro paso, desplazando todos los motivos que dan sentido a la acción, dando así a entender que en nombre del amor la gente hace elecciones casi totalmente inexplicables. Gradualmente avanzó más al dominar los recursos lingüísticos convenientes para escribir y al cabo provocar en el público una intensidad avasallante, dejando muy atrás, y en el vacío, el elemento explicativo “clave” al apartar el fundamento racional, la motivación, el principio moral que justificaría las acciones a desarrollar en la trama y la urdimbre de los dramas.
Desde entonces la interioridad del alma humana se mostró más abierta y desnuda en el escenario, quedando expuesta a diario ante el público, y Shakespeare se encumbró como el maestro señero en el juego tenso y denso de las ambivalencias y las ambigüedades. Ante ese público él presentaba una mescolanza de contraposiciones entre la excitación erótica, el dolor y la risa de las comedias, y una identificación imaginaria con el dolor, las miserias y las desgracias escenificadas en los dramas. O cambiando el acento: él fue el maestro en el juego de las confusiones que siembra el Vicio, ese pícaro experto en fantasías y tretas, confusiones y pesadillas, aquel personaje que desde niño él había observado en el teatro ambulante de su pueblo natal. Hay unas frases memorables acerca de las contraposiciones particularmente en la creación elevada y la literatura clásica que provienen de Rafael Cadenas (2000): “En la escritura poética siempre habrá un claroscuro, no la claridad total, la claridad de Apolo”.
Trabajar como comediante fue gradualmente determinante en su vida, al igual que la cercanía al teatro para escribir todas sus obras. Eran las dos caras de Jano en un mismo destino. La dedicación al teatro por dos lados, actor y escritor, también le generó conflictos interiores conectados a sus crisis de estatus y ascenso social al que tanto empeño puso en Londres; allí él vivió e igual sufrió.
Cabe imaginar que entre ambos oficios se anidó el problema de su identidad: “la creación que ha amontonado para que le esconda de sí mismo, viejo perro lamiendo una vieja llaga” (Joyce); “ser todos los hombres y ser nadie” (Borges). Shakespeare padeció de una identidad provisional y circunstancial porque la movilidad es ínsita al comediante; también lo son la fugacidad, la máscara y el disimulo cuando se ha sido pendón de feria hasta arribar a la burbuja de la fama…
El amor
Acerca de la palabra, el vocablo amor. Puede significar amante, amigo, amiga o una clase de acto. Hay una abierta proximidad entre amor y amistad. A veces “por amor” significa “por uno mismo”. Los asuntos del amor lucen detrás del cortinaje que proveen los escenarios: allí se conjuga una fina sensibilidad al placer y al dolor con una enorme capacidad de idealización estética.
Las alusiones hermosas al amor provienen de un personaje muy joven y enamorado, Romeo. Él, al comienzo de la obra, afirma: “El amor es un humo, luego un fuego y después un mar de lágrimas. ¿Qué más es? Una locura, hiel que endulza, dulzura que amarga. Que el amor que lleva siempre vendada la vista halle, sin los ojos, camino franco a su voluntad”.
Sobre el amor un caso extremo pero retorcido, como corresponde al personaje, aparece en el cortejo de Gloster a Ana viuda, frente al ataúd de su esposo, en un confuso juego de palabras, matar-amor, matar-amante. “¿Se ha hecho nunca de este modo el amor a una mujer? ¡Y aun así, la conquisto! ¡El universo contra la nada!”.
Hay una clara y sutil identidad entre amor y celos, particularmente en Otelo, aunque tal juntura está en otras obras de teatro con una ambigüedad y vulnerabilidad implícita. Los tormentos del amor, incendiados por los celos y/o por los cuernos conyugales, son una invención estética de Shakespeare, alcanzando a mostrar con alcances universales, y mediante dramas, las catástrofes generadas por/desde la sexualidad. “Los celos, ese malvado bastardo de Venus y Mercurio”, en Romeo y Julieta. La grandeza erótica de Julieta y el esfuerzo de Romeo por acercarse al estado sublime de ella dan cuenta de la celebración del amor romántico. Julieta a Romeo: “Jura por el dios de mi idolatría y te creeré. Mi amor es tan ilimitado como el mar. Mi amor igual de profundo. Cuanto más te lo doy, más tengo, pues ambos son infinitos…”.
Otro tratamiento trágico y sombrío acerca del amor se encuentra en Lear. Aquí todos los personajes, sean hombres o mujeres, persiguen su destino porque sus vidas están asoladas constantemente por las ambivalencias y las ambigüedades del amor familiar y sus sombríos desplazamientos (Bloom, 2002). Los versos de Cordelia parecen anticipar enormes tormentas: “Desdichada como soy, no sé alzar mi corazón hasta mi boca”. Porque la tragedia mayor en el amor es la tragedia doméstica, la tragedia que fluye y desgarra desde la sangre. “Eres un tumor, una llaga que supura, una úlcera inflamada en mi sangre corrompida”, dice Lear a su hija Goneril. Con Lear, Shakespeare nos demuestra que todos somos o podemos llegar a ser unos bobos —fools, palabra que arrastra varios significados: amados, engañados, locos, bufones pero, sobre todo, víctimas…
En las historias de cuernos que tanto sugestionaban al público se exhibe el juego de las mentiras recíprocas en el amor; es el caso de Marco Antonio y Cleopatra, donde el amor aparece ataviado con el tejido de la teatralidad y las mentiras mutuamente consentidas, amar es simular. “Amar es simular confianza mutua”.
“Los hombres son abril cuando hacen la corte / diciembre cuando se casan / Las doncellas son mayo cuando son doncellas / pero el cielo cambia cuando son esposas / Hasta que te encuentres con el ingenio de tu esposa yendo a la cama de tu vecino…”. Con esos versos una mujer excepcional como Rosalinda, en Como gustéis, señala abiertamente la inmemorial y la constante angustia masculina por los cuernos. En Penas de amor perdidas se encuentra otra advertencia, esta vez de un hombre, Birón, quien menciona la venganza de Cupido al prometer los cuernos: “Ese signor junior, gigante enano, don Cupido / Soberano ungido de los suspiros y quejidos / Señor feudal de los holgazanes y los descontentos / Terrible príncipe de las faltriqueras y las braguetas / De su poderoso terrible pequeño poder…”. Y en Mucho ruido y pocas nueces se encuentra otro aviso sobre el vívido temor de los hombres a los cuernos conyugales; esta vez es Benedicto, hombre casado quien trae al escenario la obsesiva conseja de Shakespeare: cásate y prepárate para que te pongan los cuernos. Páginas más adelante hemos de volver sobre el asunto de los cuernos conyugales; adulterio es la voz examinada por otros escritores como Honoré de Balzac.
Locura, ceguera y dolor en torno al amor doméstico se conjugan en Lear, considerada como la más sombría y violenta de las obras de Shakespeare. Lear ante el cadáver de su hija menor, Cordelia: “¿Por qué un perro, un caballo, una rata, tienen vida, y tú ni un suspiro? Ya no volverás. Nunca, nunca, nunca”. Son las palabras de amor más dolorosas que quizás Shakespeare escribió. Es el dolor de un padre ante la muerte de su hijo.
Ahora bien, antes de esta escena, el anciano Lear ha desplegado un feroz ataque contra la condición femenina desde su imaginación enferma y asediada por la duda frente a la paternidad. Cuando Lear habla sobre sus dos hijas mayores, él aborda los límites hondos de las peores desgracias con fuertes metáforas: “De la cintura para abajo (ellas) son centauros / Debajo (vagina, hell) es todo de los demonios / allí está el infierno (hell) / allí están las tinieblas / allí está el pozo de azufre”. También hay dosis de perversión en las intervenciones de Edmundo: “El lúbrico sigilo de la naturaleza / Que hay en una cama aburrida, rancia y cansada”. Y no menos escandalosa puede lucir la frase de Edgar al referirse al sexo de la mujer, “ese oscuro y vicioso lugar”.
El amor en cualquiera de sus modalidades, familiar, erótico o social, es transformado en el mayor y el más denso de los valores dramáticos y estéticos, aunque el dramaturgo lo despoja de todo supuesto valor propio. Shakespeare se niega a considerar al amor como un agente universal. Según Johnson, para Shakespeare, “el amor es sólo una entre muchas pasiones, y como no tiene mucha influencia en la suma de la vida, tiene poca obra en los dramas de un poeta que tomaba sus ideas del mundo vivo y exhibía únicamente lo que veía ante sí” (Ben Johnson, poeta y amigo de Shakespeare, se refiere particularmente al amor entre los amantes).
Y si el amor es sólo una entre las muchas pasiones humanas, entonces Shakespeare cabalmente sabía que cualquier otra pasión, sea mesurada, sea desbordada, era causa de felicidad, tragedias o desgracias. En todo caso, las variedades del amor constituyen una línea ardiente y una constante inquietud en Shakespeare. En los sonetos (considerados por analistas como documentos biográficos) hay un ritmo amoroso y sexual extremo; ese ritmo moviliza y conjuga vitalidad y muerte, placer y repugnancia, anhelo y aborrecimiento (Greenblatt, 2015).
Siguiendo sus obras a la postre surgen dos visiones igualmente desagradables del matrimonio: una, cuando la pareja conyugal pasa su vida entre peleas y ofensas todo el tiempo; la otra, cuando la voluntad de la mujer es completamente doblegada.
Parejas y matrimonios
Regresamos al otro tema enunciado. Hay pocos matrimonios felices si atendemos los contenidos de la literatura,11 al igual que hay pocas representaciones de la bondad al interior de ellos. En cambio abundan los relatos y retratos del largo aburrimiento y el intermitente desastre. Y Shakespeare en particular no tiene interés en mostrar que a las parejas conyugales todo les saldrá bien… En Mucho ruido y pocas nueces, Beatriz condensa en tres palabras muchas y diversas historias humanas: “Enamorarse, casarse y arrepentirse…”.
Esa frase de Shakespeare no encierra un tono sombrío. Más bien entraña una dosis de humor y realismo hacia los espectadores, que son invitados a entrar en el círculo encantado del amor a sabiendas de su ilusión transitoria, mientras dura la obra, allí en el teatro mágico, el teatro del mundo…
Siguiendo sus obras a la postre surgen dos visiones igualmente desagradables del matrimonio: una, cuando la pareja conyugal pasa su vida entre peleas y ofensas todo el tiempo; la otra, cuando la voluntad de la mujer es completamente doblegada. De cualquier manera, el dramaturgo no da muchas expectativas de felicidad a largo plazo.
Atendiendo el tema de los matrimonios y las parejas, curiosamente Shakespeare se muestra bastante reservado en sus descripciones respecto a cómo era en realidad estar casado. Sin embargo, en cuanto a los vínculos entre las parejas, sí se cuenta con la extensa gama expresiva que alude a la complejidad, los sinsabores y los vaivenes en dicha relación. Hemos confeccionado otra sistematización para presentar este tema. Veamos los detalles y pasajes:
- Shakespeare llegó a producir imágenes perdurables respecto a parejas sumidas en el abismo oscuro del odio, caso de Goneril y Albany. “Hombre de hígado blanquecino —dice a su esposo— pon tu hombría a la sombra y así se enfría”.
- En la mayor parte de los casos, ellos se encuentran incomunicados en un estado de distanciamiento muy sutil y complejo, Hotspur y Kate.
- El matrimonio está caracterizado por el aislamiento mutuo, así, uno queda intencionalmente excluido de la vida del otro e incomunicado; en la pareja Bruto y Porcia ésta queda desterrada del lecho, de la vida de él, al punto que se lamenta y, respecto al lecho, afirma “sentirse como una ramera y no una esposa”.
- El tema de los celos centra y mueve la conciencia de Otelo que, según Dedalus, pone de manifiesto una faceta de Shakespeare: “Su intelecto inexorable es el de Yago, loco de cuernos, deseando incesantemente que sufra el moro que hay en él. El muchacho del primer acto es el hombre maduro del quinto acto. Todo en todo. En Cimbelino, en Otelo, él es chulo y cornudo. Actúa y sufre”.
- Shakespeare no es el único escritor que en su época encuentra difícil imaginar una intimidad conyugal plenamente conseguida.
- Ante la imposibilidad del divorcio, a los escritores les estaba abierta la opción de hacer chistes socarrones sobre el aguante y la resignación de cada quien; de plasmar en sus personajes los años conyugales bajo un discreto y esquivo silencio; de escribir poemas de amor, sublimes o eróticos a otra mujer, pero no a la esposa.
- Lo más razonable era esperar que el matrimonio trajera consigo estabilidad y comodidad, pero no mucho más; no se descarta la amargura del corazón y el escozor en los ojos por las noches en blanco.
- Hacia 1580, en Stratford y otras ciudades, el divorcio no existía como solución imaginaria ni como práctica; ante las pocas expectativas culturales, en Shakespeare se nota cierta distancia al representar el matrimonio desde adentro excepto en dos dramas, Hamlet y Macbeth, según veremos.
- Representar el matrimonio desde adentro incluye considerar el problema de la infidelidad de la esposa, y este asunto es tratado por Shakespeare con varias salidas; mediante el drama pasional de celos y sospechas, al cabo infundadas, pero luego el desenlace, trágico en el caso de Otelo y con peripecias en Cuento de invierno; en ambas obras, al final, prevalece la inocencia de la esposa.
- También mostró el deseo frustrado de intimidad conyugal atribuido casi exclusivamente a las mujeres, las esposas desatendidas; el caso espectacular es Adriana en La comedia de los errores; una angustia late en sus versos: “¿Qué ha sucedido, esposo mío, para que seas tan distinto a ti mismo?”. O sea, al acercarse a su esposa, él cambia, es otro ser… Esa enorme frase, “por qué eres tan distinto a ti mismo”, encierra a nuestro entender una inmensa y dolorosa pregunta.
- En el anhelo frustrado de intimidad, se vislumbra la burla de uno hacia el otro, caso de Leontes y Hermiona en Cuento de invierno; la entonación del verso permite seguir en ellos dos la lucha combinada entre la zumba sexual con la pulla amable, el piropo y la broma, la tensión reprimida y la burla; siendo obra de madurez, aquí Shakespeare muestra un matrimonio complicado y un esposo atormentado por las sospechas de los cuernos.
- A la postre ese cuento de invierno sugiere que el matrimonio no puede mantener, no puede recuperar la intimidad emocional, sexual y psicológica que poseyó una vez en tiempo atrás, cuando fue gratificante y perturbadora.
Hay más rasgos temáticos que cabe destacar desde otras comedias. Se trata del hilo de la incomodidad en la pareja, hilo que combina temores, peleas, mala fe, pullas, sospechas y, al cabo, la traición. También se detecta una mezcla alquímica cuando se trata de una pareja con una intimidad continuada, como en el caso de Beatriz y Benedicto en Mucho ruido y pocas nueces, pese a los continuos insultos entre ellos y las mutuas declaraciones de amor. Beatriz sale y pica adelante en todos los pleitos de la pareja.
En Penas de amor perdidas, mediante veintidós largos versos Shakespeare hace un homenaje a la visión y al ojo femenino, para luego pasar a la relación entre el intelecto y la visión femenina, de donde se desprende que los hombres se enamoran primariamente gracias al estímulo visual y las mujeres se enamoran de manera más comprensiva y sutil. También las mujeres tienen un sentido más veraz de la realidad, mientras los varones lucen adolescentes y muestran cierta renuencia a madurar (Bloom, 2002).
En la pareja Rosalinda y Orlando, es ella quien corteja al hombre y no a la inversa, en la obra Como gustéis, donde además la vanidad masculina luce vencida. En cambio, Rosalinda es el personaje femenino más completo y admirado por lectores y espectadores de Shakespeare. Ella llega a trascender porque instruye al público acerca de cómo lograr, cómo ser un conciencia armoniosa. Ella es vital, está lejos de la malicia, es un espíritu libre y sin resentimientos. Es la representación de la felicidad y, por encima de todo, es única e incomparable a otros personajes. Rosalinda, sobre los amantes, dice: “Ellos son bobos al comprar las burlas nuestras”. Siendo demasiado pragmática, no se lamenta de la desigualdad frente al varón, no se detiene en eso y se dedica a instruir a Orlando. En Shakespeare, los matrimonios, cómicos o no, resultan ser bobalicones o grotescos, pues las mujeres tienden a casarse por debajo de su nivel; es el caso de Rosalinda. O no abundan las varones acordes con la bella talla humana de Rosalinda.
Un personaje interesante en cuanto a conducta masculina es Malvolio en Noche de reyes. Es un caso puntual sobre el autoengaño, el pavoneo y la sobrevaloración. A lo largo de la obra él recibe varias degradaciones, merecidas. Es un egomaníaco cegado y Shakespeare con él exhibe un estudio cruel y humillante: “El fatuo cree que todo el que lo mire lo amará”. Añadimos, lo admirará, lo aplaudirá. A la postre, todos sus sinsabores vuelven “al molinete del tiempo que trae sus venganzas”, porque Malvolio cree pomposamente sus propias fantasías y sus trampas eróticas. En Shakespeare la imaginación erótica es el universal más vasto y puede llegar a ser el más vergonzoso… dadas sus oscilaciones en torno a la sobrevaloración y el autoengaño (Bloom, 2002). Estas tesis apuntan a distintos niveles de conciencia con velados significados.
Catalina y Petrucho forman la pareja más felizmente casada de Shakespeare y en permanente y belicosa provocación. La doma de la fiera es una comedia y una farsa, o una obra dentro de la obra, donde la fuerza y la debilidad intercambian significados. ¿Quién cura? ¿Y quién es curado? La pareja en una calle de Padua luce encantadora intercambiando galanteos, lo cual es bastante excepcional si se atiende la conducta que Shakespeare muestra de otros matrimonios. Catalina, con algo de ironía, dice: “Me avergüenzo de que las mujeres sean tan simples”. Pareciera un consejo a las mujeres de cómo obedecer fingiendo, pero cabe otro sentido más sutil y estético: ella instruye con el arte de su voluntad, una voluntad fiera, refinada y esmerada. Según el título de la obra, la fiera a domar es Catalina, pero es a Petrucho, su jactancioso y vociferante esposo, a quien Catalina ha de curar e instruir. “Rebajad vuestros humos”.
En la sucesión de las comedias románticas Shakespeare no muestra una sola pareja de amantes que den la sensación de estar profunda o íntimamente hechos el uno para el otro. Aunque no cesan el galanteo y el deseo, no se encuentran promesas de comprensión o de un compartir a largo plazo. En cambio, sí muestra parejas que se embarcan alegres ambos en todo aquello que oficialmente promete ser una buena boda o muestra parejas que anuncian todo lo contrario. “Os lo ruego, Señor, no me caséis con una puta”, pide Lucio en Medida por medida.
La amargura al final de estas obras, famosas por lo incómodas que ellas resultan, no deriva de una desatención del dramaturgo ante los desdichados amantes que se encuentran y desencuentran, se aman, se ofenden y salen del escenario. Incómodas también por otro rasgo propio de estas parejas: ellas viven entre las continuas peleas o agresiones verbales y las sutiles formas de distanciamiento e incomunicación. Al cabo, esto pareciera la muestra de un profundo escepticismo respecto a las perspectivas de la felicidad a largo plazo en el matrimonio, si bien el autor no deja de insistir en el matrimonio como solución social y salida legítima a los deseos y las búsquedas humanas.
Estos retratos entresacados del teatro de Shakespeare exhiben parte del misterio de su poder creativo y su imaginación extraordinaria. También ponen por delante una sabiduría y una conciencia refinada a partir de la experiencia y la sensibilidad, sabiduría nunca antes alcanzada en la literatura por el lado de las relaciones humanas al interior del mundo afectivo, el mundo de las parejas y los matrimonios.
A Hamlet le corroen alma y mente dos filosas aristas: el asesinato y el incesto.
“Para un hombre con esa cosa rara, el genio, su propia imagen es la norma de toda experiencia, material y moral”, apunta Joyce con clarividencia en Ulises. Ese calificativo de genio y la reflexión de Joyce encierran rasgos inequívocos de Shakespeare, sólo que ellos aparecen desparramados a lo largo de todas sus obras. En una u otra, aquí y allá, él mismo luce y despliega su propio modelo y norma.
Hay dos excepciones respecto a la falta de voluntad o incapacidad por parte de Shakespeare para imaginar una pareja casada en una relación íntima continuada. Son dos casos extraños y desconcertantes, Gertrudis y Claudio, en Hamlet, y Macbeth y su esposa. Ambos dramas tratan además el problema medular del ejercicio del poder usurpado o arrebatado por reinas y reyes. Veamos algunos trazos.
Al revisar estas obras surgen en nosotros más dudas e interrogantes respecto a las relaciones de parejas y matrimonios. Ahora bien, ese resurgir en aumento es un misterio y una seducción que Shakespeare suscita a lo largo del tiempo, sea en el mismo lector cuando relee o sea en un colectivo al interior de un teatro. Otros estudiosos comentan acerca de los poderes lúdicos que el Bardo aún ejerce.
Primero sobre Gertrudis. Hay algo importante en la obra que no se aclara en ningún momento y al cabo resulta crucial: si ella sabía o no que Claudio había asesinado a su esposo, al viejo Hamlet; cuando Claudio confiesa su crimen no lo hace delante de su esposa sino que habla para sí mismo en sus aposentos en un intento (fallido) de lavar su conciencia. Claudio, tan falso en todo cuanto dice, habla con mucha ternura hacia su esposa y de sus sentimientos hacia ella. A la par, Hamlet percibe (con horror) que el vínculo profundo entre su madre y su tío estriba en una intensa atracción sexual mutua. Él llega a decirle a su madre: “A vuestros años el tumulto de la sangre está domesticado…”. Porque la imagen del lecho real con “sábanas sucias y enlodadas” a él le obsesiona tanto como la visión fantasmal de su padre. A Hamlet le corroen alma y mente dos filosas aristas: el asesinato y el incesto. Hamlet como obra y personaje centra buena parte de los comentarios de Dedalus en Ulises para hilvanar pormenores en la vida y el matrimonio de Shakespeare. Hemos de volver sobre este espinoso asunto.
Segundo, veamos el caso de Macbeth y su esposa. Esta pareja luce sombría y espeluznante y al espectador le sorprende cómo y hasta dónde uno habita en la mente del otro, cómo ellos dos gustan hurgarse y regodearse mutuamente hasta cumplir con su feroz ambición tras el trono. Las parcas primero sembraron profecías y maldiciones en Macbeth, que vive, desde ese fatídico encuentro, a medio camino entre la ambición y el crimen para alcanzar el poder. Ellos como pareja son el retrato de una intimidad oscura en el lecho y tormentosa al exterior del castillo. El público se siente por igual atraído e intrigado por la intimidad de esta pareja que invoca con sus versos los elementos relacionales de la maldad: brujerías, asesinatos, terror, excitación, ambición, poder, matanza, envidia y enfermedad mental. Varios analistas ponen por delante la superioridad y la fiereza de Lady Macbeth en cuanto a deseos oscuros y fuerzas asesinas, puesto que ella supera a su esposo en reflexiones y premeditaciones.
En el otro extremo humano luce Banquo, quien adelanta su cabal premonición: “No hay arte que permita descubrir en el rostro las disposiciones del alma”. Desde Lady Macbeth se asoma la pulla sexual e incitación a su esposo para que no vacile en asesinar a Banquo, impulso manifiesto en estas palabras: “Cuando a ello te atrevías, fuiste entonces hombre. / ¿Eres un hombre? / No querrías ser tramposo / mas sí ganar con trampa”. Mientras, Macbeth llama a su esposa “mi querida compañera de grandeza”. Ella está siempre atenta para que él sea el perfecto cómplice en su constante persecución por la corona real.
La complejidad aparece desde el primer acto de la obra. Lady Macbeth medita acerca del carácter y los rasgos de su esposo y ese relato ha pasado en la literatura como pieza magistral de la agudeza femenina para escarbar, dominar la mente del esposo y meterse dentro de él: “¡Ah! Ven aquí de prisa / Que derrame yo mi espíritu en tu oreja”. Aquí aparece el nudo sólido de la pareja cuando ella, luego de meditar, estima los cálculos y pasos a seguir para apoderarse ambos del trono, (él) “demasiado está nutrido de piedad humana / Si querrías ser grande / No estás falto de ambición, te falta maldad para servirla / Así haz de hacer / Si haz de tener”. La lucha incesante tras el poder marca la vida de ambos, que al final expían sus crímenes, ella con la locura, él con la muerte. Con Macbeth quedó fijado con meridiana precisión el pathos del tirano exacerbado por sus tormentos interiores y aupado por brujerías, puesto que Shakespeare supo manejar la intensidad y la lucha sostenida en la relación entre el crimen y el poder. Hasta su último verso Macbeth reafirma sus delirios y torturas: “Llena de alacranes mi alma está”.
Además de Shakespeare, en otros escritores y pensadores12 el tema del matrimonio va casi siempre acompañado con bastante humor y anécdotas mientras los mensajes y las metáforas revelan dosis de desamor, desencanto y arrepentimiento, y al cabo muestran que el matrimonio no aguanta la erosión y el molinete del tiempo. Las alusiones al tema (como objeto de análisis u observación) y/o las menciones al matrimonio (como contrato, institución, acuerdo social) incluyen un contexto pleno de aforismos, advertencias y bromas por lo regular socarronas y mordaces acerca del aguante y la resignación de cada quien; la burla para zaherirse entre ambos cónyuges; la tensión reprimida liberada con agravios y ofensas; las contiendas verbales amargas; los juegos entre el mutismo y la tempestad; el silencio ante aquellos asuntos tácitos e íntimos que lenta, lentamente los años han proscrito. Es la tragicomedia cotidiana de las parejas.13
También en cada cultura e idioma, la tradición ha acumulado proverbios cargados de consejos cáusticos: “Matrimonio y mortaja del cielo bajan”. “El amor es un jardín florido y el matrimonio un campo de ortigas y brasas”. “El matrimonio es la tumba del amor”. “Anillo al dedo, soga al cuello”. La lista es curiosa, exuberante y plena de percepciones a ras con la vida cotidiana, pues los proverbios mantienen de boca a oreja la diversidad en esa sabiduría doméstica ancestral.
Esas alusiones se aproximan a las otras que venimos examinando en el teatro de Shakespeare. Se convalida que entre los géneros literarios el teatro resulta ser lo más propicio para nuestras indagaciones en razón a su calidad relacional —diálogos, alteridad, tensión, intensidad, pasión y efectos sensoriales— y sólo atendiendo el teatro se abrió el camino apropiado para escribir este ensayo.
En cuanto a una investigación profunda acerca de parejas y matrimonios, Honoré de Balzac la denominó fisiología del matrimonio. Este estudio sigue siendo lo más acabado y riguroso sobre el tema, y su clave descansa en el uso minucioso de anécdotas como recurso explicativo, pues Balzac muestra con “chistes de buen gusto” su goce intelectual y un inagotable conocimiento de la naturaleza humana en el marco doméstico y social del matrimonio.14
La variedad y el poderoso manejo del lenguaje en Shakespeare ha sido evaluado incluso por el lado cuantitativo; se ha calculado que el vocabulario de sus obras se eleva a unas 30.000 palabras.
“Vamos al teatro para divertirnos con el sufrimiento de los otros”, decía un dicho popular en la época isabelina de Shakespeare; de su parte, Balzac ofrece “a los casados de ayer y de hoy, y a quienes no sé qué egoísmo les hace decir, ante las desgracias ajenas, ‘¡Eso no me sucederá a mí!’, a ellos va dirigida esta obra”.
Con los recuentos precedentes se desprende otro asunto de suma importancia de alcance universal: Shakespeare contribuyó sin medida a la riqueza y evolución de la lengua inglesa. Algo semejante se atribuye a Dante respecto a Italia, a Cervantes con España y a Goethe en Alemania. Del Bardo inglés se dice que estuvo obsesionado por los infinitos recursos del lenguaje y la magia de las palabras, tal vez a raíz de las obras y representaciones del teatro ambulante que cuando joven presenció. Shakespeare por encima de todo es un maestro de la palabra y sus personajes son elocuentes e incansables pensadores. Otro atributo que los estudiosos elogian es el poder de su imaginación ciertamente aunada al lenguaje. Se trata del poder asombroso de la imaginación en tanto complemento de la razón e inteligencia.
La variedad y el poderoso manejo del lenguaje en Shakespeare ha sido evaluado incluso por el lado cuantitativo; se ha calculado que el vocabulario de sus obras se eleva a unas 30.000 palabras, y esta cifra es cuatro veces mayor que la versión autorizada de la Biblia aparecida en esa época, 1611, versión que no cuenta sino con 8.000 (Walter, 1994). También se sabe que leía obras en castellano por frases u objetos propios de España (vino, jerez, espadas y bailes), términos intercalados en sus trabajos, y que manejaba el francés según muestran los chistes verdes, bilingües inglés-francés entre el rey, la princesa Catherine y Alice,15 en la obra Enrique V. Algunos recordarán la frase del viejo Johnson que aludía al “poco latín” que manejaba el Bardo. Esa apreciación se suspendería al calibrar en Shakespeare su audacia para manipular la sintaxis en versos y sonetos, y tal maestría se alcanza cuando se ha leído y recitado en latín a los clásicos.
Matrimonio de Anne y William
Dejamos para el final el examen de la pareja y el matrimonio formado por Anne y William. Cabe suponer que la decisión de Shakespeare de vivir la mayor parte de sus años lejos de su esposa ayuda a ampliar el contexto de ciertos temas y detectar otros datos sobre su vida y su obra: tal vez él no deseaba darse a conocer, ni buscaba ser entendido del todo; quizás mirando hacia atrás, percibió que su matrimonio fue un error desastroso cuando sólo tenía dieciocho años y que además pagaba con las consecuencias, siendo escritor y marido, y así escribió frases tales como “casarse por obligación arrastra al infierno”; “boda apresurada, rara vez prospera”. Otra conjetura: tal vez se dijera a sí mismo que su matrimonio con Anne estuvo condenado al fracaso semejando un pozo hondo de continuas amarguras.
Según Joyce, Shakespeare es “un alma vacilante tomando armas contra un mar de dificultades, desgarrado por dudas contradictorias, tal como uno lo ve en la vida real”. Pese al fracaso de su matrimonio, Shakespeare no se vio condenado a una vida sin amor, antes al contrario. “El mundo cree que Shakespeare cometió un error, pero salió de él lo antes y lo mejor que pudo”, comenta Dedalus. Si conoció sentimientos de amargura, acritud, celos y cinismo, no llegó a hundirse en ellos ni renunció a los deseos de amor y compañía. Igual se conjetura que no encontró el amor con el que acaso soñó y tanto escribió con tanta vehemencia.
Acerca de ese vacío, J. L. Borges en “Everything and Nothing” se aproxima a la vida y al oficio de Shakespeare con trazos que enfatizan un compulsivo hábito de identificación imaginaria. “Una extrañeza, una vacuidad hubo en él. La identidad entre vivir, soñar y representar le inspiró tragedias famosas. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre que supo agotar como nadie todas las apariencias del ser. Con el teatro cumplió su predestinado oficio de actor. Se adiestró en el hábito de simular ser alguien para que no se descubriera su condición de nadie; las tareas histriónicas le dieron cierta felicidad pero, aclamado el último verso, el odiado sabor de la irrealidad regresaba a él; desde el teatro se acercó a reyes, bufones, asesinos y a las parcas”.
Al escribir sus sonetos, los más complejos e intensos de la literatura inglesa tanto anterior como posterior a él, compuso inmortales versos de amor y en ninguno evoca a su esposa, ni mujer alguna que pudiera buscar o llegar a ser una esposa. Los sonetos plasman y enaltecen cortejos y relaciones con un joven bello y rubio y una mujer morena de sofisticados apetitos. Él encontró también la manera de llevar una vida de intimidad, amor y placer con determinadas personas a las cuales logró mantener en completo y cerrado secreto y su vida en Londres estuvo protegida por la cautela y el cálculo prudente. Los sonetos contienen una historia de amor pero no es solamente una historia de amor homo o heterosexual según comúnmente se discute; es además la historia de una toma de conciencia de introspecciones íntimas, dolorosas y profundas, historia sobrellevada por un espíritu anclado en la sensibilidad estética y poética.
La tradición y los analistas han explicado que la mente humana recoge conocimientos por dos vías, por la experiencia o percepción sensible y por la razón o el raciocinio. En el caso de Shakespeare sobran datos y referencias para concluir que su vida y su oficio en el teatro colmaron en él una sabiduría mundanal acaso inigualable, lo cual incluye ese redomado y agudo manejo de los variados asuntos del amor en la diversidad de las relaciones humanas. O cambiando el acento, según Dedalus en Ulises, el dramaturgo, “que escribió la edición folio de este mundo, el señor de las cosas como son, a quien los más romanos de los católicos llaman ‘dio boia’, dios verdugo, es indudablemente todo en todo, en todos nosotros. Está en la variedad infinita en todas las partes del mundo que ha creado”.
Esta frase de Joyce acerca de Shakespeare, “el señor de las cosas como son”, luce perfectamente ajustada y ha sido sugerente al escribir este ensayo, aunque, claro está, ella hace referencia al conjunto de todas sus obras. Respecto al teatro, esa idea alude a un realismo absolutamente perturbador y subversivo; indica una tradición más histórica que moral con las luchas políticas y los desenlaces en la corte real de la gran ciudad que para entonces Londres representaba; revela un realismo anclado en el sentido común y una percepción terrenal de la vida; exhibe un teatro sin juicios de valor de raigambre religiosa con una conciencia laica y secular alejada de la idea de pecado, culpa y remordimiento; muestra a personajes despojados de cualquier fundamento coherente respecto a su motivación y su comportamiento, agilizando así la marcha y sucesión de los acontecimientos dramáticos.
Ese proceder S. T. Coleridge lo plasmó en esta memorable frase: “La búsqueda de motivos de una maldad inmotivada es, a todas luces, incongruente”. En fin, Shakespeare es el señor que escarba hondo en todas las parcelas de la vida cotidiana y en todas las facetas humanas reconocibles,16 de manera que sin él no habría en nosotros, quienquiera que sea, un yo reconocible.
Veamos el tratamiento de James Joyce en su novela Ulises sobre el matrimonio entre William y Anne.17 Se trata de unos diálogos entre instruidos personajes reunidos una tarde en una biblioteca de Dublín, Irlanda, siendo Stephen Dedalus —el alter ego de Joyce— quien dirige y lleva el hilo de todas las conversaciones. Se intercalan numerosas referencias a Hamlet con datos y pormenores vinculados a la vida privada de dicho matrimonio. Dos temas centran el capítulo 9 que seguidamente consideramos: uno, Hamlet como drama y como personaje; dos, los cuernos conyugales de Anne Hathaway.
Respecto al primer tema: “Hamlet es tan personal, ¿verdad? Quiero decir, una especie de documento privado de su vida privada”. Las discusiones de los bibliotecarios aluden y alternan nombres y vínculos: Hamlet-Hamnet, hermano-mellizo, padre-hijo, hijo-padre, fantasma-difunto, madre-esposa, esposa-viuda, muerte-incesto. Otras alusiones señalan puentes entre Shakespeare y Joyce por el lado de la creatividad y la exuberancia en el juego verbal.18 Es la prevalencia del monólogo interior como expresión de las interioridades de Hamlet y las del hombre moderno en Joyce. Es el flujo, la corriente de conciencia en voz alta que habla a otros y se escucha a sí misma dejando de lado bondades y moralejas. Después de Jesús, Hamlet es la figura más citada en Occidente, y sus monólogos han pasado como textos inmortales, cantos entonados y memorizados más allá del teatro, porque en Shakespeare la fuerza de la palabra y el lenguaje va más allá del contexto. Desde Joyce es indudable que persiste su técnica “reorganización retrospectiva” para escribir y entramar fases, instantes y secuencias en la curiosa y rica vida que recrea para Stephen Dedalus.
Dedalus expone abundantes pormenores sobre Shakespeare, su esposa y la vida privada de cada uno en Londres y Stratford, respectivamente.
Respecto a la vida y la obra de Shakespeare se revelan tres asuntos con ocasión de la discusión entre los bibliotecarios de Dublín. Uno, están las tesis de Stephen Dedalus, para quien la vida y la obra de Shakespeare están completamente vinculadas entre sí, tesis que despliega siguiendo a Hamlet y atando cabos acerca de la vida de Anne Hathaway. Al final, él mismo dice que no cree sus propios argumentos sobre la vida del Bardo. Sin embargo, son diversos los apoyos biográficos expuestos por él, aunque todo luce sujeto a los juegos con el lenguaje tan propios del irlandés. Dos, se intercalan varias dudas y críticas de los otros interlocutores; es el caso de Russell: “Ese hurgar en la vida familiar de un gran hombre… es interesante sólo para el funcionario del registro. Quiero decir, cuando leemos la poesía de Rey Lear, ¿qué nos importa cómo vivió el poeta? Curioseando y hurgando entre bastidores de aquel tiempo, que si bebía el poeta, que si tenía deudas. Tenemos el rey Lear y eso es inmortal. Si Hamlet es Shakespeare o Jacobo I o Essex son discusiones de clérigos sobre la historicidad de Jesús. El arte tiene que revelar ideas esenciales, espirituales, sin forma. La cuestión suprema de una obra de arte es desde qué profundidad de vida emerge”. Tres, en las discusiones también se cuenta con la visión descarnada de Mulligan, quien se dedica a parodiar a Hamlet.
Sobre el segundo asunto. Dedalus expone abundantes pormenores sobre Shakespeare, su esposa y la vida privada de cada uno en Londres y Stratford, respectivamente. Entre juegos de lenguaje, aquél expone a sus interlocutores, siguiendo a Hamlet, la secuencia de sus argumentos… estando William de viaje o viviendo en Londres, ella le habría sido infiel con sus tres hermanos, Gilbert, Richard y Edmund.
Hemos confeccionado un último recuento con los argumentos progresivamente asomados por Dedalus durante el debate en la biblioteca. Las frases e ideas aparecen intercaladas con otros temas vinculados a Shakespeare y lucen muy desparramadas a lo largo del capítulo 9, Escila y Caribdis, que abarca unas 32 páginas. En ese capítulo aparece aquella frase preciosa que antes anotamos; ella aquilata la gran estima de Joyce hacia el Bardo cuando lo llama “el señor de las cosas como son”.
Desde ese capítulo 9, a continuación mostramos una selección específica a Anne Hathaway. Lograr esta sistematización me resultó una tarea bastante lenta y difícil considerando la complicada escritura de Joyce, su técnica del monólogo interior, corriente o flujo de conciencia; a causa de la particular y novedosa estructura que articula toda la obra durante veinticuatro horas en Dublín; en razón a la dificultad atinente a la traducción de Joyce y debido a la minuciosa preparación requerida para lograr mantener la coherencia y la secuencia en la escogencia de los párrafos; además, abundan en Joyce ideas y frases medio asomadas, recortadas y entredichas, al igual que las aliteraciones y derivaciones; aquí trascribimos frases y pasajes tal cual aparecen en la versión castellana de Valverde; por último, hemos atendido el criterio relacional de la pareja-matrimonio Will-Anne como tema enunciado al inicio de este ensayo.
Las diversas intervenciones de los bibliotecarios, siguiendo a Joyce en su obra Ulises, son las siguientes:
- “Queremos saber más… Empezamos a estar interesados en la señora Shak. Hasta ahora la habíamos imaginado, si es que la habíamos imaginado, como una Penélope de estarse en casa”.
- “Señor Dedalus, sus opiniones son muy iluminadoras. ¿Su opinión es entonces que ella no le fue fiel al poeta? Donde hay una reconciliación, dijo Stephen, debe haber primero una separación”.
- “Cuñados adulterinos. El tema del hermano falso o usurpador o adúltero o las tres cosas en uno, siempre Shakespeare lo tendrá consigo. Santo Tomás, dijo Stephen sonriendo, al escribir sobre el incesto, lo compara en su sabia y curiosa manera con una avaricia de las emociones”.
- “Fue derrotado primero en un trigal (un campo de centeno, debería decir) y nunca en lo sucesivo será un vencedor ante sus propios ojos ni jugará victorioso el juego de reír y tumbarse. El asumir el donjuanismo no le salvará. Violador y violado, lo cual él lo quería pero no lo quería”.
- “¿Eligió él mal? Fue elegido, me parece. Si otros se salen con la suya, Ann hath a way se las arregla. Qué demonios, ella tuvo la culpa. Ella le metió la sonda, dulce y de veintiséis años. La diosa de ojos grises que se inclina sobre el mozo Adonis es una descarada moza de Stratford que revuelca a un amante más joven que ella”.
- “¿Es posible que ese actor Shakespeare —Hamlet padre, Hamlet hijo— no previera la conclusión lógica de esas premisas: tú eres el hijo desposeído; yo soy el padre asesinado; tu madre es la reina culpable, Ann Shakespeare, de soltera Hathaway?”.
- “Me gustaría saber —dijo el bibliotecario cuáquero— ¿cuál hermano? Entiendo que usted sugiere una desviación de conducta con uno de los hermanos…”.
- “Él tenía tres hermanos, Gilbert, Edmund, Richard. Gilbert en su vejez dijo a unos caballeros que vio a su hermano Will, el autor de comedias, allá en Londres; los mosqueteros del teatro le llenaron el alma a Gilbert. Él no está en ninguna parte pero un Edmund y un Richard sí están anotados en las obras del dulce William”.
- “De los tres malvados, esos sacudepanzas, Iago, Richard Crookback y Edmund, dos llevan los nombres de los malignos tíos. Más aún, ese último drama se escribió mientras su hermano Edmund agonizaba en Southwark”.
- “¿Qué Will? —intercaló Mulligan—. Nos estamos haciendo un lío. Will to live, la voluntad de vivir, dijo Eglinton, pues la pobre Ana, la viuda de Will, es la voluntad de morir, will to die”.
- “Ella yace compuesta en recia rigidez en segunda cama, la reina bien tapada, aunque usted diga que una cama en aquellos días era tan rara como hoy un automóvil”.
- “En su vejez ella se dio a los predicadores y se enteró de que tenía alma. Se hizo leer los libritos de cordel de él. Venus le había contorsionado los labios en oración, Agenbite of inwit —remordimiento de conciencia. Es una época de agotada putañería buscando a tientas su dios”.
- “Él está entre las líneas de sus últimas palabras escritas, petrificado en su lápida, bajo la cual no han de yacer los cuatro huesos de Anne”.
Anne Hathaway quedó completamente excluida como evocación o inspiración en los sonetos de amor y parece verosímil que nunca leyó nada de cuanto su esposo escribió. Varios críticos han conjeturado que sólo en el soneto 145 hay una alusión a ella en la palabra odio, además del juego de palabras alusivo a Hathaway por “hate away”. El soneto dice así: “Sin odio al ‘odio’ lo dejó / salvándome: pero a ti no”. Otro dato conexo a este soneto remite a una cierta antigüedad por su métrica desigual respecto al resto del conjunto; es el único escrito en octosílabos y no en endecasílabos. Señalamos ese soneto en particular por cuanto la obra poética completa, se supone, abarcó unos veinte años en la vida del Bardo de Avon.
Se sabe de la vida privada que llevó Shakespeare en Londres luego del escaso tiempo compartido con Anne en Stratford. A dos días de penoso viaje a caballo, entre el pueblo y la capital, aquí vivió en piezas de alquiler, llevando una vida no muy sociable, más bien discreta, siempre preservando su intimidad, comenta Dedalus. Y sucedió aquello que el dramaturgo no se imaginó: que viviría y trascendería tanto en los escenarios como en las páginas de los libros porque su destino como escritor estuvo además ligado a la imprenta y al espectáculo del teatro, y ambos caracterizaron a Londres desde el siglo XVI con su sistema educativo, que enseñaba a los alumnos el gusto por las letras, la elocuencia, el latín y los clásicos, el gusto por una cultura intelectual y artística auspiciada desde la corte y por una creciente población que más y más leía y escribía.
Hacia 1616 Shakespeare comienza su retiro al pueblo natal. Contaba con una inmensa obra literaria y una cuantiosa fortuna lograda en otros negocios y mediante sus obras como dramaturgo en el divertimento popular para el teatro y la corte isabelina. Todas las obras históricas y dramáticas, él las escribió para ser representadas en el teatro y no para publicarlas como finalidad primera. Acerca del retiro a su pueblo natal, Dedalus expone este pasaje: “Él regresa, fatigado de la creación que ha amontonado para que le esconda de sí mismo, viejo perro lamiendo una vieja llaga. Puesto que el perder es su ganancia, avanza allá hacia la eternidad, en personalidad no disminuida, sin ser aleccionado por la sabiduría que él ha escrito ni por las leyes que ha revelado —dijo Stephen—. Él vuelve tras una vida de ausencia a la tierra donde nació, donde estuvo siempre, hombre y niño, testigo silencioso. Luego muere. Se acabó el movimiento. Unos enterradores sepultan a Hamlet père y Hamlet fils. Rey y príncipe por fin en la muerte”.
Por último, mucho se ha escarbado y no sin saña acerca del tema de su testamento, y en él, la abierta exclusión y el silencio absoluto respecto a su esposa. La mayor parte de sus bienes los dejó dispuestos a su hija Judith y esposo. Su disposición “dejo a mi esposa, mi segunda mejor cama” muestra hasta el final y con hostilidad elocuente la distancia y el silencio durante años hacia ella. Si la denominó “segunda mejor cama” quiere decir que Will “sí tuvo también una primera cama, mejor”, aclara en Ulises el joven poeta Best en la biblioteca de Irlanda, cerrando entre los asistentes toda discusión sobre Shakespeare.
Bibliografía
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- Barthes, Roland (2005), Fragments d’un discours amoureux, Editions Seuil, París.
- Bloom, Harold (1995), El canon occidental, Anagrama, Barcelona.
— (2002), Shakespeare, la invención de lo humano, Anagrama, Barcelona. - Borges, Jorge Luis (1989), Obras completas, tres volúmenes, Emecé Editores, Barcelona.
- Cadenas, Rafael (1984), En torno al lenguaje, Monte Ávila, Caracas.
— (2000), Obra entera: poesía y prosa (1958-1995), FCE, México. - Cervantes Saavedra, Miguel (2001), Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados, edición de F. Sevilla Arroyo.
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- Hugo, François Victor (1959), Shakespeare Œevres Complètes, Bibliotèque de la Pléiade, Gallimard, París. Víctor F. Hugo realizó en 1859 una monumental traducción y edición al francés en dieciocho volúmenes.
- Greenblatt, Stephen (2015), El espejo de un hombre: vida, obra y época de William Shakespeare, Ediciones DeBolsillo, Barcelona.
— (2016), Will in the World: How Shakespeare Became Shakespeare, W. W. Norton. - Joyce, James (1998), Ulises, Editorial Lumen, Barcelona (traducción de José María Valverde, primera edición al castellano, 1976).
- Méndez Peña, María (2018), “El canon está en Shakespeare o por qué Shakespeare es el canon”. En: Letralia, 22 de enero de 2018.
- Trillo-Figueroa, Federico (1999), El poder político en los dramas de Shakespeare, Espasa Calpe, Madrid.
- Shakespeare, William (2014), The complete works of William Shakespeare, Race Point Publishing.
— (1977), The Norton Shakespeare, Ed., Greenblatt, Cohen (et al), W. W. Norton, New York.
— (1974), Obras completas, dos tomos, Aguilar, México.
— (1959), Œuvres Complètes, Bibliothèque de la Pléiade, Éditions Gallimard, France. - Weber, Max (1975), Ética protestante y espíritu del capitalismo, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.
- Walter, Henriette (1994), L’aventure des langues en Occident. Leur origine, leur histoire, leur géographie. Éditions Robert Laffont, París.
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Notas
- Cfr. Astrana Marín, Luis (1974), William Shakespeare: obras completas, dos tomos, Ediciones Aguilar, Madrid. Astrana Marín realizó al castellano la primera edición y traducción íntegra en 1932. Esa traducción incluye las tragedias, las comedias y los sonetos en prosa y un estudio preliminar extenso con profusas notas.
- Cfr. Joyce, James (1976).
- Cfr. Bloom, Harold (1995, 2002); Greenblatt, Stephen (2015, 2016).
- El profesor Stephen Greenblatt (2015) en sus notas bibliográficas incluye numerosas referencias a investigaciones y conjeturas acerca de Shakespeare, su vida y obra. Greenblatt, profesor en Harvard, sigue a varias generaciones de académicos y autores. Nosotros al revisar esas notas hemos elaborado una lista de subtemas referidos y ajustada al objetivo de nuestro ensayo. Esa confección es un proceder metodológico meticuloso. Esa lista ilustra a cabalidad la amplitud y complejidad del tema, pero también nos aportó incontables pistas y reflexiones al escribirlo. La lista comprende unos 38 subtemas precisos, diversos y amplios.
- Esa escena de teatro isabelino, siglo XVI, ilustra como pesadilla un cambio social apuntalado en la violencia y destrucción cuando es liderado por campesinos analfabetos con apoyo de la chusma, la canalla que alardea y celebra la ignorancia. Venezuela a finales del siglo XIX padeció una guerra que destruyó al país al mando de Ezequiel Zamora, un bodeguero de pueblo que llegó a aglutinar un ejército agrario de forajidos analfabetos, resentidos y asesinos, apodados entre ellos mismos con nombres de bestias. La meta era llegar a Caracas y gobernar. A Zamora lo mató un secuaz. Las promesas y consignas de Zamora y su ejército fueron: “matar a todos los blancos”; “matar a quienes sepan leer y escribir”; “todo para los pobres y nada para los ricos”; al entrar a los pueblos ordenaba “quemar todos los títulos de propiedad de las tierras para entregarlas a los campesinos”. El difunto Hugo Chávez alabó el arrojo de Zamora y su ignorancia, lo convirtió en santón de su gobierno, lo adornó con galardones e insignias militares y lo encumbró vestido con casaca socialista. Chávez alteró la historia de Zamora para adoctrinar con marxismo al populacho usando a su capricho y conveniencia la historiografía. Otro tanto hizo con la figura de Simón Bolívar.
- Holinshed’s Chronicles, Hall, E., y R. Holinshed (1577, 1587). Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Es un antiguo trabajo colectivo publicado en varios volúmenes. Trata la historia de las islas británicas. Se ha confirmado que Shakespeare lo utilizó como fuente de sus dramas históricos; en la misma época, otros dramaturgos como Marlowe también lo consultaron. A Mirror for Magistrates (1559, 1587), una colección de lamentos en verso, a varias voces, entre quienes participaron en la Guerra de las Rosas contando sus desgracias. Esta colección sirvió de inspiración literaria a numerosos autores, incluido Shakespeare.
- En el Auto del Martes del Hocktide, Coventry —de origen primitivo—, había un desfile de reyes y reinas, de locos y demonios; las figuras “Señores del Desgobierno” eran al parecer las más impactantes, soeces y procaces; había procesiones con antorchas, bailarines y comediantes disfrazados por caminos y pueblos. El 1 de mayo se celebraban fiestas evocando la leyenda de Robin Hood: eran ritos de origen pagano, escandalosos y estridentes, lenguaje de tonos subidos y muchos enredos con frases y gestos grotescos. En España los entremeses, autos y el teatro ambulante también marcaron hondamente a escritores y toda la cultura de la época, con contrastes respecto a la Inglaterra isabelina. En el Siglo de Oro español distintos géneros florecen: realista, naturalista, picaresca, mística e irrumpe la novela, la escritura desatada —dice Cervantes. Se consolida el teatro y surgen los entremeses, que tienen carácter burlesco, mezclan lo vulgar y lo villano.
- En Londres, hasta hoy día, hay dos lugares emblemáticos que fueron muy importantes en la vida de Shakespeare y para el teatro de la época: el famoso teatro The Globe, en Southbank, y el incomparable y suntuoso edificio Middle Temple Hall.
- Max Weber publicó su obra Ética protestante y espíritu del capitalismo en 1905. Según él es ínsita al puritanismo una racionalización para ordenar la existencia y el trabajo hacia una ética que favorece la aceptación del capitalismo y la acumulación de riquezas. Es una búsqueda racional, arreglando los medios a los fines. Inagotable ha sido esa tesis acerca de la racionalidad occidental. La ética del trabajo, expresión utilizada hasta hoy en día, proviene de la sociología de Weber.
- Desde los clásicos, en tragedias y dramas, se han derivado teorías e hipótesis rigurosas para el estudio del Estado, el poder, el carisma, la tiranía, el lenguaje de los políticos en la manipulación de las masas, las dictaduras, la legitimidad de origen y de ejercicio, etc. Véase al respecto el libro de Federico Trillo-Figueroa, El poder político en los dramas de Shakespeare.
- Esto en cuanto a contenidos. Entre otros grandes escritores, no sólo Shakespeare fue infeliz en su matrimonio; se cuenta con datos de situaciones semejantes en el caso de Cervantes y Quevedo; abundan comentarios antiguos y curiosos acerca del matrimonio de Sócrates con su esposa Xantipa.
- A continuación nuestra breve selección; obviamente dejamos muchas referencias por fuera. a) Erasmo de Róterdam, el gran humanista del siglo XV, habría contribuido e intentado cambiar la visión negativa de esa unión carnal inyectándola de espiritualidad, afirmando: “El matrimonio entre los espíritus es más grande que entre los cuerpos”. b) M. Montaigne hundió sus clavos para sellar aquel ataúd que para él simbolizó el matrimonio: “Un buen matrimonio sería el de una mujer ciega con un marido sordo”. c) H. Balzac llegó a escribir dos obras sobre el mismo tema: Fisiología del matrimonio: meditaciones de filosofía ecléctica sobre la felicidad y la desgracia conyugal, publicada en 1829, y en ésta aparece esta sentencia: “El amor en el matrimonio es una quimera”; en 1846 salió una edición ilustrada de otra obra de Balzac, Pequeñas miserias de la vida conyugal. d) De Víctor Hugo proviene esta frase: “Tratas de negros: esclavitud. Tratas de blancos: matrimonio”; en Océano, obra en prosa. e) Hacia 1872, Fedor Dostoievski anota: “El matrimonio es la muerte moral de toda independencia”, en la novela Los demonios.
- Siento un antiguo gusto y admiración por las obras de Rafael Cadenas. De él proviene un texto distinto y breve que contrasta con otras expresiones acerca del tema parejas y matrimonios como las anotadas. El pasaje interesa para compartir dos asuntos: uno, sus palabras iníciales: “La tragicomedia cotidiana de muchas parejas”, palabras cercanas a las tragedias y las comedias de Shakespeare que venimos comentando; dos, el pasaje incluye referencias al confucionismo y sus reflexiones acerca de la mística en san Juan de la Cruz. Cadenas intercala un “debe existir” —cuando se refiere “al trato entre los seres y sobre todo en la pareja, trato de respeto y reverencia” (a nuestro juicio, conviene entonces retener que la historia y la cultura han abonado amplias diferencias del matrimonio y la familia oriental respecto a la occidental). Sobre el trato con respeto, Cadenas expone: “Cuán lejos estamos de eso, nos lo dice la tragicomedia cotidiana de muchas parejas, cuya relación más parece contienda, pues se enzarzan con suma dedicación a discusiones sobre bagatelas, críticas mutuas, agresiones verbales o mutismos cargados de tempestad, hasta que llegan a esa especie de incomunicación que consiste en abstenerse de no tocar aquello que ha sido tácita y lentamente proscrito. La comunicación se reduce entonces a tópicos que no rocen el ego. Todo por la escasa disposición a admitir la verdad. Así, finalmente se va a pique la relación”.
- Desde la dedicatoria y la introducción la obra de Balzac atrapa al lector. Según este portentoso novelista francés, el matrimonio no deriva de la naturaleza y puede por tanto sufrir el complemento gradual al cual están sujetas todas las cosas humanas. Aduce que la voz adulterio le impresionó de manera singular desde joven, situación que siguió observando con agudeza toda su adultez. Desde sus observaciones encontró que el número de familias desgraciadas es muy superior a los matrimonios felices y también notó que entre todos los conocimientos humanos, el del matrimonio ha logrado menos resultados y avances. Así como Mefistófeles muestra con el dedo a Fausto unos semblantes siniestros, del mismo modo, dice él, sintió un demonio que en medio de un baile le tocó el hombro y le dijo: “¿Ves esa sonrisa hechicera? Es una sonrisa de odio…”. Ese demonio, que por varios años no lo dejaría en paz, más adelante muestra un cartel provocativo que con gran sarcasmo le revelaba “Fisiología del matrimonio”. Balzac argumenta que, siendo la materia tan grave, decidió exponerla mediante “anécdotas y chistes de buen gusto” —así, cuando escribe se confabula más y mejor con el lector. Desde la “Meditación I” aborda tal fisiología con unas veinticinco acuciantes preguntas y sigue abriendo el tema con unas veintitrés razones por las cuales la gente contrae matrimonio (ambición, desdén, fastidio, odio, locura, apuesta, honor, interés, fealdad, obligación, pasión, etc.).
- Un pasaje procaz de Shakespeare aparece aquí en francés. “Comment appelez-vous les pieds et la robe?” —pregunta la princesa francesa; su dama de compañía responde: “Pieds-feet; robe-gown”. Hacia el público la pronunciación defectuosa se percibe así: foutre (joder), gown (coño). Oh ¡Dios mío! “Ils sont les mots de son mauvais, corruptible et impudique, et non pour les dames d’honneur d’user”.
- Cfr. Méndez Peña, María (2018), “El canon está en Shakespeare o por qué Shakespeare es el canon”. De manera que sin Shakespeare no habría en nosotros —quienquiera que sea— un yo reconocible. Esa franqueza y ese realismo no conducen necesariamente a la verdad, sino más bien a aquello que los antiguos gnósticos y algunos místicos sufís denominaron el kenoma —vacío, vacuidad. Trascender las necesidades y los prejuicios concretos de las sociedades en cada punto fijo del tiempo constituye una especie de valor y pervivencia, libre de ideologías. El logro de Shakespeare consiste en haber sugerido más espejos y contextos para explicarnos a nosotros mismos que la cantidad con la cual tratan los expertos de explicar sus personajes.
- Joyce, James (1998). Traducción de José M. Valverde. No hay muchas precisiones acerca de los autores o textos desde los cuales Joyce se documenta para escribir el capítulo 9, “Escila y Caribdis”, capítulo estructurado y dedicado enteramente a la vida y obra de Shakespeare. Tan sólo se sabe que leyó las biografías del dramaturgo que circulaban entre los siglos XVII, XVIII y XIX. Dicho capítulo recoge diálogos entrecruzados entre instruidos y sesudos personajes en la biblioteca de Dublín, miembros de la Irish Literary Revival.
- José M. Valverde, traductor de Ulises al español, ha destacado los recursos manejados por James Joyce en dicha obra: por un lado, el lenguaje y las técnicas son innumerables e incluyen asociaciones lingüísticas, citas literarias, trozos de óperas, canciones, vocablos populares y extranjeros, chistes verdes, juegos de palabras, términos teológicos y científicos; por otro lado, son incontables las rimas, aliteraciones, asonancias, onomatopeyas, derivación regresiva, etimologías, retruécanos, acrósticos, anagramas, palíndromos.