Hay
quienes dicen que la supervivencia en el mundo de hoy depende de que la lógica
que lo rige se haga carne en los más aptos. Jonathan Franzen, por ejemplo, cuyo
Gary Lambert de Las correcciones actúa al ritmo de sus "mercados
mentales". En otras partes del planeta, sin embargo, son ley de vida las
artimañas de lazarillos y buscones.
Ave de ese corral es Violetta, la protagonista de la novela Diablo
guardián, del mexicano Xavier Velasco, que ganó el Premio Alfaguara 2003.
Ella es una pícara self-made, que dice que toda su sangre es wannabe.
El rechazo a su familia de clase media —sus padres hablan en inglés entre
ellos, la obligan a teñirse el pelo de rubio y la tratan como a una sirvienta—
la impulsa a robarles más de 100.000 dólares, con los que se marcha a Estados
Unidos. Su fuga es la huida hacia un cuento de hadas, en el cual la cenicienta
se convierte en una princesa bruja que habla en una mezcla de mexicano e inglés
de historietas.
Es esa manera de contar su cuento lo que la convierte en un gran personaje.
Xavier Velasco logra así que los clichés de la sociedad de consumo se llenen
de vida y confronten a los lectores con su apego hacia toda esa seductora
basura. Quizás esta sea la forma más lúcida de cuestionar a la sociedad, en
vez de encaramarse en un elevado pedestal crítico para denunciar la
alienación.
En
el cuento de Violetta se hacen realidad las promesas de la publicidad. Aunque
ella se considera una mercancía de Sears, llega a hacer el amor sobre un
montón de billetes en un probador de Saks, y se convierte en uno de esos
consumidores ricos tan importantes para Bush: "Personas como yo estimulan
el crecimiento económico de los países".
El cuento de hadas es también un videojuego, en el que cada tanto se
asciende al next level —del consumismo a la drogadicción, por ejemplo—
hasta llegar a un punto en el que todo se vuelve "demasiado cool"
y comienza el retorno, primero a Nueva York, donde Violetta cae en las garras
del chulo Nefastófeles, y luego a México, donde se convierte en prostituta
elegante.
Allí, Nefastófeles reaparece como vicepresidente de una agencia
publicitaria que lava dólares, la cual contrata a Violetta para conservar a los
clientes a cuenta de favores sexuales.
En esa misma empresa trabaja como creativo Pig, quien vive sumido en la
soledad, acosado por El Pensamiento, alias la nada. Para contrarrestar su
tendencia a experimentar pasiones cuya intensidad "se mide por la soledad
que la precede", Pig se habla a sí mismo en inglés, un idioma en el que
"no era pensable más tendencia que la de la razón". Pese al
antídoto, confunde a Violetta con "una suerte de novela resurrecta porque
había decidido que la nada sólo podía existir más allá de sus ojos".
Alberto Fuguet, quien fue jurado del Premio Alfaguara, tituló Neoliberalismo
mágico un artículo que publicó en Foreign Policy en 2001, y el
final de Diablo guardián tiene algo de magia hecha con dinero, esa
varita por la que todos queremos ser tocados: Pig y Violetta —con dos millones
de dólares robados— se fugan hacia un amor que ella compara con un Corvette
amarillo. "La gente se pasa la vida contándose mentiras para que pasen por
verdades, cuando es más divertido lo contrario", se justifica Violetta.
"La verdad se disfraza de mentira para que uno pueda soportarla".