Concursos literarios
Eventos
Documentos recomendados
Cartelera
Foro de escritores
Ediciones anteriores
Firmas
Postales electrónicas
Cómo publicar en Letralia
Letralia por correo electrónico
Preguntas frecuentes
Cómo contactar con nosotros
Envíenos su opinión
Intercambio de banners


Página principal

Editorial
Problemas con lectores. El éxito de la Feria Internacional del Libro de La Habana evidencia una vez más que sí hay lectores para las letras en la lengua de Cervantes.

Noticias
Los cincuenta libros de Chiapas. Casi medio centenar de títulos ha publicado el gobierno de Chiapas, en México, desde el año pasado.
Massiani en NFBV. Había una vez un tigre, de Francisco Massiani, es una de las más interesantes novedades que presenta este mes el sitio Nueva Ficción Breve Venezolana.
300 editoriales en La Habana. La Feria Internacional del Libro de La Habana reunió en la zona colonial de San Carlos de la Cabaña a editores y libreros de 30 países.
Fuera gringos. Una carta de repudio firmada por varios escritores puertorriqueños e hispanoamericanos exige la salida de las tropas estadounidenses de la isla de Vieques.
Venezuela tiene su viceministro. El artista plástico Manuel Espinoza fue designado viceministro de Cultura de Venezuela.
España promueve su lengua. El Instituto Cervantes y otros entes españoles adelantan acciones para que la lengua de Cervantes penetre Estados Unidos.

Paso de río
Brevísimos y rápidos del río que atraviesa la Tierra de Letras.

Literatura en Internet
El Mundo del Cuento. Una pequeña publicación que tiene como único objetivo difundir la narrativa contemporánea de habla hispana.

Artículos y reportajes
Un siglo de tango. El tango nació hace cien años en las esferas de prostíbulos o ambientes marginales de la época. El periodista cubano Arnoldo Varona nos habla de su historia.
Crónicas desde Lima. Tres nuevas interesantes crónicas limeñas del escritor peruano José Luis Mejía.
La voz de un surrealista. El español Francisco Arias Solís nos brinda una semblanza del cineasta Luis Buñuel, de cuyo nacimiento se cumplen cien años mañana martes.

Sala de ensayo
El oscuro mundo de Norman Bates. Psicosis explora las profundidades de la psique. La escritora mexicana Lenina M. Méndez analiza la obra maestra de Alfred Hitchcock y la compara con la novela de la que fue adaptada.

Letras de la
Tierra de Letras

Marionette
Héctor Torres
Dos poemas
Gustavo Marcolli
Se busca
Carlos Egea
Poemas
Guillermo López Borges
Trenes
Raúl Hernández Garrido
Dos cuentos
Patricia Poblete Alday
Cuatro poemas
Antonio Vela López
En la cola del cine
Javier Domínguez
Parte novena, cuarta docena
Daniel Noseda
Dos poemas
Andrés Larenas Méndez
Dos textos
Yvette Guevara-Dedaj
Al regreso de un largo camino
Patricia Suárez
Tatuaje de fauno
Leandro Calle

El buzón de la
Tierra de Letras

Venezolana desde Montreal
Interesado en la obra de Juan Filloy
El 23 de abril en otros países

El regreso de caracol
La otra orilla, de Edda Armas
Córdoba poética siglo XX, tomo II, compilación de Feliciano Huerga
Plegable informativo del VII Festival Latinoamericano de Poesía de Rosario
La Vieja Factoría


Una producción de JGJ Binaria
Cagua, estado Aragua, Venezuela
info@letralia.com
Resolución óptima: 800x600
Todos los derechos reservados. ©JGJ Binaria

Jorge Gómez Jiménez
Editor

Letralia, Tierra de Letras Edición Nº 87
21 de febrero
de 2000
Cagua, Venezuela

Editorial Letralia
Itinerario
Cómo se aprende a escribir
info@letralia.com
La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes

Comparte este contenido con tus amigos
Crónicas desde Lima

José Luis Mejía


Conducir en Lima

Ni bien bajé del avión me enfrenté a las tres docenas de taxistas que en todos los tonos del mundo, con silbadita y "pssstpeteada" incluida, trataban de llamar mi atención para que abordara uno de sus vehículos que me conduciría, rauda y peligrosamente, del Jorge Chávez, nuestro maltrecho aeropuerto, hasta mi casa. Felizmente que Ella vino a recogerme.

Si no fuera por el cretino que nos cerró el paso a la salida del estacionamiento y casi nos hace estrellarnos contra el muro de seguridad, mi primer viaje de retorno a Lima hubiera sido bastante apacible. Un jueves a la medianoche, salvo por unos cuantos privilegiados que aún tienen presupuesto para empezar a celebrar desde ese día el fin de semana, la ciudad se encuentra prácticamente desierta. No hay vuelta que darle, de la orgullosa capital de un Virreinato que abarcó media América sólo queda el nombre, Lima es una provincia de ocho millones, o sea, con los problemas de los pueblos chicos y sin sus virtudes.

El viernes decidimos irnos al sur para aprovechar la tranquilidad de las playas invernales. Mis vacaciones se prolongaban hasta ese fin de semana y ese día me comporté como rentista. Me levanté tarde, tomé un pantagruélico desayuno, leí el diario con una paciencia feroz y preparé mis maletas. Ella, que no gozaba como yo de un día libre, se trataría de librar temprano de sus obligaciones para enrumbar a nuestro destino con luz, ya estaba todo coordinado y los invitados llegarían antes de las nueve para comer juntos.

"Odio viajar de noche", me había dicho, y eso era lo que recordaba mientras recorría extraviado los corredores del supermercado. Apuré el paso y lancé a la carretilla todos los elementos incluidos en la lista que Ella me había entregado. "¿Tú haces las compras? Genial. Entonces a las cinco y media te recojo... ¡Estáte listo!". Y lo estuve, o casi, que es lo mismo. Ella llegó tarde, yo demoré 5 minutos y terminamos saliendo una hora después.

"¡Odio viajar de noche!", me volvió a decir cuando tratábamos de ganar la carretera en la hora más bárbara del tránsito en la ciudad. Estábamos en lo que denominamos una "hora punta", es decir, el momento en el cual a todos los oficinistas se les ocurre abandonar su escritorio y se lanzan a las calles al volante de su automóvil último modelo de cuyas cuarenta y ocho cuotas ("lléveselo ahora y pague para siempre") sólo han cancelado siete, e inundan los pocos espacios libres que dejan los taxistas y microbuseros, hordas bárbaras de las cuales podrían escribirse varios tratados de psicoanálisis y tortura.

Avanzar por la ciudad invadida de coches es una aventura. Si no es una combi que se te cruza por la derecha es un microbús que viene por la calle contraria y cree que la luz roja del semáforo la han inventado para ignorarla. Como la solidaridad es un bien escaso, se forman los atracones ("tacos" les dicen en Chile) que tiene su origen en la estrechez mental de algunos conductores (me pregunto qué pasaría si una prueba de inteligencia y otra de cultura general fueran necesarias para tener brevete).

Después de perder más de media hora en recorrer los cinco kilómetros que separan mi casa de la carretera, logramos ingresar a la vía rápida, cuando la noche ya tendía su manto sobre esta ciudad caótica y mal iluminada.

Íbamos llegando a la garita de control para pagar el primer peaje cuando el auto paró en seco. Si no fuera por la rapidez de sus reflejos, Ella, las bolsas del supermercado, nuestros maletines y yo hubiéramos terminado, según corresponde, en el hospital, el taller y el tacho de la basura. ¿Y para qué? Lo ignoramos. No había carros adelante, no los había detrás. Supusimos que el conductor tendría un boleto reservado en "Turismo Caronte" y por no estorbar su primer viaje, Ella le cedió el paso.

Es interesante ver cómo cambia el humor de una persona que maneja en las carreteras del Perú. "No me distraigas y mira atento la pista", me dijo Ella en un tono áspero, distinto a la modulada dulzura a la que me tiene acostumbrado. Iba a iniciar el razonamiento de rigor para localizar las causas de sus molestias cuando de pronto, a diez metros de distancia, apareció de entre las sombras un ciudadano que, ignorando olímpicamente el crucero peatonal que se encontraba casi sobre nosotros, creyó audaz atravesar la carretera donde los vehículos circulaban a cien kilómetros por hora. Cuando los adjetivos salieron de su boca, callé inteligentemente...

Diez minutos después tuvimos que superar a un camión que iba zigzagueando por la pista; luego darle paso a un ómnibus descomunal casi sin luces que, por el espejo y de noche, parecía un carro que trataba de adelantarnos por la derecha; más tarde evitar chocar contra un camión estacionado al borde del camino a cuyo conductor se le ocurrió la genialidad de poner el triángulo de emergencia a sólo dos metros de distancia; y, por último, sentir a un hijito de mamá que pasaba a ciento sesenta kilómetros por hora en un deportivo del año que, seguramente, era de papi.

Finalmente, llegamos a la playa. Ella respiró aliviada y, como por arte de un mago antiguo, su sonrisa la iluminó de nuevo.

El medio centenar de muertos en tres accidentes de carretera que la mañana siguiente anunciaba el diario y el informe especial sobre los cadáveres que deja mensualmente la imprudencia de los que ignoran los pasos peatonales en las vías rápidas, fueron razón suficiente para que el regreso lo hiciéramos de día y yo me negara, por enésima vez, a iniciar mis clases de manejo...


La soledad de Pushkin

Alexander Pushkin nació en Moscú el 26 de mayo de 1799 y, antes de morir en un absurdo duelo al que fue arrastrado por las actitudes de su poco honorable y muy casquivana esposa, se convirtió en uno de los más altos exponentes de la literatura rusa y universal. En sólo 37 años, este hijo de la antigua nobleza dejó sentadas las bases de todo lo que después se escribiría en su país. Como señala un crítico: "Decir que Alexander Pushkin es el iniciador de la literatura rusa moderna es una verdad irrefutable, pero yo diría algo más: que Pushkin es el creador de esta literatura...".

Pues bien, este año celebramos el segundo centenario de su natalicio y la Universidad Católica tuvo a bien realizar, conjuntamente con la Embajada de la Federación Rusa en el Perú, una mesa redonda en honor al poeta. Lo cierto es que hace unos días (y algunos meses después de realizado el homenaje) la universidad invitó a la presentación del libro que reúne las ponencias que leyeron, en su oportunidad, los participantes en el acto celebratorio. Hay que decir que notables intelectuales e importantes profesores de la Católica aparecen en el libro, nombres como los de Marco Martos, Patricio Ricketts y Ricardo Silva-Santisteban no necesitan presentación en el Perú y son garantía de una magnífica lectura. La ceremonia se realizó un mediodía, en el Salón de Actos de Humanidades, y fue una lamentable demostración del poco interés que los alumnos de letras tienen en las Letras, así con mayúscula.

Pasados algunos minutos de la hora señalada, el maestro de ceremonias dio inicio al acto. Ocho personas estaban en el escenario, sentados al frente de una larga mesa y mirando hacia el público. En un moderno auditorio donde cabrán, al menos, doscientos espectadores, sólo estábamos una docena de desconcertados asistentes que mirábamos a todos lados incrédulos. Tras el saludo de rigor de la decana de la facultad, el embajador ruso hizo uso de la palabra; muy parco él destacó el nombre de su compatriota y se congratuló de la integración de dos culturas tan distantes. Fue muy breve. Luego se escucharon las voces de algunos de los escritores cuyas ponencias estaban en el libro y, finalmente, un joven estudiante de teatro leyó, con gracia y entonación adecuada, un monólogo de El caballero avaro, magnífica pieza dramática del homenajeado. Aplausos. El presentador invitó a los concurrentes (a esas alturas ya éramos como veinte) a compartir un vino.

Es de suponer que el caviar (que abundaba), los bocadillos que se veían magníficos, los pequeños y atractivos emparedados y las varias botellas del jugo mágico de las uvas que hizo popular Baco (de cuya calidad no puedo dar fe, pero no dudo), quedarían allí, desairados, como doncella de fresca epidermis, sonrojada y precavida, que es abandonada por un caballero infiel que prefiere las seguridades de una cortesana de piel curtida, pero intrépida y liberada, a las promesas de un amor de virgen.

Pues sí, la juventud estudiosa de la universidad, esos miles que celebraron su ingreso a la institución con rapado de cabello, mucha cerveza, lágrimas y todo ese vacío sentimentalismo subtropical, muy típico de nuestras patrias, ¿dónde estaban? ¿Sería que los exámenes finales apremiaban y era imposible distraerse? ¿Habrían salido a tomar las calles reclamando por algún derecho conculcado o por algún compañero injustamente encarcelado? ¿Se encontraban en mitad de su faena laboral, sudorosos y cansados, pero con el pensamiento puesto en sus estudios y con la inmensa desazón de no haber podido acompañar a Pushkin en la presentación de su libro? ¿Tendrían alguna desgracia familiar que les impedía asistir a clases? ¿Se habrían enrolado en las filas de voluntarios para levantar escombros en Turquía o Grecia? ¿Los ocuparía enseñar sus enraizados conceptos humanistas en alguna escuela marginal donde ofrecen alfabetizar a los niños pobres y desamparados? ¿Estarían, siquiera, sentados en algún cubículo de la biblioteca o echados en el jardín, acariciados por la frescura primaveral, leyendo a Pushkin o Shakespeare, a Vallejo o Neruda, o al menos despabilándose con Mafalda? No. Las señoritas y señoritos (que los había, y en decenas) estaban comiendo en la cafetería, comentando el último chisme de Cosas (la versión sudaca y minimizada de Hola), lamentando la imposibilidad de Pacho Maturana para entrenar el seleccionado peruano de fútbol o maltratando, con tono académico, lo lento y manoseado del libreto de la telenovela que acaban de estrenar.

"Es un problema de masificación", me dijo un amigo, ahora estamos en el tiempo de la cultura del periódico. Un día sale un comentario elogioso de algún libro (por sedante que sea) y en la tarde las librerías están llenas de compradores de "best-sellers" que sólo la semana anterior habían comprado el armatoste de quinientas páginas que el diario recomendó entonces. ¿Leerán lo que compran? Vaya usted a saber.

No me quedé al brindis, cuando me iba observé que una mesa estaba repleta de los ejemplares del libro de homenaje a Pushkin que esperaban para ser regalados a los asistentes, supongo que de allí al depósito el camino no es muy largo.

Al pasar por la cafetería (ahora creo que es el único ambiente de nuestras universidades que siempre está colmado de estudiantes) me encontré con un antiguo alumno, uno de esos que en la academia andan siempre con un libro bajo el brazo (y jamás nadie los vio leyéndolo), usan lentes (aunque no los necesiten) y ponen cara de inteligentes cada vez que repiten una de las cuatro frases que hace tiempo se aprendieron de memoria. "¿No fuiste al homenaje a Pushkin?", afirmé preguntando. "¿Pushkin? Ah... No... Nadie me avisó... Estaba almorzando... Además... ¡No llevo clases con él!".


Literatura viva

Hace ya muchos años que asistí a la secundaria y en último o penúltimo año (ya no lo recuerdo) estudiamos literatura peruana. Luego de repasar, muy superficialmente, la historia que va desde Homero hasta Darío (porque el tiempo siempre termina por reducir la currícula y para la gran mayoría de los escolares peruanos la literatura se acaba en el modernismo), enfrentamos lo que el Amauta José Carlos Mariátegui llama "el proceso de la literatura", cuando estudia en sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana el devenir de las letras nacionales.

Sin intentar contestar la bizantina pregunta: ¿cuándo se inicia la literatura peruana?; puedo afirmar que en la inmensidad de las instituciones educativas del país los alumnos salen creyendo que todos los escritores peruanos o están muertos o viven en Europa. Por ejemplo, en mi experiencia personal, salvo Vargas Llosa, Bryce y Ramón Ribeyro, nada estudié de la literatura viva del Perú, de aquellos que en ese momento (la década de los ochenta) continuaban el camino trazado por González Prada, Palma, Vallejo y Eguren; toda la literaura peruana contemporánea se reducía a una enumeración de muertos ilustres y autoexiliados escritores.

Los jóvenes andan por el mundo con la seguridad de que los grandes poetas y narradores son una raza camino a la extinción, mientras los adultos se encargan de hacerles entender que la bohemia es cosa del pasado y que todos los que se dedican al arte están condenados a ser alcohólicos, homosexuales y, sobre todos los "horrores", pobres. Recuerdo un poema de Yerovi que narra el encuentro de dos antiguos enamorados en el semáforo en rojo. Él, en su carro, rumbo quién sabe a dónde, y ella, en su camioneta llena de chiquillos, llevando a sus hijos al colegio. Ella le cuenta que se casó y le pregunta "¿y en qué trabajas?", a lo que él responde orgulloso "soy poeta", y ella afirma y vuelve a preguntar "sí, pero, ¿en qué trabajas..?".

¿Qué sucede? ¿Acaso los profesores ignoran que existen decenas de grandes escritores vivos en pleno proceso creativo? ¿No comentan los padres los nuevos libros que aparecen en el mercado? ¿No tienen una modesta biblioteca con los títulos más célebres editados últimamente? ¿No visitan librerías? ¿No leen en los diarios —siquiera— de las mil y una presentaciones que se realizan todas las semanas en los auditorios de la capital?

Pienso que todo nace de la ignorancia en la que pretenden mantenernos sumergidos. Es la política del "cuanto menos saben, menos molestan" que aplican esos a los que jamás conoceremos y que son los que, en última instancia, manejan los destinos de las naciones. Es de suponer que la frase "intereses creados" los identifica correctamente.

Pero como Roma no se hizo en un día, tampoco pretendo que el sistema educativo nacional pase de ser el desastre que conocemos (donde los postulantes que menos puntaje suman en el examen de ingreso a las universidades son los de educación) a ser el más avanzado en América Latina. Solamente sugiero que los cerebros luminosos (que aún nos quedan algunos en la administración pública y unos pocos más entre los pedagogos privados) adopten medidas audaces e innovadoras que permitan desperezar a los maestros, educar a los alumnos y acercar a la comunidad, que somos todos, a aquellos que superando trabas y prejuicios, olvidos e incomprensiones, se lanzan por el camino de la creación.

¿Qué espera hoy día un poeta en el Perú de su libro recién impreso? Espera que en la presentación los amigos y la familia compren una buena parte de los trescientos o quinientos ejemplares que ha publicado porque sabe que el resto tendrá que regarlalo o dormirá el sueño de los justos en el último rincón del último estante de las librerías, donde los dueños de esos establecimientos los relegan porque nadie compra poesía en el Perú.

Los narradores no tienen mejor suerte. Salvo unos cuantos que tienen la simpatía de la crítica, pueden darse el lujo de vender dos mil o tres mil ejemplares (cifra ridícula en un país con más de 25 millones de habitantes), los otros (entre los cuales hay plumas magníficas y muchas promesas) tendrán que convertir sus cuartos en depósitos donde se arruman los libros que mandaron a imprimir con su dinero y que nadie adquiere.

¿Qué sucedería si en el Perú se obligara a todos los alumnos del último año de secundaria a leer los libros de los escritores vivos? Empezando por los consagrados como Zavaleta, Bryce o Rivera Martínez, en narrativa; Sologuren, Belli o Varela, en poesía, y continuando con una lista variada e interminable de creadores que destacan, en prosa o en verso, como lo más graneado de nuestras letras.

¿Qué ocurriría si —al fin— algún cerebro pensante concluyera que es buena idea que los adolescentes de nuestra patria se acerquen a los que en este momento, hoy y ahora, se desvelan escribiendo, corrigiendo e intentado dar a sus lectores cada vez mejores trabajos? Imagínense que ese novelista pudiera vender los libros que tiene empaquetados al lado de la cama. Piensen qué sucedería si ese poeta colocara no quinientos sino diez mil libros.

No creo que mi sugerencia sea una panacea, pero estoy seguro de que más de un escritor podría vivir dignamente de su trabajo si en todos los colegios del Perú leyeran sus libros, podrían muchísimos ilustres narradores y poetas acercarse más a los jóvenes, ser verdaderos maestros y llevar su voz, culta y autorizada, a través de toda la nación. Se estimularía el hábito de la lectura y muchos de aquellos escolares que leyeron a Martos o a Silva-Santisteban, a Ollé o a Dughi, crecerían acompañando el desarrollo de los artistas y estimulándolos colmando sus conferencias, abarrotando las salas donde presenten sus publicaciones y, sobre todo, comprando sus libros.


       

Indice de esta edición

Letralia, Tierra de Letras, es una producción de JGJ Binaria.
Todos los derechos reservados. ©1996, 1998. Cagua, estado Aragua, Venezuela
Página anterior Próxima página Página principal de Letralia Nuestra dirección de correo electrónico Portada de esta edición Editorial Noticias culturales del ámbito hispanoamericano Literatura en Internet Artículos y reportajes Letras de la Tierra de Letras, nuestra sección de creación El buzón de la Tierra de Letras