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Jorge Gómez Jiménez
Editor

Letralia, Tierra de Letras Año V • Nº 94
21 de agosto de 2000
Cagua, Venezuela

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Dos relatos

Iván de Paula


Transmutación (la piel)

Quiero volver a nacer, cambiar de piel cual si fuera reptil, amanecer desnudo sobre una superficie plana emitiendo sonidos guturales ...quiero tener otro historial, donde otros colores sean los que me identifiquen, donde otros sonidos conformen mi sinfonía, creo que alguna vez mereceré una segunda oportunidad por todos mis desmanes. Ahora, o en las otras de las tantas vidas que andan circundando los espacios divinos....

Tuve que abrir levemente el ventanal de mi habitación, la oscuridad ya estaba penetrando los poros de mi piel, y si eso lo combino con el hedor que comienza a apropiarse de todo este espacio cerrado obtendré una ecuación obtusa. Ya era tiempo de buscar una solución plenamente consciente. Quizás si viniera alguien desde afuera podría reconocer mejor que yo el completo desorden en el que amanezco, pero para los fines no importa, ya que dudo que a nadie se le ocurra venir hasta aquí por sus propios pies, a menos que fuera una periodista curiosa que quisiera saber por qué nunca se abre el portón del frente. Posiblemente sería una joven como de unos veintitrés años, con el pelo teñido de rubio, con los labios carnosos y desbordantes, sosteniendo en sus manos una carpeta de donde sobresalen muchos papeles desorganizados, sacaría de su cartera una grabadora marca Yorx, me empezaría a hacer preguntas sobre mi niñez; quizás se sentiría un poco turbada por los contrastes grisáceos de las paredes de la sala. Claro, la sala, porque sería muy difícil que pasara hasta otro sitio de mi refugio. Yo me quedaría mirándola fijamente a los ojos, tratando de hipnotizarla con la sensación de que nos conocimos anteriormente en otros eventos y al mismo tiempo me frotaría las manos hasta que sudaran del espanto mutuo.

Cuando amanezco no tengo conciencia de lo que sucedió la otra noche, me encuentro confundido entre las sabanas grasientas de mi cama, al ladearme quedamente me topo con una mano que me roza la espalda. No recuerdo dónde estuve ni qué caminos recorrí, no sé si encendí el motor de mi Fiat '74 y me dirigí por una callejuela estrecha y oscura, en donde apenas podía distinguir el trayecto siguiente ya que las luces del vehículo no daban mucho abasto, quizás andaba plenamente desnudo y mis genitales se maltrataban con cada hoyo que penetraban las gomas... solamente llevaba puestas mis gafas de sol como única protección contra los golpes severos de mi opresión eterna. Así llegué hasta la esquina donde una joven se mecía de izquierda a derecha con una minifalda jean que dejaba poco a mi imaginación enferma, la divisé como a quince metros de distancia mientras ella se subía y se bajaba la blusa dejando salir sus pechos marchitos por tantas noches sumergidas en el desaliento. Me detuve y no supe decir más que abrir la puerta derecha precariamente, ella entró y medio sonrío. El cielo fue testigo de mi último refugio evasivo.

Pude detenerme por espacio de una hora a observar su piel, a saborear cada vello emergente que se confundía con sus aberraciones. Ella descansaba en relax sobre los pliegues de la colchoneta dejando brotar toda su lascivia contenida, yo le mordía los olores, yo me sentía el rey de las praderas de la perversión... Introduje mis dedos entre los rieles de su feminidad, me bebí su savia hasta que sangraron mis labios al morderlos, y así amanecimos revueltos entre el sudor y el fastidio, entre quejidos premonitorios, entre dunas desniveladas de carne molida.

Mi habitación principal: en la entrada hay una alfombra negra con un dibujo que se parece lejanamente a la cruz esvástica, las paredes están pintadas de un gris que aspira al negro. Tengo varios anaqueles que van alineados a una distancia en que se pueden alcanzar los objetos de pie con facilidad para una persona de estatura normal, ahí se pueden encontrar libros de diversos autores cuya temática principal es la muerte en sus diversas formas. Inclusive, en una ocasión, hace aproximadamente unos cuatro años, yo mismo comencé a escribir un libro sobre los placeres de la muerte, pero aún no lo he finalizado, espero hacerlo durante otra etapa de mis depresiones eternas. Mirando más abajo, cerca de mi cama, podemos ver varios discos de larga duración o LP's, realmente aún no me he situado en la tecnología de los discos compactos quizás por dos motivos: el primero, es que siempre he sido un tanto reacio a las novedades; el segundo, los artistas que me gustan murieron o están desaparecidos desde hace años (así que en ese sentido no vale la pena mortificarse). La iluminación es tenue, hay una lámpara con bombilla verduzca que le da al sitio un aspecto de barra de mala vida, tengo varios repuestos de esa misma bombilla, ya que no aparecen en los alrededores, para comprarlas me tengo que dirigir al centro de la ciudad.

 
 

La navaja se acerca quedamente a la carne, su filo es frío e inanimado. Sin embargo, parece motivarse in crescendo ante la presencia de los poros de la piel. La sostengo con la firmeza que da la experiencia, la manipulo con la destreza que da la práctica... La navaja se apropia del espacio vital, primero parece juguetear con el aire, como para que su destino final pueda despejarse y a la vez olvidar el momento. Después se aproxima y traza una ligera línea de sangre que se va extendiendo hasta salpicar las sábanas blancas. Se puede percibir un gemido liviano que provino fruto de aquel roce, pero la navaja no se detiene, no le interesan esos detalles superfluos y debe continuar su ritual. No conoce rostros ni sustantivos, solamente sabe dejar su marca eterna, ese es su último destino y ahí es donde debe plasmar su verdad. Los ojos se mantienen mirando desaforados creyendo que con su estupor pueden calmar el hambre insaciable de la navaja, los gritos no ahogan conciencias, el hielo del metal se apropia de todo el cuerpo y se mezcla con el caliente líquido creando así una combinación de asco y excitación. Yo participo al unísono y me hago el desentendido cuando me conviene, porque después de todo hay que tratar de no perder la concentración aunque te pretendan sacar de tus cabales. Así va incrementando su ritmo lujurioso a pesar de las súplicas, a pesar del temor. Llega el instante en que muestra todos sus tentáculos para adherirse como ventosa a las mismísimas entrañas maternas y chupar toda la leche que vierte a cántaros, líquido turbio y hediondo, el cual se desparrama hasta inundar el suelo y dejarme cansado. Satisfecha ella, se vuelve a esconder en su sitio, se apacigua cual pene que finaliza la eyaculación y se vuelve a esconder entre las comisuras del pantaloncillo, hasta la próxima vez, que puede ser mañana.

Las luces de la mañana penetran sin dudar ante la mirada frisada del cadáver que parece quedó suspendida en medio de pensamientos que se escapan del dominio terrenal. Unos rayitos relumbran ese rostro que una vez dijo llamarse Claudine, y que ahora muestra una mueca en los labios que dejan relucir su diente de oro que anteriormente mostraba con orgullo. Claudine, aunque me imagino que ya no me escuchas, no quiero que sientas rencor por mi proceder. Después de todo tu y yo somos seres que pertenecemos a un estadio superior del género humano. Quizás por eso tuvimos discrepancias y discusiones propias del trabajo más que personales pero entonces en algún momento se confundieron los roles. Cuando te recogí yo te había dicho que te pagaba ciento cincuenta y tú insistías que eran doscientos setenta y cinco. Yo te decía que eso lo podía hacer yo mismo con las manos pero que el placer no iba a ser el mismo, fuiste tú quien insistió entrar en el vehículo, yo me opuse una y otra vez. Fuiste tú quien apretó el gatillo, ahora te tengo helada de frente a mi vista, que se ha cansado de buscar en tu rictus alguna razón para seguirte, pero sinceramente no la he podido encontrar.

Cada cuerpo tiene su historia. Ninguna piel es repetible, eso lo he podido palpar a lo largo del tiempo y gracias a la experiencia de la ejecución. Todavía recuerdo con vehemencia esa carne rosada que destilaba sudor varias horas después de yo haberla finalizado, que impregnó toda la estancia de un olor barroco. Que de vez en cuando me remontaba a mi infancia cuando la tía me bañaba de pies a cabeza con una colonia infernal. Qué efecto visual causaba esa materia inerte, recostada en el rincón que coincide con el ventanal, cuando al caer el sol repetido de las cinco algunas luces tenues se encargaban de iluminarlo, pero no del todo, solamente un leve toque, el cual entonces daba la sensación de estar dorada en un horno. Es un recuerdo agradable, como tampoco mi carne es igual a la de nadie, creo que estoy constituido de una sustancia quejumbrosa, que se formó poco a poco por la ignorancia de mis progenitores o por la simple complacencia hacia la humanidad que fomenta la familia. Ninguna piel puede repetirse en olor, ni en sabor, algunas pueden ser tan amargas como una despedida sin anuncios, a veces después te arrepientes de haber penetrado ese mundo, de haber transgredido el orden preestablecido, pero entonces se hace tarde reaccionar, porque solamente te queda la carne de frente. Toda inmunda si no te sientes conforme ese día, pura poesía ruinosa si estás de buen humor. En fin, es que cada evento ha tenido su tonada particular, inclusive éste, que pudo ser mi última función.

¿A dónde estoy supuesto a parar?, después del final, cuando todo realmente se acabe. ¿Qué opinión podrán tener los demás de mí?, ¿qué podré contestarle a la joven periodista rubia cuando se acerque decidida a abordarme?, Cuándo me exija sentarme con las dos manos delante y cruzadas todo el tiempo, cuando en medio de la entrevista emerja del cortinaje un fotógrafo inesperado para saciarme de imágenes hasta el punto en que no quiera abrir la boca? ¿Cómo se lidia con la fama?, ¿cómo? ¿Existe algún manual? ¿Venden alguna droga?

 
 

Claudine pesaba más de lo que supuse, por lo visto me mintió tiernamente cuando me dijo que sólo tenía ciento veinticinco libras y que las disimulaba mejor vistiendo de negro. Siento la carga al arrastrarla por los pasillos eternos y chocando con los floreros que pretenden adornar la vista. Al moverla puedo sentir su aliento golpear mi rostro, al sostenerla por los brazos recuerdo el primer abrazo que alguna vez di, y ahora me acuerdo que fue en un pésame hace mucho tiempo atrás, cuando mis padres me empezaron a enseñar modales para con la sociedad. Ella se mantiene serena en medio de su sopor dispuesta a aceptar sin disgustos mis determinaciones. Por un momento me detengo a observar el retrato de la niña negra llorona y no sé por qué esas lágrimas me salpican, golpean el suelo con cierta furia contenida tal como si quisiera horadarlo, la llevo a rastras con mayor velocidad y aún no consigo llegar hasta la parte trasera. Me pesan sus huesos, y posiblemente algunos de sus deseos frisados en rojo. Estamos sumergidos en un silencio prolongadísimo que de vez en cuando se espanta con el tintineo de las lágrimas de la negrita, estamos ella y yo y su cuerpo me sigue pesando, y sus huesos se siguen hundiendo en mi sien... y sus ojos me miraban de forma acusadora.

Flores mustias se desangran lentamente entre mis manos, cada gota decolora mis yemas... cada tiempo se apersona lentamente hasta la cúspide de mi sien. Estoy en un valle despoblado luciendo mi desnudez impropia, rodeado de toda la incertidumbre de las piedras... dando vueltas múltiples alrededor de mi sombra.

Te siento, te respiro, te ubico en el mejor rincón de mis osamentas, estoy volando masticando las nubes sin pudor, feliz de tenerte girando y pisoteando tu silueta en rosa, soy un ser que devuelve el color de tu piel, que olfatea sin rubor las pezuñas de tu infelicidad... que se remenea miles de veces dentro de un trompo que vomita palabras soeces.

Fue una batalla resentida, el candado se oponía con tesudez a su apertura total. Todos estos meses inutilizado lo convirtieron en un ente salpicado de moho y oxidez. Inclusive, hubo un instante en el que me corté el índice izquierdo ya que estaba usando un destornillador y con mucha presión pude romperlo. Cuando abrí la puerta trasera, el sol casi me saca los ojos, no pude distinguir la fosa en medio de toda la hierba y la claridad de los rayos. Mis pisadas se confundían entre senderos semicavados de otras épocas y la dificultad de afincarse en medio de la humedad que dejó la lluvia germinal causaban que mi envoltorio por momentos se desencajara de su punto central, que de cuando en cuando sobresalieran sus extremidades, o que su rostro me mirara de esa forma tan contundentemente acusadora. No pude volver a observar, ya estaba tan cansado que con pocos apuros me rendiría de una vez y me tiraría sin ánimos junto con la maleza, y me dejaría devorar por las hormigas... cerraría los ojos y escucharía levemente el trinar del viento, extendiendo los brazos cual cruz humana que espera por sus clavos para quedar fijado en el suelo, para ser consultado en el mañana por confundidos que requieran una frase de aliento, que soliciten otra transmutación.

Mis venas se enervan, caí en un agujero profundo donde mis manos se han quedado adheridas a una pared pegajosa, que me he dejado somnoliento en una atmósfera incongruente donde espero encontrarme con los ángeles sempiternos de los que hablaban en mi prima historia... cada vez que intento salir del fango mi cuerpo solamente se queda en esfuerzos simples, donde sobresale mi cabeza hasta el cuello y luego todo se queda extasiado, tal y como si se me hubiera congelado el alterego, tal y como si nunca hubiera existido. El pulso golpea las paredes intestinales tal como un reloj que se descarrió y ha tomado la caída libre, ahora sí cierro los ojos y te busco entre mis recuerdos, los buenos, los simples, los recuerdos a color, donde habían acordes de arpas y mucho movimiento en varios sentidos, donde me sentaba en una glorieta con un sombrero chaplinesco e imitaba los movimientos del payaso del circo... los recuerdos buenos y simples, donde besé por vez primera los pechos erguidos, donde quedé en segundo lugar en un concurso de cuentos de terror. Los recuerdos aerodinámicos, no los recuerdos en blanco y negro, donde siempre hay una secuencia que se repite, donde me encuentro activo empujado por música compulsiva que solamente yo escuchaba, donde nunca hay creación de vida pero sí supresión, donde siempre quedo al final extasiado, mirándome las manos sudadas y hediondas, con mucho deseo de vomitar mi hiel, con muchos deseos de seguir anulando.

 
 

Mis nervios se crispan, ya no quiero seguir avanzando, ya estoy tan embarrado en mi sangre que mi cuerpo pesa el doble de lo que pesaba. Los caracoles continúan su andar lento pero sin pausa y me pisan los pies de forma insolente, ellos pueden esconderse sin problemas dentro de su coraza solamente para variar de postura, yo me oculto en mi casona y adentro el olor a estiércol industrializado ya ni siquiera lo distingo de la fragancia de las amapolas. Las mariposas a veces me zumban al oído para variar las notas que siempre escucho... pero no me calman la sacudida, el sudor me inunda la cara y me hace lucir que padezco de hepatitis. No me he percatado que llevo varios minutos varado en el mismo sitio sosteniendo el envoltorio, por momentos he lucido como un novato que no sabe cuál será el próximo paso a seguir.

El temblor comienza quizás en la boca del estómago, como una simple cosquilla infantil. Se va expandiendo a cuentagotas a lo largo de todo el cuerpo, sube al pecho, lo sientes como un martilleo constante y repetitivo, que va aumentando y duplicándose cada cinco minutos en intensidad... las manos se agitan y se va perdiendo el pulso... de repente parece que pierdes el control y lo ha tomado una fuerza superior... los pensamientos se entrecruzan y cambian con cada parpadeo, no parecen tener coherencia... sueles pensar en lo que te causa mayor temor, o en lo que te causa mayor excitación... después las luces se apagan, una a una hasta dejarte oscuro... la orquesta termina la función... el público al principio se queda unos segundos desubicado para luego retomar el mundo ordinario. Luego aplaude eufórico por espacio de cinco minutos, tú y el director de la orquesta agachan la cabeza en gesto de gratitud, es en ese momento en que los temblores comienzan a disiparse, en el que piensas que ya es el momento de retirarse y plasmarse en la historia para ser consultado por las generaciones futuras que obligatoriamente buscarán alguna fuente de inspiración.


Llueve

Llueve, mañana de un lunes martirizado en el calendario, analizando la esquina completa (y la del enfrente) no se encuentra un sitio techado para guarecerse... una mujer, vestida con un uniforme azul oscuro... se protege o intenta proteger de los golpes bruscos del clima con un paraguas rosado, le agobia la idea de llegar hecha un chasco a su firma de auditores, debido al jaleo del viento tiene que elegir entre evitar mojarse completamente o dejar que la minifalda suba hasta el tope... cada vez más se acercaba un hombre vestido de gris sin protección alguna contra el mal tiempo, creyente de que corriendo podría vencer la furia inaudita de la tormenta, desesperado llegó hasta donde la mujer posaba en sufrimiento pleno por su condición mojada... aunque nunca se habían visto, él estaba seguro de que iba a conseguir un espacio dentro del paraguas; ella, quizás por cortesía o quizás por actuar sin consultar cedió sin preámbulos...

—Gracias anticipadas (se oyó como en las películas de Humphrey Bogart).

—No hay de qué... estoy hecha una verdadera etcétera (la lluvia arrecia, al frente se comenzó a formar un charco, nadie más por los alrededores, tampoco los vehículos eran visibles).

—Despreocúpese, yo estoy peor que usted, al salir olvidé mi sombrilla, de hecho nunca me gusta andar con ella... (ambos estaban empapados, la posición en que quedaban les obligaba a hablar casi nariz con nariz, ella sostenía el paraguas).

—Permítame sostenerlo, por favor, se la va a tumbar el brazo.

—No, no se inquiete, no estoy cansada (insistió con su mirada terca...). Bueno, está bien, de todos modos así descanso.

—Inicio de semana bien refrescante, ¿eh? (la miró en forma franca como quien va a empezar a tutear a su interlocutor; ella no respondió).

—Digo... si le estorbo me puedo, marchar, ¿eh?, solamente que lo va a lamentar mucho (estaba tratando de abrir el marcador).

—¿Por qué?, ¿quién le manda a salir sin sombrillas?

—No, no es por eso, lo que pasa es que de niño solía congestionarme del pecho cada vez que me mojaba, o sea, que, si no permite aunque sea protegerme un poquito la cabeza, podría cargar con un muerto a a (se quedó mirándola con cara de víctima, ella sonrió levemente, observó que también la blusa estaba empapada y que sus senos se marcaban sin censuras...).

—Muy bien, me convenció, quédese donde está... hoy me van a freír en la oficina, ¿de casualidad no anda con su celular?

—Se lo debo, ese es el problema de no ocupar una posición gerencial como la que usted ostenta...

—¿Bromea?, ¿y usted cree que si fuera gerente estuviera hecha una mierda como ahora..? ¡Oh!, disculpe mi vocabulario, es que me saca de quicio mojarme con ropa...

—¡Ja! despreocúpate, esa es la palabra que mejor encierra los disgustos que uno lleva por dentro (los goterones penetraban los pliegues del paraguas, los charquitos del suelo empezaron a mojar las plantillas de sus medias...), por lo menos tienes alguna motivación para ir a trabajar...

—No lo creas así, por favor, a veces una se levanta con cierta esperanza de cambios (trata de buscar un poco más de techado y lo pisa, se disculpa en voz baja)...

—¿Dónde trabajas? (ella esperaba esa pregunta pensando que eso desviaría cualquier intento de arrojo masculino).

—Trabajo en la firma Smith & Gamble (algo vibraba en su cartera)... ¡maldito beeper!, ¡es que realmente me quieren enloquecer!

—Oye, pero esa es una gran compañía, siempre he soñado con trabajarle a los gringos.

—¡Qué va!, no todo es como uno se lo supone!, ¿y tú?, ¿a qué te dedicas?

—Mira, contrario a tu caso, yo estoy casi despedido, trabajo para Manzueta, S.A., como analista-programador.

—¡Uaoooooo!, ¡si me topé con un chico computarizado! (la conversación entraba en su punto, a pesar de que el aguacero arreciaba a ninguno de los dos parecía mortificarle lo suficiente).

—Pero... ¿cómo vas a estar despedido si eres el hombre clave de las computadoras?

—¡Imagínate!, son disgustos añejos los que he ido acumulando... No sé, a veces me gustaría despertar y encontrarme en otra dimensión sin depender tanto de otros.

—Quizás por eso se explica que en ningún momento has lucido inquieto porque la hora de llegada se te vaya a pasar.

—Para nada, si es que entro a una hora y no sé con exactitud cuándo salir, ¡esa es mi vida! (trata de acercarse más de lo que estaba, a veces las palabras se confunden con el vaivén de la brisa, lo que ocasionaba que el mensaje no llegara completo a su destino).

—¿Sabes algo?, no sé por qué ahora siento que te conozco desde hace mucho...

—¡Oh, claro!, esa sí que me la sé, así siempre dicen ustedes cuando comienzan a olfatear la presa!

—No, en serio, eres muy espontánea, me recuerdas a otra persona que se parecía a ti en ese sentido (ella observó el cielo momentáneamente, había perdido la noción del tiempo).

—Bueno, gracias, de todos modos...

—Me muero de ganas por tomarme un café.

—¿Por vicio o por placer momentáneo?

—Diría que por ambas cosas.

—¿Sabes?, ya estoy completamente mojada, no tiene sentido seguir bajo el paraguas...

—¿Qué hacemos?, ¿te vas a trabajar así?

—No, voy a buscar un teléfono para llamar a un taxi (el aguacero aumentaba su intensidad, no se podía divisar ni siquiera las casas más cercanas).

—¡Uf!, ¡debe ser una vaguada o algo así!, no creo que vayas a conseguir un teléfono de esa manera, ¿vives muy apartado de aquí?

—¿Alguna vez te han llamado preguntón?

—Disculpa, no era mi intención aumentar tu irritabilidad. Yo vivo a cuatro esquinas de aquí, es muy probable que me devuelva...

—Te mandarán a buscar con dos policías, mejor llega más tarde, pero nunca faltes.

—Me emociona el hecho de que todavía quede en el mundo gente tan responsable; vamos, tú sabes que no vale la pena sobreactuar ante esta situación... busquemos algún lugar donde secarnos.

—¿No crees que "secarnos" suena demasiado amplio?, ¿y si te dijera que cierro la sombrilla y me voy caminando hasta la firma qué me dirías tú?, ¿heroína?

—Amargada... (desvió sus ojos hacia donde ella estaba, se sintió retada). Quieres descargar tus frustraciones con el que te quede más cerca. No vale la pena que te aceleres, con este clima ninguna persona racional se atrevería a salir al exterior, ¿acaso te crees imprescindible, belleza?, ¿no sabes que al final de cuentas si tú no lo haces otro lo hará..?

Ella cerró el paraguas bruscamente, trató de ajustar los pies a sus zapatos... Le dio la espalda y comenzó a desafiar los infinitos charcos que inundaban el ambiente, el beeper sonaba cada diez minutos... era increíble cómo en esa calle no había una señal de vida, revisó el reloj y eran casi las diez de la mañana.

—¡Oh!, ¡lo hiciste muy bien!, tú y tu gran facilidad para espantar a las mujeres, ¡mierdero!

Él sintió lastimado su amor propio, trató de alcanzarla a pesar de que ya le llevaba varios pasos de distancia, ella de vez en cuando volteaba la cabeza para observar sus reacciones, pero en ningún momento se detenía, buscaba alguna estación de autobús, o un vehículo cualquiera de transporte publico...

—¿Por qué te sientes desencantado de tu trabajo?

—Múltiples factores, sobre todo el salarial, imagínate, yo fui quien analizó, diseñó y después programó todas las aplicaciones de Manzueta, les agradezco que me hayan permitido trabajar desde el principio siendo prácticamente un bisoño, pero con el tiempo no fui muy tomado en cuenta... y mira ahora, hay planes de reingeniería y entre otros tópicos está el factor tecnológico: piensan cederle todo el manejo computacional a la IBM... nueve años de trabajo ininterrumpido mandados completamente a la mierda...

—¡Oh!, ¡ya veo!, pero me imagino que te tienen en cuenta para dirigir esos cambios.

—Sí, me están ofreciendo un nuevo cargo como administrador de sistemas, pero a mí eso no me dice nada, ya que ese puesto no es más que una pantalla, no tendría derecho a la creación, solamente supervisar lo que los nerdos de IBM realicen... y a ti, ¿cómo te va en Smith & Gamble?, algún día les enviaré un mail con mis datos personales.

—Bueno, de a poquito digamos, trabajo allá desde hace tres años y medio, me pasó más o menos igual que a ti en el sentido de comenzar sin experiencia... auditamos empresas por encargo, puede ser aquí en la capital, en el interior o en otros países, principalmente Puerto Rico, México y Venezuela... no te niego que me guste, pero es muy absorbente, hay algunas semanas en las que se amanece con toda normalidad.

—O sea, como que no tienes mucha oportunidad para salirte de la rutina laboral.

—Esa es la idea, a pesar de tener un buen sueldo, como que a veces no tienes tiempo para gastarlo.

—Ni con quien.....

—No necesariamente....

—Así lo reflejas, no te hagas, por favor.

—No sé por que te empeñas en intimidarme.

—No, para nada, no es como dices, lo que ocurre es que no concibo que una persona tan bien posicionada tanto en su área laboral como personal se mantenga tratando de disimular, vamos, no todos tenemos la misma suerte.

Logró llegar hasta la avenida Central, notó que los vehículos se desviaban doblando por la Maldonado ya que el sistema de drenaje de la vía no pudo lidiar con el desagüe correcto, esa situación la iba a obligar a tomar la derecha, por los bordes donde el agua no había llegado hasta formar "lagunas", para ver si podía encontrar un taxi... ocho metros delante encontró un Nissan parqueado con el letrero rechinando en amarillo la palabra mágica: Taxi.

—Eso lo dices, y disculpa si sueno muy directa, porque quizás estas resignado a tu suerte, que no visualizas más allá de lo que ahora sucede.

—No creo que sea necesario entrar en esos detalles...

Él se quedó parado en medio de un charco que abarcaba casi toda la calzada, sentía pesadez en sus movimientos debido a la humedad de sus ropas, apenas notaba que se había alejado unas seis cuadras más de donde vivía, eran aproximadamente las once y veinte de la mañana... antes de retomar el camino de vuelta pudo captar cómo batallaba el Nissan en medio de las mareas urbanas, le dio la espalda completamente a la situación reciente, dispuesto a borrar de una vez lo ocurrido de su registro mental. Veinte minutos después la lluvia se detuvo de golpe, el sol emergió como si siempre hubiera estado allí acariciando los tejados cubiertos de desperdicios no reciclables, entonces el sudor se entremezcló con lo mojado de su traje de animal de concreto, por millonésima vez maldijo el cambiante clima de la ciudad donde le tocaba vegetar prácticamente de forma obligada.


       

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