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Patrioteros

jueves 4 de julio de 2019
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Patrioteros, por Rafael Pérez Ortolá

Hablando de patrias
Es más fácil decirlas que parecerlas
Es más fácil sentirlas que mostrarlas
Decir, para qué
Parecerlas, para qué
Sentirlas, para qué
Las contundencias
Tienden a destruirlas.

Porque no es lo mismo facilidad de palabra que coherencia al canto. Si al menos fueran limpias las miradas anhelantes, la franqueza dibujaría retablos espléndidos con aportaciones insustituibles. Eduardo Chillida planteó con agudeza: ¿no será el horizonte la patria de todos los hombres? Vaya el femenino de patria por el masculino genérico frente a los novedosos absurdos.

Veamos, veamos, los vericuetos. Atentos a su gran variedad y sin desdeñar los que todavía son intangibles. Emergen las múltiples posibilidades dispuestas a su aplicación; queda por ver si orientadas a la estupidez o bien a las vivencias inteligentes. El exceso de formalismos es inaudito en su enfrentamiento con el pleno movimiento de incontrolables destellos vitales exentos de la cerrazón anquilosante.

Disponemos de una variedad asombrosa de incógnitas curiosas y rígidos potenciales. Por experiencia y quién sabe si por rasgos atávicos, ya sabemos con creces del sabor de las sombras. Nos adherimos a ellas con mentalidades pringosas, apenas avizoramos visiones distintas; las luces son insuficientes y las ansias no le van a la zaga.

Solemos dibujar la esfinge de un país, incluso de los ciudadanos, como figuras hieráticas sin aristas diversificadoras.

¡De pronto, tropezamos con la mirada anhelante de un niño!

Confiada, radiante, atrayente, fascinante; con la nitidez impoluta de los amaneceres. Sin asomos de las miradas foscas, embrutecidas por experiencias enajenadas. La pulsión de los brotes incipientes no tiene rival en las experiencias existenciales, discurren por espacios todavía libres de las presencias tempestuosas. Su mención escueta debiera ser suficiente para evadirnos de los espacios amurallados.

Solemos dibujar la esfinge de un país, incluso de los ciudadanos, como figuras hieráticas sin aristas diversificadoras; dependientes en exclusiva de los datos aportados por entes de escasa transparencia en sus procederes. Predominan los trazos establecidos, con una notable rigidez e intolerancia ante posibles discrepancias o modificaciones.

En verdad disponemos de la concreción de los sentidos y del filtro de la razón con su enorme potencial. Sin embargo, la mayor parte de las circunstancias influyentes escapan a sus registros. La madeja de conexiones induce a la imprecisión reflejada en personas o colectivos. El ansia dominadora de las fijaciones no elimina la incertidumbre, se convierte en un factor deformante de la realidad. El canto advenedizo de los elementos oportunistas pretende ser independiente, pero quizá no sabe de qué ni para qué.

Si miro arriba,
veo el infinito.
A ras de suelo,
los acosos sin fin.
Por los adentros,
bullidoras sierpes.
Por las patrias,
deserciones.
Frente a los desencantos,
ilusiones.

En una comarca determinada los elementos influyentes discurren por derroteros inverosímiles; siempre diferenciados, pero con similitudes capciosas. Las manifestaciones perceptibles muestran unos cuantos. Solemos desdeñar la existencia de los subyacentes en una enajenación delatora de nuestra indolencia.

Eliminamos dioses, monstruos y opresores, mientras los recreamos en un poderoso afán reiterativo.

Parafraseando el relato corto de G. A. Bécquer “La voz del silencio”, en el asunto de las patrias alardean las estruendosas manifestaciones. Sin embargo, la escucha de los silencios aporta claridades importantes. Y no surgen de ocultas dependencias defendidas por verjas u obstáculos. Brotan desde el fondo de los corazones sufrientes y olvidados. También, también resuenan en las intimidades de los falsarios. El uso de los silencios es una de las claves del movimiento social. Algo de ese desfase comunicativo nos enseñan las estructuras musicales.

Entre los turbios ambientes cobra progresiva prestancia la fábula del dragón de N. Bostron. El monstruo exigía periódicamente el sacrificio en su honor de cierto número de individuos. Las reiteradas esquilmaciones desesperaban a sus súbditos. Germinaba la rebelión acopiando los mejores conocimientos para la consecución de un arma poderosa. Destruyeron al monstruo, lo habían logrado, eran los vencedores.

El horizonte quedó abierto para las mejoras intuidas. ¡Ah! No conseguían vislumbrarlas, quedaban en entredicho. La muchedumbre erigía nuevos monstruos de diverso pelaje entreverados con retóricas deslumbrantes y demagogias sin freno. Somos fervientes practicantes de la paradoja de los tiempos. Eliminamos dioses, monstruos y opresores, mientras los recreamos en un poderoso afán reiterativo.

Las esferas de la confusión suelen ocupar los grandes espacios. Los espacios varían por su extensión, luminosidad, magnetismo, detalles geográficos, persistencia en el tiempo, acompañantes humanos incluidos. En sus ámbitos, las actuaciones suelen agrandar el desconcierto. Bajo el influjo de las múltiples circunstancias, es la capacidad decisoria de los verdaderos protagonistas quien define las atribuciones. Observamos anonimatos melifluos y cobardes, perversiones, aportaciones cualificadas, franqueza u omisiones. La comprensión de semejante complejidad, afincada en esa barahúnda, exige actitudes dispares integradoras de difícil promoción ante la plaga de razonamientos interesados despegados de las vibraciones comunitarias.

F. Aramburu recogió en su libro Patria algunas deformaciones graves en torno a las ideas patrióticas entre las turbulencias violentas ocurridas en el País Vasco. Manifiesta el incremento insospechado de un lastre pernicioso que una vez adherido a la convivencia es difícil eliminación. Sobre todo invita a la clarificación de los conceptos sin la cual alejamos el posible entendimiento.

En qué clase de patria pensamos si despojamos a los individuos de su condición de personas; porque lo de unos sí y otros no, además de ridículo, es un agravante radical. El sentido religioso nunca será el del rebaño silencioso detrás de sotanas repugnantes de trayectorias poco espirituales. Los matices de la peor complicidad sacuden aún a las familias hasta extremos nauseabundos. Nos vemos obligados al tránsito por ambientes muy contaminados.

Aunque solemos mencionarlas con asiduidad, las casualidades apenas reflejan el desconocimiento de los mecanismos generadores de los fenómenos. La complejidad favorece estas impresiones azarosas. Mientras, los funcionamientos estructurales desarrollan sus potenciales contra la espontaneidad y razonamientos mejor fundados. No atendemos lo suficiente al montaje de las estructuras del sistema.

Como ocurre con los rasgos genéticos, es evidente el poderío inicial de la estructura básica, hasta ahora natural. Después sobreviene la epigenética modificadora debida a las condiciones ambientales o conductas personales (alimentación, trabajo, investigación, costumbres). Condiciones genéticas o actividades sociales modifican sus estructuras por los comportamientos reiterados. La trascendencia de la actualidad genera secuelas inevitables que afectarán a quienes nos sucedan.

Los obstáculos naturales representan una fuerza mayor tolerable, nos constituyen en forma de reto vital estimulante para el progreso. Como añadido inevitable, las deficiencias individuales y las desigualdades agrandan esos retos. Afrontamos la convivencia con esas incertidumbres cargadas de penalidades. Abrimos los ojos, y también encontramos la sensación de unas amplias posibilidades diáfanas y accesibles.

El gran ausente es la armonía requerida para desfacer los entuertos cotidianos; al contrario, los acentuamos, los extendemos a las proyecciones, con las consiguientes frustraciones posteriores.

Una vez ubicados en cada sector, nuestras presencias se ven asaltadas por los poderosos enemigos de la espontaneidad, incluso contrarios a la vida comunitaria participativa. Surgen los empoderamientos forzados de unas personas presionando a los demás. Apenas encontramos alguna justificación comedida basada en rasgos cualitativos asumidos comunitariamente; la mayoría tienden a una exageración intolerable y progresiva. La patria sirve con excesiva frecuencia como vehículo favorecedor de dichos abusos a través de estructuras engañosas basadas en un sinfín de artimañas.

La incompletud nos define como personajes sometidos a la obligación de un devenir progresivo e incesante en busca de una vida confortable. Tampoco discutiremos la necesidad de una colaboración entre los participantes, que somos todos. Dotados de la supuesta inteligencia, aún resulta menos comprensible esa tendencia predominante a las incoherencias, con discordias y enfrentamientos de grueso calibre.

Ocurre con otros conceptos importantes, como en el de las patrias; no logramos el equilibrio conveniente entre las ineludibles contradicciones. El gran ausente es la armonía requerida para desfacer los entuertos cotidianos; al contrario, los acentuamos, los extendemos a las proyecciones, con las consiguientes frustraciones posteriores. La dignidad, la investigación, la confrontación sosegada y las responsabilidades, son indicadores fiables del camino deseable, sabiendo que la tenacidad en los buenos empeños nunca será suficiente.

Patriotas o patrioteros,
Laborantes o tramposos,
Creativos o jaraneros,
Multiplican las esencias
De la idea comunitaria.

Usuarios aprovechados,
Ciudadanos venturosos,
Vividores oportunos,
O simples menesterosos.

El muestrario ofrecido
Luce espléndido
Y variado.

Rafael Pérez Ortolá
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