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Paca Aguirre: como si el alma no muriese

jueves 21 de noviembre de 2019
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Francisca Aguirre
Francisca Aguirre (1930-2019) recibió el Premio Nacional de las Letras de España en 2018.

Parece que la escucho en un silencio de la estancia vacía cuando acaricio uno de sus libros, recuerdo a su querido Félix hablando de los premios literarios un día de actos sociales y ella allí, como si cobijase a todo el mundo, mujer generosa y grande, como muy pocas.

Venía del mundo de los vencidos de la guerra, pero ella era ganadora en ilusiones y en alegría, mujer que concitaba al mundo en el verso, todo se alumbraba, como si su mar alicantino, hermoso de olas, la escuchase siempre.

Tras Ítaca, premio Leopoldo Panero en 1972, llegó en 1976 el poemario Trescientos escalones, dedicado a su padre y por el que le concedieron el Premio Ciudad de Irún ese mismo año. Dos años después publicó La otra música, completando esta primera etapa de su obra.

Pasaron diecisiete años hasta que volvió a publicar dos libros en prosa, en 1995ː Que planche Rosa Luxemburgo, de narraciones breves, y las memorias Espejito, espejito. Posteriormente, Ensayo general (1996) y Pavana del desasosiego (1999) fueron los poemarios que publicó. Finalmente, en el año 2000, publicó Ensayo general. Poesía completa, 1966-2000, donde se recoge toda su obra poética hasta esa fecha.

Desde Ítaca, claro homenaje a los exiliados, hasta sus Nanas para dormir desperdicios, en Paca viven muchas voces.


Seis años después, volvió a publicar varios libros de poesíaː La herida absurda (2006) y Nanas para dormir desperdicios (2007). En 2010 obtuvo el Premio Miguel Hernández con su poemario Historia de una anatomía, obra con la que ganó en 2011 el Premio Nacional de Poesía. Ese año publicó Los maestros cantores y en 2012 Conversaciones con mi animal de compañía.

En enero de 2018, la editorial Calambur publicó su obra completa bajo el título Ensayo general. En noviembre de ese mismo año 2018 recibió el Premio Nacional de las Letras. En opinión de su hija, Guadalupe Grande, y de ella misma, este premio serviría para reivindicar la herencia de todas esas voces femeninas que fueron quedando de lado. A veces, por doble motivo: por ser mujeres y por estar exiliadas.

En Paca, aparte de su obra, late el cariño por un tiempo que se va, por esos seres que le siguen hablando en la distancia, esos amigos que vuelan en otro tiempo, Juan Gil-Albert, Rosa Chacel y tantos otros; en su universo, Paca vive la voz honda del mar, que la llama y le pide que escriba; ella mira los versos de su querido marido, el mundo del folclor hecho arte, canción honda y pura.

En Paca vivía el cariño por Luis Rosales, tan amigo de Félix Grande, ese Rosales que llevaba las palabras como plumas, que creía en el verso en aquella casa encendida que abría la puerta a los muertos, ya vivos para siempre en el recuerdo.

Desde Ítaca, claro homenaje a los exiliados, hasta sus Nanas para dormir desperdicios, en Paca viven muchas voces, aquellos ecos de la mujer que sueña en la baranda buscando, en la estación del tiempo, luz inaugural.

En el poema “Testigo de excepción”, dirá que el mar lo es todo, ese espacio de luz que llena la vida y le da aliento:

Un mar, un mar es lo que necesitó. / Un mar, un mar y no otra cosa. / Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.

O en el poema “Hace tiempo”, nos habla de la infancia, esa que vivió como si fuese un sueño hasta que la muerte de su padre la dejó herida para siempre:

Recuerdo que una vez, cuando era niña, / me pareció que el mundo era un desierto.

Esa vida que se fue componiendo cuando empezó la lectura, el hambre por los libros, su contacto con grandes como Gerardo Diego, Delibes y tantos otros, cuando conoció a Félix y el universo del amor fue gestando libros, palabras, versos que tenían eco, en aquella casa donde los libros estaban vivos y tenían el aroma de un tiempo que no muere.

Un día me abrazó, ya que le hablé de mi admiración por su obra, de ese libro que debía reunir a muchas escritoras valencianas, en la que estaría su poesía, espacio de luz que hoy se ha vuelto oscuro. Me habló de Juan Gil-Albert, de cómo lo conoció, también de su padre, otro héroe que el tiempo ha ido disipando, en aquel arsenal de muertos que han ido quedando en la memoria de los que amamos una época de paz y de sosiego y no de guerra y destrucción. Paca, no te vayas, aún te queremos, siempre en nuestro corazón, tus versos siguen volando en nuestra memoria, aún, Paca, eras la niña que amó a su padre hasta la eternidad, porque la infancia deja huella y la tuya sigue viva en los que te querremos siempre.

Pedro García Cueto
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